12. Pablo y Bernabé
Act 9, 25-30; 12, 1-25. a) En Antioquía
Un día - era quizá un día primaveral del año 42 - estaba sentado Pablo en su taller junto al telar o andaba pensativo por las calles de Tarso. Entonces llegóse a él su antiguo amigo Bernabé, tocóle al hombro y le dijo: " ¡Hermano Saulo, Cristo necesita de ti! Magister adest et vocat te! ¡El Maestro está ahí y te llama! ¡Ven conmigo a Antioquía!" ¡Qué deliciosas horas debieron de haber sido aquellas en las que los dos amigos, sentados en el terrado, se comunicaban sus impresiones después de largos años de separación! ¡Cuán maduro y superior le pareció a Bernabé su amigo de la juventud, con qué sentimiento de gratitud para con el "Padre de las misericordias" le oyó Pablo hablar del triunfo de Cristo entre los gentiles!
Sin Bernabé se hubiera consumido Pablo poco a poco, dando vueltas a sus propias ideas. La soledad y el apartamiento del mundo son, sin duda, buenos de tiempo en tiempo, pero no deben ser más que un punto de tránsito. El hombre tan sólo puede hallar claridad sobre sus facultades por su actividad. Aquél fue el segundo gran servicio de amistad que Bernabé hacía a su joven compañero. Aun al más fuerte genio le es necesaria la amistad. Por segunda vez, Bernabé alargó la mano al amigo y le volvió a la comunidad, separado de la cual aun el hombre más grande nada fructuoso puede hacer. La Iglesia ha reconocido el mérito de Bernabé y le ha dado el título de apóstol, pues pertenece al número de los fundadores propiamente dichos de la Iglesia entre los gentiles.
La hora había sonado para san Pablo: había hallado el objeto de su vida. Por largos años había esperado esta hora y llegó de una manera sencilla, no de un modo patético o a son de trompeta. Así son los caminos de Dios, con frecuencia obscuros para nuestros ojos, pero siempre grandes y admirables. Así lleva Dios a sus amigos. ¿No pasó algo semejante en santa Teresa de Jesús, que por largos años anduvo a tientas en la obscuridad? ¿En san Francisco de Asís, que llevaba ladrillos y argamasa para reparar una pobre iglesia en ruinas, hasta que finalmente reconoció su error en el sencillo sermón de un eclesiástico? ¿En san Ignacio de Loyola, que sin tener idea acertada de las necesidades de su tiempo fue a Palestina, y sólo cuando allí fue rechazado tomó el derrotero conveniente? ¿En san Camilo, que sólo después de mudar tres veces de orden halló su camino? Nosotros mismos no podemos darnos la vocación. No es el hombre el que elige a Dios por su herencia. "No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros" (Ioh 15, 16).
Se puede sin duda suponer que los dos amigos eligieron el camino más breve por mar, y en un barco fluvial, Cidno abajo, y desde allí en un buque mercante fueron a Seleucia en un día. Rápidamente escalaron los viajeros la altura desde donde vieron una vez más las cumbres nevadas del Tauro y del Líbano. Después un camino de cinco horas, atravesando un terreno quebrado, los condujo primeramente a través de bosques de hayas y alamedas de arbustos de laurel, adelfa y regaliz, luego por viñedos, y finalmente por los famosos huertos, poblados de granados y melocotoneros, naranjos y limoneros, que exhalaban balsámicos aromas. En la última altura se detuvo Pablo, admirado de tanta belleza. Allí veían delante de ellos el valle del Orontes con su esplendidez avasalladora: la cinta de plata del río, guarnecido de una sarta de perlas de encantadoras villas y cubierto de una multitud de veleros empavesados, y oyeron el sordo ruido y martilleo de la populosa ciudad. Los dos amigos elevaron una oración a Cristo su Señor, para que bendijese los comienzos de su trabajo. Allá, junto al Silpio, se elevaba la estatua colosal de Caronte, barquero del infierno, la cual se había erigido en memoria de la extinción de la peste. ¡El símbolo de la muerte saludaba al apóstol de la vida!
