27
La tarde empezaba a languidecer en el exterior, pero Iviqi seguía durmiendo ajena a todo. Fue terminar de almorzar y enseguida caer sobre la cama como un peso muerto. Por fin le daba uso a aquel jergón de lana que había estado pagando y que hasta entonces no había disfrutado, se fijó Jax. Él también se había permitido una pequeña cabezada después del mediodía, pero no duró ni una hora. Luego dedicó la tarde a pasear y a beberse alguna pinta en la taberna de la posada, donde había encontrado agradable la compañía del dueño, cosa complicada últimamente. Pese a todo, la mayor parte del tiempo la había pasado en el cuarto velando el sueño de su compañera. Ella le había pedido que le despertase antes del anochecer, a las seis a más tardar. Pero él no sabía si sería mejor olvidar las obligaciones contraídas con esa gente extravagante y dejarla descansar de una vez por todas. Si, después de eso, al día siguiente abandonaban la ciudad, sería la mejor opción que podrían tomar.
El mercenario se rozó la herida de la frente con las yemas de los dedos. Despacio, notando los límites del dolor. La inflamación había disminuído, de modo que esperaba que pronto alguien, todavía no sabía quién, pudiera retirarle la sutura. No le importaba llevar cicatrices a la vista de todos, incluso le parecía sugerente, pero tenía la sensación de que los puntos le daban apariencia de sillón remendado. Luego pensó en su castigada espalda, que, pese a los múltiples disgustos de los últimos días, había mejorado bastante. Eso cavilaba cuando se descubrió a sí mismo mirando la cara de Iviqi.
«Ni dormida parece dócil.»
No obstante, en ese estado rezumaba paz. Así anhelaba él verla algún día, libre de las ataduras ocasionadas por perseguir quimeras imposibles. Tranquila y feliz; a su lado.
La joven se removió un poco, interrumpiendo por unos instantes la respiración profunda del sueño. Jax se quedó inmóvil, con los hombros encogidos, como una perdiz que ha visto un zorro. Bajo ningún concepto quería propiciar el despertar de su compañera, pero eso parecía ya irremediable. Ella volvió a moverse y enseguida ya tenía los ojos abiertos.
—¿Qué hora es? —preguntó con media voz.
Debían de ser alrededor de las cinco.
—La hora de tomar las decisiones correctas —contestó él.
Era una muy buena respuesta, aunque ella no quería o no estaba en condiciones de apreciarla. La joven dio un par de vueltas más hasta que quedó recostada sobre el lado izquierdo, con el brazo sujetando la cabeza, la cara en dirección a él.
—Dime que mientras dormía ha venido un elfo con una varita y lo ha solucionado todo.
Jax no quiso responder. En realidad, le había hecho bastante gracia el comentario, pero prefería no admitirlo para no alimentar las fantasías de la chica en un momento tan delicado. Además, tal y como muy bien decía su nuevo amigo el posadero, hablar de magia daba mal fario.
«Qué gran verdad.»
—No sé qué hacer —comentó ella—. Creí que al despertarme lo vería más claro, pero esto sigue estando igual de embarrado que cuando me acosté.
—Si quieres mi opinión, creo que has estado tentando mucho a la suerte y que va siendo hora de retirarse antes de que te pase algo.
—Jax, no… —rogó ella.
—Lo digo en serio. Nos hemos cruzado con gente muy impredecible y peligrosa estos días. Sobre todo esa arquera maligna. Cualquiera sabe qué pueden llegar a ser capaces de hacer si se lo proponen.
—No lo sé. Para mí está siendo complicado —contestó ella para volver a quedar en silencio, pensativa.
—Estas pensando en toda esa historia de las artes Jhassai ¿no? O peor todavía, de las amazonas, ¿verdad?
Ella no contestó. Tal vez era demasiado pronto para que su cabeza funcionase a pleno rendimiento. Era una circunstancia que él debía aprovechar.
