51. Pablo y el gobernador Félix
Act 23, 12 - 24, 7.
Entretanto los sicarios se habían apoderado de la causa, habían enterado de su conjura al sanedrín y pedido su cooperación. Tal era el grado de vileza del sanedrín. Pero también esta vez se acreditó el servicio de información de los hermanos. Pablo sintió su proximidad solícita y amante. Un hijo de su hermana logró enterarse de un proyecto importante. Es posible que la familia viniese en conocimiento del complot por medio del padre, que debía de ocupar un elevado puesto y tener como tal diversas relaciones, y que la madre enviase a su hijo a la fortaleza. Mientras Pablo estaba todavía ocupado por la mañana en sus pensamientos sobre la aparición nocturna, abrióse la puerta de su celda. Su sobrino estaba delante de el. ¿Qué noticias me traes, hijo mío? - Muy importantes, tío Pablo. Los delegados del sanedrín quieren pedir al tribuno que te conduzca otra vez ante ellos, a lo que dicen, para averiguar tu causa con más exactitud. Pero esto no es más que un pretexto. Luego que salgas de la fortaleza, tienes la muerte segura. Cuarenta hombres del partido de la libertad se han obligado bajo horrible juramento a no comer ni beber nada hasta que te hayan dado muerte. Están acechando con sus puñales en todas las esquinas y rincones. Pablo rogó al centurión que al instante condujera su sobrino a Lisias. De esta manera el tribuno tuvo oportunamente conocimiento del plan de asesinato, cuando se disponía para recibir a los diputados del sanedrín. La responsabilidad comenzaba a aumentársele en gran manera. Ahora tenía un motivo para poner el proceso en manos del gobernador. Hacia las nueve de la noche se hallan en los cuarteles dos centuriones con doscientos soldados de infantería, arqueros árabes y siríacos, setenta de caballería y doscientos lanceros, dispuestos para llevar a Pablo a Cesárea al favor de la noche.
Era una extraña cabalgata en la noche estrellada, a través de las húmedas sombras de desfiladeros y gargantas, por la región rocosa de Judea, de color rojizo, iluminada por la luna. Por la mañana bajaron del terreno pedregoso a la fértil llanura de Sarón, donde los segadores iban a los campos de siega y los labradores en las eras aventaban el trigo. Todavía hoy se ve la antigua calzada romana con sus enormes sillares, obra maestra de la arquitectura romana, por la que Pablo después de un viaje a caballo de doce horas llegó a Antipátrida. En la llanura ya no había motivo para temer un ataque repentino, por lo cual los cuatrocientos soldados de infantería regresaron. Al caer de la tarde, la reducida tropa entró a caballo en la fortaleza de Cesárea por los florecientes jardines y quintas.
La ciudad marítima de Cesárea, en el sitio de la antigua Torre de Estratón, fue fundada por Herodes el Grande, quien le dio el nombre en honor del César. Era para los romanos la base de aprovisionamiento y el punto estratégico del país, y tenía una guarnición de cinco cohortes y un ala de caballería. Esta presión militar sobre su país habían de pagarla con tributos los mismos judíos. De ahí su odio y la pregunta al Salvador: "¿Es lícito pagar tributo al emperador?" Era una magnífica residencia, notable por su grandeza y suntuosidad conforme al estilo de un incipiente tiempo de decadencia. Como en Jerusalén, también aquí el palacio real edificado por Herodes era el domicilio del gobernador. San Lucas lo llama el "pretorio de Herodes". Los presos notables eran llevados al pretorio del campamento, más exactamente, a la guardia de la comandancia del pretorio. El centurión del escuadrón de caballería entregó al gobernador Antonio Félix el informe de Lisias y le presentó su preso. Por primera vez se hallaban frente a frente dos hombres que personificaban dos mundos tan radicalmente diversos. Félix examinó, sin duda con aire de superioridad, la pobre figura de su preso, de cuyo interior vino a herirle el ardor de un mundo espiritual enteramente extraño. Leyó en voz alta en su presencia la carta de Lisias. Era un modelo de precisión romana, objetiva, breve y clara. El contenido principal era muy favorable para el acusado: se trataba sólo de un asunto religioso interno judío. Lisias es el prototipo de oficial romano prudente. Félix se informó de la patria de origen del preso. Cilicia era provincia imperial, no senatorial. Por tanto, el tribunal del gobernador imperial era competente. Manifestó su decisión en tono algún tanto altanero: "Te daré audiencia cuando vinieren tus acusadores". También este encuentro con el magistrado del Estado romano fue para Pablo prometedor de buen suceso.
