22

ERA claro que Ali estaba muy entusiasmada con la idea de ver al coronel en un desfile, pues hasta ese momento sólo había escuchado rumores maravillosos. Ella era tal vez quien los había hecho llegar tan temprano al Kremlin, pero sin duda no era la única ansiosa por ser testigo de semejante acontecimiento. Sinnovea estaba a la vez excitada y nerviosa ante la perspectiva de ver a Tyrone y sus hombres haciendo su demostración delante del zar. Deseaba con todas sus fuerzas que cumpliera con sus metas de una exhibición sin fallos, en especial porque había otras tropas de húsares que querían que sus unidades ganaran la distinción de ser las mejores y las más impactantes.

Para placer de su marido, Sinnovea lucía un vestido verde oscuro de tafetán de diseño europeo. Había seguido la costumbre impuesta a las mujeres casadas de su país y se había cubierto el cabello con un gorro envolvente de rico terciopelo que le cubría la cabeza. El efecto era similar a un enorme turbante de sultán adornado con plumas negras y el broche que una vez Tyrone le había devuelto. Sinnovea no tenía forma de saber que en unas pocas semanas su creación se convertiría en oda entre las esposas europeas que habían estado allí presentes para admirar el acontecimiento.

Natasha se había sumado al entusiasmo de la audiencia y estaba sumamente vivaz en ánimo y espíritu cuando abandonó el carruaje y se apresuró entre amigos y conocidos que la saludaban. El príncipe Zherkof le hizo un gesto con la mano desde lejos y se apresuró a alcanzarla mientas ella, a su vez, trataba de mantenerle el paso a Sinnovea. Al llegar al pabellón donde estaban reunidas las otras esposas y sus familias, la condesa hizo una pausa para respirar profundamente, con gran alivio de las dos mujeres que la seguían sin descanso. Las mejillas rosadas de las tres eran el testimonio de su precipitada caminata por el terreno en el fresco aire de la mañana.

—Debes agradecer que Tyrone no estaba aquí para ver tu llegada, querida —exclamó Natasha sin aliento mientras se llevaba un pañuelo de encaje a la mejilla. Aunque el día estaba frío, su rostro estaba teñido de rosado a causa de la prisa—. De otro modo, le habrías dado la impresión de que estabas ansiosa por verlo todo acicalado.

—Como tú no corrías, Natasha —la reprendió Sinnovea con una risa ligera—. Supongo que sólo me seguías para molestarme y que no tienes un real interés en ver el desfile. Si eso es todo par lo que has venido, tal vez el príncipe Zherkof puede entretenerte mientras yo observo la exhibición. —Inclinó la cabeza imperceptiblemente para indicar que el hombre de cabellos canos se estaba aproximando hacia ellas.— Allí viene para salvarte de este terrible aburrimiento en que nos hemos metido...

Natasha no pudo más que reír ante las ocurrencias de la muchacha.

—Ni un par de los mejores caballos del príncipe Zherkof podría arrastrarme de este acontecimiento, querida. Sabe eso tan bien como yo.

—Por supuesto —respondió Sinnovea con una hermosa sonrisa—. Sólo quería escucharlo de tus labios.

Las dos mujeres se hundieron en una profunda reverencia cuando el príncipe Zherkof se unió a ellas. Los ojos oscuros del hombre brillaron de admiración al alabar el atuendo de Sinnovea, pero cuando apoyó su mirada en Natasha, se encendieron con una luz diferente, la de la ávida adoración. Aun después de varios rechazos gentiles, no había perdido la esperanza de que algún día la condesa cediera y aceptara su propuesta de matrimonio. Después de todo, era lo que todos esperaban desde hacía unos años.

—Tal vez semejante muestra de elegancia femenina debiera adornar el pabellón del zar desde donde pudiera ser vista mejor por todos —sugirió el príncipe Vladímir con magnanimidad—, y donde yo pueda servirles mejor a las dos.

Sinnovea, con suma gentileza, declinó el favor.

—Me temo que debo rechazar su generosa invitación, príncipe Zherkof. Mi esposo espera verme aquí y no quiero que él piense que me negué a venir. Por supuesto, no hay ninguna razón para que Natasha no vaya con usted.

El príncipe anhelaba convencer a la mujer mayor.

