2. Educación judía en Tarso
Phil 3, 5.
En el curso de formación del apóstol Pablo hemos presentado hasta ahora sólo una raíz de su ser espiritual: la influencia helénica. Pero mucho más importante es la otra raíz de su ser, porque se remonta a una milenaria tradición, transmisión hereditaria y lazos de sangre: su ascendencia judía y su educación en el Antiguo Testamento.
Las comunidades judías esparcidas por todo el mundo eran muy superiores en número, riqueza y extensa cultura a las de Palestina [n. 13]. Desde los días del rey Antíoco Epífanes (171 a. de J. C), conocido por los libros de los Macabeos, que intentó inútilmente helenizar el judaismo, las familias judías de Tarso formaron una cerrada comunidad de raza con los mismos derechos que los griegos, una corporación política o colonia (politeuma). Eran un pequeño estado dentro del estado. La comunidad de parentesco era sagrada e íntima. Nadie podía en la antigüedad ser ciudadano de una ciudad sin estar vinculado a una estirpe o linaje. Esto daba a la familia de Pablo cierta tradición, un orgullo patricio. Partiendo de este punto de vista del orgullo del judaismo colonial, podremos hacer luz sobre la expresión tan llena de orgullo cristiano: "Nosotros, los cristianos, tenemos nuestra ciudadanía en el cielo" (Phil 3, 20). Cuando Pablo, en la Carta a los Romanos (16, 7 y 11), envía saludos para Andrónico, Junia y Herodión como miembros de su estirpe, pertenecían ellos precisamente a la comunidad familiar judía de allí, y quizá tenemos ante nosotros tres compañeros de escuela y de juegos, y quizá también parientes lejanos del Apóstol.
"Soy de la tribu de Benjamín." San Agustín indica muy hermosamente con cuánta verdad simboliza a san Pablo este nombre en la profecía del patriarca Jacob pronunciada en su lecho de muerte: "Benjamín es un lobo rapaz: por la mañana sale a la rapiña, y por la tarde reparte la presa" (Gen 49, 27).
Su padre, como fariseo, era un hombre de la más severa orientación nacional y religiosa e introdujo a su hijo en la sagrada lengua original de la Biblia, la cual conoció además en la escuela, según la traducción griega de los Setenta. Por lo demás, hablaban entre sí en casa comúnmente en griego. Los judíos tenían un excelente sistema de educación doméstica. Éste era el secreto de su fuerza. A los cinco años aprendían los muchachos el contenido principal de la Ley en los capítulos 5 y 6 del Deuteronomio, el gran Hallel (Ps 113-118), que se cantaba en las grandes fiestas, y el significado de los más importantes días conmemorativos del año santo. A los seis años fue Saulo al llamado "viñedo" (nosotros diríamos: jardín de infancia), la escuela de la sinagoga, que estaba edificada junto a ésta. Un esclavo (pedagogo), que llevaba su cartera de escuela y recado de escribir, le acompañaba allá cada mañana por las peligrosas vías de comunicación. Aquí, sentado en el suelo, con la tablilla encerada sobre las rodillas y el estilo de hierro en la mano, entre el pequeño grupo bullicioso, aprendió la historia de su pueblo. Los años siguientes fueron dedicados sólo a la historia sagrada. Así conoció la posición excepcional de su pueblo entre las naciones. Su infantil fantasía se enardecía con los triunfos y se enternecía con los padecimientos de su pueblo. Cada día llevaba a casa, para meditar, una nueva historia hermosa y conmovedora. Los cánticos de alabanza de Sión y los cantos fúnebres sobre Babilonia resonaban en sus oídos. Sus maestros le contaban también el porvenir de su pueblo: que un día vendría el rey Mesías y se lanzaría victorioso por el mundo con su espada milagrosa, más fuerte y resplandeciente que la lanza de Apolo, la cual era el tesoro más precioso y santamente guardado de la ciudad de Tarso. Que luego iría todo el mundo a adorar al Dios de Israel en Jerusalén, y el mismo emperador vendría de Roma a adorarle.
