17

EN el silencio de la noche, un ruido creciente captó la atención de Alexéi, que levantó la cabeza para escuchar el sonido de ruedas y cascos trepidantes que anunciaban la cercanía de un coche y una enorme partida de jinetes. Gritos y órdenes acompañaron la llegada del vehículo y su escolta delante de la casa del coronel, y un momento después, se escuchó la voz de Ladislaus desde abajo.

—Puede venir, Su Alteza Benemérita. — El desprecio de su voz era demasiado evidente para no ser detectado. — ¡Hemos atrapado al inglés!

Las palabras del gigante hicieron trizas la confianza de Sinnovea, cuyo corazón se heló de miedo. Estaba tan segura de que Tyrone escaparía, pues su habilidad parecía superar a la de la mayoría de los hombres, pero ahora que tenía que enfrentar su captura y las consecuencias de las amenazas de Alexéi, lo único que podía hacer era temblar en espera de lo que él y los asaltantes de caminos pudieran intentar.

—¡Ahora verás! — Alexéi se regodeó en su triunfo con una risotada.

Tomó del brazo a Sinnovea con crueldad y la arrastró detrás de él escaleras abajo. El coche alquilado se había detenido delante de la casa, donde Ladislaus ahora esperaba con Petrov y varios de sus hombres. Otra veintena de bandidos o más estaban montados en sus caballos detrás del coche.

Enfrentada a la vastedad del número de hombres contratados, Sinnovea entendió por qué Tyrone no había tenido éxito. Había suficientes ladrones como para formar una tela de araña humana alrededor de una amplia área,,reduciendo las posibilidades de escape. Era evidente que Alexéi había prometido a Ladislaus y a sus hombres una buena paga para que llevaran a cabo sus órdenes de un modo u otro.

Los largos dedos de Alexéi sujetaron con fuerza el brazo de Sinnovea y le causaron un agudo dolor mientras la empujaban contra el vehículo. Con una mano apoyada en la pared exterior del coche, se inclinó hacia ella e hizo una mueca de satisfacción al apretarle la delgada muñeca, haciéndola retorcerse en silencioso dolor.

—Te advierto, mi pequeña. Si intentas algo, te prometo que todo será peor para el inglés.

Al ver la intimidación, Ladislaus se colocó al lado de ellos, y con una mirada cínica en sus pálidos ojos contempló con fijeza al boyardo hasta que logró conseguir su atención. Luego, divertido por la mirada molesta del príncipe, le sonrió y abrió la puerta del carruaje.

—Su presa está dentro, gran príncipe Alexéi — le anunció señalando con el pulgar — . Está bien atado, como un pavo que espera ser puesto al asador, justo como usted lo quería. Ahora no hará más daño.

—¡Excelente! — exclamó Alexéi con vigor.

Con una mezcla de terror y repulsión, Sinnovea se soltó de la mano tenaz de Alexéi y lo empujó con todas sus fuerzas logrando tomarlo por sorpresa. El príncipe se tambaleó hacia atrás, y Sinnovea se dio la vuelta sin perder un momento para escurrirse en el oscuro interior del coche. De inmediato, Alexéi recuperó el equilibrio y a gritos ordenó a los bandidos que aseguraran las puertas del otro lado para que no escapara y se lanzó también al interior del vehículo. La tomó del brazo para detener su huida, pero pronto se dio cuenta de que no había necesidad de usar la fuerza.

La imagen de Tyrone tan rígido como un muerto congeló la mente de Sinnovea con un horrible temor. Con un gemido de desesperación, se hundió de rodillas al lado del asiento en que yacía el coronel, de lado con las muñecas y los tobillos atados y ligados con una única soga de cuero. Semejante precaución intentaba restringir al máximo su movilidad contra la amenaza de que lanzara un ataque al despertarse, lo cual le aseguraba a la joven que, al menos, estaba vivo.

Temerosa por la seriedad de sus lesiones, Sinnovea buscó una herida abierta debajo de su camisa y en el torso. Sus esperanzas se vieron por un momento recompensadas, pues no encontró ninguna evidencia. Pero su preocupación se intensificó y se convirtió en pánico cuando sus dedos se deslizaron por el cabello revuelto para tocar una protuberancia hinchada cuyos bordes estaban pegajosos de sangre. Un gemido escapó de sus labios cuando levantó la mano delante de su rostro y contempló la mancha oscura que brillaba, húmeda, en la penumbra.

—Esto es sólo el comienzo — la azuzó Alexéi, reconociendo sus crecientes temores. Su arrogancia se veía aumentada por el poder que ahora tenía entre sus manos. Mientras el inglés fuera su rehén, podía hacer que la muchacha se arrodillara ante él para pedirle clemencia. Se prometía que antes de terminar con el hombre la tendría a sus pies. Paso a paso, se vengaría del coronel y la reduciría a ella a una masa temblorosa de temor — . Consuélate, mi querida. Tu adorado coronel todavía está vivo, pero pronto deseará la muerte.