Por la isla del Orontes, pasando junto al palacio real, entraron los viajeros en la ciudad. Aquí estaba el campamento de las caravanas que desde la China traían la brillante seda, por la antiquísima "ruta de la seda", pasando por el Turquestán oriental y Ecbatana. Figuras de negra tez, que formaban parte de las caravanas extranjeras, estaban junto a sus camellos. Allí había muchedumbre de esclavos, jóvenes y adultos, que se compraban y usaban mucho en Antioquía. Bernabé condujo a su amigo directamente a la calle de Singón, donde solían juntarse los jefes de la comunidad cristiana, los llamados "ancianos" o "presbíteros". Saulo fue saludado con gozo y reverencia. ¡Pues había visto al Señor! Pero en Antioquía no es el primero. Otros antes de él han merecido ya reputación y autoridad. Bernabé tiene, como delegado apostólico, una posición excepcional. Los Hechos de los Apóstoles (13, 1) nos transmiten "una antigua lista de los hombres que entonces ocupaban los primeros puestos en Antioquía, y allí hallamos a Pablo en último lugar. Personas que hoy están casi olvidadas, se nombran antes de él".
Ahora vino lo que en la vida del Apóstol se podrían llamar los hermosos días de Antioquía. Por un año entero trabajaron juntos en buena inteligencia los dos amigos en esta joven comunidad, sobre la cual estaba todavía el primer fresco rocío de la gracia. Fue quizá el año más feliz de la vida de Pablo. Había en él algo del delicado aliento primaveral del primer año de la vida pública de Jesús en Galilea, algo del suave derretirse del primer amor y del perfume bendito que suele rodear a un sacerdote ideal recién ordenado. Allí no había ningún anquilosamiento, ninguna rutina, ninguna estrechez de espíritu, todo era amplio y de grande elevación de ánimo. Fresco soplaba el hálito del Espíritu Santo en las velas y empujaba la navecilla de un modo placentero. "Allí se mostró de qué ennoblecimiento eran capaces por la predicación de la cruz aquellas almas gentiles tan despreciadas por los judíos". Ellas, tan confiadas e ingenuas como niños, participaban de los tesoros de la gracia de Cristo, mientras los judíos siempre mercantilmente contaban con su Yahveh.
Pablo estaba en su pleno vigor varonil. Y si ya antes, aludiendo a la acción de Bernabé, hablan los Hechos de los Apóstoles de "un gran número de recién ganados para el Señor", se puede uno imaginar el impulso que recibió ahora la joven Iglesia. Por la tarde, cuando los ricos pisaverdes y las muchachas lindamente ataviadas salían a pasear hacia Dafne, para celebrar las orgías de Adonis y Atargatis, la buena gente sencilla, los artesanos y tenderos y esclavos, que hasta entonces no habían encontrado un amor desinteresado en esta ciudad de desenfrenado libertinaje, iban a oír la instrucción de los catecúmenos, o asistir a los actos del culto, que tenían carácter instructivo. Ora era una casa privada con terrado llano, al que conducía por fuera una escalera, ora el patio interior de una casa con una fuente cantarina, ora un pórtico en la plaza o un bosque de naranjos junto al Orontes, donde Pablo enseñaba y predicaba, mientras soplando el blando céfiro hacía pasar sobre sus cabezas nubes de aromas de flores y llevaba el nombre de Cristo más allá de la ciudad. Allí estaban ellos sentados, en otro tiempo presos desconsolados de una civilización pagana, que sentían una interior nostalgia de un mundo superior, y escuchaban con ojos brillantes, cuando Pablo hablaba sobre el magnífico Hijo de Dios, que había tomado forma de esclavo, sobre su vida de sacrificio, su muerte expiatoria, sobre la nueva nobleza del alma y sobre la nueva libertad con que andan por el mundo los hijos de Dios. A menudo pasaban grupos de bebedores, sacerdotisas de Baco y sacerdotes de Isis con platillos y crótalos. En la noche del sábado al domingo se reunían para el santo sacrificio de la misa y la recepción de la comunión. Siguiendo el ejemplo de Jesús y la costumbre judía, precedía un ágape. Nada unía a los orientales tan íntimamente entre