28. De Tesalónica a Berea
Act 17, 5-15. Cf. 1 Thess 2, 1-12; Phil 4, 16.
Pablo no era sólo misionero, conquistador, sino también pastor de almas. Sabe consolidar y conservar lo que ha conquistado para el Señor. No anda en pos de rápidos y deslumbradores éxitos. Como misionero se compara a un "prudente arquitecto"; como pastor de almas se compara a un "padre", que mantiene en el bien a sus hijos con bondad y rigor; a una "madre", a quien los hijos del dolor son los más caros; a una "nodriza", que guarda con cuidado a su hijo de leche.
Según la primera Carta a los Tesalonicenses, los sermones de la sinagoga fueron sólo preparación y actos de propaganda para la actividad pastoral, a la que Pablo luego da comienzo de un modo muy intensivo y continúa largo tiempo. Lucas la omite, porque conforme a su fin principal de escritor quiere más describir la fuerza expansiva del Evangelio y siempre corre con gran prisa hacia nuevos teatros de misión. Después que Pablo hubo ganado a los mejores y más nobles elementos de la sinagoga, se llegó necesariamente a una separación, como hasta entonces había ocurrido en todas partes. En seguida comenzó el trabajo de ahondar en casa de Jasón, en los talleres, en casas privadas, en los aposentos de los esclavos de las casas señoriales, en los barrios aristocráticos, y sin duda también en los salones de mujeres principales (Act 17, 4). Era una cura de almas sumamente personal, cara a cara, de hombre a hombre, de casa en casa. Vemos a Pablo y Silas, con sus hojas de apuntes y las direcciones de sus protegidos, ir por las calles y rincones de los más diversos barrios y suburbios, subiendo y bajando escaleras. Pablo se afanaba personalmente por cada uno, oía dudas, dificultades, peticiones; con su admirable poder de insinuación se introducía en el corazón de cada uno en particular, empleaba su maravillosa fuerza de persuasión, su encantadora afabilidad, su desinteresado espíritu de sacrificio. Todos estaban presentes a su corazón y a su memoria, los que tenían dudas, los que ponían reparos, los difíciles, los impetuosos, los congojosos y los desbordantes de entusiasmo, los críticos y también los vacilantes y tímidos. A ninguno perdía de vista. Ésta era una escuela admirable para el joven Timoteo, quien así podía familiarizarse con el espíritu y el método de su gran maestro. En la primera Carta a los Tesalonicenses nos describe Pablo su método: cómo está sentado en medio de sus discípulos y recién convertidos y exhorta, alienta y conjura a cada uno, como un padre a sus hijos, a que se porten de una manera digna de Dios. Los tonos más tiernos del corazón, la rica escala de los sentimientos estaban a disposición de este hombre admirable. Esto tejía un lazo de íntima amistad entre él y los neófitos. La estrecha amistad personal es un carácter muy especial de su método de misión. Pero esta personal unión de corazón a corazón no era para él un fin absoluto o la satisfacción egoísta de una necesidad de amistad con Cristo, para llevar como padrino la novia al celestial Esposo. El cristianismo para Pablo no era ninguna doctrina abstracta, ninguna relación puramente intelectual con Dios, sino sobre todo una relación tierna e íntima con el Señor, una cosa real enteramente viva, por la cual se está dispuesto a padecer y a morir. "Todo esto lo hago por amor del Evangelio", escribía él (1 Cor 9, 23).
