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Se acostó sabiendo que soñaría una vez más.

Todo el día jugando, con los nervios en tensión, las imágenes virtuales impregnando su cerebro, cada muerte, cada fracaso, cada proximidad burlada por la máquina…

¿Cómo no soñar?

Seguía allí, en Tamusara Enterprises, en Gauditronix, sólo que ahora Gauditronix tomaba de nuevo protagonismo, dominando su voluntad mientras dormía.

—¿Quedan más respuestas? —gritó al aire.

El Hombre Sin Rostro no le respondió.

Entró por la casa de fantasía del Parque Güell, venció a la Gran Salamandra y a su ejército, subió por una de las columnas hasta el lago, nadó antes de que se convirtiera en el Laberinto de Colores y escapó de él para alcanzar el Camino de las Columnas Torcidas. Derrotó a los guerreros y dominó el salto hasta el segundo nivel.

Sabía cómo emplear cada artilugio. La espada, los cuchillos, las bolas amarillas.

Nunca antes habían estado en sus sueños. Ahora sí.

Ahora era, definitivamente, Gauditronix.

En su sueño, el segundo nivel era La Pedrera. Las olas del mar solidificándose, la tela de araña de la puerta en la que venció a su defensora antes de que ésta le atacara, los gigantes de la azotea desmenuzándose en forma de piedras y arena al vencerles, los pasadizos en forma de quilla de barco en los que luchó contra un ejército de alimañas…

Tercer nivel: la Casa de los Mil Ojos, la casa Batlló. La serpiente, miles de serpientes, ojos y puertas tratando de devorarle. Aparecían y desaparecían armas de todo tipo, pero no sus tradicionales bokken, jo y tanto. Armas para jugar, ganar o perder. Todavía tenía todas sus vidas por consumir.

En el cuarto nivel encontró el colegio Teresiano, convertido en una casa fantasma llena de espectros. El quinto era la Colonia Güell, transformada en un infierno dantesco en el que pudo sentir el fuego mientras peleaba con diablos. El sexto fue el Palacio Güell, con sus vigías en forma de torre y nuevos pasadizos en los que se perdió mientras luchaba una y otra vez con un enjambre de seres mitológicos. En el séptimo, los Pabellones Güell, el Gran Dragón le ofreció la más feroz de las resistencias. Lo venció empleando unas alas de mariposa gigantes que aparecieron como por arte de magia a su lado. Todavía en el aire, comprendió que había llegado al octavo y último nivel.

La Sagrada Familia.

Penny estaba en la puerta.

—Hola, Hiro.

—¿Qué haces tú aquí?

—He venido a ayudarte.

—No puedes, ya te lo dije. Éste es mi sueño. Tú estás en mí, pero no formas parte de este sueño. Es peligroso.

—Él está ahí dentro.

—Ahora lo sé. Pero debo hacerlo solo.

—Hiro, por favor…

—Vete, Penny. Te necesito al otro lado. Espérame.

Sintió el beso.

Un beso tan profundo, tan cálido, tan fuerte… que despertó de golpe, incapaz de contenerse.

Amaneció en su cama, con el día despuntando al otro lado de la ventana.

—Estaba allí, ¡estaba allí! —se dijo—. ¡En el último nivel! Podía haber…

Se quedó el tiempo justo en la cama, para atemperar sus nervios y recordar cada detalle de lo soñado.

El camino.