sí como la comida en común. Si los apóstoles se gloriaban de que por tres años habían comido y bebido con el Señor (Act 10, 41), esto era precisamente la expresión de la más íntima amistad. Lo sumo que el Señor podía dar, lo dio después de la celebración de un ágape: la institución de la Eucaristía y el nombramiento de Pedro para pastor de los fieles, junto al lago de Genesaret. El ágape juntaba entre sí a los convidados, la eucaristía los juntaba con Jesucristo subido al cielo. De estos actos de culto, la comunidad se nutría espiritualmente toda la semana. Hasta entre los quehaceres de cada día resonaba: " ¡Maranatha, venga nuestro Señor! ¡Ojalá venga la gracia y se acabe el mundo!" (1 Cor 16, 22; Apoc 22, 20). Y ¡cuán magníficamente libre era Pablo! Algunos de los fieles habían frecuentado la sinagoga y habían vivido según las leyes de Moisés. Pero esto era una carga insoportable. Siempre oían: " ¡No hagas esto! ¡No toques esto!" Todo era "puro" o "impuro". No se podía aceptar ninguna invitación, porque no se sabía si servirían carne de cerdo o enjundiosa anguila del Orontes. No se debía comprar carne en las tiendas, pues podía proceder de animales inmolados a los ídolos, ni aves de corral, si no habían perdido toda la sangre. Así lo habían dicho los discípulos de Jerusalén. Pablo y Bernabé nunca hablaron así. La muerte de Jesús nos ha libertado de la antigua Ley, solía decir Pablo.
Bajo la acción de estos dos hombres, la iglesia antioquena fue la primera en la historia que se desligó del suelo materno del judaismo. Los mismos Pablo y Bernabé no sabían cómo ello sucedió. Estaban muchas veces asombrados de la fuerza expansiva de la evangélica "semillita de mostaza" en terreno pagano, como si hubiese sido destinada desde hacía tiempo para este clima. Éste es precisamente el gran valor de los hechos, el que saquen a luz las ideas ocultas y las lleven a su desenvolvimiento. En la ciudad del Orontes la situación apremiaba de suyo a oponer a la cultura universal del helenismo una Iglesia universal. Así la Iglesia fue tomando poco a poco las formas del mundo griego. Este hecho viene también a expresarse en que los seguidores de Jesús recibieron aquí por primera vez de boca del pueblo y poco después de las autoridades el nombre de Christiani (cristianos). Este nombre no se lo dieron los judíos, quienes siguieron llamándolos, como antes, "nazarenos ", como todavía hoy lo hacen los pueblos de lengua semítica. Ellos mismos se llamaban "hermanos", "discípulos", "santos", afieles", "amigos". Sabemos de qué perspicacia está dotado el pueblo sencillo para lo esencial, y cómo ya los niños y estudiantes saben expresar intuitivamente con una sola palabra lo característico de sus maestros. Un día corre un nombre de boca en boca. No se sabe quién lo ha inventado, pero da en lo esencial. El pueblo es un artista. Y los antioquenos eran célebres y temidos por sus chistes. " ¿Puede venir de Antioquía alguna otra cosa que un bufón? ", preguntaba en otro tiempo el emperador Severo. Así los antioquenos expresaron excelentemente con la palabra "cristiano" lo más profundo de la nueva religión así como más tarde la palabra "católico" (los universales, los que aspiran a lo universal) significó la extensión por todo el mundo y lo universal de la Iglesia. Ora fuesen negros o blancos, señores o esclavos, romanos o judíos, griegos o escitas: su única señal distintiva era que eran "esclavos de Cristo". La ocasión exterior de la formación del nombre diola sin duda la circunstancia de que los fieles, como escribe Pablo en sus cartas, en los actos del culto y en su casa cantaban siempre cánticos a Cristo. Como quiera que fuese, usaron con mucha más frecuencia el nombre de Cristo que el nombre de Jesús. De lo contrario, los buenos antioquenos hubieran llamado sin duda la nueva religión por este nombre, y los Padres de la Compañía de Jesús se hubieran debido contentar con el nombre de cristianos. Por lo demás, como Christos y Chrestos (=honrado) se pronunciaban de la misma