—Tantos amigos suyos están allí, Natasha. —Las esquinas de su boca se torcieron en una sonrisa mientras le confiaba: —Hasta la princesa Taráslovna se ha cuidado de venir hoy. Creo que está tratando de congraciarse de nuevo con el zar. Y a usted le encantaría ver a ese pequeño clérigo al que está tratando de vincular con el patriarca Filaret. No tengo dudas de que Su Santidad verá la falsedad de los cumplidos de Voronski y se terminará cansando del hombre. Suceda lo que suceda, será interesante.

—Iré más tarde, Vasili —le prometió Natasha con una cálida sonrisa—. Tal vez después del desfile, cuando no esté tan ocupado presentando a Su Majestad diplomáticos y enviados extranjeros. ¿Podrá esta noche acompañarnos a cenar o debe asistir al banquete para los dignatarios?

—Ay, necesitarán de mis servicios en el banquete. —La miró con esperanzas.— ¿En otro momento, quizás?

—Por supuesto, Vasili, pero hablaremos más tarde.

Sus ojos oscuros brillaron hacia donde estaba ella.

—¿Después del desfile? —Como ella asintió con un leve movimiento de la cabeza, le tomó la mano y le besó los delgados dedos. —Regresaré a buscarla.

Las dos mujeres sonrieron al observar su partida en medio de gran cantidad de gente. Sinnovea echó una mirada curiosa a su acompañante, que seguía con los ojos fijos en el príncipe.

—¿Piensas casarte alguna vez con él?

Natasha suspiró satisfecha.

—Con el tiempo, quizá. Sólo quiero estar segura de que los recuerdos de mi difunto esposo no se interpondrán entre nosotros. Después de haber tenido lo mejor, es difícil conformarse con menos.

—Por lo que he logrado entrever en ese hombre, dudo que te decepciones con el príncipe Zherkof o de su amor por ti.

Los ojos oscuros de Natasha danzaron, contentos, al encontrar la mirada de la joven.

—¿Qué dirán los chismosos de mí si eso sucede? ¡Esa terrible Natasha Katerina Andréievna! ¡Se casó por cuarta vez! ¡Qué vergüenza!

—No hay ninguna mujer de tu edad que no tenga celos.

—Ciertamente le dará a Anna Taráslovna algo de qué hablar. Después de todos estos años, nunca me perdonó haber sido la primera elección de Alexéi para esposa.

Sinnovea miró a su amiga con asombro.

—No lo sabía.

Natasha levantó los hombros en un gesto casual.

—No es nada que merezca la pena comentar, querida. Alexéi y yo apenas nos conocíamos, pero después de un encuentro, él juró que sería suya. Ofreció a mis padres un contrato de matrimonio, pero ellos ya me habían prometido a mi primer esposo. Fue así de simple. Nunca ocurrió nada más, y un par de años después Anna y él se casaron.

—Siempre sentí que había una razón intrínseca para que Anna te odiara. Ahora lo entiendo con más claridad.

—¡Buenos días! —El saludo provino de detrás de ellas, y las dos mujeres se dieron la vuelta para encontrar a Aleta Vanderhout que les sonreía. De inmediato la vista de la mujer descendió para considerar la elegancia de las otras dos, en especial el estilo tan especial del vestido y el tocado de Sinnovea. Luego con la voz impregnada de desprecio dijo:

—¡Bueno, bueno! Ustedes dos sí que tratan de robarnos la atención de todos los hombres, ¿verdad? No sé por qué no están directamente en el terreno con ellos.

Con toda la gracia que pudo lograr, Sinnovea se volvió a su amiga mientras señalaba con una mano a la mujer de cabellos rubios.

—Te acuerdas de la señora Vanderhout, ¿no es cierto? Fue a tu casa después de la boda.

Natasha inclinó la cabeza como respuesta mientras recordaba los gritos del general Vanderhout que llenaron la mansión.

—¡Por supuesto! ¿Cómo podría olvidarla? Su marido me hizo buscarla por toda la casa para apresurar la partida. Casi me desmayé del agotamiento al hacerlo y di gracias cuando usted hizo su aparición.

Aleta declinó hacer comentarios mientras miraba a Sinnovea con una sonrisa frágil.

—Qué bueno que haya venido a ver a su marido desfilar, Sinnovea. ¿O en realidad ha venido a ver a los otros hombres?

