39. "La solicitud por todas las iglesias" (2 Cor 11, 28)

Act 19, 8-10; 20, 19-21.

En Éfeso, Pablo permaneció por lo pronto fiel a su antiguo método: vivió desde el primer día del trabajo de sus manos, y desde muy de mañana hasta cerca del mediodía estaba sentado junto al telar. Le interesaba mucho demostrar en una ciudad comercial e industrial como Éfeso, que el cristianismo y la vida activa no se excluyen, que la religión de Jesús no es una religión para tranquilos visionarios.

Más tampoco podemos negar este reconocimiento a sus huéspedes de Éfeso. Representémonos la agitada vida en su casa. Ya no podía hablarse de un ordenado gobierno de la casa; todo el día, hasta muy entrada la noche, constantemente acudían a ella personas extrañas, visitas de aquellos que tenían que preguntar algo, que pedían luz en asuntos de conciencia, que se presentaban a fin de ser enseñados para poder ser bautizados, que traían saludos y noticias de las diversas Iglesias de Frigia, Galacia, Macedonia y Grecia y recibían instrucciones. Ciertamente, el que seguía a este hombre era también arrastrado al vértice de esta vida agitada, enormemente enérgica. ¡Nunca se sentía fastidio alrededor de Pablo! Al anochecer había enseñanza de los catecúmenos, así principiantes como adelantados, servicio religioso oral y tantas veces como era posible, a lo menos el domingo, solemnidad eucarística. Cada día habían de formarse más clases de catecúmenos en diversas casas privadas, clases que Pablo confiaba a sus compañeros. Sólo debió de reservarse la dirección superior de toda la enseñanza, los sacramentos de la imposición de manos (confirmación y ordenación sacerdotal) y los grandes discursos públicos. Según el sentimiento religioso de los judíos, los primeros frutos eran especialmente preciosos como consagrados al Señor. Así también Pablo en su Carta a los Romanos (16, 5), con el orgullo que un padre siente por su primogénito, hace saludar de intento a su primer neófito de Éfeso: "Saludadme a mi querido Epéneto, es la primicia de Asia (de la provincia de Asia) para Cristo."

También en Éfeso las sinagogas fueron las que inconscientemente habían preparado el camino al Evangelio, pero hasta que no llegó Pablo, los cristianos de allí no fueron plenamente conscientes de su carácter cristiano, esencialmente distinto del judaismo. Con sus discursos en las sinagogas, Pablo trabó relaciones con las más diversas clases de la población, con las mejores y más serias, los prosélitos. Éstos formaban como el núcleo de la nueva Iglesia de Éfeso. Los primeros tres meses fueron extraordinariamente preciosos. Pero no pasó mucho tiempo sin que notasen los judíos que el cabal cristianismo católico significaba el fin de su religión limitada a su nación. Pablo no evitó ningún coloquio religioso, si se le buscaba con sincera intención. Mas en las sinagogas todo coloquio degeneraba en soeces insultos. Esto condujo al rompimiento. Desde entonces Pablo no puso más el pie en la sinagoga. El interés por la nueva religión había aumentado tanto, que Pablo por primera vez intentó un método de misión enteramente nuevo. Las casas privadas eran demasiado pequeñas y no estaban abiertas al común del pueblo. Por esto, a la manera de los retóricos paganos, introdujo discursos públicos a los cuales todo el mundo podía asistir, y a diferencia de los discursos paganos, de balde.

