55. En la cuna de la iglesia romana

Act 28, 17-29.

"La monarquía universal de Roma -dice Gregorovius- parecerá siempre el más profundo misterio de la vida del mundo, al lado del origen y el dominio del cristianismo. Y esta religión, nacida en la Jerusalén de cerrado nacionalismo, pero cosmopolita por principios, hizo su entrada en la capital del mundo como en su morada preparada a ella por la historia, para hacer brotar de las ruinas de la monarquía política la figura gigantesca de la Iglesia, la monarquía moral." El portador de esta idea universal, san Pedro, había habitado poco antes en el barrio suburbano del Trastévere, y el que trae esta fuerza de Dios de amplísimo ámbito de acción, san Pablo, moraba en una pobre casa alquilada, custodiado por un pretoriano.

El primer contacto que según su costumbre procuró Pablo establecer, fue con sus paisanos judíos. No quería parecer como renegado de su pueblo, ni dejar que se dijese que defraudaba a su pueblo de las promesas mesiánicas. Los judíos, desde el siglo n a. de J. C, tenían una numerosa colonia en Roma [n. 13]. Después de la muerte de Claudio habían disminuido, mas pronto subió otra vez su número a 20 000 ó 30 000. Por causa de sus singularidades religiosas y nacionales no se establecieron sino al margen de la gran capital romana, pero tenían vivo comercio con ella y cambiaron su lengua nativa por la griega. Vivían por grupos en la periferia de la ciudad, en las desembocaduras de las carreteras consulares, donde tenían también sus propios cementerios y catacumbas (por lo menos seis). Formaban una organización de comunidades religiosas o sinagogas, dispuestas según el modelo del sanedrín de Jerusalén, trece de las cuales conocemos por las inscripciones judías. Recibían su denominación, tan pronto de sus ilustres protectores: augustenses, agripenses, herodianos, tan pronto de barrios de la ciudad: suburenses, campenses, o de su lugar de procedencia: palestinenses, tripolitanos, libaneses, etc. Al frente del senado (gerusía) de las sinagogas estaba el gerusiarca, el personaje más importante después del "padre de la sinagoga". Había también una "madre de la sinagoga", un secretario (grammatéus), cajeros, sacerdotes, ministros de la sinagoga y empleados subalternos. De estos hechos establecidos por la reciente investigación de las inscripciones (P. Frey) se saca la inconsistencia de la opinión científica, sostenida hasta hoy, de que la comunidad cristiana de Roma se había organizado según el modelo de la sinagoga judía. Al contrario, el modelo para la organización de la joven Iglesia romana eran los collegia o asociaciones religiosas romanas.

Pablo no ignoraba, seguramente, que la influencia que los judíos tenían en Roma llegaba hasta las cámaras imperiales. El primer actor cortesano, que gozaba de gran valimiento con Nerón y enseñó al emperador el arte dramático, fue el judío Alitiro. Por él fue presentado Flavio Josefo a la omnipotente amiga de Nerón, Popea Sabina, de la cual se decía que era una prosélita judía. Los judíos no necesitaban más que dirigir el odio de esta mujer contra Pablo, y éste estaría perdido. También por estas razones tuvo Pablo por conveniente mostrar a los principales de los judíos un gesto conciliador. De otra suerte no se puede explicar el desacostumbrado apresuramiento con que ya al tercer día hizo rogar a aquéllos que fuesen a verle.

Él pudo señalar con eficacia sus cadenas y decir que por causa de la más noble joya de su pueblo, por la esperanza mesiánica, "estaba ceñido de esta cadena", Los dignos padres hicieron como si nada supiesen de toda la causa. Si esto era verdad, la gran proscripción del sanedrín no había sido comunicada aún a las sinagogas extranjeras. Con toda inocencia preguntaron a Pablo su opinión sobre la cuestión acerca de Cristo. Dijeron que sólo sabían que "esta secta" hallaba contradicción en todas partes; que estarían muy agradecidos por una más particular explicación. Éste era un consumado lenguaje diplomático. ¡Cómo no debían saber nada del cristianismo, después que la propaganda cristiana había provocado en tiempo de Claudio las más violentas turbulencias en el barrio judío! Señalóse un día determinado para un gran coloquio religioso en la morada del Apóstol.

