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Doblar el hakama, el largo pantalón parecido a una falda tradicional japonesa, y que Sólo podían utilizar los alumnos destacados o aquéllos a los que su maestro se lo autorizara, pues se trataba de un símbolo, era lo más complicado del mundo. El ritual de los rituales. Cada pliegue debía estar en su sitio y cada parte perfectamente colocada. Incluso eso tenía sentido de disciplina en el aikido.
Recordó las palabras finales del maestro instructor acerca del irimi.
El irimi era la acción de penetrar de forma victoriosa hacia el interior de la guardia de un adversario. Cuando dos fuerzas se mueven en direcciones opuestas, la fuerza que resulta de ello es la suma de esas dos fuerzas. Irimi era la utilización de esa resultante y su relación con su propia posición en el instante del cruce.
Acabó de doblar el hakama cuando Matthew apareció a su lado, húmedo y con una toalla envolviendo su cintura.
—¿Qué te ha sucedido?
—Nada.
—Vamos, hombre. Ese imbécil de Cunningham no puede vencerte ni en sueños.
—Que no te oiga el maestro —suspiró Hiro.
Sin respeto, el aikido no tenía razón de ser. Respeto, camaradería, educar y purificar el cuerpo, limitar la expansión del ego, sinceridad, modestia… Ésas eran algunas de sus claves. Por eso le gustaba ser aikidoka.
Aunque Francis Cunningham estaba precisamente en el extremo opuesto de esos conceptos básicos. Ni siquiera sabían qué estaba haciendo allí. Era el tipo ideal para otras artes marciales, más competitivas.
—Llevas unos días muy raro —insistió Matthew—. ¿Es por Penny?
—No —dijo demasiado rápido.
—Venga, tío, que soy yo —le guiñó un ojo.
—No es por Penny —repitió Hiro.
¿Por qué no se lo contaba a él? Era su mejor amigo. ¿Le daba vergüenza? ¿Era eso? Matthew siempre estaba de buen humor, era contagioso. ¿Se reiría? Y aunque no lo hiciera, ¿cómo decirle que tenía pesadillas infantiles?
A veces ser tan cerrado representaba…
Como con Penny. Tanto tiempo queriéndola, temblando cada vez que la veía, suspirando por ella, creyendo… Y ahora se tenían el uno al otro. La gran sorpresa. Ya eran algo. Si se lo hubiera dicho medio año antes, su felicidad tendría medio año más de vida y recuerdos. Pero había estado a punto de perderla.
Su Penny.
—Ahora que tienes novia, ¿todavía nos veremos? —continuó pinchándole Matthew mientras se secaba vigorosamente.
—Claro, ¿por qué habría de cambiar algo?
—No sé. Luke se volvió idiota cuando se lió con Kathy.
—Luke ya era idiota antes de eso.
Se encontró con la sonrisa divertida de Matthew. Acabó por darle un empujón y se echó a reír. Era un payaso. Y también el mejor compañero. No quería perderle por estar con Penny. A ella le caía bien.
—¿Iremos el sábado al concierto de Mechanical Minority Freaks?
—No lo sé, hablaré con Penny.
—¡Huy, huy, huy! —Volvió a tomarle el pelo su amigo.
—A que te tiro por la ventana.
—Después de tu exhibición con ese payaso de Cunningham, lo dudo —fue terminante Matthew.
No le contestó. Acababa de doblar el hakama y al ponerlo en su taquilla vio sus armas de madera, el bokken, el jo, el tanto. En su sueño eran inútiles, se rompían. Allí, él siempre era la víctima, el derrotado. Ni aikido ni nada, ni superhéroe ni… Estaba a merced de los monstruos, de aquellos espacios asombrosamente bellos pero también aterradoramente angustiosos. Corría de trampa en trampa y sólo al despertar se sentía libre.
La voz de Matthew le arrancó de su súbita abstracción.
—¿Seguro que estás bien? Pareces sonámbulo, tío. Te quedas colgado por nada.