—¡No puede echarle la culpa por lo que yo hice! — gritó Sinnovea girando de un salto para mirarlo a los ojos.

—Sí que puedo, Sinnovea — le aseguró Alexéi casi con placer. Levantó sus anchos hombros con indolencia mientras el coche se ponía en movimiento. Hasta en la luz plateada de la luna, podía ver las lágrimas que le humedecían los ojos y creaban canales brillantes en su rostros. Lo irritaba más allá de toda medida que ella pudiera demostrar tanta preocupación por el coronel cuando no había sentido el más mínimo remordimiento por las heridas que le habían infligido a él. Todavía su nariz era sensible al tacto, para no mencionar el pequeño promontorio que se le había formado sobre la fractura, deformando sus facciones aristocráticas — . El coronel Rycroft me ha quitado un placer muy especial que me había reservado, querida, y por esa razón, voy a hacerlo pagar. — Rió sombríamente mientras se inclinaba hacia ella para prometerle: — Y tú serás testigo de todo, mi hermosa Sinnovea, como parte de tu castigo.

Los ojos verdes se helaron de odio.

—¿Reservado para usted, Alexéi? Pensé que su intención era guardarme sin mancha para el príncipe Vladímir.

Alexéi se pasó un dedo por el bigote en postura de arrogante confianza.

—Le habría permitido a su esposo el primer bocado, pero no sé, tal vez no.

Sinnovea contuvo la lengua, sabiendo que sólo lo provocaría más si ventilaba los epítetos que consideraba justos. Con la idea de sentarse a su lado, levantó la cabeza de Tyrone con sumo cuidado y se deslizó en el asiento sin preocuparse si su sangre le manchaba el vestido al acomodarlo sobre su regazo.

—¡Qué gentil y dulce eres con él! — la ridiculizó Alexéi — . Una vez que informe al coronel que no fue más que un peón en tu frívolo juego, estoy seguro de que se sentirá en deuda contigo. Sin duda querrá hacerte un homenaje por tu astuto plan cuando le arranque de su ingle las joyas de su masculinidad.

Sinnovea se llevó una mano temblorosa a la garganta y apartó el rostro, atormentada por la amenaza y por el papel que había jugado en entregar a Tyrone a las manos de su enemigo. Supo que no iba a ser capaz de vivir en paz consigo misma si Alexéi cumplía lo que había prometido. Para calmar su conciencia, sería mejor que el torrente de la oscura venganza cayera sólo sobre su cabeza.

Con sus hermosos labios curvados en una mueca de desprecio, Alexéi se inclinó hacia adelante para atormentarla un poco a ver si así podía aplacar parte de su rabia y sus celos.

—¿Sabes lo que eso significa para un hombre, Sinnovea? — Se tornó explícito y vulgar en sus palabras consiguiendo que la joven se ahogara con su aliento y pusiera un gesto horrorizado. Tal vez podría sólo haber imaginado la mancha profunda que cubrió sus mejillas, pero le satisfacía pensar que sus groseros comentarios habían logrado que se sonrojara tanto que se lo notaba aun en las sombras. — Ya no eres una inocente, Sinnovea, de modo que sabes que lo que digo es verdad. Nunca volverá a tener la misma capacidad, y no podrás echarle la culpa a nadie, excepto a ti misma. Te lo advertí, pero no quisiste escucharme. No será nada más que un inútil eunuco cuando termine con él.

Si Sinnovea hubiera sido capaz de mantener la más mínima esperanza de que Alexéi escuchara sus ruegos de clemencia, se habría puesto de rodillas delante de él y le habría suplicado que liberara a Tyrone, pero era claro que el príncipe tenía un ánimo vengativo y no se contentaría hasta que sus amenazas se llevaran a cabo. Sabía que no las hacía en vano y, a pesar de que buscaba frenéticamente alguna forma de que Tyrone escapara de esa situación comprometida en que ella lo había metido, era consciente de que con cada vuelta de las ruedas ella y su valiente perseguidor desmayado se acercaban al momento de la verdad.

Cuando el vehículo dobló en el sendero que llevaba a la mansión de los Taraslov y se detuvo delante de ella, Sinnovea se dio cuenta de que no estaba ni física ni mentalmente preparada para enfrentar la perturbadora masacre que Alexéi había planeado para ellos. Estaba abrumada por la angustia de haber diseñado la diabólica estratagema que los había llevado a ese final, y no tenía la más mínima duda de que, si pudiera arreglar las cosas casándose con el príncipe Vladímir, estaría feliz de que la boda se concretara en ese mismo momento.

Ladislaus y sus hombres desmontaron y rodearon el coche, como si esperaran que el inglés estuviera despierto y enfurecido. Probablemente experimentaron un gran alivio cuando lo vieron insensible e incapaz de presentar batalla.