Con esto comenzó la prisión en Cesárea. Fueron dos monótonos años para aquel hombre de inaudita actividad. El mundo de un preso no es muy rico en variedades. Por esto nos pinta san Lucas los sucesos poco dramáticos de esta prisión con amplias pinceladas en cuatro grandes escenas. Quería también corregir los prejuicios de los judío-cristianos sobre su héroe, mostrando cuan favorablemente juzgaban sobre él los de fuera, los romanos exentos de prejuicio.
En los Hechos de los Apóstoles, los principales actores de esta tragedia salen bastante bien parados. Lucas no quiere trazar ningún cuadro interesante de las costumbres de una época de decadencia, como Tácito, Suetonio y Flavio Josefo, que no siempre la han descrito "sin odio y paru. TIC". Aquí Lucas está guiado por una ética cristiana elevada. Cubre las debilidades y la vida privada de esos personajes con el manto del amor cristiano. Para poder darnos cuenta de la magnitud de esta discreción hay que conocer el fondo histórico de las fuentes contemporáneas.
Félix (del año 52 al 60, procurador de Judea) y su hermano Palas, todavía más importante, eran griegos, libertos de Antonia, la madre del emperador Claudio. Palas era el favorito todopoderoso y primer ministro con Claudio y algunos años también con Nerón. Debido a su influencia, su hermano Félix hizo una brillante carrera. Pero el alma de esclavo siguió siempre palpitando en él. TÁCITO (Hist. 5, 9) dice que era cruel y sensual, que ejerció el derecho de rey con espíritu de esclavo. Tan pronto sofocaba el bandolerismo de los sicarios como se servía de ellos para sus venganzas personales. Así, el sumo sacerdote Jonatán cayó bajo la daga de éstos por haber reprochado a Félix sus depredaciones (FLAVIO JOSEFO, Antigüedades, 20, 8, 5). El gran prestigio de que gozaba su hermano, le aseguraba la impunidad de sus acciones. SUETONIO le llamaba el "hombre de las tres reinas" (Claud. 28). Su primer matrimonio fue con una nieta de Marco Antonio y de Cleopatra. La que ahora compartía su felicidad era Drusila, la hija de diecisiete años del rey Herodes Agripa i. Félix, con la ayuda del mago judío Simón de Chipre, la había enemistado con su marido, el rey Azizo de Emesa. Éste era pues el matrimonio tan edificante ante el cual se presenta Pablo y con el cual había de tener durante dos años tan fatales relaciones [n. 5]. El hermano de Drusila, Herodes Agripa n, a quien encontraremos más tarde con su hermana Berenice, de visita en casa de Festo, fue educado en Roma, en el palacio imperial, cuando su padre murió de manera tan terrible. Como entonces todavía era menor de edad, Claudio no le dio el reino judío de su padre sino que a la muerte de su tío, casado con Berenice, le dio el pequeño territorio de éste, o sea, Calcis, en el Líbano, y luego él lo fue ensanchando, con la aprobación de Nerón, con algunos principados del norte de Palestina y del oriente del Jordán. Berenice, después de otras aventuras matrimoniales, vivió al lado de su hermano Agripa, gozando de la fama de una Lucrecia Borgia, por su belleza, sus vicios, su talento y amor al lujo y a la ostentación. Después de la ruina de Jerusalén tuvo relaciones de carácter dudoso con Tito. Pero cuando éste llegó a ser emperador, como sea que su vida escandalosa con la judía afectaba demasiado a su prestigio, se separó de ella. Entonces desapareció entre las sombras del olvido, mientras su hermana Drusila encontró la muerte en la célebre erupción del Vesubio (FLAVIO JOSEFO, Antigüedades Judaicas 20, 7, 2; Guerra de los judíos 2, 13; SUETONIO, Tito 7; TÁCITO, Hist. 2, 2). Así pues, estaba Pablo en el célebre palacio de Herodes. ¡Cuántas cosas podía contar aquel famoso edificio! Durante la noche, por sus aposentos se oían los suspiros de la hermosa Mariamne, asesinada por Herodes. Los hijos del tirano cumplieron aquí su destino. Por estos aposentos había vagado en las noches de insomnio el viejo tirano, llamando su Mariamne, a la que aún seguía queriendo, y a la que había asesinado en un arrebato de celos. Alrededor de estos muros se habían establecido los judíos acosando al gobernador con llantos y ruegos