—Tienes que parar de creerte todo lo que te dice la gente, Iviqi, en serio. Ya ves lo que nos ha pasado con el mentalista ese. Nos ha estado engañando desde el principio. Que no nos iba a leer la mente, ¡ja! ¡Le ha faltado tiempo para hacerlo al muy canalla!
Se hizo un silencio, prueba irrefutable para el mercenario de que sus palabras estaban calando en la conciencia de la chica. No era la intención de Jax, pero, si el convencerla requería presionarla un poco, nada ni nadie se lo impediría.
—Está Daleid —dijo ella.
—Ese es el peor.
—Pero si ni lo has llegado a conocer.
—Y mejor así. No necesito conocerle para saber que se trata de un aprovechado, además de una criatura antinatural que es mejor mantener bien lejos.
—El dinero que tenemos nos lo dio él.
—¿Y qué? No sería la primera vez que nos quedamos con una bolsa de plata que no nos pertenece. Vamos, no me mires así. ¿Qué pasa? ¿Te sientes en deuda con él?
—No, no es eso. Bueno, yo qué sé.
La duda iba creciendo en ella. Jax estaba muy cerca de su objetivo. Solo necesitaba empujar un poco más. Respetó el silencio que volvió a inundar la habitación, dejando que fuera ella misma quien cocinase sus pensamientos. Eso haría, sin duda, que las cosas cayeran por su propio peso.
—Si te digo la verdad —dijo ella—, no sé si ir a la cita con Aezhel y plantar a Daleid, o si acudir a la de Daleid y plantar a Aezhel, o ir a las dos, o mandarlo todo a la mierda.
—¿Qué te dice el instinto?
—Creo que ir a las dos, pero me da algo de pereza enfrentarme a lo que sea que me esté esperando.
—No, no, quería decir, ¿qué te dice el sentido común?
La joven tomó aire profundamente, lo contuvo un instante y, perdiendo la vista en algún lugar por determinar, lo soltó con lentitud.
—No tengo ni la menor idea —se limitó a contestar.
Esa indecisión era la mejor aliada de Jax, estaba convencido. Ya casi la tenía. Solo hacía falta el último tirón.
—Deja que yo te diga lo que vamos a hacer —dijo el mercenario muy seguro de sus palabras.
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Cuando Iviqi había aceptado la propuesta de Daleid de reunirse con él en el Barrio Alto al anochecer, no pudo imaginar cuán lúgubre podía llegar a ser ese distrito a esas horas. «Cementerio» fue la primera palabra que se le ocurrió pensar al transitar por esas calles desiertas. Jax también lo intuyó así. De hecho, no paraba de repetirla.
«Menudo cementerio. Te han citado en un cementerio. ¿Quién va a haber en este cementerio?»
La chica tuvo que mandar a callar a su compañero varias veces, no ya porque le desesperase su actitud, sino porque quería estar al tanto de cualquier cosa que allí se moviera. Ya fuera grande o pequeño, pesado o liviano, si alguien realizara algún movimiento en las inmediaciones, ellos tendrían que notarlo. De momento, solo tenían noticias del viento, que aprovechaba cualquier recodo para soplar con mayor fuerza y también para aullar. Por algún motivo que a ella se le escapaba, la brisa templada que imperaba en el resto de la ciudad parecía no tener vigencia allí. Hacía frío, un frío antinatural para esa época del año.
—Todo esto me da mala espina, Iv. ¿Seguro que tenías que venir a este cementerio?
Ella le hizo una seña con la mano, la enésima desde que llegaron, y siguió adelante. Quería mostrarse segura de sí misma, pero no podía evitar que las piernas se le agarrotasen. Ese escenario fantasmal podría acabar con los nervios del guerrero más templado. Las fachadas estaban muertas, no había ni una sola puerta o ventana que no tuviera todos los cierres echados y varias capas de polvo sobre ellos. Los rincones eran el paraíso de las telarañas. Las antorchas, no obstante, sí estaban encendidas. Alguien debía de encargarse de mantenerlas, aunque la previsión de encontrar a un paseante por allí fuera nula. En ese barrio todo era quietud, claroscuros y viento. Iviqi se rodeó con sus propios brazos, buscando reconfortarse, con poco éxito.