Alexéi ordenó a cuatro de los corpulentos ladrones que llevaran al prisionero al establo y que lo colgaran de los cabestros. Como medida de seguridad, Ladislaus ordenó a varios más que se quedaran de guardia con sus pistolas preparadas en caso de que el coronel se recuperara antes de que estuviera bien atado.

Alexéi apenas consideraba la idea de que Sinnovea pudiera escapar ahora, pues parecía tener la intención de seguir la procesión que él encabezaba. Su atención se centraba en dar órdenes a sus contratados y estaba tan complacido con esta tarea que no notó que una figura diminuta se escurría por detrás de unos arbustos mientras él y los hombres de Ladislaus pasaban con su carga. Tampoco se dio cuenta de que la pequeña sombra se acercó a Sinnovea y la tomó del brazo para llevarla detrás del mismo arbusto.

—¡Ali! — Aunque la palabra emitida no fue más que un leve susurro, Sinnovea podía haber gritado de alegría el nombre de la criada, tan sobrecogedor era el alivio que sintió al ver a alguien que pudiera ayudarla. — ¿Por qué estás aquí todavía?

—Como es obvio, señora, Stenka se está tomando su tiempo para venir a buscarme. — La irlandesa miró con curiosidad a los hombres que se alejaban. — ¿Qué está haciendo esa bestia de Ladislaus aquí? ¿Y el príncipe Alexéi con él?

—¡Ali, debes ayudarme! — Sinnovea no tenía tiempo para responder las preguntas de la mujer. — El coronel Rycroft está en grave peligro.

—Bueno, me lo imaginaba, viendo cómo lo custodian todos esos hombres — comentó la criada con sequedad. Ali miró a su alrededor observando a los cuatro que entraban al cautivo en el establo — . Pero no tengo la menor idea de qué puedo hacer para salvarlo de esos animales.

—TÚ eres mi única esperanza, Ali, de modo que escucha bien — le ordenó Sinnovea — . Debes irte rápido de aquí y detener el coche en la calle antes de que estos hombres te vean. Una vez que encuentres a Stenka, haz que te lleve de inmediato al palacio del zar y urge al guardia que busque al comandante Nekrasov. Dile al comandante que Ladislaus está aquí en la ciudad y que el coronel Rycroft está en peligro. Es imperativo que una fuerza de hombres venga de inmediato en su rescate. ¿Me entiendes?

—Sí, por supuesto, corderita — susurró Ali —, pero tengo que irme ahora. ¡Me parece escuchar a Stenka! — Con rápidos movimientos llegó a la calle en el momento en que el carruaje doblaba para tomar el sendero que llevaba a la mansión.

Ahora, con una pequeña esperanza de que Tyrone fuera rescatado, Sinnovea tomó sus faldas y corrió detrás de los hombres que se apiñaban en el interior del establo para ver cómo se administraba justicia en el cuerpo del inglés. Habían encendido algunas lámparas en varios lugares y Sinnovea se deslizó a través de una estrecha brecha en las filas de los bandidos hasta que alcanzó el espacio abierto donde se encontraba Alexéi. Al ver su altivez, Sinnovea sufrió un ataque de pánico, pues percibió su excitación. El príncipe la enfrentó e hizo una mueca de satisfacción mientras qué con la mano la invitaba a adelantarse.

—Llegas justo a tiempo, Sinnovea. — Le señaló el largo cuerpo suspendido de un cabestro. — Estábamos a punto de despertar a tu apuesto amante con un baño frío. ¿Te gustaría admirarlo un momento más antes de que esté mutilado y dañado para siempre?

La fuerza se escurrió de los miembros de Sinnovea mientras sus ojos corrían en busca de Tyrone. Su cabeza colgaba, como sin vida, entre sus brazos desnudos, mientras que sus tobillos estaban separados y encadenados a un par de pesados yunques, colocados a poca distancia de cada uno de los lados. Sólo vestía el par de calzas que llevaba debajo de tos pantalones, pero ahora, con su cuerpo estirado hacia arriba, la prenda caía a la altura de las caderas, apenas preservando su pudor.

Sinnovea emitió un gemido angustiado cuando Ladislaus levantó una mano y tomó un mechón de cabello corto y tiró la cabeza del cautivo hacia arriba. Con una mueca de burla la dejó caer de nuevo, y un momento después, un cubo lleno de agua se derramó sobre el rostro de Tvrone, llevándolo a un estado de semiinconsciencia. Su cabeza colgaba sin fuerzas entre los hombros mientras el agua caía en cascadas por su cuerpo, mojando las calzas que se le adhirieron por completo al cuerpo. Una vez más llenaron el cubo y lo descargaron sobre el rostro del cautivo. Pero esta vez lograron despertar a Tyrone, que no pudo contener su sorpresa. Pequeñas gotas de agua se esparcieron por el establo cuando sacudió la cabeza y miró a su alrededor. Su mirada se suavizó por un momento al detenerse en Sinnovea, pero sus ojos se endurecieron con rapidez al notar el oscuro golpe que le teñía la mejilla y la cortadura que le hinchaba el labio inferior.

