21

SI TYRONE Rycroft alguna vez había imaginado que estaba usando cada gramo de energía que era capaz de gastar en impresionar al zar, pronto se dio cuanta de que tratar de mantener su mente concentrada en algo que no fuera Sinnovea cuando se encontraba lejos de ella le exigía mucho más esfuerzo y determinación que nunca había pensado dedicar al cumplimiento de su primer objetivo. Su preocupación por Sinnovea parecía mucho más intensa ahora que estaban casados y asentados, no sólo en el mismo cuarto durante la noche, sino, lo que lo perturbaba aun más, en la misma cama. Mientras estuviera en una proximidad tan estrecha con ella, se sentiría constantemente asaltado por oportunidades que en otro momento, había soñado tener. Cuando tenía todas las posibilidades de observar a su joven mujer en diversos grados de desnudez, estaba forzado a apartar la vista para refrenar la creciente excitación y el júbilo pleno y sin adulteraciones que derivaban de esa contemplación. Tan grande era la batalla que mantenía para vencer el bombardeo de tentaciones que lo asediaban, que hasta había considerado la idea de regresar a su antigua casa para recuperar algo del descanso que necesitaba, porque estaba casi al borde de sus fuerzas en su afán por encontrar un escape eficaz a los provocaciones que tenía que soportar en su dormitorio. Si su espalda ya hubiera estado curada y su agilidad restablecida al nivel de sentirse confiado en su poder para soportar un combate mortal, habaría salido de inmediato en busca de Ladislaus sólo para alejarse del sufrimiento de la derrota en su propia cama, en especial después que, en un instante de estupidez, le había rogado al zar que le concediera su petición.

Sin querer provocar ningún daño a su mujer distanciándose públicamente de ella, decidió empeñarse y empeñar a su regimiento en interminables horas de difícil entrenamiento para que su fuerza y su vitalidad atravesara el umbral del agotamiento. Sólo acabando con la energía para funcionar de un modo normal por la noche, pudo mantener una esperanza de resistir los dulces atractivos de la presencia de Sinnovea e impedir la siempre amenazante posibilidad de ceder a sus deseos. Le causaba cierta perturbación recordar la rapidez con que había respondido a las caricias de Aleta al creer que se trataba de Sinnovea, y no necesitó de un gran ejercicio de lógica para darse cuenta de que no sería capaz de soportar una seducción similar si viniera de su esposa.

Se convirtió en parte de la rutina diaria compartir el desayuno con Natasha, que tenía el hábito de levantarse al alba. Luego salía de la casa y no regresaba hasta bastante después de que la cena hubiera terminado, en total estado de agotamiento. Entonces pasaba una hora en el establo, donde alimentaba y limpiaba el caballo negro que Ladislaus había dejado y el hermoso castaño que reservaba principalmente para las demostraciones de su habilidad como jinete con las que aspiraba alentar a sus hombres y para los desfiles que realizaban en presencia del zar. El semental era uno de los dos que había traído de Inglaterra y que regresaría con él, si vivía hasta ese momento.

Por último, después de dejar el establo, entraba en la casa, y aunque necesitaba un baño, primero comía los alimentos que estaban sobre la mesa de la cocina donde lo esperaban Danika y Sinnovea. Estaba seguro de que hubiera prestado mucho menos atención a quien lo servía y más a la comida si sólo Danika hubiera estado allí, pues aunque estaba muerto de cansancio no podía ignorar la deliciosa vista y fragancia de su esposa cuando se inclinaba junto a él o pasaba cerca.

Después de la cena, hundía su cuerpo dolorido en un baño vaporoso antes de subir las escaleras hacia su dormitorio. Una vez allí, se desplomaba en la cama, agradecido de estar tan cansado que ni tenía ganas de hablar. La única concesión que hacía a los afanes conyugales de Sinnovea era permitirle que le frotara la espalda con un bálsamo calmante con el propósito de terminar de cerrar las cicatrices. Para esto, se ponía su bata y se reclinaba boa abajo sobre el colchón después de que Sinnovea hubiera doblado con prolijidad las mantas y el cubrecama. No pasaba mucho tiempo antes de que el gentil masaje lo relajara, y mientras ella continuaba acariciando sus músculos cansados, su respiración se hacía cada vez más profunda hasta quedarse dormido.

Era en esos momentos cuando Sinnovea comenzaba a experimentar los placenteros sentimientos asociados con ser una esposa. No había palabras duras o reproches que perturbaran la armonía silenciosa entre ellos cuando ella se ocupaba de las necesidades de su marido y, si bien todavía no se había convertido en su esposa, al menos al permitirle que lo cuidara, Tyrone le estaba concediendo los privilegios y la familiaridad reservados a una esposa. Le hubiera permitido a la mujer disfrutar de la intimidad que implicaba el cuidado de su cuerpo desnudo, y por eso Sinnovea se sentía consolada por la forma espontánea en que él se entregaba a ella, aunque no estuviera precisamente agradecida por su continua reticencia.