—¿Seguro que no te dijo adónde teníamos que ir? —volvió a preguntar el mercenario.
—No, Jax, dijo que él nos encontraría. Te lo he repetido veinte veces.
—Es que no me lo creo, chica, y que conste que quiero, pero no puedo.
Ella le hizo un gesto, no para que bajara la voz, sino para que se callara por completo. Creía haber oído algo. Ambos se detuvieron, incluso bajaron el ritmo de su respiración. Nada.
—Estás paranoica.
No le contestó. Lo peor era que tenía razón. Resultaba muy simple localizarles y seguirles allí. Y, sobre todo, tenderles una emboscada. Estaban tan apartados del mundo que un encontronazo con la gente equivocada podría ser definitivo. Las callejuelas seguían siendo igual de estrechas e intrincadas que en el resto de Melay, pero aquí las sombras se dilataban en todas direcciones hasta acumularse en espacios angostos que, por mucho que quisieran, no podían evitar. Dicho de otra forma: cualquier esquina era el sitio perfecto para tenderles una trampa. Por tanto, no fue extraño que ambos compañeros se sobresaltaran cuando por fin lo vieron.
Bajo un farol, en mitad de una callejuela cuyo final se perdía en la penumbra, les esperaba una figura estilizada. Su sombra, mucho más larga que él mismo, se estiraba una decena de codos hasta casi alcanzarles.
Tenía que ser Daleid; cualquier otra posibilidad significaría algo peor que un problema. Iviqi, Jax y aquella sombra se quedaron en el sitio estudiándose por un momento. Las manos de los dos primeros no se separaban de las empuñaduras; las piernas flexionadas listas para defenderse de un ataque o para salir corriendo si era preciso. Entonces Daleid alzó una mano y les indicó que se acercaran. Al momento, sin esperar a que los dos amigos le alcanzaran, se dio media vuelta y comenzó a andar a grandes zancadas, seguido de su larga y oscura capa. Iviqi miró a Jax, que ocultaba mal que bien el recelo, y también algo de temor, que todo aquello le infundía.
—Vamos —dijo ella con menos determinación de la que le hubiera gustado.
El mercenario se limitó a seguirla sin abrir la boca, muestra inequívoca del poco placer que estaba obteniendo con aquel paseo. La chica aligeró el paso para no perder de vista a Daleid, que avanzaba sin preocuparse por ellos. La callejuela seguía y seguía sin cruzarse con ninguna otra, trazando varias curvas hasta que, por fin, se apreció el final a lo lejos. Llegados a ese punto, el Shalthei se detuvo de nuevo bajo un farol y se volvió hacia ellos. Con tres dedos de sus guantes les indicaba que se acercaran. Iviqi avanzó cautelosa sin dejar de apretar el puño alrededor del mango de Destello. Jax, por su parte, ya hacía rato que había sacado y activado su pistola de magma.
Casi lo habían alcanzado cuando, sin previo aviso, de la boca del Shalthei salió una onda disparada a una velocidad prodigiosa. Era algo similar a un pulso energético que distorsionaba la luz y que transportaba un grito que la chica no pudo identificar cuando pasó de largo, a menos de un palmo de su cabeza. La primera impresión que tuvo fue que Daleid les estaba atacando, pero el golpe que sonó a su espalda le hizo volverse. Allí atrás, justo donde la calle trazaba su recodo más acentuado, una figura oscura había caído al suelo. Todavía aturdida, Iviqi tuvo que apartarse para no ser atropellada por el guerrero Shalthei, que desandaba el camino hecho. No se molestó en dar ni una sola explicación. La joven y el mercenario cruzaron una mirada de incredulidad antes de seguirle. Cuando llegaron a la altura de la calle donde se había detenido, vieron tirado a un tipo vestido con ropajes grises, inconsciente. Desconocían quién podría ser ni qué diantres estaría haciendo allí. Daleid lo inspeccionó por encima sin mudar el rostro. Parecía saber lo que hacía.