Alexéi dio un paso hacia adelante con desenvoltura y acercó una lámpara de aceite a la cara del inglés para verlo mejor.

—Muy.bien, coronel Rycroft, por fin nos conocemos.

—Evitemos las presentaciones — gruñó Tyrone y entrecerró los ojos contra la luz para mirar al hombre con su mirada penetrante — . Ya sé quién es usted. Es el escuerzo que trató de obligar a la condesa Sinnovea a que le brindara placer. Debe molestarlo sobremanera el pensar que ella me prefiere a mí antes que a usted.

Alexéi rió con una mezcla de odio y desprecio.

—Por mucho que a usted le moleste, debo decirle que ella sólo lo usó para conseguir sus propios fines. Hace unos días apenas, la condesa, que estaba a mi cargo, quedó formalmente comprometida con el príncipe Vladímir Dmítrievich. Juró que se vería degradada por gente como usted antes de someterse al matrimonio. Así que como ve, mi amigo, usted ha sido engañado para que creyera que ella se preocupaba por usted. Fue sólo un ardid que inventó para liberarse de un acuerdo matrimonial que aborrecía.

Tyrone tornó sus ojos hacia Sinnovea, sintiendo que el dolor de la traición le penetraba como una espada de acero bien afilada. Aunque ella se adelantó abruptamente y luchó en vano por decir las palabras que se le atragantaban en la boca, él supo de pronto que todo lo que había dicho Alexéi era verdad. ¡Había sido utilizado! ¡Engañado! ¡Tratado corno un tonto! Y ahora tendría que pagar por eso!

Los ojos azules se alejaron de ella con frialdad y se dirigieron a los rostros feroces de los hombres que lo observaban con detenimiento. Había escuchado las risotadas cuando alguien hizo la traducción al ruso, y ahora que miraba a su alrededor reconocía a varios hombres de su primer encuentro con la banda de Ladislaus. Era obvio que estaban bendiciendo la buena fortuna de haberlo capturado por fin.

—Así que ahora me tiene en su trampa. — Miró a Alexéi al hacer esta declaración. — ¿Qué piensa hacer conmigo?

—Oh, me he reservado un castigo muy especial, coronel, uno que estoy seguro de que va a lamentar para siempre, pero servirá para recordarle la locura que cometió al mancillar a una boyardina rusa. En realidad, amigo mío, después de esta noche, nunca podrá volver a hacer el amor a otra mujer mientras viva. Después de recibir los merecidos azotes, será castrado y la muchacha estará obligada a mirar.

Tyrone apretó los dientes mientras intentaba liberar sus piernas para darle de lleno al hombre en medio de la cara. Un grito de advertencia vino de uno de los hombres de Ladislaus, pero los pesados bloques de hierro sólo se movieron un poco y se resistieron a salir disparados hacia adelante a pesar de la enorme fuerza de Tyrone. De todos modos, Alexéi se alejó a una distancia segura y miró al coronel con ojos que, por un momento, revelaron cierto atisbo de temor. Cuando recuperó su aplomo, Alexéi hizo una señal tajante al individuo alto y fornido que se había desnudado hasta la cintura para descubrir un pecho macizo cubierto de grueso vello renegrido. Era el Goliat que una ve: había hecho volar el casco del coronel de su cabeza. Ahora parecía que encontraba un placer personal en ser el encargado de castigar a su adversario.

El Goliat portaba un látigo de varias lenguas y se acomodó en un punto atrás, a la derecha de Tyrone.

—¡Prepárate, inglés! — gruñó — . Las armas que suelo usar son cuchillos, puñales, pero puedo asegurarte que desearás un final rápido cuando termine contigo.

Alexéi sonrió en ansiosa anticipación. Separó los pies y cruzó los brazos como un sultán de piel cetrina mientras esperaba el primer latigazo. E titán llevó su brazo hacia atrás y sacudió el azote para prepararse.

—iN000000! ¡Por favor! ¡No lo haga! — Sinnovea se arrojó a los pie; de Alexéi y entre sollozos le suplicó: — ¡Ha ganado, Alexéi! ¡Me entregaré a usted! ¡Por favor, se lo ruego! ¡Me entregaré a usted! ¡Pero por favor, no lo las time!

—¿Piensas que me conformaré con los restos? — replicó Alexéi mientra la miraba — . ¡Fuiste una de las tantas conquistas del coronel, querida mía! ¿No lo sabes acaso? Acostarse con todas las doncellas que se le cruzan por el camino es lo mejor que hace un soldado cuando no está persiguiendo al enemigo. ¡No se pueden contar todas las otras que tu precioso coronel ha llevado s la cama antes que a ti! ¡Pero, no! ¡Tenías que entregarte a él! Bueno, ahora no te quiero. Después de esto, en lo que a mí concierne, puedes darle placer a Ladislaus y pertenecerle a él. Será el castigo adecuado por ignorar mis advertencias. — Levantó la cabeza y miró, inquisitivo, al jefe de los ladrones. — ¿Qué dices, Ladislaus? ¿Será suficiente paga para ti?