Fue al final de la siguiente semana cuando Tyrone la sorprendió regresando a la casa relativamente temprano. Ella estaba en su cuarto cuando lo vio entrar por el camino que conducía a la mansión y después de controlar con rapidez en el espejo de plata qué aspecto tenía, se apresuró a bajar las escaleras y llegar a la puerta de atrás. Allí hizo una pausa, se acomodó el pañuelo, el delantal y las faldas de campesina que se había puesto esa mañana para ayudar a Natasha a buscar algunos objetos que tenía guardados, y luego, con paso tranquilo caminó por el sendero que llevaba de la casa a las puertas abiertas del establo.

Tyrone no se dio cuenta de inmediato de su entrada, ya que estaba absorto en la tarea de enjabonar la larga cola del alazán. Estaba de espaldas a ella y, en cuanto Sinnovea dio la vuelta hacia el lugar donde él estaba trabajando, notó un movimiento por el rabillo del ojo y levantó la vista. Como hacían siempre que ella estaba cerca, sus ojos azules se deslizaron en una rápida evaluación de su apariencia. Durante un largo rato, Tyrone continuó quitando la espuma de la cola del animal mientras se complacía en observar a su mujer. Aunque la sonrisa de ella era dubitativa, parecía hacer un esfuerzo por mantenerse serena, pero un profundo rubor causado por la meticulosa mirada le cubría las mejillas.

—Volviste temprano —comentó Sinnovea, incapaz de pensar en algo mejor que decir. Sus propios ojos no podían alejarse de la camisa que colgaba de su torso y admirar lo que dejaba al descubierto.

Tyrone inclinó la cabeza hacia el fondo de la caballeriza donde había dejado un cubo de madera que antes había llenado hasta el borde.

—¿Puedes traerme ese cubo que está allí y vaciar el agua sobre la cola para que pueda enjuagarla?

Contenta de tener una excusa para estar cerca de él, Sinnovea levantó el cubo pesado y, mordiéndose el labio inferior en señal de concentración, lo llevó. Separó los pies mientras levantaba el cubo más alto y obedecía las directivas de su marido. Concentrada más en la mirada del hombre que el agua que caía por la cola, no se dio cuenta de que sus zapatos se mojaban hasta que sintió la humedad que ya le penetraba hasta las medias oscuras. Entonces miró hacia abajo con una mueca y consideró el estado de sus zapatillas negras completamente empapadas.

—Ven, dame el cubo —le ordenó Tyrone extendiendo una mano—. Te estás mojando.

—¡No, espera! Deja que me quite los zapatos —le rogó Sinnovea poniendo el cubo a un lado. Se apuró hacia el fondo de la caballeriza y allí se quitó sus zapatillas mojadas, levantó las faldas, se quitó las medias y luego tomó el dobladillo de la parte de atrás del vestido y las enaguas, lo colocó entre los muslos, y lo sujetó a la cintura, dejando al descubierto sus tentadoras piernas de seda.

Ahora era el turno de que Tyrone se preocupara con lo que exhibía su esposa.

—Encontrarás tu muerte —le advirtió, al ver sus pequeños pies descalzos en medio de un charco de agua—. Luego me echarán la culpa por haberte pedido ayuda.

—Oh, pero yo quiero ayudarte —replicó Sinnovea, y arrugó su hermosa nariz al echar una mirada cauta al piso de piedra de la caballeriza—. Además, me preocupa más meter mi pie en algo desagradable.

Una risa suave salió de la garganta de Tyrone, mientras separaba la cola del caballo bajo el flujo de agua fresca que ella le suministraba.

—No sabías que eras tan remilgada.

—Hay ciertas cosas que trato de evitar —reconoció Sinnovea—. Pisar heces de caballo es una.

Tyrone se echó a reír con su respuesta. Nunca antes se había dado cuenta de que lavar la cola de un caballo fuera tan placentero. Ella parecía dispuesta a presentarle toda la asistencia que pudiera mientras él limpiaba y alimentaba a los dos caballos, y durante ese lapso de tiempo fueron capaces de relajarse el uno con el otro y de saborear la armonía que en realidad existía entre ellos.

Después de apagar la última lámpara que colgaba cerca de las caballerizas, Tyrone vio que su mujer echaba una mirada de repugnancia al camino sembrado de paja que llevaba a la puerta. Con una sonrisa divertida, se compadeció de ella y le ordenó que colocara sus medias y sus zapatos en el bolsillo del delantal y luego se subiera a un banco bajo desde donde la levantó en sus espaldas, para delicia de Sinnovea.

—No he cabalgado así desde que era una niña —le informó en medio de risas. Tan encantadora como una pequeña jugando con su padre, deslizó los brazos alrededor del cuello de su marido y le susurró al oído_ —Pero no dejes que nadie nos vea, Tyrone. Podrían no entender mi falta de modestia.

—Será nuestro secreto, señora —respondió con una sonrisa ladeada sobre el hombro.

—¡Bien! —Ella también sonrió de placer por la intimidad del momento, y, con cuidado para no lastimar su espalda mientras se inclinaba contra él, dobló los brazos alrededor de su cuello. Su mano derecha se deslizó dentro de la camisa y con los dedos jugueteó y acarició su pecho con la misma familiaridad con que cantaba una canción infantil en ruso, casi como un susurro en su oído.

Luego su ánimo cambió y se echó a reír. Moviendo sus pantorrillas desnudas a ambos lados de su marido, disfrutó del momento hasta lo máximo. Volvió a acercarse a su oído y le susurró, burlona:

—¿Es divertido para el hombre montar a caballo como para mí cabalgar en tu espalda?

