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Llevaban cinco, quizás diez minutos luchando.

Allá donde les llevaba la pelea, el foco cenital les seguía. La música de fondo ya no era sacra. Variaba. Lejanas percusiones, cantos, grandes secciones de cuerda cabalgando sobre ágiles e incipientes formas de los bronces… Una banda sonora para cada instante, cada llave y contrallave, cada pequeña victoria a la que, invariablemente, seguía otra pequeña derrota. Kazuo mantenía la iniciativa. Hiro sólo se defendía.

Aquello parecía no tener fin.

—¡Kazuo, ya basta!

—Sigue, chico, sigue.

—¡Estás jugando conmigo!

—No —insistió su hermano mayor alargando mucho la «o»—. Eres magnífico. Me encanta luchar contigo. Necesitaba un buen adversario, un poco de diversión antes de…

—¡Tú no puedes volver a vivir!

Kazuo le dirigió una de sus malévolas sonrisas cargadas de intención. Sus ojos desprendieron chispas.

—Hay muchos mundos, hermanito —desgranó con misterio.

—Entonces es que estás loco.

—¡No me llames loco!

Hiro ya no esperó más.

Dio media vuelta y echó a correr.

—¡Hiro!

No se detuvo. No se veía ninguna puerta, pero debía estar por allí, en alguna parte. Siguió corriendo hasta que se encontró con una escalera. Prefería correr, no subir, pero Kazuo estaba cerca, así que subió.

Un largo tramo de escalones que daban vueltas sobre sí mismos.

Sabía dónde estaba.

En una de las torres de la Sagrada Familia.

Así que por mucho que subiera, no encontraría ninguna salida.

—¡Hi-ro…! —canturreó la voz de Kazuo algo más abajo.

—¿Qué quieres? ¡Somos hermanos!

—Es una metáfora, Hiro —escuchó la voz en tono reflexivo—. Un canto al infinito, a la vida, a la técnica, a los sueños de supervivencia… ¿No te parece asombroso? ¡Los tres juntos!

—¿Tres?

Se acabaron los peldaños. Tenía una pequeña abertura enfrente. El suelo quedaba a muchos metros.

Ya había caído desde aquella altura algunas veces.

—Hola, hermanito.

Volvió la cabeza. Kazuo ya estaba allí.

Ni siquiera pudo defenderse. Retrocedió, y aún antes de que su hermano le tocara, perdió pie y cayó desde la torre.

Un largo viaje hasta el suelo, con el corazón paralizado, el aire ausente de sus pulmones y la mente aterrorizada ante la inminencia del impacto.

Brutal y mortal.