La cabeza de Sinnovea dio un salto hacia atrás para observar, con horror, al inmenso rubio cuyos ojos de hielo brillaban sobre una enorme sonrisa — iOh, Mi Elevado Príncipe! — exclamó en tono burlón — . Después de que el coronel haya recibido su merecido, ella será más que suficiente para mí. Sin embargo, mis hombres recibirán oro en pago, como usted lo prometió. Volviendo a enfrentar a Alexéi, Sinnovea no pudo contenerse. — ¡No se atrevería a cometer semejante acto! El zar...

Alexéi interrumpió lacónicamente.

—La condesa Andréievna era responsable por usted durante la ausencia de mi esposa. Si ella permitió que usted se escapara con el inglés, y ninguno de los dos volvió a ser visto... entonces la culpa de su desaparición recaerá sobre Natasha. Es todo lo que el zar sabrá sobre este asunto.

Sin darle importancia a ella, Alexéi inclinó la cabeza al bruto con el pecho desnudo que llevó el látigo hacia atrás. Un instante después cayó el arma, en el momento en que una mueca de dolor se dibujaba en el rostro de Tyrone y un sollozo escapaba de los labios de Sinnovea que se arrojó entre su amado y el hombre encargado del castigo. Con sus delgados brazos se aferró a la cintura del coronel y se mantuvo como escudo, atreviéndose, con la mirada a desafiar al resto de los hombres. Pero su protección fue rechazada por el principal interesado.

La furia de Tyrone era suprema; vio las sonrisas burlonas de sus enemigos a través de una niebla rojiza de rabia, pero no hubo necesidad de que ellos lo llamaran tonto por haber permitido que la condesa jugara con él. El dolor palpitante en su espalda no tenía comparación con el que vibraba dentro de su corazón y su cerebro. Apretó los dientes de un modo casi salvaje y la empujó de su lado con una sacudida de su cuerpo.

—¡Maldita perra! ¡Vete de aquí! Aunque estos salvajes quieran despellejarme vivo, no aceptaré nada de ti, menos que nada tu piedad y tu protección. En lo que a mí respecta, ¡Ladislaus puede poseerte! ¡Con mi más sincera bendición!

Alexéi rió divertido mientras contemplaba el hermoso rostro de la condesa completamente demudado.

—Parece que ninguno de nosotros te quiere más, Sinnovea. Eso debe de ser una nueva revelación, que no sólo uno, sino dos hombres rechacen tus atenciones. — Tomó un rastrillo y, blandiéndolo como una espada, la alejó más del coronel, temeroso de acercarse demasiado al hombre. — Ahora vuelve a tu lugar y deja que este individuo termine con su tarea. Aprende de su ejemplo y aprieta los dientes contra el dolor del rechazo. Conténtate con que Ladislaus todavía te acepte.

Con un gesto imperioso, Alexéi ordenó al Goliat que continuara, pero se retiró a una distancia prudencial antes de que cayera el segundo azote. Cegada por un torrente de lágrimas, Sinnovea trastabilló hasta una esquina oscura donde se recogió en silencio, agonizando de angustia cada vez que la tira de cuero repetía su descenso vengativo. No escuchó ningún sonido, ninguna súplica de piedad o perdón salida de los labios de Tyrone, a pesar de que colgaba, indefenso, delante del látigo. Pero cada golpe que se descargaba en la espalda rasgada la atravesaba con la misma crueldad.

Aunque se cubrió la cabeza con los brazos mientras continuaban los azotes, Sinnovea no pudo contener los violentos temblores convulsivos. Había perdido la cuenta de su propio tormento infinito, pero tenía conciencia de la ominosa repetición del castigo. Cada vez que caía el látigo, se estremecía de horror, luego comenzaba a agitarse por el agonizante temor mientras el arma se replegaba para volver a caer. La tensión parecía imposible de soportar y su espíritu se debilitaba bajo el cruel y terrible castigo que se le había impuesto.

Tyrone colgaba ahora de sus cadenas sin fuerza siquiera para levantar la cabeza, pero su valor y su espíritu no habían sido todavía doblegados. Su demostración de tenacidad inquebrantable capturó la reticente adminiración de aquellos que habían tratado de imponer su propia justicia en su cuerpo. Ladislaus y sus seguidores eran una banda de marginales que habían vivido y peleado durante muchos años con el olor de la muerte al acecho. Habían sufrido lo peor que el coronel tenía para darles. Algunos habían muerto bajo su espada, pero había sido un destino honorable, con el arma en la mano. En sus mentes consideraban que el valeroso enemigo merecía la misma consideración. Los azotes se reservaban para perros cobardes y débiles, y como sabían muy bien, el coronel Rycroft era un guerrero de habilidad y coraje inigualables. Por lo tanto, como un todo, los bandidos dejaron de disfrutar con los latigazos. Por el contrario, comenzaron a murmurar entre ellos, cada vez más agitados cuando Alexéi insistió en que le dieran al menos un centenar de azotes más. Treinta marcas ya cruzaban la espalda de Tyrone antes de que el castigo por fin cesara, pero sólo fue porque el Goliat que lo infligía arrojó su látigo disgustado y se negó a volverlo a tomar.