En algún momento, Tyrone había perdido sus prudentes inhibiciones y no tuvo problemas en pellizcarla en el glúteo, lo que extrajo una risa chillona de la pequeña traviesa que estaba a sus espaldas.

—Cálmate —le imploró entre risas—. Estamos cerca de la casa y con tus carcajadas vas a hacer que todos salgan a las ventanas a mirarnos.

—Qué lástima que haga tanto frío en el jardín —le dijo al oído mientras recordaba su primera aventura allí—. Me gustaría ver dónde me abrías llevado si nos hubiéramos quedado y hubiéramos hecho el amor.

La tímida invitación no pasó inadvertida y aunque Tyrone de pronto tuvo la idea de buscar un lugar donde llevar a cabo la unión, vio que Natasha les sonreía desde la puerta. Una breve oleada de resentimiento hacia la mujer le hizo darse cuenta de cuán cerca había estado de olvidar su resolución y satisfacerse con su esposa. Sabía que sólo había sido la inoportuna intervención de Natasha lo que había despertado su ira, no la mujer. Refrenó todo sentimiento de irritación y atrajo la atención de su esposa hacia quien los estaba esperando.

—Nos han descubierto, señora.

—¡Qué pena! —suspiró Sinnovea decepcionada—. Una vez estuvimos tan cerca de llegar a la unión... y ahora me temo que nunca terminarás lo que empezaste.

Tyrone dejó pasar estas palabras sin comentarios mientras Natasha se acercaba a ellos, pero su mente a menudo se había preguntado cuáles habrían sido los resultados si hubiera tenido tiempo de violar su virginidad por completo y consumar su pasión.

Esa noche, cuando estaban preparándose para ir a la cama, le informó al pasar que al día siguiente habría un desfile y una demostración militar que se llevaría a cabo en el Kremlin y que varias compañías de húsares se presentarían ante el zar y sus invitados extranjeros. Como él había sido el encargado de montar las exhibiciones, que se estaban convirtiendo en un hecho regular, estaría con sus hombres al frente de la presentación. Se esperaba que ella asistiera, junto con otras esposas de oficiales, y en vista de que se trataba de un acto abierto, podía invitar a Natasha o a cualquier otra persona que se le ocurriese.

—Hasta Ali puede venir —agregó Tyrone con una sonrisa hacia la pequeña criada, que se escurrió por la puerta del vestidor para escuchar—. Muchas de las esposas llevarán a las institutrices y niñeras para que cuiden de sus hijos. Creo que Ali disfrutará del desfile.

Al ver la sonrisa radiante de la criada, Sinnovea respondió divertida:

—Ahora que has hecho todos tus esfuerzos por convencerla dudo mucho que pueda mantenerla lejos del evento.

—¿Necesita algo antes de ir a dormir, señor? —preguntó Ali, solícita, mostrando su favoritismo por él.

—Gracias Ali, pero tengo todo lo que necesito por el momento.

—Entonces que tenga buenas noches, señor... y usted también, señora. —Se retiró con sus pasos cortos y luego, con un último guiño hacia Tyrone por encima del hombro, cerró la puerta detrás de ella.

—Ya debes haberte dado cuenta de que Ali te adora —declaró Sinnovea mientras se quitaba la bata y la dejaba a un lado. Rodó hasta el medio de la cama, se sentó y observó cómo preparaba sus mejores atuendos militares para la presentación del día siguiente—. Tus constantes atenciones hacen que sea casi imposible vivir con ella.

Tyrone hizo una pausa mientras colgaba su chaqueta del respaldo de una silla y, mirando a su esposa, levantó una ceja dubitativa.

—¿Qué estás haciendo ahora que te molesta tanto?

—No le importa nada dejar queme las arregle sola mientras se escurre para satisfacer tus necesidades. ¡En realidad, no habla de otra cosa que no seas tú!

—Ya veo. —Sus labios hicieron una curiosa mueca divertida. —Puedo entender cuánto te molesta eso.

En verdad eran las constantes recomendaciones de la criada de que fuera más atenta a las necesidades de su marido lo que Sinnovea encontraba más frustrante. ¿Cómo podía ser el tipo de esposa que Ali le reclamaba cuando Tyrone la ignoraba por completo?

—Estoy empezando a creer que las dos estáis en combinación. Y ahora Natasha ha comenzado a defender tu causa, pues se ha convertido en una de tus admiradoras. De hecho, Danika me cuenta que siempre desayunas con ellas. Me pregunto qué maldad estarán tramando. Nada bueno para mí, eso seguro.

—Tu situación no es tan grave como la haces aparecer, Sinnovea. Ali y Natasha siempre serán tus amigas incondicionales.

Sinnovea esperaba continuar con la curación de su espalda. Para tal fin había traído los frascos y varias toallas limpias en una bandeja que ahora estaba en la cama al lado de ella. Sólo esperaba que él se estirara a su lado, pero Tyrone se sentía inclinado a demorarse un poco. Hizo una pausa al lado de la mesa de noche para beber un poco del vino caliente que ella le había servido y para saborear la encantadora imagen que ella le regalaba. Lasa trenzas oscuras estaban sueltas y caían sobre los hombros y los pechos para ocultar de la vista aquello que la camisa de encaje dejaba entrever. Con la luz de las velas detrás de ella penetrando la delicada batista y definiendo el resto del cuerpo, Tyrone hizo todo lo que pudo para reprimir el impulso de arrojarla en la cama y satisfacerse en ella.