cuando Calígula quería profanar con su estatua el templo de Jerusalén. Aquí se desarrolló aquella primera escena del juicio verbal que nos describe san Lucas. El sumo sacerdote Ananías vino ya después de pocos días con algunos ancianos y con un abogado romano. Era éste un principiante inexperto, uno de aquellos que como preparación para su carrera tomaban a su cargo en la provincia la defensa de los indígenas. Nótese su carácter de principiante en la introducción de su discurso, al cual dio principio, según los preceptos de la escuela, con una inhábil y chabacana adulación. El sumo sacerdote debió, sin duda, de disimular su risa, cuando su abogado profirió mentiras tan del tamaño de un puño como éstas: Que Félix había dado la paz al país, que su buena previsión había remediado muchos desórdenes. Que por esto debían tributarle los judíos calurosas acciones de gracias. En realidad fue Félix uno de los más odiados gobernadores que jamás tuvieron los judíos. Esto se mostró cuando después de dos años le acusaron en Roma de su mala economía y Nerón le depuso. Asimismo fue una falta de principiante el desacierto de echar la culpa al tribuno romano delante de la autoridad romana, diciendo que con su intervención había perjudicado a la causa. La acusación constaba de indignas arterías, malas interpretaciones y ofensas. Decíase en ella: 1.°, que Pablo era un público agitador, un hombre pestilencial y amotinador de los judíos internacionales y por eso reo de alta traición; 2.°, que era el caudillo de una secta que no tenía ningún derecho legal, y por esto reo de delito de religio Micha; 3.°, que había intentado profanar el templo y así infringido la ley romana. A cada uno de estos tres delitos, según la ley romana, le correspondía la pena de muerte (FLAVIO JOSEFO, Guerra de los judíos 6, 2, 4).
Félix tenía la suficiente experiencia para comprender al punto las intenciones de aquel sangriento y torpe abogadillo. No hizo ningún caso de él. Sabía demasiado sobre estos honorables señores y su venerable sumo sacerdote. Quiso saber lo que Pablo tenía que decir. Éste se levanta, encadenadas las manos, y al punto conquista la atención del tribunal. En el trato de los hombres, en la acomodación al tiempo y lugar es maestro consumado. Habla prudentemente y coloca en un lugar debido todo el asunto, al desplazarlo al terreno del derecho religioso. Dice que emprende con confianza su defensa, porque el gobernador ya hace años es juez sobre "este pueblo". Tú entiendes de gentes, quiere decir. Refuta punto por punto lo dicho por su adversario, pero pone la principal energía en la demostración de que él nunca había sido infiel a la verdadera religión de sus padres, la cual culmina en la fe en el Mesías; dice que, al contrario, su punto de vista religioso, diferente del de los saduceos, la forma cristiana de su veneración a Dios, estaba del todo en el terreno de la Ley y de los Profetas, esto es, concordaba con el contenido dogmático del Antiguo Testamento. El Antiguo y Nuevo Testamento forman, según él, una unidad dogmática (Gal 3, 7; Lc 16, 16). Considerada la cosa desde el punto de vista del derecho romano, su doctrina de la resurrección, que contiene in nuce todo el cristianismo, se movía dentro de los límites del judaismo protegido por el Estado, y por tanto no podía ser tratada como religio Micha. Al Estado romano no le importaba la diversidad de opiniones religiosas dentro de los límites de la religión judaica. Éste fue ya el punto de vista del procónsul Galión. Este discurso de defensa es la primera apología oficial del cristianismo ante el poder del Estado romano. Era éste el modo de ver de los primeros cristianos y por largo tiempo no fueron molestados por los tribunales romanos, que aprobaron esta conducta. La interior diferencia esencial entre el cristianismo y el judaismo no era "jurídicamente notoria a los romanos de entonces" y por esto no existía para ellos. Sólo más tarde, hacia el año 55, cuando se supo por los judíos que el fundador del cristianismo había sido crucificado, "porque se había opuesto al César", se decidió la justicia romana en tiempo de Nerón (quizá bajo la influencia de la amiga de los judíos, la emperatriz Popea) a sostener la diversidad esencial entre entrambas religiones. Como quiera que sea, en tiempo de Domiciano se cambió definitivamente el punto de vista jurídico de Roma. Así se llegó a las primeras persecuciones de los cristianos. Por eso san Juan en su Evangelio (19, 7-16), que escribió después del estallido de la persecución, ya no tuvo ningún motivo para callar que Jesús había sido crucificado como supuesto enemigo del César. Esto era para los cristianos de entonces un gran consuelo en su situación (cf. Pickl, p. 102).