—¿Estás loco? — gritó Alexéi furioso y atónito a la vez. El era único y no tenía las mismas convicciones sobre el honor y el respeto. Insistiría en que su venganza se cumpliera hasta el final — . ¡Yo soy el que da las órdenes! ¡Y digo que deben continuar con el castigo hasta que diga basta... o juro que no les pagaré!

_¡Le hemos hecho un servicio! — vociferó Ladislaus mientras se adelantaba para enfrentarlo — — . ¡Nos pagará o morirá!

Petrov sonrió y sacó un puñal brillante cuya punta hizo girar entre el pulgar y el índice.

—Le sacaremos el pago con el pellejo, del mismo modo que usted quiso que pagara el inglés.

—Les pagaré después que lo hayan castrado, ¡ni un minuto antes! — insistió Alexéi, demasiado furioso por la falta de respeto como para considerar las amenazas que le estaban haciendo.

—¡Hágalo usted, entonces! — replicó Ladislaus con desprecio — . ¡Nosotros no vamos a seguir lastimándolo por tipos como usted! En lo que respecta a nosotros, él ya ha tenido su merecido. Somos hombres de lucha y le concedemos su honor con la espada. Si usted hubiera querido que nos batiéramos en duelo con él, entonces lo habría visto muerto por nuestra espada, pero no a su manera. — Con desdén, el bandido señaló con el mentón la espalda ensangrentada. — Su manera es el castigo de los cobardes sin agallas. Superado en número, el coronel inglés fue apresado y abusado por su decreto, pero escuche bien, boyardo, ¡él es más hombre de lo que usted puede llegar a ser en toda su vida!

Era la segunda vez en esa noche que Alexéi escuchaba ese insulto en particular, lo que lo enfureció todavía más. Sus labios enrojecidos se torcieron en una mueca que dejó al descubierto sus dientes blancos mientras maldecía a todos por negarse a ayudarlo. Luego dio media vuelta y sacó un espada afilada que empuñó hacia adelante hasta el borde de las calzas. Tyrone luchó para protegerse de la mutilación y defenderse, pero en su estado tan debilitado,

Fue Sinnovea la que se arrojó contra Alexéi con feroz determinación. Estaba dispuesta a todo con tal de impedirle lo que se había propuesto, aunque tuviera que aceptar el golpe de la espada con el sacrificio de su propia vida. Con sus largas uñas, le arañó la cara y las manos, y peleó, enloquecida, tratando de hacerlo a un lado. Cuando él intentó deshacerse de ella, la condesa le clavó los dientes en la mano que portaba el arma. Un grito de dolor escapó de la garganta de Alexéi. Pero la joven no le prestó atención y siguió apretando los dientes antes que arrancó sangre de la herida y obligó a que aflojara la presión con que sujetaba la espada que terminó por caer al piso. Liberada, Sinnovea se agachó para recuperar el arma, pero los ojos negros de su antagonista brillaron con una furia incendiaria. Con una maldición, la tomó de la amplia capa y la hizo girar con todas sus fuerzas, lanzándola hacia un poste bien sólido. Casi sin sentido por el doloroso y repentino impacto, Sinnovea se tambaleó en medio de una nebulosa.

Con una sonrisa satisfecha por su triunfo, Alexéi recogió el arma y se dirigió hacia el objeto de sus celos, pero el establo tembló con un profundo grito de rabia cuando Ladislaus saltó para rescatar a Tyrone y arrojó el arma de la mano del príncipe enviándola contra las rústicas planchas del piso.

—¡Basta ya! ¡No permitiré que haga algo así! ¡Ya ha tenido su baño de sangre! Ahora, ¡quédese satisfecho o me encargaré yo mismo de quitarle a usted su masculinidad!

Todas las razones quedaron sepultadas bajo la incontenible furia de la indignación de Alexéi, y ni se le ocurrió pensar en retirarse frente al desafío del otro.

—¡Sucio bárbaro! ¡Cómo te atreves a tratarme así! ¡He hecho que hombres mucho mejores que tú sean azotados y partidos en dos porque se atrevieron a oponerse a mí!

—No me asusta, amigo mío — replicó Ladislaus con una sonrisa, e hizo un gesto casual por encima del hombro para que sus hombres los rodearan — . Tal vez deba considerar el error de dos maneras. No nos gustan los boyardos como usted.

