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La tarde caía apacible sobre el norte de Londres. No había nubes, algo extraordinario. Nada alteraba el crepúsculo de aquel cielo primaveral, casi veraniego, que invitaba a la paz y la esperanza.

Tal vez por eso echó de menos a Penny.

Desde el beso del sábado, desde el mutuo reconocimiento de su amor, todo era más luminoso, distinto, rebosante de vida. Lo más deseado era ya una realidad, así que debía sentirse pleno. Creía que con Penny a su lado ya nada importaría.

Pero las pesadillas seguían, estaban ahí.

Notó el corazón acelerado y su respiración corta y visceral. Recordó a su sensei. Una respiración lenta, profunda y larga. El kokyu. Ko era expirar y kyu inspirar. Nada funcionaba sin una correcta respiración y a veces lo olvidaba.

Junichiro Sakaguchi le apreciaba, lo sabía.

Estaba donde estaba por él.

¿Pero de qué serviría contarle lo de sus fantasmas?

Quizás estuviera endemoniado. Y algo así no podía ser bueno en su próximo examen para ganar un nuevo dan. El aikido no admitía competiciones ni concursos. Sólo exámenes, recomendaciones. Con la mente contaminada no superaría sus limitaciones.

Volvió a volar hasta el sábado anterior.

Necesitaba sentir todo aquello de nuevo, el diálogo con Penny, su sonrisa, su turbación, el momento de la caricia, la caída por el abismo de sus ojos grises, la proximidad, el beso… Sobre todo el beso.

Su primer beso de auténtico amor.

—Penny… —quiso susurrar su nombre en voz alta.

Aceleró el paso. Faltaba todavía media hora para que ella saliese de su clase de danza, pero lo aceleró igual. Quería esperarla frente a la escuela, verla salir, sentir la luz de su sonrisa y el calor de su cuerpo acercándose al suyo en la carrera.

Era increíble.

Penny.

Su sueño.