Félix, que por haber ejercido largos años su cargo en Judea y por estar casado con una judía creyente conocía las cuestiones religiosas de los judíos mejor que el común de los funcionarios romanos, había de dar razón interiormente a Pablo y expresarlo por una sentencia absolutoria. Pero no lo hizo, en parte por temor de la venganza judía, porque también tenía un alma como la de Pilato, en parte por codicia, para sacar dinero a Pablo. Según el derecho provincial romano (MOMMSEN, Rómische Geschichte n), dependía de su parecer si era necesaria todavía otra prisión preventiva o no. Decidióse por lo primero. Bajo pretexto de esperar una aclaración por parte de Lisias, puso término a la actuación con la expresión jurídica "Amplius", la que significaba tanto como: el caso queda aplazado. Lisias no vino, naturalmente, y los judíos tuvieron por conveniente no emprender nada más en la causa. Félix dio orden de hacer lo más llevadera posible para Pablo la prisión en la fortaleza (custodia militaris). En adelante podía moverse libremente sin cadenas dentro del cuartel y recibir visitas a su gusto. Pero la injusticia de una prisión sin sentencia del tribunal pesaba, con todo, gravemente sobre él.
San Lucas nos describe todavía una segunda escena del tiempo de Cesárea. Parece que el cristianismo entonces, cuando estaba rodeado aún del atractivo de lo desconocido y de la novedad, era ya un interesante asunto y materia de conversación para las clases elevadas. Sucede con frecuencia que éstas por aburrimiento o por el placer de recibir impresiones se interesan por una determinada filosofía de nuevo cuño o por una creencia religiosa de moda, como la teosofía, para satisfacer una vaga necesidad metafísica. Alrededor de los gobernadores de las provincias gustaba de juntarse una multitud de eruditos a la violeta, filósofos, gourmets de la literatura, cantores, comediantes, magos y ocultistas, conforme al gusto romano. Así parece también que Drusila, la esposa del gobernador, judía de talento y muy amante de la música y de las canciones, era quien mantenía a su alrededor toda aquella corte abigarrada. Manuscritos siríacos dan a entender que las frecuentes conversaciones del gobernador con Pablo tuvieron lugar por indicación de esta mujer (MERK, NOV. Test., ed. greco-latina). Como judía evidentemente quería conocer también más de cerca a este célebre individuo de su pueblo, del cual se hacía eco el mundo oriental. Pues era hija de Herodes Agripa,.el cual pensó herir a la nueva religión en las personas de Santiago y Pedro, y sobrina de aquel Herodes Antipas que mandó degollar a Juan el Bautista. Seguramente había oído que éste encerró en su castillo a un célebre profeta y tenía frecuentemente pláticas con él. ¿Sentíase dichosa en su brillante situación? Su alma de mujer ¿no anhelaba algo más profundo que los abrazos de un hombre de vida desordenada? ¿Aquel misterio que hacía tan feliz al pobre preso Pablo? El alma femenina está con frecuencia llena de presentimientos. Ella había de ir tras el misterio. Quería oírle hablar de la "fe en Jesús". Félix, vuelto de una visita a su distrito con su esposa, dispuso en el salón de fiestas del castillo una reunión en la cual Pablo debía hablar sobre el cristianismo. Se había oído hablar también, sin duda, de las "fuerzas espirituales" de que disponía Pablo, quizá también del suceso acaecido en la corte de Sergio de Chipre. Ésta podía convertirse en una "velada divertida", ¡en una situación como la de Jesús ante Herodes!