De pronto las puertas del establo se abrieron de par en par, y Ladislaus y sus hombres saltaron de la sorpresa cuando el comandante Nekrasov cargó sobre ellos seguido, al menos, de una docena de soldados armados. De inmediato, Ladislaus reconoció al hombre que los conducía y los uniformes resplandecientes de los recién llegados y decidió que era el momento de que él y sus hombres emprendieran una rápida retirada. Una cosa era molestar a un pequeño destacamento de soldados en los bosques, pero otra cuestión muy distinta era luchar contra la guardia del Zar Imperial dentro de los límites de Moscú, donde innumerables tropas podían estar esperándolos para atraparlos. No tenía grandes posibilidades de quedarse con la muchacha, pues sabía por experiencia que llevarla le implicaría otra pelea con el comandante, lo cual, en ese preciso momento, deseaba evitar. Con grandes pasos, recorrió el establo mientras gritaba advertencias a sus compatriotas que escapaban en todas direcciones por cualquiera de las aberturas o puertas disponibles. Fueralucharon para llegar hasta sus caballos, y una vez montados, no miraron hacia atrás en su carrera por dejar atrás las puertas de la ciudad.

Alexéi no fue tan astuto. Dio un paso adelante para protestar por la intromisión en sus asuntos privados, pero se detuvo, asombrado, al reconocer a uno de los que estaba atravesando la barrera de soldados. Sin habla, cayó de rodillas delante del soberano.

—¡Su Majestad! — Su voz se quebró cuando alcanzó la octava más alta. ¿Qué lo trae por mi casa a esta hora de la noche?

—¡Maldición! — explotó el zar Mijaíl mientras sus ojos oscuros recorrían el interior. Reconoció a Sinnovea que, con rapidez, ejecutó un cortesía y notó su rostro herido y su aspecto desordenado antes de acercarse al coronel. Tyrone había vuelto a perder la consciencia y pendía de las cuerdas que lo sostenían a los cabestros. No se daba cuenta de la presencia del zar, que no pudo soportar la visión de la desnuda espalda ensangrentada.

—¡Bajen de allí al coronel ya mismo! — ordenó Mijaíl haciendo gestos al comandante Nekrasov, que corrió con otros hombres a liberar al inglés de sus cadenas — . Llévenlo a mi carruaje. Será atendido por mis médicos esta misma noche.

Nikolái miró hacia Sinnovea mientras sus hombres llevaban a cabo la tarea, pero ella no le prestó ninguna atención mientras recogía las ropas del coronel entre sus brazos y hacia un lío para entregárselo a uno de los guardias.

—Por favor, tengan cuidado con él — rogó a través de las lágrimas mientras llevaban a Tyrone a la puerta.

Mijaíl levantó una ceja mientras tomaba en cuenta su preocupación. Luego se dirigió a Alexéi con una pregunta punzante.

—¿Tenía alguna razón para azotar a este hombre? —

—Perdone, Su Excelentísima Majestad — farfulló Alexéi mientras hacía una reverencia mostrando cierto pesar. Habló con discreción para no granjearse la animadversión del zar — . El coronel Rycroft fue encontrado en su casa con nuestra custodiada, la condesa Zenkovna. El la había mancillado en su cama. Nosotros no podíanos permitir que esta afrenta a una boyardina rusa quedara sin castigo y estábamos en el proceso de administrarlo.

—¿Y usted se asoció con ladrones para cumplir con ese objetivo? — ¿Ladrones, Su Majestad? ¿Cómo puede ser eso? — Alexéi parecía perplejo.

—¿No sabía con quién estaba tratando? Alexéi trató de hacer el papel de inocente.

—Era la primera vez que veía a esos hombres. Dijeron que estaban buscando un trabajo y los contraté para enseñarle al coronel la locura de insultar a una doncella rusa.

MijaíI frunció el entrecejo y se dio la vuelta para observar a Sinnovea, que había conseguido recuperar algo de su compostura.

—¿Tiene algo que decir en este asunto, condesa?

—Su Majestad... — Habló, suplicante, desde la distancia, como preocupada porque su culpabilidad no irritara al zar. — ¿Me permitiría adelantarme para hablar en defensa del coronel?

Mijaíl se acercó.

—Venga, Sinnovea. Estoy interesado en escuchar lo que tenga que delante de él, se hincó de rodillas y se negó a levantar los ojos, pues sentía la vergüenza y el terrible peso de lo que había hecho y de lo que había generado como consecuencia.

—Le pido su más humilde perdón, Su Majestad. Soy yo la que estoy en falta por lo que ha ocurrido aquí. No podía encontrar en mí nada que me hiciera aceptar las circunstancias de mi compromiso con el príncipe Vladímir Dmítrievich y seduje intencionalmente al coronel Rycroft para que me llevara a su cama. Preferí poner en juego mi virtud en lugar de quedar atada por el contrato matrimonial que habían arreglado para mí. Haga conmigo lo que le parezca, Su Majestad, pues soy la culpable de este desastre que ha caído sobre las espaldas del coronel.