—¿Por qué razón lo haría cuando mi marido es el más apuesto de todos? —respondió Sinnovea con una sonrisa rígida mientras juraba en silencio que prefería ser colgada y descuartizada antes de permitir a Aleta el privilegio de verla mal en su presencia—. Aunque puedo entender muy bien que sus ojos busquen en otra parte, no hay razón para que yo haga lo mismo.

Natasha tosió con delicadeza detrás de un pañuelo mientras hacía un galante esfuerzo por mantener su compostura. Necesitó un acato de increíble perseverancia para mantener su dignidad, en especial cuando enfrentó la imagen dela mandíbula de Aleta cayendo de asombro. La mujer miraba a Sinnovea sin poder creer lo que estaba oyendo.

Transcurrió un momento de incómodo silencio antes de que Aleta mirara más allá de las dos mujeres y sonriera de pronto. Se excusó y se retiró con la intención de abandonar el pabellón.

Sinnovea la siguió con la mirada mientras Natasha se acercaba a susurrarle:

—Presiento que Aleta te ha dado una justa causa para que actuaras así:

Sinnovea sacudió la cabeza al recordar lo que la mujer había hecho.

—¡Esa mujerzuela sinvergüenza tuvo el coraje de acosar a mi marido en nuestro dormitorio!

—¡Qué mujer más osada! —Los labios de Natasha se torcieron en una sonrisa amenazante—. ¿Y puedo preguntar cómo respondió Tyrone a ese avance?

Al detectar el espíritu de la pregunta de la mujer mayor, Sinnovea se relajó considerablemente hasta que sus ojos danzaron de deleite.

—Por suerte respondió de un modo que cualquier esposa aprobaría, y como ninguno de los dos sabía que yo estaba allí, el rechazo me pareció espontáneo.

—Me alegra que Tyrone no te haya decepcionado, querida, pero nunca pensé que fuera a hacerlo. Está bastante enamorado de ti.

Sinnovea replicó encogiéndose de hombros.

—No puedo estar segura de eso por la forma en que las cosas están todavía entre nosotros, pero lo mismo puede decirse de mí. —Observó la mirada asombrada de su amiga.— Tenías razón respecto a él, Natasha. Todo lo que dijiste era verdad.

Natasha rió suavemente.

—Me alegra que estés empezando a creerme.

Una vez más se dieron la vuelta para observar a Aleta, que se había logrado abrir camino entre la multitud. Su primera meta pareció ser un boyardo ruso concentrado en mirar a las jóvenes damas que pasaban delante de él. Cuando Aleta lo alcanzó y apoyó una mano en su hombro, se dio la vuelta para mirarla.

—¡Alexéi! —Sinnovea se llevó una mano temblorosa a la garganta mientras recordaba su último enfrentamiento con él. Una imagen de Tyrone colgando de sus muñecas le vino a la mente y por un momento fue sacudida por el recuerdo del temor que la había asaltado esa noche.

Natasha levantó sus ojos preocupados hacia el rostro de Sinnovea y vio cómo luchaba su joven amiga por dominar un violento temblor.

—Sinnovea, mi niña, ¿qué pasa? Parece que acabas de ver un fantasma.

Temblando de un modo incontrolable, como si estuviera desprotegida en medio de un ventarrón helado, Sinnovea continuó mirando al lascivo príncipe, transfigurada por el estupor.

—Alexéi habría matado a Tyrone por lo que hice, Natasha. En mi intento por ganar la libertad del matrimonio con el príncipe Vladímir, casi vi la vida de Tyrone truncada... todo por mis deseos egoístas.

—Cállate querida —la tranquilizó Natasha—. Todo eso pertenece al pasado ahora. Las cosas han salido bien. Debes olvidarte de lo que Alexéi trató de hacer a los dos.

Los temores de Sinnovea no podían ser desechados con facilidad.

—No veo ninguna razón para que Alexéi esté aquí, excepto para causar daño a Tyrone.

—Pero, ¿qué puede hacer, mi pequeña, cuando el zar Mijaíl está aquí como testigo de sus maliciosas tretas? —razonó Natasha—. Alexéi no sería tan tonto.

—Ese hombre es tremendamente malvado, Natasha. Es perverso y rencoroso, y uno de estos días buscará vengarse de nosotros cuando menos lo esperemos. No confío en él.