Esa tarde había sido la gota que colmó el vaso de la tolerancia de Tyrone. Estaba harto del tonto juego de la abstinencia que él mismo había creado y estaba decidido a buscar una forma de ponerle final. Tal vez lo más honorable fuera, antes de hacer el amor con su esposa, enfrentar al zar y confesar que su corazón había sufrido un cambio y quería retractarse de su petición, de ese modo en los años venideros no se sentiría inclinado a verse como un hombre cuya voluntad había sido esclavizada por los poderes irresistibles de la seducción femeninas. Sin embargo, le parecía bastante dudoso poder obtener una audiencia con el monarca antes de que los límites de su continencia se derribaran, pues esa posibilidad parecía apremiante después de lo que había sucedido por la tarde

—Tal vez debiera preocuparme por esos encuentros al alba entre Natasha y tú. —A pesar de su estrecha amistad con la condesa Sinnovea estaba molesta porque Tyrone había rechazado su oferta de acompañarlo durante el desayuno, pero disfrutaba de la compañía de su amiga.

—¿Por qué? —Tyrone la miró sin poder creer lo que escuchaba.

Sinnovea se encogió de hombros.

—Cuando una mujer ese tan hermosa como Natasha, la edad no importa. Además, nueve años no es una gran diferencia. Es obvio que te gusta más su compañía que la mía.

—Esa idea es completamente absurda, Sinnovea —le advirtió Tyrone con una risa incrédula. ¿Cómo podría pensar que algo así fuera verdad cuando nunca en su vida él había experimentado el tumulto emocional en el que ella lo sumía? En todos los días y meses que había pasado con Angelina, en los mejores y en los peores tiempos de la vida en común, ella nunca había logrado mantener su mente prisionera como la tenía ahora que había sido forzado a ocultarse para no caer ante la influencia de los encantos de su mujer. Desde el primer encuentro, lo opuesto había sido verdad con Sinnovea. Cuando ella se olvidó de él después que él la hubo rescatado y se había encontrado solo, sin caballo en el medio del bosque, la había insultado por su falta de compasión y si ingratitud. Desde el matrimonio, la frustración, la animosidad, el resentimiento y a veces la furia había convivido con las poderosas fuerzas de la pasión, el amor, la compasión, la suavidad, así como el creciente deseo de cuidarla y protegerla como cualquier marido amante haría con su mujer. Siempre tenía presente que ella era su esposa y que todas las aspiraciones que alguna vez había querido gozar podían ser suyas ahora simplemente tomándola... En ese preciso momento, decidió aplacarse.-aunque estuvieras preocupada por lo que Natasha y yo hablamos, Sinnovea, no tienes nada que temer. Parecemos tan inclinados como Ali a limitar nuestra elección de temas a uno en particular. De lo único que hablamos es de ti. —Con la copa en la mano hizo un gesto hacia ella para enfatizar el punto—. Entre Ali y Natasha, probablemente conozco más de ti que cualquiera de las dos por separado. Por lo que me ha contado Natasha, parece que has sido capaz de frustrar a unos cuantos seguidores, para no mencionar a varios diplomáticos franceses que cometieron la torpeza de pensar que eras una tonta sin instrucción que venía de las estepas de Rusia.

Sinnovea levantó su delicado mentón un tanto molesta.

—Entonces debes entenderme bastante bien ahora —observó con petulancia, ofendida por la aparente voluntad de Natasha de discutir enfrentamientos pasados que todavía le causaban resentimiento. No había estado bien predispuesta con esos patanes superficiales que la habían observado sin pudor y habían tratado de conversar con ella en un pobre ruso mientras que, en francés, criticaban con sus compañeros el escandaloso comportamiento de las boyardinas que se bañaban desnudas delante de hombres desconocidos en casas de baños públicas. Era obvio que deseaban tener una experiencia así con ella, pero en bien articulado francés había negado comprender sus torpes intentos en ruso, mientras en fluido inglés había comentado con Natasha que los consideraba unos provincianos que nunca se habían aventurado más allá de los puertos franceses excepto en esa particular ocasión. El hecho de que supiera que varios de ellos podían entender el inglés, le permitió dar el golpe de gracia final a su petulante arrogancia.

—La forma en que funciona tu mente es demasiado complicada para que un hombre simple como yo pueda entenderla —replicó Tyrone a su conjetura—. Sin embargo, tal vez yo no sea el único intrigado por tu comportamiento. Creo que hay veces que confundes por completo a Natasha y me atrevo a pensar que a ti misma también.

Sinnovea hizo una larga pausa de reflexión antes de admitir que tenía ese defecto.