Debió de haberle sido con frecuencia bastante difícil, dado su marcado modo de ser, penetrar hasta el meollo de la personalidad a través de la envoltura que dan al hombre la educación, el temperamento, las prendas naturales hereditarias y la índole nacional. Pero Pablo ha siempre indagado lo genuinamente humano en el hombre y lo ha hecho aliado suyo. "Me he hecho, judío con los judíos, para ganar a los judíos; devoto de la Ley [o prosélito] con los devotos de la Ley - aunque no estoy sujeto a la Ley -, para ganar a los devotos de la Ley; con los que estaban sin Ley, como uno que no está sujeto a la Ley, para ganar a los que vivían sin Ley; flaco con los ñacos [esto es, angustiosamente cuidadosos de las prescripciones judías sobre los manjares], para ganar a los flacos me he hecho todo a todos, para salvar a algunos en todas partes (1 Cor 9, 20). Pero esta ascética de la afabilidad no era en él un frío cálculo, en el que no tuviera parte el corazón. "Aunque como enviados de Cristo hubiésemos podido echar en la balanza nuestra autoridad, nos portamos en medio de vosotros con tanta blandura, como una madre que está criando a sus hijos. Nos sentimos arrastrados hacia vosotros, y quisimos de buena gana no sólo traeros el Evangelio, sino también consagraros toda nuestra fuerza vital; tan queridos llegasteis a ser de nosotros" (1 Thess 2, 8). No escribe así ningún frío calculador. Nunca había visto el mundo tan pródiga entrega de sí mismo, tan apasionada lucha de alma a alma como entonces, cuando el Hijo del hombre en figura del Buen Pastor y cuando el Buen Pastor en la persona de su mayor discípulo iba por el mundo.
El cristianismo naciente de Tesalónica tuvo un carácter muy carismático. El Espíritu Santo se derramó sobre los recién convertidos en grande abundancia y los elevó a un arrobamiento místico. Pablo tenía tiempos en que brotaba de él poderosamente su don carismático. Cuando algunos meses más tarde escribe a Tesalónica: "Nuestro mensaje de salud no se anunció a vosotros solamente con palabras, sino también con milagros y dones del Espíritu Santo y en grande plenitud", se despertaron en ellos aquellas horas inolvidables de santa superabundancia en que Pablo, con su inflamado lenguaje de profeta, los conmovía en las reuniones de tal manera, que ya lloraban a lágrima viva de santo dolor por su vida pasada o de compasión hacia el Crucificado, ya prorrumpían en exclamaciones de gozo y consuelo, un tullido de nacimiento se levantaba súbitamente, o un poseído, después de la última feroz acometida de los demonios, se marchaba curado. Cuando luego Pablo, con su conocimiento del corazón humano, iluminaba los abismos y profundidades ocultas del alma de ellos, desenredaba el enmarañado ovillo de sus pensamientos y sentimientos contradictorios y ponía de manifiesto el tejido de culpa y hado, de espíritu y carne y de la doble ley: éstas eran experiencias dulces y ¿olorosas, pero los oyentes sentían bajo la experta mano del gran médico, que apartaba lo enfermo y deforme, cómo "la palabra de Dios es viva y eficaz y más aguda que espada de dos filos, cómo penetra hasta la división del alma y del espíritu, de las junturas y los tuétanos y es un juez sobre los pensamientos e intenciones del corazón" (Hebr 4, 12). Mas estas horas de entusiasta conmoción eran sólo la introducción, el comienzo de un lento proceso de curación y transformación. Cuando la gran hora del bautismo, en que se sumergieron en las aguas del río como en un vestido celestial, cuando los primeros días de la conversión hubieron pasado, entonces comenzó para el Apóstol el circunstanciado trabajo de todos los días. Poco a poco habían de desacostumbrarse de 1 a leche materna y acostumbrarse a manjares fuertes. El Apóstol estuvo muy lejos de presentar como exaltaciones insensatas los primeros sentimientos entusiastas de sus convertidos, a los que él mismo conocía muy bien. Pero hubo de decirles: "No el enajenamiento de la exaltación, sino vuestra santificación, ésta es la voluntad de Dios" (1 Thess 4, 3).
