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Hiro cerró los ojos y se estremeció.

El 9 de marzo.

El día de su primer desmayo, el momento de la verdad. Las pesadillas empezaron entonces.

Quiso echar a correr, pero siguió en el mismo lugar, oculto, sentado en el suelo de espaldas a la puerta corredera de la sala en la cual sus padres adoptivos y su madre… ¿su madre?, hablaban de todo aquello sin imaginar que les oía.

Y estaba allí desde el principio.

Temiendo entrar, temiendo marcharse, temiendo quedarse.

Preguntas y respuestas.

Ya las tenía casi todas.

¿Y ahora?

De nuevo la voz de su padre:

—Hiro se desmayó el 9 de marzo. Las pesadillas llegaron a raíz de ese desmayo.

Oyó a señora Tamusara decir algo, y también a su madre. La cabeza empezó a darle vueltas. Temió desmayarse por tercera vez. Una vida entera cambiada de un plumazo.

Era un clon.

Había sido hecho para salvar una vida, y después…

Hijo de Tanako Tamusara.

¿De qué forma debía masticar eso y tratar de ingerirlo?

Escuchó otra voz. La de su sensei:

—Sólo conociendo el origen podemos enfrentarnos al futuro. El presente es la idea, el émbolo. El presente es la decisión, el sí. Por eso el presente es siempre efímero. Es ahora y el ahora es ya pasado, en una secuencia incesante. Por lo tanto, no hay más que origen y destino. Equilíbrate en ambos, o uno de los dos te arrastrará sin remisión.

La tormenta desatada en su cerebro menguó.

Las voces de la sala reaparecieron, de nuevo claras.

—Deberíamos llamar a Hiro.

—Oh, no…

—No queremos ocultarle nada. Ya no.

—¿Entonces sabe…?

—Clon o no, es su hijo también, María.

—Nació por amor, aunque no de la misma manera en que hemos nacido todos.

Las últimas palabras de Kumiko le hicieron cerrar de nuevo los ojos.

Amor.

Nadie la había empleado hasta ese momento.

—Ya tienes las respuestas. Por fin. Ahora depende de ti.

¿Era su voz o la del Hombre Sin Rostro?

Abrió los ojos y se levantó.

Después abrió la puerta de la sala y, muy quieto, posó su mirada en la de María Estruch, por primera vez.