65. En la morada celestial
Que Pablo no fue ejecutado como Pedro sin formación de causa, sencillamente como "enemigo del bien público" (hostis publicus), sino que fue condenado como ciudadano romano en un procedimiento judicial regular a la honrosa muerte por la espada, se deduce de la carta del obispo romano Clemente a los corintios, escrita treinta años más tarde. El pasaje descubre un conocimiento cercano a los sucesos y produce el efecto como de un resumen monumental de la vida de san Pablo:
Siete veces entre cadenas, desterrado, apedreado,
Heraldo en Oriente y en Occidente,
Cosechó la magnífica gloria de su fe.
Predicó la justicia a todo el mundo,
Penetró hasta los confines de Occidente
Y dio testimonio ante los potentados:
Así partió del mundo
Y llegó al lugar santo…
Sublime modelo de paciencia…
El segundo interrogatorio terminó con la sentencia de muerte. El mejor y el peor hombre de aquel siglo estaban uno enfrente del otro: el derecho entre cadenas, el crimen en el trono. Pablo no era ningún desconocido para la muerte, ni la muerte lo era para Pablo. Frecuentemente se encontró con ella en diversas formas y figuras, según escribió un día a los corintios. Desde entonces la ha mirado todavía más profundamente a los ojos, hasta su descarnado esqueleto, hasta calar su pétreo corazón. No la teme. Hace mucho tiempo que ha aprendido "a morir antes que muriese", con el arrobamiento del místico. Ahora debía encontrarse con ella por última vez en el combate decisivo, esta vez de un modo inevitable. No se debe creer que Pablo haya tomado la muerte como una cosa fácil. El hombre antiguo temía la muerte. Sócrates se las arreglaba con su dialéctica. Epicteto intentaba disputar con la muerte y se burlaba de ella como si fuese un espantajo de los chicos. Pero esto no convence a nadie. Es igual a cuando un niño silba para espantar el miedo en la obscuridad del bosque. Pablo tomaba la muerte terriblemente en serio. Para él, el gran realista, la muerte es "el último enemigo". Pero no retrocede ante ella. Le arranca el aguijón al trasladar el centro de gravedad de su vida a Cristo. Ahora, cuando ya se había despojado de los últimos restos de la vieja personalidad en la obscura noche de su mazmorra, y el espejo de su alma reflejaba con toda nitidez y resplandor la imagen del Crucificado, también el sacrificio litúrgico alcanzó el cénit de su carrera apostólica.
Una mañana, el anciano Apóstol es llevado por un grupo de lictores a lo largo de la calle que conduce a Ostia al través de la "Porta Trigémina" pasando junto a la pirámide de Cestio. Doblaron hacia la izquierda, en el sitio de la actual basílica de San Pablo, que entonces eran campos de pastoreo. Una leyenda romana presenta a la ciega Petronila (en paralelismo con Verónica) ofreciendo al Apóstol su velo para que se vendara con él los ojos [n. 56]. Con una última mirada abarca Pablo aquí la perspectiva del valle del Tíber a la derecha y de la Vía Apia a la izquierda, por la cual seis años antes entró en Roma. Por la Vía Laurenciana llegan en media hora a una húmeda hondonada, a la laguna Salvia, llamada "Aquae Salviae", junto al tercer miliario, donde hoy los hijos de San Bernardo habitan el monasterio de "Tre Fontane", situado entre altos eucaliptos. "Sin una fundada tradición, a ningún hombre se le hubiese ocurrido poner el suceso en uh lugar tan solitario". Pero la decapitación fuera de la ciudad traía su origen de un uso romano (TÁCITO, Hist. 4, 11). Es un fino rasgo de la leyenda el que a Pablo, con las manos encadenadas dirigido hacia Oriente, le haga decir en voz alta su última oración en aquella santa lengua en que en otro tiempo Cristo resucitado llamó desde el cielo a su servicio al extraviado. Aquí cayó su cabeza, enmudeció para siempre aquella boca que no habló palabra alguna que no estuviese ungida por Cristo. El que una antigua leyenda señale el lugar donde los dos príncipes de los apóstoles se despidieron mutuamente en el camino para el lugar del suplicio, es una expresión simbólica del hecho de que su común martirio curó la escisión entre judío-cristianos y pagano-cristianos y juntó la Iglesia en una unidad inquebrantable bajo el pontificado de san Lino.
