23
Penny estaba triste.
Ahora, el tiempo pasado juntos, les parecía ridículo. Apenas un soplo. De alguna forma aquella tarde hubieran querido fundirse el uno en el otro, convertirse en un Solo aliento. Se habían besado, acariciado, mirado a los ojos… y vuelta a besarse, a acariciarse y a mirarse a los ojos. Todo para descubrir su impotencia.
Llegaba la hora de la despedida, inexorable.
—Sólo serán unos días —le susurró él al oído—. Pasarán sin darnos cuenta.
—Pero no son unas vacaciones —manifestó ella—. Tendría que estar a tu lado, para ayudarte.
—Tus padres nunca te dejarían venir.
—Ni los tuyos que os acompañase.
La soledad les empujó un poco más. El abrazo se hizo de nuevo fuerte. Hiro hundió la nariz en el revuelto cabello de su novia. Penny le besó el cuello, hasta que acabó mordisqueándole la carne con dulce ternura. A Hiro se le puso la piel de gallina.
—¿Me llamarás? —le cuchicheó la chica al oído.
—Si puedo, cada día.
—Por favor…
—Ssshhh…
—Es injusto.
—Sí.
—Acabo de encontrarte y…
—Tranquila.
—No quiero perderte, Hiro.
Lo dijo envolviéndose en un jadeo que destiló todo su miedo. Lo alcanzó de lleno. Él se apartó del abrazo para mirarla fijamente, con el ceño fruncido.
—No vas a perderme —le aseguró expectante.
—Y si allí las pesadillas…
—Penny, por favor —tuvo que obligarse a sí mismo a sonreír para infundirle ánimos—. Que esté un poco loco tampoco es tan malo. Si no lo estuviera no estaríamos juntos.
—¡Tonto! —Le golpeó suavemente con el puño cerrado.
Tenía los ojos vidriosos.
—Si no te tuviera, no sé qué haría —le confesó Hiro—. Ahora me siento fuerte, con ganas de luchar y averiguar qué me pasa. Y en parte es por ti. Antes me habría venido abajo. Bueno, me vine abajo. Cuando comenzaron los sueños me deshinché igual que un globo. Ahora no. Tener algo por lo que pelear es… lo mejor del mundo, ¿entiendes? Le da un sentido a todo. Te quiero mucho, Penny.
—Yo no —se puso de falsos morros ella—. En lugar de soñar conmigo, como hago yo, te da por soñar con cosas raras. Eres odioso, Hiro Nagako. Ni siquiera sé por qué te amo…
Le selló los labios con un beso.
No querían decir más estupideces aquellos últimos minutos. No querían dejarse arrastrar por los nervios finales antes de la despedida. No querían ponerse a prueba y descubrir que no eran más que dos adolescentes recién llegados a la inmensidad asfixiante del amor.
Así que el beso fue muy largo, muy denso, y con él lograron, por unos instantes, la esencia de lo que más deseaban en ese momento: fundirse el uno en el otro.