El invierno estaba cercano. Pablo no podía ya continuar su actividad al cielo raso como hasta entonces. Anduvo en busca de un local apropiado. Cierto gramático llamado Toiano, probablemente un recién convertido, estuvo dispuesto a alquilar su espaciosa aula. Esta aula estaba quizás en uno de los cinco gimnasios, los cuales, además de campos de juegos y deportes y los baños, contenían también clases para las lecciones de los profesores, retóricos y poetas. La Sociedad Arqueológica Austríaca ha descubierto en las cercanías de la Biblioteca de Celso la planta de un edificio, que por una inscripción se designa como Auditorium, y en el que probablemente podría situarse la primera escuela pública de teología de Pablo. Los gimnasios hacía mucho tiempo que no eran ya lo que decía su nombre: sitios de deportes para ejercicios gimnásticos y atléticos, sino junto con los ejercicios corporales comprendían también la formación del ingenio y la diversión. Las lecciones de poetas y filósofos formaban una parte importante de los cursos. Estas aulas eran ábsides de forma semicircular o galerías agrupadas alrededor de un patio de columnas y se llamaban skholé (esto es, tiempo libre, ocio, recreación). Así la palabra griega skholé poco a poco vino a su significación cultural de serio y sistemático trabajo del ingenio. Hoy en la palabra "escuela" nada ya se nota de su significación primitiva. Por el códice Beza conocemos hasta la exacta distribución de horas del Apóstol, pero por desgracia no su "programa de lecciones". Hacia las once de la mañana, Tirano había terminado sus lecciones. Entonces había media hora de pausa. Desde las once y media hasta las cuatro y media el aula estaba a disposición de Pablo. Éste era el tiempo libre para cualquiera ocupación. Pero Pablo mismo no conoce ningún tiempo libre. Toda la mañana ha estado trabajando, pensativo, en el telar para ganarse la comida y el alquiler. Después se lava la cara y las manos y se encamina presuroso al aula, donde le aguarda un público muy variado: estudiantes, tenderos y comerciantes, artesanos, empleados públicos y privados, filósofos, hombres y mujeres de las mejores clases de la sociedad, esclavos y libertos. Dos años enteros ejerció Pablo esta afanosa actividad. Las grandes fiestas en honor de Artemisa, especialmente en el mes de mayo, que atraían a las gentes de todos los países, conducían también a los discursos de Pablo a muchos curiosos de toda la provincia de Asia: frigios de los valles del Meandro y del Lico, lidios, gentes de Mileto, Esmirna, Priene, Halicarnaso, de la legendaria Pérgamo, de la Tróade y de todas las islas del mar Egeo. Acá y allá levanta uno la mano, hace objeciones, pide una más exacta explicación. Los griegos son ingenios sutiles, filosóficos. No en vano estuvo aquí la cuna de la filosofía occidental. Que Pablo tampoco temía dirigir acometidas al culto de Artemisa, cuando se ofrecía la ocasión, se infiere del discurso del platero Demetrio, así como de la carta del Apóstol a los efesios: " ¡ No viváis ya como estos gentiles! Pues veis cuan inconsistente es su religión, cuan obscurecido está su entendimiento, cuan desviada de Dios su vida, cuan ciegos e ignorantes son. Faltos de todo sentimiento superior, se dan a la disolución, para zambullirse con ardor insaciable en toda suerte de impureza" (Eph 4, 17-19).

Al lado de esta actividad de discursos públicos iba un intenso trabajo minucioso y constante de visitas a las casas y de dirección de las almas en particular, del cual nos traza Pablo una imagen conmovedora en su discurso de despedida de Mileto. No se trataba de tertulias pietistas, sino de una seria lucha por las almas de los recién convertidos, de los flacos, de los vacilantes, dudosos y desalentados. Cuántas veces iba Pablo por el ágora, por los barrios del puerto, por las calles de comercio, por los barrios de los pobres hasta las colinas del Pión y del Coreso. Cuántas tardes estaba sentado con los recién convertidos, y en sus discursos de sobremesa, que eran usuales conforme a la costumbre oriental, procuraba introducirlos en la profunda inteligencia de Cristo, y les contaba sus viajes de misión y los progresos de la fe en otros países. La Carta a los Efesios nos da quizás un bosquejo de lo que Pablo entonces enseñaba.

La Iglesia estaba entretanto tan robustecida, que Pablo hubo de pensar en una rígida organización. Instituyó una corporación de presbíteros, indígenas y residentes, a quienes dio el título de epískopoi (superintendentes; Act 20. 28), por el cual en el tiempo de entonces se designaban los empleados comunales y los funcionarios de asociaciones. Después de su partida debían ser los pastores y directores de almas responsables de las Iglesias locales, mientras él mismo retenía en su mano la dirección superior de todas las Iglesias.