—Tampoco yo, pero eso no significa que vaya a permitir que me robe la alegría. —Natasha la abrazó con afecto y la hizo dar la vuelta hasta que quedó mirando en otra dirección. —No me preocuparía en lo más mínimo de lo que Alexéi pueda hacer aquí, donde sería superado por todos los amigos de Tyrone. No se atrevería a ofender a tu marido cuando hay una posibilidad de que se levante todo un ejército contra él, con el mismo zar de comandante.

Sinnovea trató de abandonar sus preocupaciones, pues comprendió la lógica que había tras las palabras de Natasha. Alexéi era demasiado cobarde como para iniciar una pelea en un lugar donde podía sufrir una derrota.

—¡Mi corderita, mira! —Ali casi saltaba de júbilo mientras señalaba hacia la tropa de jinetes que se acercaban al terreno. Al frente cabalgaba Tyrone, resplandeciente con una chaqueta roja con los puños y el cuello verde oscuro y engalanada con galones y cordones dorados. Los pantalones verde oscuro se metían dentro de un par de botas altas de un negro brillante. Un casco plateado, con una visera corta que le cubría la frente, llevaba una pluma roja que significaba que él era el oficial al mando de esa tropa en particular. La pluma jugueteaba en la ligera brisa matinal y era bien visible, lo que permitía que Sinnovea lo localizara con rapidez cuando cabalgaba a lo ancho del terreno par ir a rendir homenaje al zar.

El corazón de Sinnovea saltó en medio de su pecho cuando las trompetas comenzaron una fanfarria. En el siguiente instante los instrumentos se quedaron en silencio y el ronroneo sordo de los tambores empezó con suavidad. Luego el volumen creció a niveles increíbles para después apagarse hasta convertirse en vibraciones que se adaptaban a la perfección al avance repentino de la primera unidad de caballería sobre el terreno. Los húsares montados cabalgaban, no como individuos separados, sino al unísono, como si fueran un solo cuerpo en perfecta armonía con sus caballos. Seguros sobre sus sillas, realizaban un laberinto de maniobras que capturaron por completo la atención de Sinnovea que observaba cautivada cómo la tropa se separaba par rodear el terreno en direcciones opuestas, luego cabalgaban a través del campo, cruzándose con los de la línea opuesta antes de volver a unirse en una muestra asombrosa de habilidad. Un momento después los jinetes volvían a dividirse, esta vez en columnas. Después de otro recorrido circular por el campo, se fundían en una sola línea. Y seguían cabalgando para fascinación de todos los que estaban viéndolos, arrancando aplausos y suspiros de admiración hasta de los más reticentes.

El estremecimiento de Sinnovea se intensificó poco después de que la tropa comenzó a realizar sus maniobras cerca del pabellón donde estaban las esposas. Ali saltaba como una gallina excitada, señalando al coronel y vanagloriándose delante de otras criadas de que ese era su señor. Ni siquiera unos pellizcos en la falda de parte de su señora fueron suficientes para recordar a la mujer que prestara atención al decoro necesario y dejara de brindar semejante espectáculo.

—¡Magnífico! —comentó Natasha, poniendo en palabras los pensamientos de su amiga más joven.

—Sí, lo es, ¿no es cierto? —murmuró Sinnovea completamente abstraída en la imagen de su apuesto marido que lideraba la procesión. Con una certeza repentina, supo que ninguno de los otros regimientos serían capaces de atrapar el corazón del zar más que la tropa de Tyrone, pues si su reacción era alguna indicación, entonces el corazón de Su Majestad debía estar saltándole en medio del pecho.

Las esquinas de los labios de Natasha se torcieron hacia arriba al ver a su acompañante.

—Estaba hablando dela exhibición en general, querida, no de tu marido en particular. Pero debo reconocer que él también es magnífico.

Las mejillas de Sinnovea se cubrieron de un profundo rubor al mirar con cierta vergüenza a su amiga, pero la risa de Natasha era cálida y contagiosa. La felicidad de la joven ya no podía ser contenida por más tiempo y las dos mujeres se dejaron llevar por ella hasta lo máximo.

La princesa Zelda se apresuró a unirse a ellas cuando la unidad de Tyrone abandonó el terreno y otra tropa de caballería hizo su entrada para hacer su exhibición ante el zar.

—¿Qué te dije, Sinnovea? ¿No es magnífico tu marido?