Pronto rivalizó la Iglesia de Tesalónica con la de Filipos en vivo y activo espíritu de fe y caridad sacrificada. Pero cada una de las comunidades paulinas tenía su propio semblante. La Iglesia de Tesalónica llevaba un sello escatológico muy notable. Una cosa producía especial impresión en los tesalonicenses, fácilmente excitables: el misterio de la inminente consumación del mundo. Corría entonces por el Imperio una disposición sintomática a esperar el fin del mundo. Pablo mismo parece haber estado sensiblemente bajo semejante idea y haber esperado la parusía (la pronta segunda venida de Cristo), pero sin indicar, con todo, un término fijo para la catástrofe del mundo. Bajo la impresión de sus discursos proféticos sobre el fin del mundo, el juicio universal y las señales precedentes, vieron los buenos tesalonicenses enrojecerse ya el cielo vespertino y estar inmediatamente próxima la catástrofe. El emperador Calígula, con su locura cesárea, había hecho perder su esplendor al Imperio de Augusto y Tiberio; en tiempo de Claudio mujeres sin conciencia en el trono imperial practicaban su juego malvado, ebrias de su embriagadora copa de poderío y sangre; cometas, lluvias de sangre, monstruos, pestilencias, inundaciones, estatuas de emperadores y templos destruidos por el rayo parecían indicar cosas siniestras. En vista de todo eso se hacía la pregunta: ¿A quién pertenece propiamente el Imperio? ¿Quién será emperador? ¿Británico, el hijo de Mesalina, o Nerón, el hijo de Agripina? Es posible que algunos cristianos hubiesen interpretado falsamente y repetido unas palabras del Apóstol: " ¡No os cuidéis de tales cosas! Nosotros, los cristianos, tenemos otro Estado, que está en el cielo. Que los hijos del mundo llamen al emperador su dios: nosotros tenemos un más alto señor y rey, a quien el Padre mismo ha dado el reino, Jesús, nuestro Rey y Señor." Ésta era un arma peligrosa en las manos de los judíos, y supieron usarla. Pues entonces estaba pendiente sobre ellos más que una espada de Damocles. Claudio acababa de expulsar a los judíos de Roma. Cualquier día el decreto de expulsión podía extenderse también a las provincias. En consideración a esto, creían haber de representar el papel de hombres fieles al emperador. El odio había de desviarse hacia Pablo y los cristianos. Con dinero judío fue sobornada la chusma y el populacho del mercado, como dice literalmente Lucas. Al grito de "¡Pablo! ¡Conjuración! ¡Alta traición!", se precipitó por las calles, recibió refuerzo de todos los bazares y tabernas, y se lanzó furioso hacia la casa de Jasón. Cuando se vio aquí venir el peligro, Pablo y sus dos amigos fueron escondidos en alguna parte. Desengañados, arrastraron a Jasón y a algunos hermanos, como rehenes ante la autoridad de la ciudad, al mercado, y presentaron la acusación de alta traición: "Esta gente alborota a todo el orbe de la tierra. Ahora están también en nuestra ciudad, y Jasón los ha recibido. Todos ellos son rebeldes a los mandatos del emperador y afirman que otro es rey, a saber, Jesús". Pero los munícipes fueron aquí, bajo los ojos del gobernador, más advertidos que en Filipos. Sabían sin duda lo que se había de pensar acerca del patriotismo de esta chusma y de los que la dirigían. Como se conocía a Jasón como un ciudadano pacífico y honorable, le exigieron una suma de dinero como fianza de que despediría a los extranjeros lo más pronto posible y sin ruido.
Ya en la misma noche llamó Pablo a casa de Jasón a los "hermanos " de la iglesia y les dio sus instrucciones. Despidióse de ellos y dio las gracias al noble Jasón por todo su amor y fidelidad. Fue un amargo sacrificio para Pablo abandonar su comunidad, que se iba desplegando magníficamente. Sus presentimientos de que vendrían días difíciles para los recién convertidos y especialmente para Jasón, no fueron falsos. Cuantas veces oímos hablar más tarde de la Iglesia de Tesalónica, oímos hablar también de persecuciones y trabajos (1 Thess 2, 14; 2 Thess 1, 4). Pablo creía entonces que su partida era para breve tiempo. Pero sucedió de otra manera. Por ocho años enteros no vio más a sus amigos de Tesalónica. Y cuando después volvió, no tuvo ningún descanso y hubo de huir de una casa a otra: "Combates por fuera, constante temor por dentro", así escribe más adelante (2 Cor 7, 5). Pero estas constantes persecuciones juntaron interiormente entre sí a los miembros de la comunidad y mantuvieron vivo su fervor. A ninguna otra elogió el Apóstol en igual medida por su paciencia y fidelidad en la fe y su grandísima caridad de unos para con otros (2 Thess 1, 4). Ella le había dado también dos fieles colaboradores: Segundo, el compañero de su último viaje, y Aristarco, que compartió su prisión en Roma (Act 20, 4; 27, 2; Col 4, 10 r Philem 24).