Como Pablo no tenía ante sí sino a hombres versados en las Escrituras, pudo hacer valer su brillante conocimiento de ellas y su excelente manejo de la interpretación bíblica. La conferencia duró desde la mañana hasta la noche, Fue como si saliese de Pablo todo lo que de profundo conocimiento de Cristo se había acumulado en él en los años de prisión. Pero inútilmente. La gloriosa historia de su pueblo ¿debía terminar con un ajusticiado al ignominioso poste de tormento? Por esta piedra de escándalo no pasaron los endurecidos rabinos. Era la última vez que Pablo ofrecía a la sinagoga la salud en Cristo, era la última hora de la gracia y exigía la última decisión sobre si Israel quería seguir siendo el pueblo escogido o ser el pueblo de la reprobación. Con esta escena se despide del judaismo la historia sagrada. Con esto tiene fin la amorosa solicitud con que Dios ha amado por miles de años al alma de este pueblo tan altamente dotado. San Lucas tenía conciencia del definitivo destronamiento del pueblo escogido. Contendiendo entre sí, según nos refiere, porfiando con Dios, desacordes consigo mismos, bajaron la escalera y, marcados con el estigma de la reprobación, comenzaron, como prueba ambulante de Cristo, la más notable de todas las peregrinaciones, la peregrinación del "Judío Errante". Pero Pablo les dirigió todavía la palabra del profeta Isaías, obscurecida por el misterio de la eterna predestinación, como anatema de maldición, que debían llevar por el mundo: "Oiréis y más oiréis, y no querréis entender; y veréis lo que presento a vuestros ojos, y no querréis daros cuenta de ello. Embota el corazón de este pueblo, tapa sus orejas, y véndale los ojos; no sea que quizá con sus ojos vea, y con sus orejas oiga, y comprenda con su mente, y se convierta, y tenga yo que curarlo" (Is 6, 9). Éste es lenguaje enérgico de profeta. Parece bastante duro a nuestro modo de pensar. Porque ¿puede Dios endurecer de intento el corazón de un pueblo, para que se pierda? Pero el hebreo pensaba de otra manera que nosotros. Por lo demás, la creencia en la predestinación pertenece al conjunto de doctrinas de los fariseos. También Pablo enseñó una predestinación divina, aunque la atenuó con la idea del libre albedrío [n. 38]. Dios ha creado la voluntad libre y la posibilidad de su abuso. Por la previsión de este abuso ha causado por sí mismo, por decirlo así, la desobediencia del hombre, pero no en el sentido de un hado inevitable. El ofrecimiento de la luz y de la verdad se convierte, en caso de recusación, en un juicio de Dios. La Biblia, vista la cosa con los ojos de Dios, divide al género humano en dos clases, en creyentes e incrédulos, en hijos de la luz e hijos de las tinieblas. Es a la verdad así como dice Goethe: El tema más profundo de la historia del mundo es la lucha de la fe y de la incredulidad.