—¿Daleid? —preguntó ella.
El Shalthei respondió levantando un guante que exigía silencio mientras que a la vez miraba hacia el fondo del callejón. Al poco, vieron aparecer por allí a otra sombra alargada de movimientos gráciles que era imposible no comparar con Daleid. Iviqi reconoció el pelo violáceo de Annässar. La semidiosa portaba a dos tipos como si fueran fardos de paja, uno sobre el hombro izquierdo y el otro colgando de la mano derecha. También desvanecidos. Los dejó caer en el suelo junto al otro, formando un pequeño muestrario de espías capturados con las manos en la masa.
—¿Todos esos nos seguían a nosotros? —preguntó Iviqi incrédula.
Daleid no le contestó más que con su mirada naranja. Se dirigió a su maestra, con la que intercambió no más de tres frases en una lengua melodiosa que la joven no había oído en su vida. También era la primera vez que oía a Annässar hablar y, para su mayor sorpresa, la maestra demostró poseer una voz rica en profundidad y matices. Cuando la chica todavía no se había recuperado de la impresión, Annässar sacó un fino cordel plateado, del que se valió para atar juntos a aquellos sujetos. Más que atarlos, los empaquetó. Luego los levantó como si en lugar de ser tres adultos fornidos, fueran tres sacos rellenos de plumas y, para terminar de tratarlos como vulgar mercancía, se los cargó sobre un hombro. No tardó en abandonar la escena, por supuesto, sin despedirse. Solo entonces Daleid se dirigió a ella.
—Aceptad mis disculpas por haberos importunado de esta guisa, Iviqi de los ojos dorados, os lo ruego, mas la premura es máxima y hemos de actuar con tan poca dilación como hábiles seamos.
—¿Qué? —preguntó Jax.
—No hay problema, Daleid. ¿Puedes explicarnos qué está pasando?
—Sin demora. Como ya habéis sugerido, esos tres malandrines iban tras vuestros espíritus. Mi mentora y yo, prevenidos ante tales contingencias, les estábamos aguardando. Hemos sido afortunados, pues vuestra falta de celo había puesto nuestra empresa en un brete.
Iviqi, impidiendo que su compañero volviera a importunar a Daleid con una nueva pregunta, avanzó un paso hacia el Shalthei.
—Pero ¿cómo íbamos a saber que había tres fulanos detrás de nosotros?
—Eso es algo que se presupone para alguien enrolado en una empresa tan delicada como la que os encomendé, Iviqi. Habéis lesionado la confianza depositada en vos. Tal vez actuamos erróneamente al juzgar en tal alta estima vuestras capacidades. Que la luz de Atham te guíe.
Y, sin añadir más, el Shalthei se dio media vuelta y empezó a caminar en la misma dirección que su maestra.
—¿Cómo? —exclamó Iviqi indignada—. ¿Eso es todo?
Daleid siguió sin variar lo más mínimo su paso.
—¿Ni siquiera te interesa conocer lo que hemos descubierto en estos días?
Tampoco hubo respuesta. La joven pateó el suelo llena de cólera. Se quitó de encima la mano de Jax, que intentaba apaciguarla, y se adelantó un par de pasos más.
—¡Me has utilizado desde el principio, Daleid! —gritó con los puños cerrados—.Tu intención nunca fue que encontrase el libro porque sabías que sería imposible que lo hiciera por mis propios medios. Solo querías usarme de cebo para distraer a vuestros enemigos.
Entonces Daleid se detuvo. Se quedó quieto hasta que el eco de los gritos de Iviqi dejó de reverberar entre las paredes. Luego se volvió.