Debió de ser a principios del año 51, cuando, protegidos por la noche, Pablo y sus dos compañeros salieron de la ciudad, marcharon a lo largo del golfo, donde los faroles de los mástiles de los buques y de las innumerables barcas pesqueras les alumbraron el camino, se desviaron luego de la vía militar, y por una carretera regional, después de una jornada de doce horas, al día siguiente llegaron a la retirada ciudad de Berea (hoy Verria), situada en el tercer distrito de gobierno macedónico. En esta pequeña ciudad montañosa, recostada de un modo pintoresco al pie del Olimpo y abundante en fuentes, reinaba una vida tranquila. En la quietud contemplativa de sus viñedos y olivares, a este pueblo sencillo de artesanos, labradores y canteros, que trabajaban en las canteras de mármol del Olimpo, no se le daba un ardite de los grandes sucesos del mundo y de las charlas diarias de más allá de la gran ciudad marítima. Pablo quería aquí propiamente sólo aguardar hasta que se calmase la tormenta de Tesalónica. Dos veces intentó volver allí, pero fue imposible por las maquinaciones satánicas de los judíos de dicha ciudad (1 Thess 2, 18). Así, pues, utilizó el tiempo para la fundación de una nueva comunidad. Hasta en Berea había una pequeña colonia y sinagoga de los judíos. Mas éstos eran "de más nobles sentimientos que los de Tesalónica y recibieron con prontitud de voluntad la palabra". Originóse un verdadero movimiento bíblico. Diligentemente estudiaban judíos y prosélitos sus Biblias griegas y buscaban los pasajes que citaba Pablo para demostrar el carácter no político del Mesías. Precisamente las personas principales se adhirieron aquí al cristianismo, prueba de que no se puede generalizar la proposición de que el joven cristianismo estaba compuesto sólo de proletarios. El gran número y el activo interés de las mujeres en la obra misionera muestra que nos hallamos aquí en suelo europeo. También Berea dio al Apóstol un valioso colaborador: Sópatro, hijo de Pirro (Act 20, 4), que más tarde se halla entre sus compañeros de viaje.
Pero la alegría no duró mucho tiempo. Como el ladrido de los perros en una aldea acompaña a un viajero nocturno y despierta a todos los perros de la vecindad, así pasó también allí. Pablo mismo usó una vez esta comparación de los perros respecto a sus adversarios macedonios (Phil 3, 2). Aunque los agitadores y azuzadores que se enviaron tras él a Berea no fueron secundados como ellos esperaban, sin embargo, lograron sembrar cierta inquietud, y dado que en todas partes hay un populacho venal y ansioso de escándalos, los hermanos previnieron el estallido de mayores perturbaciones y consideraron conveniente poner a Pablo en seguridad; pues él solo estaba en peligro. De nuevo terminó la actividad de Pablo con una huida. El Apóstol resolvió abandonar enteramente Macedonia y encaminarse a un país donde el odio de los adversarios no pudiese tan fácilmente alcanzarle. Eligió el camino por mar. El códice Beza dice: "Pablo evitó Tesalia, pues tuvo impedimentos para predicar allí". En Verria todavía perdura la tradición de que Pablo se "trasladó por Eginion al puerto de Methoni (entonces Eleutherokhori). Algunos sospechan que Pablo, en Berea misma o en la larga jornada de 50 kilómetros para la próxima ciudad marítima de Dio, situada junto al golfo Termaico, se vio acometido por uno de aquellos accesos de su enfermedad, o bien que sufrió alguna alteración nerviosa, una depresión. Es posible que ello sea verdad, dada su agitada vida ambulante. De no ser así, difícilmente se explicaría por qué sus compañeros, que debían acompañarle sólo hasta el mar, no se volvieron, sino que permanecieron con él y "le llevaron hasta Atenas". Pablo dejó un pedazo de su corazón en Berea: Silas y Timoteo. Quiso hacer este sacrificio de su corazón, porque la joven Iglesia de allí necesitaba de ellos indispensablemente. Mas cuando se despidió en Atenas de los hermanos de Berea, les rogó encarecidamente: " ¡Decid a Silas y Timoteo que vengan tan pronto como sea posible!" Debió, pues, de haberse sentido acometido de alguna dolencia y necesitado de ayuda.