10
Su padre le vio entrar en la cocina y se apresuró a preguntárselo.
—¿Cómo estás?
—Bien, papá —se encogió de hombros.
—¿Entonces has dormido…?
—La pesadilla no ha sido tan agobiante, lo mismo que la noche anterior.
El hombre miró a su esposa de soslayo. La mujer fingía no darle importancia al tema, aunque todos sabían que nada era igual en la familia desde que Hiro vivía atenazado por sus sueños. Colocó dos tostadas más en la bandejita que preparaba.
—¿Qué ha sido esta vez?
—Papá, por favor —el rostro del chico mostró cansancio.
—Jyuro —le reprochó su esposa mientras dejaba la bandeja en la mesa—. Bastante tiene con soñarlo para que nos pasemos también el día pidiéndole que lo recuerde.
El padre de Hiro no ocultó su dolor.
—Sólo sabiendo la raíz del problema puede atajarse el mal —insistió—. Parece mentira que hables así, Kumiko.
—No discutáis, por favor —intervino su hijo frenando la réplica de su madre—. De hecho todo es distinto. Sueño lo mismo, Sólo que estas dos últimas noches no me atacan, lo único que hago es caminar por esos escenarios fantásticos, sin que pase nada.
—¿Nada?
—No, papá, nada. Hasta despierto por mí mismo.
—¿Crees que…? —La esperanza de su madre chocó con la seriedad de su rostro.
—Si controlas el sueño y despiertas… —Se sumó a esa esperanza el cabeza de familia.
—Tranquilos, ¿vale? —empezó a untar una tostada con mantequilla.
¿Qué podía decirles?
Era distinto. Nada más.
Y estaba Penny.
Ellos ni siquiera sabían que tenía novia. Aún no podía creérselo ni él mismo, así que si además tenía que contarles que ella había aparecido en sus pesadillas… ¿Serviría de algo mencionarlo? Penny no intervenía en el devenir de los acontecimientos, Sólo estaba allí. Entraba y salía sin más.
Penny.
Recordó los planes que habían acordado la tarde anterior.
Y revistió su voz de la mayor de las serenidades para cambiar de tema y anunciar:
—Mañana quiero ir al concierto de Mechanical Minority Freaks.
—¿Dónde actúan?
—En el Wembley Arena.
—Eso está muy lejos —se inquietó su madre.
—Por eso mismo después me quedaré a dormir en casa de Matthew. Así no tenéis que preocuparos por mí.
Jyuro Nagako deslizó una mirada en dirección a su esposa. Ella la esperaba. No hicieron falta palabras. Se lo dijeron todo en silencio. La experiencia de tantos años de unidad y amor. Su hijo tenía ya 17 años.
Era inútil tratar de detener su vida.
—¿Y si tienes una pesadilla?
—Matthew sabe qué me pasa —mintió—. Y de todas formas no quiero sentirme prisionero. No soy un enfermo.
—Oh, no, claro —se apresuró a manifestar Kumiko.
Hiro bebió un largo sorbo de leche.
Y volvió a cambiar de tema rápidamente, con lo primero que se le pasó por la cabeza.
—El profesor Edwards me pidió ayer otra vez que formara parte del equipo de atletismo de la escuela.
—¿Y qué le dijiste? —Reaccionó su madre.
—Lo mismo: que no. Dice que podría destacar en muchas pruebas de velocidad o resistencia —sonrió por primera vez en toda la mañana y les abarcó a los dos con ese gesto de distensión—. Parece ser que hicisteis un buen trabajo conmigo y os concentrasteis a fondo. Os salí bastante bien. Eso al margen de que debéis tener unos genes estupendos.
Atacó una segunda tostada.
Eso le impidió ver la nueva y desconcertada mirada intercambiada por Jyuro y Kumiko Nagako.