En ninguna parte durante su actividad anterior había hallado Pablo para su fuerza expansiva tan rico campo de trabajo ni tan fértil país como en la provincia de Asia, abundante en ciudades. Éfeso era la capital de la provincia más populosa, de unas quinientas ciudades y pueblos. Aquí se le había "abierto una ancha puerta" (1 Cor 16, 9) al mundo de los gentiles. Él mismo permaneció en Éfeso y retuvo en su mano los hilos de su obra misionera muy ramificada, y de casi todas las comunidades recibió enviados que permanecieron con él más o menos tiempo; así los dos macedonios Gayo y Aristarco, Segundo de Tesalónica, Sópatro de Berea. "De Frigia y Pisidia, Antioquía e Iconio vinieron ágiles gálatas cabalgando, o llevaron en carros, tirados por onagros, pieles y cueros adobados y pelos de cabra, y contaron con abundancia de pormenores la situación en que allí se encontraban sus hijos espirituales. De Filipos envió Lucas pequeñas hojas de papiro, en las cuales estaban apuntadas con la exactitud del médico relaciones sobre el crecimiento y progreso de las comunidades". De Corinto vinieron comerciantes, marineros y hombres calificados, como Apolo, Erasto, tesorero de la ciudad, y Sostenes, antiguo presidente de la sinagoga. Si los añadimos a sus antiguos amigos, vemos a Pablo rodeado de un relevante estado mayor de colaboradores, con una junta bendecida por Dios de hombres, con quienes trataba sobre la suerte de todas las congregaciones y a quienes enviaba como fundadores de nuevas congregaciones o iglesias a las ciudades circunvecinas. "Os mandan saludos las iglesias de Asia. Os saludan con grande afecto en el Señor, Áquila y Priscila, con la iglesia de su casa, en la que me hallo hospedado" (1 Cor 16, 19), escribe a la iglesia de Corinto. Dos territorios de misión se ponen aquí de manifiesto: 1º, el litoral al sur y norte de Éfeso; 2º, el interior del país hacia el oriente hasta Frigia, con las siete Iglesias a las cuales están dirigidas las siete cartas del Apocalipsis. Éfeso era la llave para los cuatro valles por los que discurren los ríos Caistro, Meandro, Hermo y Caico, y para las ciudades situadas a sus orillas en su curso y cerca de sus desembocaduras. Por desgracia, hemos de lamentar las lagunas de los Hechos de los Apóstoles también respecto de esta vasta actividad de los misioneros auxiliares de Pablo. Se nota precisamente que Lucas aquí no puede hacer una relación de lo visto por él mismo. Pero en las Cartas del Apóstol y en el Apocalipsis aparecen siempre nuevas comunidades, cuya fundación ha de remontarse en lo esencial a este tiempo. Así, pues, los compañeros del Apóstol fueron a Mileto, la Venecia de la antigüedad que todavía evocaba la gloria intelectual de los tiempos de Tales, Anaximandro y Anaximenes, pero que ahora debía su fama al oráculo de Apolo de Dídima y a la riqueza de su industria de tejidos de lana. Se encaminaron a Esmima, la reina del mar, al pie del sombrío Sipilo, y a la industriosa Magnesia, donde los martillos de los herreros se oían retumbar ya de lejos; a Trales, a los negociantes en pasas y plantadores de higueras, a los cuales se dice haber predicado el Evangelio el diácono Felipe. Otros fueron Caistro arriba a Filadelfia o llegaron por el desfiladero del Tmolos a Sardes, la celebérrima residencia de Creso, atrevidamente situada, con el templo de Cibeles y las sepulturas de los reyes de Lidia, a Tiatira, patria de la tratante en púrpura Lidia; después arriba a Pérgamo, donde, según el Apocalipsis, estaba el "trono de Satanás", el gran templo y altar de Zeus, cuyos restos hablan todavía hoy un elocuente lenguaje en el Museo de Pérgamo, de Berlín. Si llegaron también a Tróade y Asso, o si Lucas predicó allí, no lo sabemos. Como quiera que sea, Pablo, poco después en su viaje a Corinto, halló en Tróade una comunidad de cristianos. Así se desenvolvieron las siete Iglesias de Asia. En todas estas ciudades florecían colonias judías, poderosos gremios de artesanos, semejantes a los de nuestras ciudades medievales. Una larga paz después de la desgracia de las guerras civiles había hecho los corazones capaces para recibir la dicha de una existencia tranquila en Dios. Como una corona de siete estrellas rodeaban estas congregaciones hijas a la congregación madre de Éfeso, y como un candelabro de siete brazos difundían la clara luz de la fe en las tinieblas paganas. Lleno de gozo podía Pablo escribir desde Roma a estas comunidades: "En otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor" (Eph 5, 8). Ha de causar maravilla que tan corto espacio de tiempo fuese suficiente para extender el Evangelio por toda la provincia. Pero los Hechos de los Apóstoles ponen fuera de duda que "todos los habitantes de Asia, judíos y gentiles, oyeron la palabra del Señor", y Demetrio pudo azuzar al pueblo con la indicación de que "este Pablo con su doctrina no sólo en Éfeso sino en toda el Asia ha persuadido y hecho mudar de creencia a mucha gente".