manera, quedó hecho el equívoco: la palabra cristianos podía significar tanto adoradores de Cristo como hombres de bien con un sabor de beato. Que la palabra al principio se haya tomado y usado como apodo, lo indica Santiago: " ¿No blasfeman el nombre augusto por el cual sois nombrados?" (2, 7); asimismo Pedro (1 Petr 4, 16): "Si tiene alguno que padecer como cristiano, no se avergüence de ello, sino alabe a Dios en este nombre". Un expositor inglés hace resaltar muy hermosamente cómo en este nombre viene a expresarse el carácter universal del cristianismo El sentido del nombre, "discípulos del Ungido", es hebreo; la palabra de que se origina, es griega; la terminación, latina. Por tanto, esta palabra hebrea, griega y latina hace correspondencia de un modo admirable con la inscripción de la cruz, que Pilato había mandado colocar en estas tres lenguas como inconsciente anunciador del universalismo cristiano. "Es solemne la hora en que recibe su nombre una nueva creación, ya que sólo mediante el nombre una persona o una sociedad llegan a poseer el ser que los distingue de todos los demás". Con esto el cristianismo se despojó del vestido arameo, habló en griego y entró definitivamente en el mundo civilizado grecorromano, cuyo profundo influjo da el sello hasta el día de hoy a la civilización occidental. b) El viaje de colecta a Jerusalén
La iglesia en Antioquía estaba animada de un levantado espíritu: "Reinaba un gran júbilo", se lee en un antiguo manuscrito (Cod. D). La relación entusiasta de Bernabé a la iglesia madre de Jerusalén atrajo pronto a Antioquía numerosos maestros ambulantes cristianos, llamados "profetas", como en siglos posteriores las relaciones favorables del joven Bonifacio despertaron numerosas vocaciones de misión en su patria Inglaterra, todas las cuales tenían por blanco ir a evangelizar a Alemania. Estos hombres dotados de espíritu gozaban de grande reputación entre los que llevaban la dirección oficial de la Iglesia. Pudieron permanecer largo tiempo en las comunidades, mantuvieron fresco el entusiasmo de los primeros años del movimiento cristiano y formaron cierto elemento de libertad en la Iglesia. Pero había también entre ellos algunas corno aves de paso espirituales algo singulares, que a veces platicaban en nombre del espíritu donde el espíritu no hablaba, y no raras veces eran algo molestos a la dirección de la Iglesia. ¡Cuánto amor y longanimidad eran entonces necesarios para conciliar tales oposiciones y mantener el orden! Uno de estos profetas que habían venido, por nombre Agabo, trajo noticias aflictivas de Jerusalén. La distribución de los bienes, practicada en los primeros días, no se había acreditado, porque era opuesta a la naturaleza humana. Sin cierta previsión para lo futuro no se puede vivir. Ésta era una experiencia amarga. Agabo anunció asimismo por impulso del espíritu una grande hambre, la que sobrevino realmente el año 44, en tiempo del emperador Claudio. Jerusalén quedó fuertemente afectada por el cese de las peregrinaciones. Los fieles de Antioquía se conmovieron hondamente por la necesidad de la iglesia madre. No hubo en Antioquía maliciosas y satíricas pláticas sobre los sencillos santos de Jerusalén, que "no tenían un ápice de prudencia respecto de lo por venir". Al autor de los Hechos de los Apóstoles se le escapa por primera vez aquí (según Cod. D) la palabra "nosotros"; señal evidente de que Lucas, como natural de Antioquía, fue testigo de la reunión. De Jerusalén vino la fe, allí estaban los apóstoles del Señor. ¿Qué cosa era más natural que el que devolviesen por los bienes espirituales otros temporales? Cada uno contribuyó a cuál mejor. La alianza de fe se convirtió en alianza de caridad, porque era una fe animada por la caridad, según la mente de Pablo. Estos primeros cristianos, a pesar de todo su entusiasmo, eran hombres muy prácticos y considerados. Bernabé y Saulo fueron encargados por los directores de llevar los donativos, ataron el dinero en los cintos de cuero y partieron.