Natasha y Sinnovea volvieron a disolverse en risas que Zelda no pudo comprender hasta que su amiga se tomó un momento para explicarle que justamente había estado hablando de ese mismo tema.

—Hay muchas mujeres aquí que tienen la misma opinión —confió Zelda—. Verás un buen ejemplo cuando esto termine. ¡Ellas adoran al coronel!

Sinnovea se sintió en cierto modo perturbada por la predicción de la princesa.

—¿Más del tipo de Aleta?

Zelda colocó un par de dedos atravesando sus labios sonrientes y, mientras miraba a su alrededor de reojo, se acercó a su amiga para susurrarle:

—¡Más sutiles, espero!

—¿Qué piensa que debo hacer para dejar claro mis derechos? —preguntó Sinnovea, respondiendo con humor a la animación de su amiga.

—Oh, ¿tu marido no te dijo? —preguntó Zelda con amigable entusiasmo—. Le presentarás algún distintivo. Se ha convertido en una tradición privada entre las esposas, de ese modo decepcionarás a todas las otras mujeres que quieren a tu marido para ellas. Muchas con conscientes de que en el pasado no llevaba los distintivos de una dama. Tal vez no estén enteradas de su matrimonio y traten de ofrecer los suyos como consuelo.

Los ojos de Sinnovea se nublaron con una repentina preocupación.

—Pero Tyrone no me lo dijo y no tengo ningún distintivo que darle.

Pensativa, Zelda revisó el atuendo de su amiga y notó la elegante bufanda verde bordada que llevaba bajo el cuello alto.

—Si no tienes nada mejor, estoy segura de que esto será suficiente. Es hermosa.

Una sonrisa iluminó el rostro de Sinnovea, que se quitó la prenda de seda y se cerró el cuello con modestia para esconder la garganta. Zelda asintió y pasó un tiempo antes de que Tyrone cabalgara hacia el pabellón con los otros hombres. Varias mujeres jóvenes lo rodearon cuando desmontó y lo elogiaron con profusión pro sus habilidades de jinete. Su adoración se extendió a palmadas de felicitación en su espalda o caricias en las mangas con la esperanza de demorarlo, y como Zelda había predicho, algunas tenían bufandas en la mano y estaban ansiosas por ofrecerlas, pero Tyrone sólo deseaba liberarse de su atención y, con cortesía, agradeció a las mujeres y siguió su camino. Se quitó el casco y se dirigió hacia donde Sinnovea lo esperaba con una radiante sonrisa.

—Me han dicho que es costumbre entre las esposas entregarle a sus maridos sus distintivos —murmuró con calidez—. ¿Me honrarías aceptando el mío?

Tyrone le presentó el brazo para que atara allí la bufanda mientras le daba una pronta respuesta.

—El honor es mío, señora.

Los ojos de la joven transmitían tal admiración que Tyrone tuvo que recordarse que debía respirar.

—Fue emocionante saber que estabas aquí mirándome.

Natasha rozó el brazo de Sinnovea y le susurró una advertencia.

—Anna viene con esa cabra, Iván. Parece muy disgustada.

Molesta por la interrupción, Sinnovea se dio la vuelta en el momento en que la mujer subía al pabellón. La delgada mandíbula de la princesa estaba rígida. Se detuvo delante de Sinnovea con una mirada gris que pretendía penetrar con la misma eficiencia que dos punzones de acero.

—En el mismo minuto en que me marché, comenzó a jugar sus estúpidos juegos para avergonzarme delante de mi primo. No me habría alejado de Moscú si hubiera sabido lo que estaba tramando en mi ausencia.

Zelda la interrumpió con cautela.

—Esto en realidad no me concierne, de modo que mejor iré a buscar a mi marido. —Apretó la mano de Sinnovea para darle aliento y, mientras la besaba en la mejilla, le susurró:

—Anna está furiosa porque lograste escapar de su plan de que te casaras con el príncipe Dmítrievich.

Zelda dio un paso atrás y casi tropezó con Iván Voronski, que estaba parado muy cerca de ella con la intención de escuchar lo que estaba diciendo. El clérigo mostró su obvio disgusto cuando Zelda lo miró sorprendida, luego con una excusa apresurada la joven princesa se marchó.