La contienda sobre Jesús por mucho tiempo no cesó en el barrio judío. Algunos judíos al fin se convirtieron y se hicieron cristianos. Pero en los más la recusación se volvió hostilidad irreconciliable. Esto pondrá pronto a la comunidad romana de cristianos al borde del abismo. También a la minoría judío-cristiana de la Iglesia romana parece haber hecho mella esta actitud de los judíos. Faltaba entre ellos, es verdad, al revés que en Corinto, el liberalismo judío y la ilustración judía, pero tanto más numerosamente estaba aquí representada la secta excesivamente meticulosa de los esenios y el envidioso fariseísmo. Algunos de estos judío-cristianos establecieron sencillamente una contramisión, de la que escribe san Pablo en su Carta a los Filipenses: "Algunos predican a Cristo por espíritu de envidia y celos, mientras otros lo hacen con buena intención" (1, 15). Pero el peligro principal del judaismo estaba ya conjurado por medio de las grandes cartas del Apóstol. Eran sólo ya las últimas refriegas de retirada. "Mas ¿qué importa? Con tal que de cualquier modo Cristo sea anunciado, bien sea por algún pretexto, o bien por un verdadero celo; en esto me gozo, y me gozaré siempre" (1, 18). Éste fue el proceder magnánimo y generoso de Jesús, cuando Juan le notificó indignado que uno que no era de sus filas arrojaba malos espíritus en su nombre: "¡No se lo prohibáis! -dijo-. Quien no está contra vosotros,, está por vosotros" (Lc 9, 50). Las dos partes de la comunidad romana manteníanse unidas principalmente por la amistad de los dos príncipes de los apóstoles. Sólo la sangre derramada en común martirio apagó también las últimas discordias.

San Lucas no quiso terminar su libro con una aguda disonancia, sino antes bien con una consoladora perspectiva del porvenir de la Iglesia cristiana. La pobre casa alquilada por el Apóstol fue el foco del movimiento cristiano en la Roma pagana. El Evangelio, que hasta entonces, bajo la presión de los judíos, sólo se había anunciado tímida y cobardemente, ahora, bajo el impulso que procedía de san Pablo, llegó a convertirse en un fuego que lanzaba poderosas llamas. Según Tácito, la comunidad de los cristianos en el año 64 era ya una "multitudo ingens - una enorme multitud". Si la población judía se cifraba en 30 000, podemos fijar quizá la mitad para los cristianos, la cual se acrecentaba diariamente. Pablo mismo atribuye el nuevo movimiento a su prisión: "Muchos de los hermanos en el Señor, cobrando bríos con mis cadenas, con mayor ánimo se atreven a predicar sin miedo la palabra de Dios" (Phil 1, 14). En la Carta a los Romanos enumeraba ya san Pablo varias congregaciones cristianas, en distintos hogares, en las cuales se celebraban los actos del culto. Una de ellas estaba compuesta por "Asíncrito, Flegón, Hermes, Patrobas, Hermas y algunos hermanos más"; otros grupos se reunían en torno a Filólogo y Julia, a Nereo y su hermana (= esposa) Olimpia, y todos los "santos" que vivían con ellos, o sea su numerosa servidumbre.

Los amigos de Pablo parecen haberle puesto también en relación con la aristocracia romana. Los arqueólogos cristianos, con su pala y su perspicacia, han arrancado al suelo romano algunos secretos que los escritores contemporáneos habían guardado con demasiado cuidado. De Rossi y Marucchi creyeron poder afirmar que la morada de Áquila y Priscila se hallaba en el Aventino, donde hoy está la antiquísima basílica de Santa Prisca. Esta casa se hallaba en el terreno que era propiedad de la noble familia de los Cornelios, como lo demuestra una inscripción descubierta allí con el nombre de "Pudens Cornelianus". Si con ello enlazamos la fundada suposición de que las catacumbas de Priscila, en las cuales, junto con las hijas del senador Pudente, Pudenciana y Práxedes, también tuvo su sepultura aquel matrimonio, había sido originariamente la sepultura común de ambas familias emparentadas de los Cornelios y de los Acilios, ¿será atrevido suponer que ya muy al principio se habían adherido al cristianismo, quizás antes de la llegada de Pablo, varios individuos de la "Gens Cornelia", y que Priscila pertenecía, como pariente o liberta a una de estas dos casas? Dos de las iglesias más antiguas de Roma, en el Esquilmo, llevan todavía el nombre de las dos hijas de aquel senador romano en cuya casa habría reunido Pedro en torno a sí una comunidad cristiana. Cuando leemos después que Pablo en su segunda prisión romana poco antes de su muerte recibió la visita de cierto Pudente, el cual manda saludos a Timoteo (2 Tim 4, 21), comprendemos que no puede tratarse de un personaje obscuro, sino uno bien conocido de los cristianos.