A Pablo por cierto no le fue fácil aparecer como objeto de curioso interés ante esta sociedad decadente. Pero deseaba ganar almas; se sentía como embajador de Cristo, que debía conjurar a los hombres a que se reconciliasen con Dios (2 Cor 5, 20). Conocía a esta clase social pagano-judía desde su estancia en Grecia, Éfeso y Tarso, y sabía exactamente dónde les apretaba el zapato. Por eso, después de haber hablado de las pruebas históricas de la fe, de la admirable vida de Jesús, de las apariciones de Cristo resucitado y de sus propias experiencias, dio súbitamente a su discurso un rumbo del todo inesperado, dirigiendo la atención de los oyentes a las consecuencias prácticas del cristianismo, al terreno moral: a la rectitud interior, al dominio de las pasiones y a la responsabilidad ante el juicio venidero. Aludió seguramente a los extravíos del instinto sexual en los paganos, como consecuencia del extravío del instinto religioso. Debió de hablar muy claro y sin ambages, según nos consta por la Carta a los Romanos. Luego pintó la venida del Juez con colores apocalípticos. Félix estaba en ascuas, se sintió inseguro, mudaba de color, dirigíanse mutuamente miradas ocultas él y su amiga, la cual, con los grandes ojos de un niño curioso, veía saltar chispas de santo fuego de los ojos del profeta. No sabemos lo que pasó en el alma de la joven. Ninguna palabra desagradable pronunció Pablo contra ella. Sabía que ella era la seducida. San Pablo es siempre indulgente con las mujeres; si acusa, acusa ordinariamente a los hombres. Pero sabemos lo que sentía Félix: "temblaba de angustia". Tenía razón para temblar. La conciencia le ahogaba. Era una escena digna de Shakespeare, el gran intérprete de las almas, una escena como la de Hamlet, en la que éste hace representar por unos comediantes en presencia del rey criminal los hechos abominables por éste cometidos. Entonces se presentaron de nuevo ante sus ojos las sombras sangrientas de su vida pasada, las víctimas de sus crímenes, de sus placeres, de su rapacidad, los jefes de los sacerdotes asesinados, las mujeres seducidas. Pero Pablo conjuró, no a las diosas paganas de la venganza, las Erinnias, que sólo afligen y atormentan sin corregir, sino a la cariñosa voz de Dios, que llama a penitencia en la conciencia. Por poco no se rindió Félix a la gracia de Dios. Mas no llegó a ello. El arrepentimiento y la penitencia no son un estremecimiento delicioso, un sentimiento teatral, una excitación dramática, sino una seria y áspera realidad. Y ésta no era de su gusto. Interrumpió la sesión con algún pretexto de indisposición o de cansancio y tedio, y dijo a Pablo que le llamaría "en otro tiempo más oportuno". Pero este tiempo más oportuno no llegó. Cuantas veces se llega a un contacto con Cristo y el mundo superior y se espera un "tiempo más oportuno ", hasta que se sienta inclinación, se hace cada vez más improbable que el tiempo oportuno llegue. Cuando se rechaza la verdad, el corazón se endurece todavía más. Ningún hielo es tan duro como aquel que se derrite un poco en la superficie y de nuevo se hiela luego que el sol se ha ido.
