35

Con Destello en la vaina y las manos libres para conseguir mayor impulso en cada zancada, Iviqi se dirigía hacia el portón. Se preguntaba si habría tenido tiempo de atacar a ese marqués maníaco, aprovechando que estaba en el suelo. Era una duda que permanecería sin dirimirse. De cualquier forma, tenía ante ella asuntos más delicados y urgentes de los que preocuparse. Todavía dentro de esa enorme sala, los participantes luchaban contra unos bichos que habían entrado al abrirse la última puerta. Eran unas criaturas distintas a lo visto hasta el momento; también dotadas de las ya características fauces y garras desproporcionadas, pero con un tamaño y una agresividad muy superiores. Le recordaban a los pumas que había tenido la oportunidad de ver una vez de niña en otro circo ambulante, pero mucho más terroríficos. Las amazonas, Daleid y compañía se hallaban afanados librándose de los nuevos enemigos, pero Iviqi no podía ayudarles. Tenía un loco de quien huir y una armadura que ganar. De modo que desenvainó su resplandeciente espada, esquivó algún golpe dirigido a ella voluntaria o involuntariamente, dio un par de tajos cuando fue requerido y, sin decelerar ni siquiera un ápice, atravesó aquel pórtico inmenso.

Un rugido atronador y una llamarada salvaje lanzados al aire la recibieron. La chica casi cayó por tierra al darse cuenta de que en mitad de esa enorme sala, a una distancia considerable, pero que se le antojaba corta, un dragón la observaba. Las piernas le quisieron desfallecer, pero el instinto de supervivencia tiró de ella hacia arriba. Tenía que salir de ahí. El chorro incandescente no tardó en llegar. La hubiera incinerado hasta los huesos de no ser porque ella ya había empezado a correr con todas sus fuerzas. La llamarada chocó contra la pared a pocas zancadas a su espalda, pero la deflagración se expandió a gran velocidad, persiguiéndola. La joven aceleró todavía más, desesperada, sabiéndose más muerta que viva. Frente a sí tenía un objetivo: un apéndice megalítico que sobresalía de la pared formando un recodo.

Avanzó frenética y, cuando ya sentía que las llamas le lamían los talones y le chamuscaban las puntas del cabello, dio un salto que la transportó por los aires hasta tomar tierra muchas varas más allá. A salvo. La inercia del salto convirtió su aterrizaje en una caída desbocada que la hizo rodar sobre sí misma. Apoyó las manos en la arena para terminar de frenar, con el sentido del equilibrio tan alterado que no sabía qué era suelo y qué techo. Se inspeccionó, todavía confundida, buscando dónde estaban esas heridas que le dolían pero que no terminaba de reconocer. Las encontró, las nuevas y las otras, así como polvo, raspaduras, sudor, manchas y quemaduras por todas partes. Pero ninguna era de importancia. Acto seguido, echó un breve vistazo a la pequeña cueva que le daba abrigo, y se sobresaltó al encontrar a un par de hombres: un tipo de indumentaria chillona cargado de collares y joyas, y un guerrero rubio de ropajes oscuros y prominentes cejas negras.

—Bienvenida a la última sala —dijo Sergivs, ofreciéndole la mano.

Cuando Jax abandonó su escondite, se encontró con que la caverna estaba muerta. Ni siquiera vivía el fuego que había consumido los restos del tal Wolberg. Solo quedaban en pie el mercenario y su último acompañante, que se presentó como Nñet, o algo con un sonido similar.

—Será mejor que no te separes de mí —le dijo.

—Eso depende de adónde tengas pensado ir —replicó Jax.

—¿Qué te pasa? ¿No quieres ganar la Armadura?

—Con esa cosa por ahí suelta, no, gracias.

—Esa cosa es nuestro salvoconducto al éxito, amigo. Si seguimos su rastro llegaremos hasta el cetro sin tener que sacar la espada de la vaina.

—¿Y tú qué interés tienes en que yo llegue hasta el cetro?

—Me has caído bien —contestó Nñet, con un semblante seco que invitaba a pensar lo contrario.

—Ya. Lo que pasa es que quieres mi pistola.

—No te confundas, amigo. Si quisiera ese cacharro, ya te lo habría arrancado de entre tus fríos y rígidos dedos. Con que la utilices contra los bichos esos y no contra mí, me vale. Y mejor si apuntas bien; no quiero terminar como Wolberg por tu culpa.

Jax gruñó algo, pero terminó por guardarse sus reservas. Aquel tipo extraño era pragmático, y esa era una virtud a valorar en momentos críticos como ese. Además, tampoco deseaba quedarse solo en una gruta que se había convertido en una cripta. De modo que formar una sociedad de dos con aquel individuo rudo y no poco irritante, se mostró como la mejor opción de todas. La menos mala.