Relacionado con el nombre de Priscila sale de la penumbra histórica todavía otra personalidad de la nobleza senatorial del cristianismo primitivo: Acilius Glabrio. SUETONIO (Domiciano, c. 10) le nombra entre los "molitores rerum novarum", que Domiciano mandó ejecutar el año 95 a causa de innovaciones peligrosas para el Estado. El velo que cubría a estos probables mártires de la Iglesia primitiva se descorrió de pronto cuando en 1880 las catacumbas de Santa Priscila manifestaron su nombre. En la cripta familiar de los Acilios apareció un fragmento de cubierta de un sarcófago con la inscripción "ACILIO GLABRIONI FILIO". Una segunda inscripción menciona a Manió Acilio y a su esposa Priscila con el título de "Clarissimus" (= serenísimo), que correspondía a su dignidad senatorial. Ello prueba que el nombre Priscila era antiguo y usual en esto célebre familia, y que una rama de la misma se había convertido al cristianismo muy pronto, probablemente en la época apostólica. Si esto fuese así, aquí se habrían encontrado los caminos de ambos príncipes de los apóstoles. Pues una indicación de lugar en las actas del papa Liberio (352-366) señala allí el sitio "donde Pedro administraba el bautismo". Una serie de inscripciones que se han encontrado aquí llevan el nombre de "Petrus". Parece que en recuerdo del apóstol algunas familias bautizaban con su nombre a sus hijos (véase DE WAAL-KIRSCH).

El nombre de otro miembro de la nobleza romana, a quien debe el cristianismo su primera acogida en la alta sociedad romana, pertenece sin duda a la historia: Pomponia Grecina, de la cual hasta TÁCITO dio este testimonio: "Su firmeza de carácter y constancia la honraban" (Annal. 13, 32). El mismo Renán canta el elogio de esta mujer y la celebra como cristiana. Esta ilustre dama, esposa de Aulo Plaucio, primer conquistador de la antigua Britania, ya desde hacía años había suscitado la sospecha de la nobleza romana. Iba siempre vestida de negro, llevaba una vida retirada y manifestaba gran seriedad. Algunos atribuían esto a terribles recuerdos. Había tenido ocasión de ver cómo su íntima amiga Julia, hija de Druso, había sido asesinada por orden de la emperatriz Mesalina. Parece también que uno de sus hijos se halló entre las víctimas de Nerón. Pero otros la acusaban de "superstición exótica". Según el uso romano, hubo de someterse al fallo de un consejo de familia. La decidida intervención de su esposo la protegió de toda otra pesadumbre. Mas ¿qué sabían los gentiles de su secreto? Lo que les parecía tristeza, era sólo "expresión de recogimiento interior, de desprecio de una sociedad envilecida". Quizá debemos ver en ella la primera santa de linaje romano. Esta suposición del investigador de las catacumbas De Rossi, tuvo una notable confirmación cuando en las catacumbas de San Calixto se encontró una lauda sepulcral con una inscripción griega del siglo n en la que se nombra a un "Pomponius Graecinus" (DE WAAL-KIRSCH). No era raro entonces que mujeres de elevada posición se interesasen por cultos orientales. En su altar doméstico, en el atrio, al lado de los dioses lares y de la imagen del divino emperador, ponían a menudo imágenes de Serapis, de Cibeles, pero sobre todo de Isis. ¿Por qué no también alguna vez un símbolo cristiano?