Cuando Félix salió de la sala al lado de su joven esposa, aguardábanle ya los demonios de la sensualidad y la codicia. "Félix - dijeron, halagándole-, ¡no te expongas más a ninguna penosa situación!" Félix no lo hizo más. Pero tampoco pudo negarse el goce de tener con frecuencia conversaciones privadas con el interesante preso. El gran conocimiento que éste tenía de la vida griega, de las grandes capitales y su cultura, la experiencia del hombre que había viajado mucho, le infundían respeto. Pero no profundizó más. Pues era un hombre superficial y sin ideales. ¡Pobre Félix!, el tiempo llegará pronto para ti: dentro de pocos meses serás depuesto y desaparecerás en la obscuridad y en la ignominia. Y tu joven y hermosa mujer perecerá bajo la lava del Vesubio con el hijo tuyo y de ella, el pequeño Agripa. Pero el amigo de Pablo, el hombre que allí en el rincón del patio habla con tu preso, teniendo el cuaderno de apuntes en la mano, escribirá tu triste historia, y será leída mientras el mundo subsista. Félix hacía a veces a Pablo discretas insinuaciones sobre el rescate que de él esperaba. Así, por tanto, detrás del pretendido interés religioso acechaba aún en este caso la codicia específicamente pagana.
Mas los años que Pablo pasó en Cesárea no transcurrieron en la inacción. Al contrario, fueron en extremo fructuosos para la Iglesia. Un hombre como Pablo, que tenía tan alto concepto del valor del tiempo (Eph 5, 16), sabe sacar algo de cualquier situación. Sus amigos le habían seguido desde Jerusalén y estaban constantemente en torno suyo. Por el descanso forzado mejoró el estado de su salud. También su vida estaba en seguridad. Además, por la larga prisión los corazones de muchos judío-cristianos fueron disponiéndose algo más blandamente para con él. En sus cartas posteriores ya sólo vemos pocas huellas de la antigua lucha. Por la favorable situación de Cesárea podía Pablo seguir teniendo comunicación con sus comunidades de las ciudades marítimas del Mediterráneo. La correspondencia de este tiempo no ha dejado ningún sedimento en cartas inspiradas, pero en compensación el fruto principal de esta prisión pudo ser la preparación y origen de uno de los más hermosos libros del mundo: el Evangelio según San Lucas. Pablo conoció por cierto que su predicación oral, que había estado interrumpida por largo tiempo, había de ser substituida por una escrita. A la verdad, en sus sermones se apoyaba siempre en los grandes acontecimientos de la vida de Jesús, pero según sus dotes espirituales cavaba con preferencia en la profunda mina de divinos pensamientos que se le habían revelado en Cristo. Era una naturaleza profético-mística; Lucas, por el contrario, tenía una abundante vena histórica. Así se completaban los dos hombres de la manera más ventajosa para la salud de la cristiandad. Mateo ya había redactado su Evangelio en lengua aramea para los judío-cristianos, Marcos había ya, sin duda, terminado su relación sobre la vida de Jesús según la predicación oral de Pedro. Así, pues, Lucas estaba en la agradable situación de poder entrelazar en su Evangelio estas dos "relaciones" y muchas escritas por otros, de ver además documentos y colecciones de sentencias todavía existentes y consultar a muchos "testigos oculares de la vida de Jesús y ministros de la palabra", que aún vivían (Lc 1, 1-4). Aquí pudo extender sus investigaciones hasta los "primeros principios", hasta la historia de la niñez del Señor y admitir en los tres primeros capítulos de su libro los más antiguos escritos. Aquí pudo haber conocido a aquel recién convertido oficial o funcionario romano cuyo nombre de pila era Teófilo, a quien dedicó sus dos libros y que podía darle los medios para sus extensos viajes, en los cuales fue en busca de todas las fuentes asequibles, casi a la manera de un historiador moderno. Cuántas excursiones pudo, sin duda, hacer desde Cesárea al interior de la Tierra Santa: a Jerusalén para ver a Santiago, a Belén y Nazaret para hablar con los parientes y contemporáneos de Jesús, pero sobre todo para conversar con María, la madre de Jesús, la cual, si aún vivía, era ahora una mujer muy anciana, de ochenta años. ¡Quién le hubiera podido contar la prodigiosa historia de la natividad del Señor tan bien como la fiel memoria de una madre amorosa! Con la frase "María conservaba todas estas cosas dentro de sí, ponderándolas en su corazón " (2, 19), Lucas designa a la madre de Jesús como portadora de la primitiva tradición y fuente del evangelio de su infancia. En 2, 35: "y una espada traspasará tu propia alma", nos pinta el cuadro de la Mater doloroso, y en el Magnificat (1, 46), así como en las sencillas palabras de alabanza de la mujer (11, 27) nos introduce en el origen del culto tributado a María.