—Es verdad que no siempre puedo discernir el verdadero sentido de mis emociones. A veces, mi respeto por una persona se reviste de sentimientos de afecto hasta que quien ha ganado mi estima trata de besarme o de sacar alguna respuesta tierna de mí y entonces siento que todo se da la vuelta y tengo que esconder mi repulsión porque la confianza y las esperanzas que tenía se han hecho trizas. Algunos fueron capaces de darse cuenta de que mi entusiasmo se desvanecía y me catalogaron con desprecio como la doncella de hielo. —Levantó las manos con el gesto de quien protesta por una herida inflingida.— “¡Es una doncella de nieve sin corazón!” se quejaban, tratando de satisfacer a su orgullo herido. “¡Es demasiado fría y reservada!”

Tyrone nunca habría hecho semejantes comentarios, pues había descubierto que lo opuesto era verdad. Sinnovea era demasiado cálida, viva y atractiva para él. Ni se lo ocurriría pensar en reprenderla por esas faltas específicas.

—Dime Sinnovea. Esa repulsión que mencionas... —La miró de cerca mientras presentaba la pregunta con sumo cuidado. —¿La experimentas conmigo, también?

El rostro de Sinnovea se suavizó con una sonrisa divertida que le curvó los labios.

—No, señor, y esa es la verdad. Estaba segura de que eras un sinvergüenza después de nuestro primer encuentro en la sala de baños, pero para mi gran desesperación, no podía alejarte de mi mente. Aunque hubiera preferido otra cosa, te convertiste en el salvador con el que alimenté mis fantasías. Aun ahora, comparo a otros contigo y los encuentro deficientes.

Tyrone se sorprendió por el extraño efecto que esa respuesta tuvo en su corazón. Desde el centro mismo de su ser se irradió una creciente calidez que le suavizó el ánimo y le cambió su opinión. Sin embargo, siguió con cautela pues temía ser engañado.

—Es un agradable cumplido el que me haces, Sinnovea. Si considero los muchos perseguidores que han tratado de conseguirte, podría sentirme alentado, pero es evidente que no te importó en absoluto las heridas que me causaste con tus maquinaciones.

Sinnovea levantó los ojos para encontrar los de él en una súplica silenciosa, reticente a terminar la noche con otra discusión. Tyrone no tenía necesidad de defensas verbales cuando esas dos enormes órbitas enmarcadas con pestañas de seda transmitían mucha más calidez y suavidad que las palabras. Con un suspiro de sometimiento, se abstuvo de más comentarios y dejó la copa en la mesa. Se quitó la bata y dio media vuelta para dejarla en una silla cercana sin notar la mirada apreciativa de su joven esposa.

En los últimos días, Sinnovea había conseguido la libertad de curar su espalda hasta el límite que había deseado y, al hacerlo, se había fascinado con la idea de ganarse el derecho de tocar y de mirar todo su cuerpo. Después de todo, era su esposo y le había otorgado ese particular privilegio aun antes de haber pronunciado los votos. Ahora deseaba ese derecho con su más ferviente ardor.

Cuando Tyrone se dirigió de nuevo hacia la cama se dio cuenta de inmediato de qué estaba mirando su esposa. El ataque de Aleta no lo había seducido más que esos curiosos ojos verdes que ahora lo observaban con audacia. Hizo un esfuerzo por respirar con normalidad mientras le gastaba una broma.

—Si la vista de mi desnudez te perturba, Sinnovea, tal vez pueda adquirir el hábito de usar una camisa de noche.

Sinnovea levantó el mentón y encontró la mirada que esperaba su reacción.

—Si te molestas en recordar la ocasión, Tyrone, encontrarás que una vez me diste permiso para que te mirara siempre que quisiera. ¿Te sientes mal si lo hago? —Sus ojos bajaron por un instante y con un sentimiento de satisfacción, respondió a su propia pregunta.— Sí, ya veo que sí, pareces muy susceptible. Tal vez, debas usar una camisa para dormir si te excitas tan fácilmente con mi mirada.

Con una sonrisa ladeada, Tyrone contestó a su sugerencia. La audacia de su esposa sólo aumentó el apetito que sentía y que debía contener sólo por un breve lapso más.

—No usaré una prenda de mujeres para ocultar esta evidente muestra de pasión insatisfecha. Que te sirva de recordatorio por tus sucios planes para privarme de masculinidad.

Molesta de que él volviera a recordar sus planes de seducción, Sinnovea lo reprendió:

—Sin duda, sin duda no puedes apartar sus pensamientos de allí...

—No son los pensamientos lo que tengo ahí —le informó Tyrone con una carcajada. Si no se hubiese divertido tanto con esa conversación y con el obvio interés que su mujer manifestaba en el tema, habría terminado allí mismo el examen y el discurso, pero le estimulaba saber lo atraída que estaba Sinnovea y no tenía intenciones de ocultarse de su mirada mientras se acomodaba al lado de ella en la cama—. Aunque debo reconocer que en los últimos tiempos mis pensamientos se han concentrado en eso.

Sinnovea cerró los ojos por un momento, tratando en vano de recuperar su aplomo. Cuando los volvió a abrir, levantó el mentón para indicar el área que estaba en discusión y replicó con el mismo tono sarcástico.

—He visto lo suficiente como para saber, marido mío, que te dejas llevar por tus apetitos como si una dulce doncella te tuviera aferrado con un enorme anillo de la nariz. Lo comprendí desde el principio, cuando me mantuviste cautiva en la piscina de baño.