Puede que los compañeros griegos de Saulo miraran con desprecio a su camarada hebreo. Pero el pequeño Saulo sabía que pertenecía a un pueblo que ya tenía una gran historia cuando Roma y Atenas eran todavía sitios de pasto para las ovejas, Cuando los muchachos paganos representaban en sus juegos a "Escipión y Aníbal " y soñaban en Alejandro y César, entonces su ardiente fantasía iba con los patriarcas Abraham y Jacob y sus manadas de camellos por las maravillas del desierto, con José a las pirámides junto al Nilo, quebrantaba con David y Sansón al gigante y a los millares de filisteos. Cuando los otros en la escuela escribían memorias sobre las aventuras de Júpiter y lamentaban la pena de Dido, Saulo se estremecía con veneración ante el omnipotente Jehová, Dios de su pueblo, cuyo nombre es santo e inefable.
A los diez años comenzó el segundo período, menos feliz, en la educación del niño Saulo. Desde esta edad el muchacho hebreo era introducido en la llamada "ley oral". Cada día venía ahora a conocer todo un conjunto de nuevos pecados. Los rabinos habían levantado alrededor de la Ley de Dios una enorme valla de mandamientos orales, prescripciones de purificación y distinciones muy sutiles, que hacían pasar por tan obligatorias en conciencia como los diez Mandamientos. Para un alma delicada y naturalmente sensible, como la de Saulo, esto debía suscitar peligrosos sentimientos de contraste en medio de un mundo de brillante cultura, que vivía de muy diferente manera. Sobre este tiempo, que le arrebató el paraíso de la niñez, escribió Pablo más tarde, en su virilidad, en la Carta a los Romanos (7, 9-11), esta experiencia que estremece: "Pero yo, hubo un tiempo en que viví sin ley (inocencia de niño). Luego vino el precepto, y el pecado revivió. Y yo, yo morí. El mismo precepto que debía dar vida, fue hallado por mí como mortífero. Pues ¡el pecado fue incitado por el precepto y me engañó por el precepto!". Hasta entonces había visto el niño sólo de lejos, con veneración y curiosidad, en la sinagoga los muchos rollos del libro de la Ley con su cubierta bordada de varios colores. Ahora resonaba de repente a cada paso en sus oídos esta palabra: " ¡No debes! ¡No hagas esto! ¡No toques!" Entonces se indignó su alma juvenil. Creyóse engañado en su conciencia natural, parecióle como si hubiese gustado la muerte: " ¡Pero morí!" ¿Qué grave y no aclarada experiencia infantil se oculta detrás de esta palabra? Acerca de esto, sabemos más nosotros actualmente que la primitiva psicología de épocas anteriores. Por lo cual, no debe hablarse de una "caída de Pablo" como de algo sensacional, ni creer que Pablo no hubiera tenido "una infancia sana y alegre". Pero, con todo, nos ayudará a comprender, de un modo muy diferente, al Pablo de años posteriores, la profunda angustia del "nacido bajo la Ley" y la alegría producida por la redención, tal como la describe en la Epístola a los Romanos. El joven Lutero fue víctima de este complejo de infancia debido a una educación brutal, y este complejo de padre lo traspasó a Dios, imaginando así un Dios caprichoso y arbitrario. Sospechaba, y con acierto, que la solución estaba en la Epístola a los Romanos; pero, por faltarle una buena dirección espiritual, la buscó por un camino falso, en una poderosa autosugestión, que hoy día todavía perdura.
Era, por tanto, un ambiente enteramente religioso, aunque algún tanto asfixiante, el que Pablo respiraba en casa de sus padres. En este ambiente prosperó el sentimiento de superioridad y el orgullo nacional del judío extranjero y le unió con la madre patria de los judíos palestinos. Nos podremos imaginar al padre como hombre serio, callado, íntegro, recogido en sí mismo, dirigiéndose a la sinagoga con sus anchas tiras de oraciones (filacterias): algo así como un puritano escocés. No debemos maravillarnos de que no escatimara la vara con el joven Pablo. Y quizás éste tuvo también necesidad de ella cuando se piensa en el espíritu feroz y contumaz del perseguidor de los cristianos, antes que la gracia le transformase. Saulo debió de ser un muchacho voluntarioso, difícilmente educable, y tal vez recordara a su padre cuando más tarde, en la Carta a los Efesios (6, 4), escribía este aviso pedagógico: " ¡Padres, no irritéis con excesivo rigor a vuestros hijos!" El problema: padres tiránicos - hijos irritados, padres a la antigua - juventud moderna, seguramente se dio también entonces. De hermanos de Saulo nada sabemos, fuera de una hermana, que más tarde se casó en Jerusalén. Yo quisiera que supiésemos también algo de su madre. Pues siempre es grato conocer algo de las madres y de la herencia materna de los grandes hombres. El Apóstol nunca la menciona. Probablemente murió temprano y el muchacho creció sin el amor materno. Esto explicaría por qué fue sensible y agradecido a la delicada manera femenina y maternal con que le trató la madre de Rufo (Rom 16, 13).