Una pregunta nos atormenta al llegar a este punto. ¿Por qué Pablo no dedicó ninguna palabra de cálido elogio a María, la madre del Señor? Puesto que no puede satisfacer nuestros sentimientos aquella breve indicación dogmática contenida en la Carta a los Gálatas (4, 4): "Dios envió a su Hijo, formado de una mujer". ¿Dónde está el puente que enlaza a Pablo con María? Lo hallamos aquí, en Cesárea. El puente de unión es Lucas, evangelista paulino y evangelista de la infancia de Jesús. Maestro y discípulo se complementan: Lucas el historiador y Pablo el dogmático. Ya que más todavía que el influjo de los hermanos de Judea es visible el del Apóstol de las Gentes en el Evangelio de san Lucas: los mismos puntos de vista, las mismas ideas y frecuentemente también las mismas maneras de expresión en el lenguaje, sobre todo en la relación de la institución de la Eucaristía, que tiene "muy estrecho contacto con la de Pablo", de suerte que ya los más antiguos escritores eclesiásticos vieron en el tercer Evangelio el Evangelio de san Pablo. El segundo puente es la encarnación y su fondo real lo constituye, a su vez, el nacimiento virginal de Jesús del seno de María [n. 40].
Y todavía una segunda obra parece deber su impulso y preparación a esta prisión: los Hechos de los Apóstoles. El "evangelista" Felipe, los cristianos de Cesárea y Joppe dieron abundante material para la más antigua historia de la joven Iglesia. La elaboración reclamó ciertamente todavía varios años. Algunas cosas que primero parecieron importantes al autor, más tarde hubieron de omitirse por haberse cambiado el estado de los tiempos. También otro historiador de aquel tiempo moraba entonces en Cesárea, el judío Flavio Josefo, que hizo allí compañía a algunos sacerdotes presos. A él debemos las más extensas noticias sobre aquellos días. ¿Se conocieron los dos varones?
Pablo estaba ya ahora en el segundo año de su prisión de Cesárea, y en su situación probablemente nada se hubiese cambiado todavía, por mucho tiempo, si los acontecimientos no hubiesen abierto camino por medio de un suceso sangriento. Cesárea era una ciudad donde gentiles y judíos poseían iguales derechos civiles y en donde se originaban con frecuencia sangrientas luchas de partido. En una grande pelea quedaron vencidos los griegos. Entonces intervino Félix y mandó a los judíos despejar la calle. Como se negasen a hacerlo, la cohorte se adelantó al ataque, hizo una matanza y redujo a cenizas muchas casas judías. El grito irritado de los judíos llegó hasta Roma, donde tenían grande influencia. Los favorecedores de Félix habían muerto y su hermano Palas caído en desgracia. Félix fue depuesto de su cargo. Uno de sus últimos actos de gobierno fue volver a sujetar a san Pablo con cadenas y dejarlo a su sucesor en prisión preventiva, para aplacar algo a los judíos. El año de este cambio de gobernador, el año 60, es una de las fechas más ciertas que tenemos de la vida del Apóstol.