Con la mayor exuberancia florecía la fe cristiana en un rico distrito del sudoeste de Frigia, en el valle del Lico. Allí estaban juntas tres ciudades llenas de vida activa: Colosas, Laodicea y Hierápolis. Calosas (hoy Khonas) era una pequeña y acogedora ciudad de provincia, chapada a la antigua, al pie del monte Cadmo, el cual con su ingente macizo cubierto de nieve forma un imponente fondo y con sus numerosos arroyos alimenta el Lico y el Meandro. El apóstol de este territorio fue Epafras, un noble griego de Colosas, que había sido ganado para la fe por Pablo, el cual le tenía especial predilección por ser amigo y colaborador suyo. Pablo da de él este hermoso testimonio: "Habéis sido instruidos por Epafras, nuestro querido consiervo, que es para con nosotros un fiel ministro de Cristo" (Col 1, 7). Éste más tarde compartió la prisión del Apóstol en Roma. Por él quizá Pablo se hizo amigo también de Filemón, rico ciudadano de Colosas, que con su mujer Apjia le debía la mayor dicha de su vida y por esto puso su casa a disposición de las reuniones religiosas. Su esclavo Onésimo debió de llevar a Pablo muchas misivas. Filemón un día llevó también consigo a su amigo o pariente Arquipo a la casa de Pablo, el cual se prendó tanto de las buenas cualidades del joven, que más tarde le confió el cargo de presbítero en Colosas y le llamó su "compañero en los combates" (Col 4, 17; Philem 2; 2 Tim 2, 3).

De Colosas fue Epafras a la vecina Laodicea (Eski Hissar), la cual fabricaba la más hermosa púrpura y era célebre por una escuela de oculistas. A esto alude sin duda Juan, cuando dirige a esta comunidad la amonestación: "Unge tus ojos con colirio, para que veas" (Apoc 3, 18). También aquí había Epafras fundado una comunidad, que se reunía en casa de Linfas (= Linfodoro) (Col 4, 15). Al cabo de quince años, esta iglesia recibió ya del apóstol Juan la más grave amonestación entre las siete iglesias de Asia; "Al ángel de la iglesia de Laodicea escribirás: Esto dice la misma verdad, el testigo fiel y verdadero, el principio de las criaturas de Dios. Conozco bien tus obras, que ni eres frío ni caliente; ¡ojalá fueras frío, o caliente! Mas por cuanto eres tibio, y no frío, ni caliente, estoy para vomitarte de mi boca" (Apoc 3, 14-16). Las actuales ruinas de esta ciudad, con su horrible confusión, constituyen "el sobrecogedor cumplimiento de aquella terrible amenaza de juicio ".

En la otra parte del valle está situada sobre una elevada grada de roca la antigua ciudad santa de los frigios, Hierápolis, célebre por una de las más raras maravillas de la naturaleza. El agua del río y numerosas fuentes calientes que aquí nacen, se precipitan en grandiosas cabriolas de risco en risco, forman magníficas cascadas y se solidifican con una palabra mágica, en extrañas formas de estalactitas, produciendo una ancha catarata petrificada o forman un reino subterráneo de pequeñas grutas y pequeños palacios de hadas con bóvedas de estalactitas. También aquí había trabajado Epafras como mensajero de la fe. Toda vez que Pablo escribe acerca de él: "… siempre solícito en rogar por nosotros en sus oraciones… Yo soy testigo de lo mucho que se afana por vosotros, y por los de Laodicea, y de Hierápolis", suponemos que Epafras debió de ejercer sobre aquellas regiones una especie de cargo de superintendente u obispo.