Una tradición, más hermosa que verosímil, nos dice que Actea, esclava primero y luego esposa de Nerón, a la que más tarde éste repudió, y que era oriunda del Asia Menor, había tenido conversaciones con san Pablo y en secreto se había hecho cristiana. Sirvió primeramente en la familia Annea, alrededor de la cual, según la leyenda, se había formado un pequeño círculo cristiano. Que estaba influida por el espíritu cristiano lo demuestra su actuación. Cuando mandó recoger los profanados restos de Nerón y llevar el ensangrentado cadáver al sepulcro de Domicio, el pueblo pagano sospechó que debía ser cristiana; "únicamente una cristiana podía mostrar tan nobles sentimientos ante un sei tan vil y degradado" (W. PATER). Esto era una reverencia inconsciente del paganismo ante el genio cristiano.

Se ha supuesto que también Séneca estuvo en relaciones próximas con Pablo con motivo de las sesiones del tribunal, a las que, como senador, tuvo que asistir. Hubiera sido una curiosa coincidencia que Pablo, que en Corinto salió absuelto del tribunal de Galión, debiera precisamente su libertad en Roma a la presencia de Séneca, hermano de aquél. De todas maneras se comprende que antiguamente se creyera en las inclinaciones cristianas de SÉNECA cuando se lee en una carta de este filósofo (Ep. 115) la semblanza de un hombre lleno de Dios: "¡ Si nos fuera permitido contemplar el espíritu de tal hombre! ¡Oh, qué figura resplandeciente, sublime, hermosa y santa contemplaríamos!… Si alguno contemplara semejante figura, más elevada y esplendorosa que cuanto suele presentarse en el ámbito de lo humano, ¿no retrocedería acaso, sobrecogido, como si se hallara en presencia de un dios, no rezaría en voz baja una plegaria para que tal aparición no le fuera nefasta, y luego, animado por la bondad que irradia de aquel semblante, no lo adoraría suplicante, diciendo con Virgilio: "Senos propicio y mitiga nuestros pesares"?". Séneca tan sólo necesitaba dar unos pasos en el campamento de los pretorianos para encontrar su figura ideal. La edad media creyó que efectivamente dio estos pasos y se hizo cristiano. Así se intentó explicar las grandes semejanzas de su doctrina con las de la moral cristiana, que ya habían llamado la atención a TERTULIANO (De an. 20: "Séneca saepe noster"). También esta creencia ha sido reforzada por una correspondencia epistolar, falsificada, entre ambos hombres. Estas semejanzas, tanto en Séneca como en Epicteto, hay que buscarlas, no obstante, en el idealismo moral de la Stoa moderna, así como también en la herencia religiosa de la familia de Séneca. Su padre ya había trazado la imagen de un profeta sobrehumano, que poseyera la sabiduría y el poder de intimidar incluso a un Alejandro: este tal tenía que vanagloriarse de su nacimiento divino, tener el testimonio de su dios a su favor y, en cuanto al término de su vida, substraerse a la fuerza del destino. Tales presentimientos pueden ser explicados por la predisposición natural del alma humana al cristianismo, sin la cual no hubiera sido posible la victoria del cristianismo en el mundo pagano.