—¿Te mantuve cautiva? —La ceja saltó abruptamente en señal de desafío a su reclamo. —Sólo estaba tratando de salvarte para que no te ahogaras.

—Si no me hubieras estado espiando, esa amenaza nunca habría existido —argumentó Sinnovea

—Pero la vista era tan irresistible, no podía siquiera pensar en negarme la oportunidad de admirarte.

—Me molestaste desde el primer día con la autorización para cortejarme. Ahora te mantienes lejos de este matrimonio como si fuera algo terrible, pero por lo que he podido percibir, coronel, es sólo tu orgullo lo que te retiene. Estás muy ofendido porque imaginas que has sido engañado, pero dime, mi querido compañero, ¿cuál es la diferencia entre nosotros? Tú te habías propuesto conseguirme para tu placer, mientras que yo tenía una verdadera necesidad y estaba dispuesta a entregarte lo que más querías para ver mi deseo cumplido.

—Una prostituta hace lo mismo —declaró Tyrone, perdiendo todos los signos de buen humor ante la lógica de su mujer. Sus ojos se oscurecieron al encontrar la mirada atónica de ella—. ¿Acaso no preparaste este juego para tu beneficio?

Sinnovea contuvo el aliento ante el insulto.

—¡Yo no soy una prostituta!

La réplica furiosa no se hizo esperar.

—¡No señora, sólo una virgen con el corazón de una prostituta!

—¡Me lastimas sin necesidad! —se quejó Sinnovea, demasiado cerca de las lágrimas—. ¡Y no tienes motivo! ¡Sabes que no he estado con nadie más que contigo!

Tyrone estuvo de acuerdo una vez más.

—¡Sí, pero tuve que pelear con tus perseguidores con un celo salvaje para que no me quitaran la vida! Son como una manada de perros salvajes que huelen a una perra en celo. ¿Debo creer que nunca alentaste a ninguno de ellos?

Durante un breve instante, Sinnovea lo miró sin poder pronunciar palabra de la indignación. Luego recuperó la voz y con todas sus fuerzas negó las acusaciones.

—¡Jamás!

—¡Me alentaste a mí!

—¡Tú tratabas de conseguirme!

—¡Sí! ¡Eso hice! Pero dime la verdad, Sinnovea, porque tengo la capacidad de leerte la mente. ¿Por qué me elegiste a mí entre todos los hombres que te deseaban? Cualquiera de ellos habría estado gustoso hacerte ese servicio, pero ¡me elegiste a mí para que lo hiciera! ¿Puedes explicarme tus razones? —Sacudió la cabeza en gesto burlón mientras continuaba. El comandante Nekrasov te habría hecho el amor y habría estado más que dispuesto a casarse deprisa...

—Mientras que tú te inclinabas más a disfrutar del placer y huir antes de pagar lo que debías —replicó Sinnovea con una muestra comparable de desdén.

—¡No me conoces en absoluto, condesa!

—¡Eso es verdad!

—¡Y estás cambiando de tema! ¿Acaso no puedes decirme por qué me elegiste a mí?

Sinnovea sacudió la cabeza, frustrada y furiosa, hasta que las largas trenzas se desparramaron sobre sus hombros. Una vez más trató de defender su posición.

—Desde el comienzo no mostraste ningún pudor en esconder tu deseo de disfrutar de mí, mientras que el comandante Nekrasov nunca hizo un avance en ese sentido. —Su respuesta era la verdad, pero sólo en parte. Las atenciones de Tyrone la habían excitado desde el principio, aun antes que el hombre que las hacía. ¿Por qué no podía entender que lo que sentía por él había sido en gran parte lo que la había impulsado a elegirlo en lugar de a todos los otros?

Tyrone la miró fijo, lejos de quedar satisfecho con la respuesta.

—Nunca hice ningún avance impropio hasta que fui engañado deliberadamente y creí que querías mis atenciones.

—No, pero me trasmitiste con claridad lo que tenías en mente. Me dijiste muchas veces que querías cortejarme.

—¿Fui el primer hombre en decirte eso?

—¡Fuiste el más persistente!

—¿Y? Me elegiste sólo porque fui el más persistente, y sin embargo creo recordar que te quejaste del príncipe Alexéi y de las acciones de Ladislaus. Si ellos también estaban tan ansiosos por poseerte, entonces me inclino a pensar que hubo otros que tuvieron el mismo celo.

—¿Qué quieres de mi? ¿Mi sangre? —gritó Sinnovea exasperada, y se arrojó sobre la almohada, negándose a pronunciar una palabra más.

Tyrone la había acosado a propósito esperando escuchar algo bastante diferente de lo que ella le había dicho, pero sus respuestas lo habían dejado intranquilo. Furioso, tomó la bandeja donde estaba el ungüento y la arrojó sobre su mesa de noche. Se extendió hasta los pies de la cama y cubrió a los dos con las mantas.

Sinnovea no pudo pasar por alto la irritación de su esposo, pues su respiración entrecortada le recordaba la rabia que estaba sintiendo. Con el mismo cuidado que hubiera tenido con una bestia salvaje que apoyara su largo y poderoso cuerpo cerca de ella en espera del momento oportuno para atacar, se apartó de él hasta el borde de la cama que se convirtió en su refugio. Pasó una hora y ninguno de los dos había encontrado alivio. El daba vueltas y vueltas, clara señal dela inquietud que sentía. Ella, finalmente, se incorporó apoyándose en los codos y lo miró.