—Otra de sus amigas sin cerebro, supongo —observó Iván con desprecio, mirando por encima de su hombro a la muchacha que se alejaba. Al darse la vuelta, fijó su mirada en Sinnovea que hacía su protesta.

—¡No se puede considerar que la princesa Zelda no tenga cerebro, señor! ¡Tampoco es usted quién para juzgar la sabiduría de otros cuando no tiene idea de lo que significa esa palabra!

—¿Y usted sí puede emitir ese juicio? —la desafió Iván—. ¡Yo sé lo que es! ¡Lo supe todo el tiempo! ¡No es más que una sucia perra!

El brazo delgado del clérigo quedó atrapado en una garra de hierro, lo que arrancó un grito repentino del hombre que miró hacia arriba para encontrar los ojos azules del inglés.

—Ten cuidado, escuerzo —rugió Tyrone—. Alguien puede verse tentado a quebrar ese delgado cuello y hacerle un gran favor al mundo. En otras palabras, pequeñín, si no puedes mantener tu lengua dentro de los límites de la cortesía cu ando hablas con mi esposa, me veré obligado a hacerlo yo mismo.

Tyrone soltó al hombre que tenía los ojos extraviados y le tomó la mano a su esposa.

—Su Majestad me ha pedido que te lleve a su pabellón antes de que nos dediquemos a las celebraciones que se realizarán después de la exhibición. —Miró por un instante a Anna y le hizo un gesto cortante con la cabeza—. Si nos disculpa, princesa. El zar se estará preguntando dónde estamos.

—Voy con vosotros —anunció Natasha—. El príncipe Zherkof quería que me uniera a él y como el aire se ha vuelto bastante denso aquí, he decidido buscar un lugar más agradable. —Natasha sonrió mientras encontraba la mirada de Anna, luego, con un elegante movimiento de cabeza, siguió a sus amigos que se dirigían al pabellón real.

El zar Mijaíl estaba con el mariscal de campo cuando llegaron los tres, pero se apresuró a dejar al hombre para concentrar su atención en Tyrone y Sinnovea.

—¡Bien! ¡Estoy feliz de ver lo bien que están los dos! ¡De verdad! ¡El matrimonio parece sentarles de maravilla! —Sus ojos oscuros brillaron mientras hacía una breve pausa para contemplar a Sinnovea. —Parece bastante feliz, querida, ¿Todo está bien?

—Muy bien, Majestad —afirmó con una sonrisa tímida.

Mijaíl giró la cara un poco hacia donde se encontraba el coronel.

—Debo decir que nunca he visto una exhibición mejor de su parte, coronel Rycroft. De hecho, parecía de muy buen ánimo mientras estaba allí en el terreno. —Una sonrisa amenazadora torció las esquinas de sus labios. —En realidad, aunque he estado asombrado por anteriores muestras de su tropa, me preguntaba qué lo habría motivado tanto hoy a superar sus exhibiciones pasadas. Pero tuve oportunidad de ver cómo miraba al otro pabellón, y entonces comencé a comprender la razón...

Las facciones bronceadas de Tyrone se oscurecieron aún más mientras luchaba por someter un profundo rubor.

—Mis más humildes disculpas, Su Majestad, si parecía distraído...

Mijaíl se apresuró a levantar una mano para detener la disculpa.

—Agradezco con todo mi aprecio la razón que haya alentado esa incomparable perfección en su desempeño, coronel. Usted ha logrado el absoluto deleite de mi persona y de mis invitados más allá de lo que esperaba, que ya era mucho. —Pensativo se llevó un dedo a los labios mientras trataba de frenar su buen humor—. No me molestaría si en el futuro permite que esa particular inspiración lo siga alentando. Su animación redunda en mi beneficio.

Tyrone respondió con una reverencia.

—Agradezco su gentil indulgencia, Su Majestad.

—Tal vez otro día debamos discutir su última petición. Estoy seguro de que querrá reconsiderarla.

Los ojos de Tyrone bajaron por un momento mientras atravesaba un momento de dolor. Después, respiró profundamente, cuadró los hombros y confesó:

—Usted me entiende mejor que nadie, Su Majestad. Me sentiría muy complacido si perdonara mi impertinencia y permitiera que me retractara de mi petición.

—¡Por supuesto! —Mijaíl presentó una ancha sonrisa.— Estaba seguro de que con el tiempo querría volver a considerarla.