La desconfianza que inspiraba Saulo pareció haber desaparecido en Jerusalén. Humildemente los santos le alargaron las manos. Los dos amigos hallaron la iglesia de la ciudad santa en profunda aflicción.
Santiago el Mayor, hermano del evangelista Juan, los "hijos del trueno", como los había llamado de buen grado Jesús por su fogoso temperamento, principalmente desde aquella vehemente explosión de sentimiento, cuando querían que bajase fuego del cielo sobre las inhospitalarias ciudades samaritanas: este Santiago pocos días antes había subido al cadalso por mandato del nuevo rey Herodes Agripa I [n. 5]. Una vez todavía, y a la verdad la última vez en la historia del pueblo judío, había revivido por tres años (41-44) en tiempo del emperador Claudio la realeza herodiana unida. Este Herodes era nieto del asesino de los niños de Belén, había pasado su juventud en Roma, había sido educado allí en la corte de Tiberio, junto con los príncipes de la casa imperial, y había sido uno de los jóvenes amigos de Calígula. Era dado a los placeres y sabía hermanar muy bien la más disoluta vida cortesana con la apariencia de la más severa religiosidad y fidelidad a la Ley de los judíos. Para reconciliar a éstos con su nueva dominación, su primera hazaña fue una persecución contra los cristianos en la capital. Pero esta vez quería herir a las cabezas principales de la Iglesia. Así fue degollado Santiago sin procedimiento judicial, por puro capricho del monarca, como en otro tiempo Juan el Bautista por Herodes Antipas. Juan y Santiago, los dos hermanos, habían en otro tiempo, por instigación de su madre Salomé, solicitado del Salvador, con juvenil ligereza, el sentarse a la derecha e izquierda del Señor en su reino mesiánico, que, como esperaban, pronto había de venir con gran pompa. El bondadoso Maestro, que ponía los ojos en el fondo de todas las cosas, respondióles sonriendo: " ¡No sabéis lo que os pedís!" (Mt 20, 22; Mc 10, 38). Pero vio con todo en esta cándida demanda su alma heroica. " ¿Podéis beber el cáliz que yo beberé?", les preguntó. " ¡Podemos!", dijeron ufanos. El ensueño hacía largo tiempo que se había desvanecido. La muerte de Jesús y la fiesta de Pentecostés les habían descubierto la cruenta seriedad de la vida apostólica y la naturaleza espiritual del reino del Mesías. Desde entonces se habían vuelto mansos y humildes, pero mucho más valientes. Ahora Santiago había bebido el cáliz. Apenas hubo comenzado a trabajar, fue ya llamado. "Sunt lacrímete rerumh ¡Sí, si las cosas pudiesen llorar! Esto, humanamente hablando, es la tragedia de los hechos, pero también su humor divino. La Sagrada Escritura es un libro libre enteramente de sentimentalismos. Con pocas palabras pasa por encima de la muerte de Santiago, prueba de cómo la Iglesia entonces se había familiarizado ya con la idea del martirio por Cristo. La muerte de mártir o por lo menos la perspectiva de ella pertenece, según la Sagrada Escritura, al estatuto normal de la vida de apóstol.