Manos cristianas sepultaron a Pablo a dos millas del lugar del suplicio, en la hacienda (praedium) de la matrona romana Lucina, allí donde se eleva la actual basílica de San Pablo Extramuros, en ambiente puramente gentil. Antiguas sepulturas cristianas no se han hallado en los alrededores del sepulcro de san Pablo, pero sí gentiles. También esto es significativo en el "Apóstol de los Gentiles". Investigaciones recientes han confirmado brillantemente la antigua tradición. Por otra parte, "¿qué cosa del mundo hubiera podido mover al arquitecto a edificar la iglesia en este paraje muy apartado de las viviendas de la comunidad, y expuesto a las inundaciones del Tíber?"Aquí estuvo enterrado Pablo en una sencilla sepultura (memoria) hasta la persecución levantada en tiempo del emperador Valeriano en el siglo ni. Entonces se hizo la tentativa de robar todos los tesoros cristianos y destruir los cementerios. Los cristianos previeron el peligro trasladando los cuerpos de los dos apóstoles Pedro y Pablo a las catacumbas de San Sebastián, junto a la Vía Apia. Tan agradecida quedó la Iglesia por la salvación de su mayor tesoro, que este día de la traslación, 29 de junio, se perpetúa de una manera inextinguible como fiesta de los dos apóstoles. El papa san Silvestre i trasladó de nuevo los cuerpos de los apóstoles a sus sepulturas primitivas, en las iglesias edificadas sobre ellas por Constantino. Cincuenta años más tarde los emperadores Valentiniano n, Arcadio y Honorio en vez de la pequeña iglesia constantiniana edificaron la célebre basílica de San Pablo, que se terminó en el año 395, y en atrevimiento de la construcción y en capacidad sobrepujaba a todas las construcciones de la antigüedad pagana y de la cristiandad. Prudencio la cantó en inspirados versos:
Allá lejos, camino de Ostia, se levanta la tumba de Pablo, donde, por la izquierda, el río rodea las praderas.
El sitio resplandece con regio ornato. Un bondadoso príncipe erigió el templo y adornó el recinto con oro precioso. Recubrió las vigas con láminas de oro, para que, dentro, toda la luz sea dorada, como los rayos del sol a su salida.
Sostienen el áureo artesonado columnas de mármol de Paros, allí distribuidas en cuatro hileras.
El estremecedor incendio de 1823, acaecido en la misma hora en que más allá, junto al sepulcro de san Pedro, estaba muñéndose el papa Pío VII, destruyó esta única y notabilísima basílica principal de Roma procedente del siglo w, pero dejó ileso el sepulcro del Apóstol, así como el mosaico de la hija del emperador Teodosio, Gala Placidia, en el arco triunfal del templo. La actual construcción, levantada con los subsidios de toda la cristiandad, no produce a la verdad con las mismas dimensiones majestuosas la impresión de suave seriedad y sencilla belleza de otro tiempo, pero sí el mismo efecto subyugador.
La inscripción sobre el altar de la Confesión resume, de la manera más realzada, el ser y el misterio del Apóstol de las Gentes con sus propias palabras:
Para mí el vivir es Cristo
Y el morir una ganancia (Phil 1, 21).
El fino aliento del primer amor estaba todavía sobre el alma del Apóstol moribundo como el tierno esmalte sobre el fruto maduro. Durísimas desgracias, tristísimas experiencias no habían podido exasperar a esta grande alma. Su pueblo le ha expulsado y ve en él un enigma insoluble el día de hoy. Desde la primera mitad del siglo II se ha transmitido por tradición una sentencia, que suena como una condenación y damnatio memoriae oficial del Apóstol: "El que profana los santuarios y el que desprecia los días festivos y el que disuelve la alianza de nuestro padre Abraham y se descara contra la Tora (Ley mosaica)…: aun cuando haya de presentar conocimiento de la ley y buenas obras, no tiene con todo participación alguna en el mundo futuro" (MISHNA, Sentencias de los padres, 3, 12).
"El que planta cedros y encinas, ha de consolarse en que darán sombra sobre su sepulcro; él mismo no ve más que los flacos principios." Así suena una hermosa sentencia, relacionada con san Pablo. Sus adversarios no han dejado más que libelos sobre él y han desaparecido con ellos de la historia. Pero de la riqueza de ideas y profundidad de conceptos dé sus cartas ha nacido el bosque de cedros y encinas de la teología cristiana, arraigándose en el suelo de los hechos de la redención, y meciendo al sol su corona de hojas. Sobre su sepulcro se levanta una basílica inundada de luz, que la serie de papas de todos los siglos contempla con gravedad desde lo alto.