—Sois de corazón sagaz, Iviqi. Es una de las virtudes más apreciadas por el pueblo de Shalthes. Os habéis granjeado una oportunidad por mi parte, aunque la situación exige celeridad. Platicad, mi espíritu está con vos.
La joven, todavía acelerada por la emoción, y habiendo dado ya por perdida cualquier posibilidad de hablar con él, se encontró con una inesperada segunda oportunidad. Ese extraño guerrero la escuchaba con el mayor interés. Pese a que era lo que ella pretendía, no terminaba de hacerse a aquella situación.
—Primero de todo: ¿no quieres saber lo que he descubierto? —preguntó ella.
—¿Os referís a vuestra reunión con el psíquico? —respondió el Shalthei—. Ciertamente, no. Es un sujeto muy molesto y se escabulle con no poca soltura, pero sus conocimientos no superan a los nuestros. Confiábamos en que fuera él uno de los espías que hemos aprisionado. ¿Ha sido así?
—No. No era ninguno de los tres.
—Lástima —replicó sin mover ni un solo músculo facial.
—Pero, espera un momento, ¿sabíais lo de Aezhel?
—Sabíamos que retornarías a él y también que él trataría de servirse de ti para sus propósitos.
—Igual que vosotros.
Daleid se la quedó mirando, una vez más, sin pizca de emoción. No obstante, se tomó su tiempo antes de responder.
—Esto no es asunto baladí, Iviqi, habéis de asimilarlo. Cada uno de nosotros emplea sus más hábiles armas para embolsarse la victoria final. Estamos ante una coyuntura ardua en extremo y hemos de dejar al margen los residuos afectivos. Os ha tocado ser peón en este ajedrez. Os ruego que me disculpéis por ello.
—Vale, entiendo que esto es algo serio —contestó ella, tratando de ser pragmática—. No hay problema por mi parte. Pero sí necesito que me expliques lo que está pasando.
—Pero ¿se puede saber de qué diablos estáis hablando? —estalló Jax, censurado al instante por un enérgico gesto de Iviqi.
—Las arenas del tiempo se deslizan en nuestra contra, mi estimada amiga —dijo Daleid, ignorando los bufidos del mercenario.
—Lo sé, pero me debes una explicación —insistió ella—. Por el corazón sagaz y todo eso.
El semblante de Daleid permaneció estático, impermeable a la broma de la joven.
—De acuerdo. Como supongo que ya es de vuestro conocimiento, la Armadura de las Tinieblas también está en la urbe. Alguien cuyas intenciones nos son veladas pretende aglutinarla con la Armadura de la Luz y, dada la calidad de los especímenes que sabemos que han acudido a Melay a razón del torneo, nos tememos lo peor. Todavía nos resta investigar a los tres sujetos que hemos atrapado hoy aquí, mas en estos momentos la totalidad de nuestras opciones pasan por hacernos mañana con la Armadura de la Luz. Si eso acontece, habrá probabilidades de prevalecer.
—Entonces, ¿va a llegar el fin de Aisireia?
El guerrero Shalthei se inclinó hacia Iviqi sin variar ni un ápice su semblante.
—«Surgirán dos paladines enfrentados —empezó a recitar Daleid—, uno por cada bando, príncipes ungidos por su pueblo, mas despojados de su reino, que verán sus vidas dominadas bajo el signo del número siete. Uno de los dos será capaz de dominar la luz y la oscuridad. Ese prevalecerá.»
Seguía siendo poco para cubrir las numerosas lagunas de información que manejaba Iviqi, pero al menos había dicho más que Aezhel.
—Eso que has recitado es la Aisireia —asumió la joven.
—El tercer cantar de su último capítulo, en efecto —afirmó el guerrero.
—No parece que lo que anuncia sea algo que te preocupe.
—Lo que está escrito en las estrellas es sacro y habrá de ser como allí se estipule. Nuestro cometido es estar prestos para tal evento. Empero, es cierto que se trata de un escenario que llena de congoja mi corazón. —Hizo una pausa que pareció grave, pues su rostro siguió igual de imperturbable—. Desconozco si tu amigo psíquico te lo ha relatado, pero la Rosa Negra no está sola en Melay.