—Ninguno de los dos puede dormir porque estamos enfadados el uno con el otro, y con todo lo que tienes que hacer mañana, necesitas descansar. ¿Te ayudaría si te paso el bálsamo por la espalda?

—¡No! —La respuesta de Tyrone fue breve y dura, pues estaba verdaderamente molesto con ella por haber vuelto a despertar todas las emociones que había estado tratando de reprimir.

Con la dolorosa sensación de alejamiento de él, Sinnovea rodó en sus espaldas y se cubrió la cara con el brazo, sin esforzarse por detener las lágrimas que corrían por sus mejillas. Si no hubiera temido que la reprendiera, le habría dado una respuesta que lo habría sombrado, pero parecía que no había posibilidad de zanjar la brecha que los separaba.

Al darse cuenta de que la negación a la oferta que ella le había hecho había sido demasiado cortante, Tyrone se levantó por encima de ella para ofrecerle una disculpa por su mal humor. Pero cuando vio las lágrimas que corrían profusamente por las mejillas de su esposa, comprendió que no se había comportado mejor que un temible ogro. Le dolía verla llorar y con un profundo suspiro se arrepintió de su ánimo oscuro, pues sabía que ella tenía razón. Nunca sería capaz de dormir hasta que la discusión quedara atrás.

Se deslizó cerca de ella, le apartó el brazo de la cara, a pesar de la lucha por dejarlo allí y luego la rodeó con el brazo mientras sus ojos dibujaban su perfil.

—Sinnovea lo siento. No fue mi intención ser tan duro contigo. —Se incorporó y, con el pulgar, limpió los arroyuelos que corrían por su rostro con remordimiento por haberla tratado tan injustamente. Su aliento le rozaba la cara mientras la miraba fijamente, pero los párpados delicados temblaban con los esfuerzos de Sinnovea por evitar los ojos de su marido. —¿No puedes entender, Sinnovea, que después de desearte con desesperación y quererte para mí, mi temperamento se inflamó al saber que sólo querías usarme por un tiempo antes de abandonarme? No tengo forma de saber si debo confiar en mis sentimientos cuando estoy contigo. Angelina también me prometió serme fiel en el matrimonio, y sin embargo...

Los ojos verdes se ensancharon de horror, y Sinnovea se apartó de él como si hubiera sido picada por un insecto. Desde el borde de la cama donde se balanceaba en equilibrio precario, lo miró con temor, olvidándose de las lágrimas.

—¿Me estás diciendo que estás casado con otra? —Golpeó el aire con el puño cerrado, advirtiéndole que debía guardar distancia mientras él se estiraba para traerla junto a su cuerpo. Un grito de indignación le desgarró la garganta.— ¡Me engañaste! ¡Me hiciste creer que no tenías esposa! Y todo este tiempo hiciste el papel de hombre herido, ¡tú fuiste quien me mintió y se burló de mí!

—¡Sinnovea! ¡No es lo que piensas! —Tyrone reconoció el pánico de su mujer, se acercó a ella, y la habría tomado de los brazos, pero ella se apartó con una mirada de odio y desdén.

—¡No me toques, rata mentirosa!

—¡Maldición, Sinnovea, escucha! —rugió y la tomó de los brazos, sacudiéndola mientras le ordenaba que prestara atención a sus palabras— ¡Estuve casado en Inglaterra hace varios años, pero mi esposa murió antes de que viniera aquí! ¡Tú eres la única esposa que tengo en este momento!

El dolor agudo y punzante que la había partido y se había mezclado con la perturbadora sensación de haber sido cruelmente traicionada lentamente se convirtió en una sensación de alivio. Era como si le hubieran devuelto la vida, como si hubiera estado muerta y ahora hubiera resucitado.

De pronto, otro pensamiento surgió en su mente y con cuidado examinó el rostro apuesto que tenía tan cerca.

—¿Tú eres el hombre de quien hablaste hace unos días, no es cierto? ¿El esposo cuya mujer lo traicionó con otro...?

—Sí, ese soy yo.

—¿Cómo pudo traicionarte una mujer? —preguntó Sinnovea asombrada. No podía siquiera imaginar a la más vil de las prostitutas buscando a otro si tenía semejante hombre por marido.

Tyrone se alejó a su lado de la cama y dobló un brazo debajo de su cabeza mientras se apoyaba en la almohada. Durante un largo rato, observó el baldaquino que tenía sobre la cabeza hasta que Sinnovea se acercó y se colocó a su lado. Al percibir su mirada inquisidora, se dignó a encontrar sus ojos y, con una sonrisa triste, comenzó a hablar.