El segundo golpe debía dirigirse contra Pedro, pero no dio en el blanco. Dios no deja que el hombre destruya sus eternos planes. Él los ejecuta aun cuando haya de enviar un ángel. Pues de otra manera, ¿cómo había de cumplirse su promesa? Esto acaeció hacia la Pascua del año 44. Las noticias se difundían entonces despacio, y así en Antioquía no se sabía nada todavía de ello. Entonces vinieron Bernabé y Saulo y su pequeña caravana con víveres y abundante cantidad de dinero. Fuera de Santiago, "el hermano del Señor ", a quien Herodes no se atrevió a tocar, a causa de su santidad reconocida aun por los judíos, no encontraron a ningún apóstol más. En casa de María Marcos les contó el joven Marcos, sobrino de Bernabé, y la avisada criada Rodé el espanto de aquella noche de la liberación y de la huida de Pedro. Ellos no debían descubrir su escondrijo. Si alguno preguntaba adonde había ido, habían de decir "a otro lugar" (Act 12, 17). Herodes había hecho ejecutar entonces a toda la guardia de la cárcel, compuesta de 16 hombres, señal de cuan poco apreciaba el enojado tirano la vida humana, y cuánto valía para él la persona de Pedro (Act 22, 4, 6, 19). Esto pudo ser muy sensible para Pedro y la joven Iglesia. Hay problemas que no podemos resolver con nuestro entendimiento, ni contestar aun con la ayuda de la mejor teodicea. Hemos de humillarnos varonilmente ante los enigmas y obscuridades que hay en el mundo de Dios.
A consecuencia de estos acaecimientos, el centro de la Iglesia se desplazó de Jerusalén. Jerusalén bajó a ser una simple ciudad episcopal. La dirección pasó a Antioquía, y más tarde a Roma. Así un rey loco, que se hinchó hasta querer ser Dios (Act 12, 22) y por ello fue castigado con muerte repentina, fue la ocasión de que se efectuase un desenvolvimiento célebre en la historia. Para Pablo, la imposibilidad de hablar con Pedro sobre las cuestiones que le preocupaban y el fin puramente práctico de su viaje pudieron haber sido causa suficiente de que no mencionase este viaje en la Carta a los Gálatas (cap. 1). Con esta suposición podría resolverse de la manera más sencilla la dificultad, que muchas veces se ha exagerado, queriendo ver una contradicción entre los Hechos de los Apóstoles y la Carta a los Gálatas.
Bernabé y Pablo partieron y llevaron consigo al joven Juan Marcos, que en Antioquía debía estrenarse en la misión de los gentiles. La familia de María Marcos era el modelo de una familia cristiana. El padre había muerto. La madre era una de las ricas discípulas de Jesús y gobernaba, a lo que parece, una gran casa en Jerusalén, que frecuentaban los apóstoles. Aquella estancia superior que puso a disposición de los apóstoles como lugar de reunión, se puede designar como la primera iglesia cristiana. Algunos suponen que pertenecía también a ella el huerto de los olivos, Getsemaní. Así el joven Marcos fue creciendo en un ambiente apostólico consagrado por el mismo Señor. Conocía casi todos los hechos y milagros de Jesús, sabía muchas de sus palabras de memoria, hablaba y escribía un griego fluido con un ligero tinte de dialecto arameo. Él fue sin duda el que en la noche de la Pasión se había introducido en el huerto de los olivos con una capa echada sueltamente sobre las espaldas, lleno de angustia por Jesús y los apóstoles, y cuando los soldados quisieron cogerle, dejó su capa en las manos de ellos. Este fue el hombre adecuado para escribir más tarde fielmente el Evangelio de Jesús según la predicación de Pedro. Bernabé hacía grande aprecio de su joven sobrino. ¡Cómo escucharán los antioquenos cuando les cuente de la vida de Jesús y de los apóstoles lo que había visto con sus propios ojos!