En las familias de los fariseos reinaba entonces el sano principio de sabor moderno: "Hermoso es el estudio de la Tora (la Ley) en unión con una ocupación profana". Como su padre, según todas las apariencias, era un pañero y tendero bien acomodado, el muchacho aprendió en el taller de su padre, con los obreros o esclavos allí ocupados, a tejer lona de tienda del célebre pelo de cabra de aquel país, y a hacer tiendas. En Tarso, en aquel tiempo, como hoy todavía, estaba desarrollada en gran estilo la fabricación de tiendas de campaña. Aunque la profesión de tejedor, así como la de curtidor, gozaban de poca consideración por parte de los rabinos, en realidad, esto no se tenía siempre en cuenta. Así Pedro permaneció en Joppe en casa del curtidor judío Simón (Act 9, 43). De esta manera, el joven Pablo, en la industria de su padre, aprendió de los obreros y esclavos empleados a tejer el célebre pelo de cabra de Cilicia para hacer piezas de tienda, o bien a coser unas a otras las tiras del tejido para confeccionarlas. Todavía hoy los pastores de Cilicia llevan unas capas impermeables de pelo de cabra, que son tan resistentes, que dejadas en el suelo se mantienen tiesas y sirven de tienda. También Pablo se serviría de una de estas capas en sus viajes por el Tauro (cf. 2 Tim 4, 13). ¡Oh este terrible pelo de cabra de Cilicia! ¡Cuántas veces, siendo muchacho, se habría lastimado las manos con él! ¿Por qué este trabajo tan duro? No lo necesitaba para más tarde; ¡pues había de ser algún día un célebre rabí! El muchacho no preveía aún el día en que estaría obligado a este ejercicio de sus dedos, y que precisamente este oficio le había de juntar con sus posteriores colaboradores en el evangelio, con Áquila y Priscila, y que debía trabajar en el taller de los mismos. Todavía no presentía aquellas admirables noches de Éfeso, en que sus manos se deslizan mecánicamente sobre la tosca tela que está sobre sus rodillas, mientras habla lleno de fuego con Apolo sobre el tejido del espíritu en el alma y sobre el Verbo Eterno, que "se hizo carne y levantó entre nosotros su tienda de campaña". Así se dan la mano la naturaleza y la gracia, la libre elección y la disposición de Dios, y con la celeridad de la lanzadera del tejedor traban mil enlaces y tejen la divina trama en el hilado del hombre. Más tarde, cuando desde un elevado punto de vista miró atrás el camino de su vida y el de su pueblo, escribió temblando estas palabras: " ¡Oh profundidad de la riqueza y de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán impenetrables son sus designios, cuan inescrutables sus caminos! " (Rom 11, 33).
Por la tarde estaba Saulo sentado con su hermana en la azotea de la casa y contemplaba la brillante nieve endurecida de las montañas del Tauro. Allí le contaba su padre cómo "detrás de las montañas vivían los licaonios y gálatas legendarios, todos los cuales estarían destinados a la perdición, porque no conocían al Dios de Israel. El espíritu juvenil de Saulo nada sabía aún de aquella gran idea arrebatadora del reino del amor de Dios, que debía abarcar a todos". De vez en cuando llegaban a través de los antiquísimos pasos del Tauro caravanas de camellos y onagros. A la cabeza de las mismas marchaba, como hoy todavía, un borriquillo que prudentemente iba tanteando el camino. Los mercaderes, con su horrible dialecto entremezclado de voces célticas, vienen también a la casa de comercio de su padre, y venden balas enteras de lana de oveja y pelo de cabra. ¿Entendemos ahora por qué Pablo en su primer viaje de misión fue por el Tauro a aquellas lejanas comarcas?
No nos olvidemos de que, mientras el joven Saulo trabajaba en el taller de su padre, y por la noche se lavaba las cansadas manos y soñaba con pueblos remotos, por el mismo tiempo, muy lejos, en un pueblo pequeño, otro adolescente de algunos años más de edad deponía también sus herramientas manuales. El muchacho de Tarso nada sabía del joven de Nazaret. Y, sin embargo, cuando éste se tendía sobre su dura cama para descansar, puede que dirigiera una oración a su Padre celestial por el pequeño Saulo de Tarso.