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La palabra flotó entre los tres.
—¿Gauditronix? —la repitió Kumiko.
—Un juego —sonrió sin ganas la señora Tamusara—. El legado de Kazuo. El juego de los juegos.
—No entiendo —mostró su desconcierto Jyuro Nagako.
—Yo tampoco estoy muy segura de la relación que pueda haber entre los sueños de su hijo y Gauditronix, pero… no puede ser casual. Verán… Aunque yo llegué de muy niña a Japón, mis raíces nunca han dejado de ser mediterráneas. Barcelona era mi ciudad, mi primera luz. Aunque ya vivíamos en Japón, mi madre solía llevarme allí una vez al año, por lo menos, a ver a mis abuelos. Cuando me casé, también Tanako se enamoró de la ciudad. Y, por último, transmití ese amor a Kazuo. Recuerdo que ya de muy niño, le fascinaban lugares como el Parque Güell o la casa Batlló. Solía dibujar salamandras, dragones y serpientes inspirados en los que Gaudí había creado allí. Su primer juego destacado, a los nueve años, se llamó «Las salamandras de piedra» en honor a la salamandra del Parque Güell. A los diez hizo «Dragones y serpientes», una réplica de los famosos «Mazmorras y dragones». Gaudí era su pasión, tenía libros, fotografías, películas… Después de su curación, volvía a Barcelona siempre que podía, y era capaz de pasarse un día entero en el Parque Güell. Para Kazuo, Gaudí era un mago, un extraterrestre, un genio. De haber podido vivir más tiempo, tenía pensado construirse aquí, para vivir en ella, una réplica completa del Parque Güell, incluyendo la casa de la entrada y otra como la de la Colonia Güell, y por si eso fuera poco, una casa Batlló en pleno centro de Tokyo. Era su máxima locura.
—¿Y qué es Gauditronix? —preguntó Kumiko.
—Hace un par de años, cuando las nuevas tecnologías y la revolución de los inductores de titanio puro cambió el universo de la electrónica dándole un empujón de veinte años, Kazuo tuvo las puertas abiertas para consumar su gran sueño: crear el juego de los juegos. Aquel legado que siempre, desde la niñez, había deseado ofrecerle al mundo entero. Fue entonces cuando ideó Gauditronix. Él lo llamaba «El juego vivo». El universo gaudiniano metido en una estética de videojuego, singular y revolucionario. Se hizo construir un laboratorio especial en Tamusara Enterprises y se encerró en él, noche y día. Nadie podía entrar en ese laboratorio. Nadie entró jamás. ¿Ayudantes? No, ¿para qué? El máximo secreto. Para Kazuo, Gauditronix se convirtió en algo más que un reto. En aquellos días mi hijo no tenía apenas amigos, su carácter era muy difícil, por no decir insoportable. Estaba vivo, pero nunca dejó de estar enfermo. Siempre tuvo la salud delicada. ¿Chicas? No. ¿Esposa? No. Sólo Tamusara Enterprises. Y en los últimos dos años, sólo Gauditronix. La muerte de su padre le afectó muchísimo y ser su heredero acabó siendo toda su vida.
—Pero no es famoso. Eso es extraño, ¿no? —La interrumpió Jyuro Nagako—. Todo el mundo sabía quién era Tanako Tamusara. Incluso ahora se le recuerda. En cambio, Kazuo…
—Nunca le dio importancia a la fama, al contrario que su padre, que disfrutaba con ella. Huía de entrevistas y publicidad. Nada de fotos. Nunca. Además, no olvidemos su salud siempre enfermiza. Prefirió no ser un ente público y concentrarse en el trabajo.
—Perdone, María —habló de nuevo Kumiko—. ¿Sabe Kazuo que tiene un hermano?
—Yo se lo dije.
—¿Cuándo?
—Hace tres años.
—¿Por qué?
—Pensé que tenía que saberlo. Tal vez un día acabaría por descubrirlo. Fue una razón muy… simple, pero creí que era mi deber.
—¿Cómo se lo tomó?
—No dijo nada.
—¿Nada?
—No, nada. Ni volvimos a hablar de ello. Estos últimos dos años han sido… —Los ojos volvieron a humedecerse, y esta vez no pudo contener las lágrimas—. Usted acaba de preguntarme si Kazuo «sabe» —recalcó la palabra— que su hermano vive. Y lo ha hecho en presente.
—Sí —vaciló Jyuro Nagako.
—Han estado en Londres, claro. No tienen por qué conocer todas las noticias que ocurren aquí.
Parecía como si le costase hablar de ello, como si se resistiera, como si se vieran forzados a arrancarle las palabras.
—¿Saber qué?
—Kazuo murió hace casi cuatro meses, víctima de otra enfermedad incurable, y, esta vez, sin solución posible.
—¡Oh! —Kumiko se levantó, rodeó la mesa y se puso al lado de su invitada. Le cogió las manos.
María Estruch se rindió.
—Lo encontraron en su laboratorio, muerto —lloró sin dejar de hablar—. Todavía le quedaban unos meses pero… él mismo se quitó la vida. Imagino que para dejar de sufrir. Incluso él se rindió al final. No lo soportó. Ni siquiera pudo terminar su obra maestra, su gran juego. Gauditronix sigue allí, en ese mismo laboratorio. Había dado orden de que fuera clausurado o algo así, no estoy segura. Desde entonces…
Kumiko la abrazó, y la señora Tamusara se refugió en ese abrazo.
Ninguna de las dos se dio cuenta de la impasible seriedad de Jyuro Nagako.
Hasta que escucharon su voz, átona.
—¿Qué día murió Kazuo, María?
Y su respuesta estalló igual que una pequeña bomba.
—El 9 de marzo, ¿por qué?