—Estoy seguro de que el coronel Rycroft habría encontrado muy difícil resistirse considerando su belleza y el gran deseo que tenía de cortejarla, Sinnovea. — Mientras ponía en palabras sus observaciones, Mijaíl comenzó a considerar la posición del príncipe. No había ofrecido ninguna explicación acerca del compromiso, aunque Mijaíl estaba seguro de que todo el mundo en la corte sabía que estaba considerando seriamente el requerimiento del coronel de cortejar a la condesa Sinnovea. O su prima y el marido habían ignorado esta posibilidad particular o habían sido sordos a los rumores.

Mijaíl miró hacia la cabeza gacha de su súbdita y apoyó con suavidad una mano en los rizos desordenados.

—Hablaremos más del tema con usted y con el coronel, Sinnovea. Puede arreglar una cita para verme en dos días, pero por el momento debo encontrar un lugar donde esté a salvo. ¿Hay alguien a quien pueda recurrir?

—La condesa Andréievna es una buena amiga mía, Su Majestad. Mi cochero debe de estar esperándome para llevarme a su casa.

—¡Bien! ¡Entonces vaya! Y no diga una palabra de este asunto a nadie. No quisiera que nadie se enfadara con el coronel, ni tampoco que usted se viera lastimada por los rumores. ¿Me entiende?

—Su bondad no tiene límites, Su Majestad.

Cuando Sinnovea se fue, Mijaíl enfrentó de nuevo a Alexéi con una sonrisa dura.

—¿Dónde está mi prima de todos modos? Quiero hablar con ella.

—La princesa Anna no está aquí, Mi Soberano. Su padre está enfermo y le pidió que fuera y se quedara con él por un tiempo.

—¿Debo creer entonces que todo este asunto recae sólo sobre sus hombros?

Alexéi tragó con dificultad y trató de recuperar su entereza de ánimo mientras preguntaba con cautela:

—¿De qué asunto está hablando, Su Majestad?

—¿No ha hecho los arreglos para el compromiso entre la condesa Zenkovna y el príncipe Vladímir Dmítrievich sabiendo que el coronel tenía interés en cortejarla, o debo culpar exclusivamente a Anna?

Alexéi separó las manos como si estuviera en un aprieto.

—Por supuesto que oímos que el coronel estaba interesado, pero no éramos conscientes de que debíamos prestarle atención. En el momento, nos pareció prudente arreglar un matrimonio entre la muchacha y el príncipe Vladímir Dmítrievich considerando la fortuna del anciano y el hecho de que trataría a Sinnovea con ternura. Al menos Anna pensó eso.

—Ya veo. — Pensativo, Mijaíl torció los labios mientras consideraba la respuesta del príncipe. — ¿Y Anna no había escuchado mis consideraciones hacia el coronel?

—¿Qué consideraciones son esas, Su Majestad? — Las cejas oscuras se unieron en el entrecejo cuando Alexéi fingió inocencia. — ¿Nos hemos equivocado en algo y ofendido a Su Excelentísimo?

—Tal vez — replicó Mijaíl, cada vez más enfadado. Percibía que el otro hombre estaba intentando persuadirlo de su completa inocencia, lo que no estaba dispuesto a creer del todo — . Tal vez yo haya cometido un error al enviar a la condesa Sinnovea aquí para que sean sus tutores. Debería haber considerado el hecho de que la niña fue criada sin el rigor usual con que crece la mayoría de las boyardinas. En vista de su educación es comprensible que se haya rebelado contra su autoridad cuando arreglaron semejante compromiso para ella. Sin embargo, poco importa eso ahora. Usted informará con discreción al príncipe Vladímir que la condesa Sinnovea no puede casarse con él, pues yo he decretado otra cosa. Debo advertirle que si dice una palabra de esto a alguien que no sea Vladírnir, quien espero que sea lo suficientemente inteligente como para guardar silencio, me ocuparé en persona de que su lengua sea arrancada del lugar donde se encuentra ahora. ¿Tiene alguna pregunta?

—Ninguna, Su Majestad. Tendré la máxima discreción en lo que concierne a este asunto. — Muy ansioso por aplacar al zar, Alexéi hizo varias reverencias para enfatizar su muestra de respeto.

—¡Bien! Entonces nos entendemos. — Por supuesto, Su Majestad.

—Buenas noches y hasta pronto, príncipe Taraslov. Espero que nunca vuelva a ser tan tonto de dirigir su veneno hacia alguien a quien le he otorgado mi favor, ni que contrate a ladrones para que lleven a cabo sus infamias. Todavía tengo que juzgarlo a la luz de la verdad por este asunto, pero soy paciente y veré que se preserve la justicia hasta que sea persuadido de lo contrario. Por su bien, espero que sea inocente de haberse asociado, deliberadamente, con esos bandidos.