—Bueno, él me ha dicho que hay más clanes y gente peligrosa en Melay. Me ha contado más o menos lo mismo que tú.
—No —dijo para volver a tomarse otro breve descanso—. La Rosa Negra es una fraternidad ignota que ha sabido cubrir su rastro con asombrosa habilidad. No obstante, unos pocos, entre quienes se encuentra tu amigo el psíquico, sabemos de su existencia. Empero, hay algo más. Existe una facción dentro de la Rosa Negra más ignota todavía, que permanece entre las tinieblas incluso para sus propios partidarios. Existe un poder oculto y obscuro que nadie ha visto jamás.
—¿Qué se supone que es eso?
—No sabría decirlo a ciencia cierta, mas todo indica que se trata del líder de la Rosa Negra. Su creador. Algo o alguien de una potencia inimaginable. —De nuevo, Daleid guardó silencio, pero ante la falta de respuesta por parte de Iviqi y Jax, volvió a hablar—. Mi preceptora y yo, con gran turbación, hemos advertido esa siniestra presencia.
—¿Aquí en Melay?
El Shalthei asintió.
—Escuchad con atención, Iviqi de los ojos dorados. Se avecina un magno enfrentamiento entre las murallas de esta urbe, sin posibilidad de error. Por ello os conmino a abandonar Melay sin demora. Partid esta misma noche y no interrumpáis vuestro trayecto hasta haber llevado vuestros espíritus a tierras distantes. Cuanto más distantes mejor.
El calor salió despavorido del interior de Iviqi al escuchar esa advertencia. Empezó a comprender que se encontraba en mitad del océano nadando entre gigantes. Se sintió desnuda, pero eso no siempre tenía por qué ser algo malo.
—Una cosa más —exclamó—. ¿Qué puedes decirme del primer sello Jhassai?
El Shalthei volvió a tomarse unos instantes para escrutarla con esos ojos anaranjados de los que nada parecía capaz de escaparse.
—El psíquico os lo reveló, por supuesto —dijo—. Demasiado asunto para tan poco tiempo.
—Tú lo sabías, ¿verdad?
—Pude percatarme cuando os asistí. Quien no lo advertía erais vos.
—¿Qué puedo hacer con eso? —preguntó ella en un tono cercano a la súplica.
—Conozco la respuesta, valiente Iviqi, una porción de ella al menos. Pero las artes Jhassai son una cuestión de inmenso calado, una senda que requiere toda una vida depurar. Por un irresoluble bandazo del destino, vos os habéis saltado muchas varas de esa senda, lo que os ha llevado fortuitamente a quebrar el primer sello: Söhnm, Yo Intuyo.
—¿Yo Intuyo? ¿Qué tengo que intuir?
—Exacto. No intuís y, empero, intuís.
—Pero ¡yo quiero intuir!
—Entonces habréis de afrontar la senda desde el punto de partida, donde os pertenece.
—¿Por qué no puedes ser un poco más claro para variar, Daleid? —preguntó Iviqi, azorada.
—Es todo lo que puedo obrar por vos con el tiempo que me ha sido concedido. De modo que, si no os sentís como el paladín capaz de aglutinar luz y tinieblas, aceptad de buen grado estas dos observaciones: llevaos vuestro espíritu lejos de Melay y, si persiste vuestra disposición hacia el Jhassai, iniciaos de verdad en la senda. Ahora sí, mi estimada amiga, que la luz de Atham te guíe.
Acto seguido, salió corriendo. Con la extraña sensación de haber sido vapuleada y, al mismo tiempo, reanimada, Iviqi se quedó mirando el vuelo de la capa verde oscura del Shalthei el tiempo que este permaneció en su campo de visión.