Treinta años más tarde estuvo aquí, como obispo, el bondadoso anciano Papias, un tanto hablador, que reunió las "máximas del Señor" de manera fiel de boca de los discípulos de los apóstoles, y que llegó aún a conocer a Juan el Evangelista. Hierápolis era una ciudad de gran cultura, donde por entonces floreció el esclavo Epicteto, que al igual que Séneca proporcionó al mundo pagano algunos de los más nobles pensamientos de la ética estoica y que habrían honrado a un filósofo cristiano.

El pueblo frigio se inclinaba a la mística y a la fantasía, y practicaba, bajo la doble influencia del parsismo (religión de Zoroastro, pérsico-iránica) y del judaismo tardío, un culto supersticioso a los ángeles y demonios, todavía floreciente en el siglo iv, según lo demuestran los escritos y las actas del concilio de Laodicea. Es como si el suelo volcánico estuviera constantemente sacudiendo el espíritu de sus habitantes. El hombre es también en su parte mental, en cierto grado, hijo de su país y lleva su colorido en la vestidura de sus pensamientos. De aquí salió el antiguo sacerdote de Cibeles, fundador de la fanática secta de los montañistas. Aquí tuvieron su origen las formas más extravagantes del gnosticismo asiático, hasta las locas ideas de los ofitas, que adoraban la divinidad de Cristo en forma de serpiente. Sin embargo, Frigia llegó a ser muy pronto, por el trabajo preparatorio de los discípulos de Pablo, un reducto del cristianismo del tiempo de los apóstoles: Trófimo, Tíquico, Telesforo. El carácter de cristianismo primitivo de Frigia queda atestiguado por una serie de pinturas e inscripciones funerarias, que debemos agradecer a los descubrimientos del investigador Ramsay, que tanto ha estudiado la figura de san Pablo. El ejemplo más interesante que nos demuestra lo viva que en Frigia era la veneración del Apóstol, es la famosa inscripción de su obispo Abercio de Hierópolis, en la cual dio una expresión tan arcaica y misteriosa de su fe en la Iglesia romana y en la eucaristía (Disciplina del Arcano). Su preocupación por la unidad y pureza de la fe le llevó, impulsado por el divino Pastor, hacia Roma, en tiempo del emperador Marco Aurelio:

Y allí vi un pueblo con un sello deslumbrante (el bautismo).

Por todas partes hallaba a personas que pensaban como yo (contra el montañismo),

Ya que llevaba a Pablo por compañero de viaje (sus cartas).

La fe era mi guía

Ella me daba, por todas partes, como alimento, el pescado de la fuente.

En extremo grande y limpia, que la santa Virgen pescaba…

Como manjar ofrecía a todos los amigos,

Vino puro mezclado con agua y al mismo tiempo pan.

¿Cómo podía, bajo aquel sol homérico, en aquella Jonia llena de lujo y molicie, echar raíces el Evangelio, el cual, nacido en el seno de la pobreza, es en un clima de pobreza donde mejor se desenvuelve? La contestación nos la da el cuadro de los estratos sociales de la iglesia de la que Pablo nos traza un bosquejo en la Carta a los Corintios. En Éfeso, igualmente que en Corinto, el evangelio fue aceptado con interés por las capas sociales inferiores, que veían en él un consuelo y una liberación ante la grande injusticia social de entonces.

Pero hay una seria advertencia en la suerte de las ciudades cristianas del Asia Menor. El cristianismo no supo conservar la altura de sus primeros tiempos de fundación, degenerando pronto en tibieza y en ideas mundanas. El paño mortuorio, blanco como la nieve, con el cual cubrieron a la antigua ciudad de Hierápolis los sedimentos de cálidas fuentes, este símbolo de muerte espiritual, se fue ensanchando progresivamente por toda el Asia Menor, así que a la Media Luna le fue muy fácil arrumbar con este cristianismo paralizado en fórmulas, y hoy día apenas quedan allí media docena de cristianos. El recuerdo de Pablo, el "lleno de Dios", como se le ensalzaba en palabras hueras, fue arrinconado poco a poco, y finalmente olvidado del todo, y se cumplió la amenaza del profeta: "Cambiaré el candelabro de sitio" (Apoc 2, 5).