Uno y otro fueron abriéndose paso por la mazmorra. Se encontraron un vacío incontestable, señal inequívoca de que el Cazador ya había pasado por allí y que, pese a que le faltaba un brazo, su red seguía funcionando a la perfección. Ni siquiera dieron con guardianes fantasmales. Si había habido alguno, también había acabado por sucumbir ante ese espectro despiadado. Allí solo quedaba polvo, armas abandonadas y portones abiertos. De repente, en la sala más grande que habían encontrado hasta entonces, donde sí que descubrieron restos de una cruenta batalla, alcanzaron a distinguir una figura oscura entre las rocas de una de las paredes. Estaba muy cerca del portal que daba a la siguiente estancia. Nñet se detuvo en seco.

—¿Qué hace ese ahí? —preguntó señalando con el dedo.

—Se habrá escondido del demonio —respondió el mercenario—. Igual que nosotros.

—Si piensa que va a quitarme la Armadura, se equivoca —le interrumpió Nñet.

Y acto seguido salió corriendo como una exhalación. Muchas cosas se le pasaron entonces a Jax por la cabeza. Primero, le sorprendió la velocidad que podía alcanzar un sujeto, en apariencia, tan mayor. Luego, se dijo lo poco que le costaría incrustarle un bolazo de magma en la espalda a ese pobre diablo. Y, por último, se preguntó qué más le daba todo aquello, si lo único que le importaba a esas alturas era salvar el pellejo. Entonces le vino a la mente el rostro de Iviqi y eso lo cambió todo. Quería encontrarla, cerciorarse de que estaba bien. Por nada del mundo la dejaría a merced de esa caterva de indeseables.

«Ni de ese condenado bicho con red.»

El mercenario negó con la cabeza y empezó a seguir a Nñet, aprisa, pero no tanto como para alcanzarle. No en un futuro inmediato, al menos. Oyó como el tipo le gritaba algo al guerrero desconocido, mientras sacaba la espada y la mostraba por encima de la cabeza. Uno y otro se quedaron inmóviles y enfrentados. Jax corría sin saber muy bien qué iba a ocurrir cuando llegase a su altura, pero esto pasó a ser un problema ínfimo, cuando, unas cuantas varas más allá, apareció de nuevo el Cazador. Surgió por el gran pórtico hacia el que los tres competidores se dirigían, ansioso de nuevas víctimas. Hizo girar la fantasmagórica red con su único brazo, trazando un amenazante círculo de muerte y vacío.

El aventurero que quedaba más cerca del Cazador, aquel al que Nñet parecía querer desollar vivo, fue el primero en recibir el ataque. Quiso evitarlo, y lo consiguió con las dos primeras acometidas, pero luego terminó desapareciendo, como todos los demás antes que él. Jax sintió el pánico estallando dentro de su pecho, expandiéndose con rapidez a todos los rincones de su organismo. Sabía que solo le quedaba huir, pero en aquella sala, tan grande que podría ser un lago visto desde sus profundidades, no encontraba ningún lugar donde esconderse. Buscó en todas direcciones, dándole mayor espacio a la desesperación con cada lugar que creía que podría servirle pero que, o no estaba suficientemente escondido, o le quedaba demasiado lejos.

Mientras tanto, Nñet volvió a proferir uno de sus alaridos y se dirigió hacia el Cazador espada en mano. Jax contempló el combate con la tímida esperanza de que aquel loco pudiera acabar con la bestia. Nñet se demostró como un guerrero impresionante, rápido, preciso y poderoso, pero hasta con una herida tan horripilante, el Cazador seguía poseyendo una agilidad antinatural. Fue un enfrentamiento intenso y, para mayor desazón del mercenario, breve. Una vez que Nñet desapareció, ya solo quedaba él.

Jax se quedó inmóvil, esperando no haber atraído la atención de la criatura. No quiso creerlo cuando vio al monstruo corriendo hacia él. No quedaba duda, esta vez no había tenido tanta suerte. Vio la red ondeando mientras el Cazador devoraba con ansia el espacio que restaba entre ellos. Era demasiado rápido. Jax adelantó la pistola y apretó el gatillo. Pese a que sus nervios le apremiaban a que lo soltase ya, la experiencia le decía que esa criatura necesitaba un impacto superior a lo normal. Contó hasta cinco y luego lo dejó ir. La bola de magma, como una calabaza incandescente, salió rugiendo hacia su objetivo, fugaz, determinante. Pero fue esquivada de un salto. Ni siquiera sirvió para detener el avance del monstruo. Jax chasqueó la lengua y volvió a repetir el proceso desde el principio. Todavía tenía otra oportunidad. Apretó el gatillo, contó hasta cuatro, el tiempo que tenía antes de que el Cazador se le echase encima.

Su disparo fue esquivado de nuevo.