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Era una de esas noches en las que el cielo era un manto negro sin luna ni estrellas, y las luces a ras de tierra parecían languidecer. El viento tampoco mostraba interés por hacer acto de presencia, y los vagos rumores de la calle llegaban débiles, filtrados por una densa capa de bruma. Todo sobre la techumbre de la Casa del Atún indicaba que el tiempo se había detenido, o que quizá había pasado de largo. Esa quietud tal vez traería la calma a los hombres de bien, o socavaría los nervios de los delincuentes, pero resultaba perfecta para alguien sumergido en las profundidades del Ojo Interior.
Sentado sobre las piernas, cruzadas, Aezhel proyectaba su visión para controlar cada palmo de terreno, cada loseta, cada teja. Todo el edificio se había convertido en una extensión de su propio cuerpo. Y desde aquel tejado, expandía su consciencia más allá, por toda la ciudad, inspeccionando cada rincón por oculto que se encontrara. Sin embargo, su acceso al Ojo tenía limitaciones y su conocimiento seguía sin ser absoluto. Todavía existían muchos detalles que se le escapaban.
Esperaba y observaba en el punto donde confluían las pendientes de tres tejados, a salvo de miradas indiscretas. Oyó diez tañidos, lentos y cansados, procedentes de algún campanario en las inmediaciones. Iviqi todavía no se había dejado ver ni tampoco había dado señales de que estuviera en los alrededores. No obstante, él sospechaba que la puntualidad no se encontraba entre sus virtudes. Fue entonces cuando halló en su pecho una sensación naciente que identificó como ansia. No era la primera vez en ese día; llevaba hostigándole horas, cada vez más virulenta. La observó con detenimiento hasta que terminó por desaparecer. Iviqi aparecería. Si todo iba bien, a lo mejor podría completar su misión esa misma noche. Eso le ahorraría una gran cantidad de molestias en el futuro. Y su maestro estaría satisfecho. De nuevo, encontró ansiedad entre sus sensaciones. Inspiró hondo y se limitó a observar ese afán de futuro hasta que se disolvió.
Volvió a posicionarse en el Ojo, centrándose en el increíble poder que le daba sobre su propia mente. Probó de localizar a Iviqi, un ejercicio que no era tan simple. No estaba en su habitación, ni en el resto de la posada, lugares que Aezhel tenía bajo control. Debía aumentar la escala, pero eso implicaría buscar por todo el barrio del puerto, demasiado bullicioso como para ir a tientas. Tenía que utilizar otra táctica. Partió desde su posición, la Casa del Atún, y desde allí examinó uno a uno los posibles caminos que la traerían a él. Tampoco sirvió. Luego hizo que el Ojo recorriera en círculos las calles colindantes, lo que, además de laborioso, era agotador. Se vio obligado a parar, acosado por varios signos de cansancio que debía contemplar hasta verlos evaporarse.
Decidió recurrir al inseparable compañero de la joven. Por desgracia, el vínculo con el mercenario se le resistía y, aunque le resultaba de una facilidad pasmosa penetrar en él, sus mentes no establecían una conexión correcta. Aun así, lo intentó. Si daba con Jax tendría la posición de Iviqi. No fue posible. La avidez regresó y vino acompañada, por primera vez en muchos días, de miedo. El mentalista necesitó vaciarse por completo para dejar ir ambas sensaciones. A punto estuvo de perder el enlace con el Ojo Interior.
Algo no iba bien. Su mente estaba alborotada pese a la calma que él mismo se había autoimpuesto. Era como si quisiera avisarle de algo. De nuevo, avidez y miedo. Aezhel detuvo la meditación unos instantes, prestando mayor atención a lo que le llegaba por ojos y oídos. Se encontró solo, tal y como sospechaba. Pero ahora tenía la certeza de que Iviqi no iba a aparecer, sin importar cuánto tiempo estuviera esperándola. Trató de observar la nueva sacudida de ansia, miedo e ignorancia, pero ya no pudo. Estaba fuera del Ojo. Terminó de vaciar los pulmones y abandonó aquel tejado de un salto.