—Agenlina era más joven que yo cuando nos casamos. Si viviera, tendría tu edad ahora. Aun antes de que le permitieran tener seguidores, ya había muchos hombres a su alrededor esperando para pedir su mano. La favorecía que su padre tuviera dinero y entregara una buena dote. Cuando alcanzó la edad apropiada, pasó mucho tiempo en la corte y tuvo los mejores candidatos. Nuestros padres eran vecinos, sabes, y yo veía todo esto desde lejos, pues no la consideraba más que una niña.. Un día ella me vio cazando y vino cabalgando para hablar conmigo, tal vez para mostrarme que había crecido desde la última vez que nos habíamos visto. Era inteligente, encantadora, hermosa, todo lo que un hombre puede querer en una esposa. Me dijo que desde que era niña había soñado que un día se convertiría en mi esposa y se había impuesto como meta obtenerme después de haber sido testigo de varios de mis cortejos a otras mujeres durante años. Se consagró a la tarea de minar mi resistencia hasta que finalmente me declaré. Me casé con ella sin darme cuenta de que ella podría aburrirse con mis frecuentes ausencias después de haber sido tan atendida y cortejada por otros pretendientes. Ya conoces el resto. En el tercer año de matrimonio, mientras estaba en una campaña, me traicionó con otro hombre que empezó a hacer bromas acerca de la aventura después de que ella le dijo que esperaba un hijo de él. La ridiculizó por haberlo tomado en serio y se vanaglorió delante de otros de su hazaña y del bastardo que crecía en el vientre de su amante. Cuando regresé a casa, encontré a Angelina tratando de esconder su estado a todo el mundo, aunque para ese entonces ya estaba bastante grande.

—No dices nada de amor; sin embargo, yo siento que ella te importaba mucho —lo interrumpió Sinnovea.

—Me importaba como cualquier mujer le importa a su marido —concedió Tyrone, pero hizo un esfuerzo para no agregar: “Pero tú me importas mucho más”.

—Yo soy tu esposa —le recordó Sinnovea con timidez —. ¿Hay alguna diferencia?

—Sí. —Tyrone se permitió un solo gesto y esa palabra como respuesta. No se atrevió a dar más explicaciones. Temía que si ella sabía cómo su corazón atesoraba hasta la más pequeña de sus sonrisas ella usara eso para causarle un profundo dolor.

Sinnovea no estaba demasiado tranquila con esta pequeña concesión, pero estaba dispuesta a alentar ese afecto. Con el encanto de una esposa cariñosa, se acercó a su costado y le apoyó un brazo en el pecho y la cabeza en el hombro.

—¡Estoy contenta, Tyrone! —suspiró con suavidad—. Me gusta ser tu esposa. Lo único que deseo es que las cosas mejoren entre nosotros.

Tyrone se sintió como un hombre al que le sacudieran la tierra bajo sus pies. Esa no era la declaración de una muchacha egoísta y despreocupada, como la que él estaba convencido de conocer. Sin embargo, aunque tenía la esperanza y la determinación de dejar de lado la abstinencia, no se atrevía a ventilar sus sentimientos todavía, por temor a que ella usara sus encantos para tentarlo más allá de su capacidad de resistir.

—Dentro de muy poco tiempo, iré tras Ladislaus —le informó—. Tengo toda la intención de traerlo a él y a otros miembros de su banda ante la justicia. No sé cuánto tiempo estaré lejos.

—Te extrañaré —dijo Sinnovea en voz muy baja mientras trataba de contener las lágrimas que le nublaban la vista.

—Natasha te hará compañía durante mi ausencia y hará que los días parezcan más cortos.

Temerosa de que se le quebrara la voz, Sinnovea hizo un gesto con los hombros. Amaba a Natasha, pero prefería tenerlo cerca a él.

—Voy a estar libre pasado mañana —murmuró Tyrone mientras giraba su cabeza para contemplar las trenzas onduladas—. Si no tienes nada mejor que hacer, ¿me enseñarías tu idioma?

Ansiosa por tener una oportunidad de pasar un tiempo a solas con él, Sinnovea asintió contra su hombro. Mientras Tyrone volvió a extender las mantas sobre sus cuerpos y la acercaba con el brazo, ella se hundió bajo las mantas y se estiró, sin preocuparse de que su camisa dejara los muslos al descubierto. Apoyó una mejilla contra el pecho de su marido y, con los dedos, comenzó a juguetear con el vello enrulado que crecía alrededor de la tetilla. Frotó la cara contra la mata oscura y apenas rozó con los labios la protuberancia rosada antes de llevar la cabeza hacia abajo para ocultar una sonrisa. Una vez más apoyó la mejilla contra el pecho de Tyrone consciente de su excitación, pero satisfecha de dejarlo en lucha con sus emociones. Al menos podía estar segura de que todavía tenía la habilidad de encender sus pasiones.

Tyrone rugió mentalmente y buscó alguna defensa contra su coquetería. Levantó el brazo que la rodeaba y rodó hacia su lado interponiendo entre ellos la barrera de su espalda. Los propósitos de Sinnovea sólo se vieron interrumpidos por un momento. Una vez más se acercó a él, esta vez, colocando sus muslos contra los glúteos desnudos y presionando sus pechos sin ataduras contra la espalda de su esposo.

Con sólo la delgada tela de la camisa entre los dos y todas y cada una de las curvas remarcadas con el propósito de atormentarlo, Tyrone quedó privado de todo pensamiento cuerdo excepto uno, y ese era la comprobación de que había sido un perfecto estúpido al imaginar que podía negarse al tesoro que había deseado con tanta ansia.