El cristianismo tenía ya entonces en las clases superiores algunos aliados en personas de naturaleza religiosa que habían perdido la fe en sus dioses por efecto de las burlas que de éstos hacían objeto los filósofos y los poetas. Las naturalezas superficiales y desmoralizadas, después de comedias licenciosas y luchas de gladiadores, exigían como compensación cambiar estos excitantes espectáculos y refugiarse en los conventículos de religiones orientales; pero las naturalezas más serias preferían refugiarse en las sinagogas o en las comunidades cristianas; estaban desengañados de tantas "divinidades redentoras" que les eran ofrecidas. Sin embargo, donde se extendía más el movimiento cristiano era en las capas sociales inferiores e ínfimas, las cuales veían en el cristianismo, apoyadas en motivos religiosos, sus exigencias de libertad y humanidad. Precisamente entonces había acaecido en Roma un suceso muy ruidoso. El prefecto de Roma, Pedanio Segundo, había sido asesinado por un esclavo por celos a causa de una esclava. Según la ley, todos los esclavos que vivían bajo un techo con el asesino en tiempo del crimen, habían de ser matados. Casi cuatrocientos infelices fueron alcanzados por esta disposición. Contra esto se rebeló en el pueblo el sentimiento de justicia. Con todo, el senado y el emperador resolvieron dejar que la ley siguiera su curso. No es maravilla que también en el Palatino el nuevo mensaje cautivase la atención de los esclavos imperiales y el nombre de Pablo se pronunciase allí con veneración. En la Carta a los Filipenses, hacia el fin de su primera prisión, escribe: "Os saludan todos los santos, y principalmente los que son de la casa del César" (4, 22). ¿Quiénes eran estos cristianos del Palatino? En la lista de saludos de la Carta a los Romanos notamos dos grupos: los familiares cristianos de las dos grandes casas de Narciso y Aristóbulo. "Debían de pertenecer a la familia de dos señores principales, los cuales, sin duda, no eran cristianos". La palabra "familia" significaba en la antigüedad lo mismo que servidumbre, criados. Los esclavos pertenecían a la asociación familiar, formaban la familia, el dueño de la casa se llamaba pater familias. Por término medio se calculaban quince esclavos por "familia ". Éste era el estado doméstico del ciudadano ordinario. Pero los ricos, como Narciso y Aristóbulo, tenían centenares de esclavos. "Nationes in familiis habemus (tenemos una verdadera mezcla de pueblos en nuestras familias)", escribe Tácito. Dice Harnack que en tiempo del emperador Claudio nadie era tan poderoso en Roma ni estaba tan atado por amistad con el emperador como cierto Narciso, su liberto y secretario particular, y que por el mismo tiempo vivía en Roma un Aristóbulo, nieto de Herodes el Grande, y era amigo del emperador. Después de la muerte de semejante hombre tan ligado a la corte imperial, todo lo que había en la casa y sus numerosos esclavos fueron trasladados a la casa imperial. Si estos dos hombres fuesen idénticos a aquellos personajes mencionados por san Pablo, tendríamos una nueva confirmación de las estrechas relaciones del Apóstol con los cristianos que vivían en los aposentos de esclavos del Palatino. Entre los cortesanos de Nerón no debemos buscar a ningún cristiano. Pues los Flavios, cuyas mujeres se inclinaban al cristianismo y entre los cuales hasta el cónsul Tito Flavio Clemente y su esposa Domitila eran cristianos, no tenían acceso entonces todavía al Palatino. El célebre crucifijo de burla del Palatino, una caricatura garrapateada en la pared por estudiantes paganos del colegio imperial, en que se ridiculiza a un condiscípulo cristiano Alexámenó, que adora a un crucifijo con cabeza de asno, es sin duda una prueba de que el cristianismo había hallado entrada ya muy pronto entre los que habitaban en el Palatino [n. 44].

Hoy se reprocha a san Pablo el que haya "reunido con entera conciencia en los países de su jurisdicción todo lo leproso política y espiritualmente, para desencadenar un levantamiento de los de menos valer", el que haya reunido en torno suyo "toda la escoria espiritual del mundo helénico, los parias de todos los estados". Pero se deben leer las exigencias morales que pone a sus recién convertidos, para conocer que el progreso del género humano descansaba entonces en la comunidad cristiana, para alcanzar un más alto grado de desenvolvimiento. "Bajo la impresión de una predicación que conmueve el alma y el cuerpo, de un juicio que se avecina, y bajo el poder beatífico del espíritu de Cristo la moral se eleva a un valor más puro y más seguro… Hombres puros que no se apegan a los que poseen y no son egoístas, deben ser los cristianos y juntamente hombres sin doblez y esforzados. San Pablo y el cristianismo no han dado impulso a la disolución, sino que han impedido la disolución." Con cierta alusión al cristianismo se habla hoy con desprecio del "pantano de pueblos y caos de razas" del mundo mediterráneo, de que ha salido la Iglesia. Tanto más grande ha de parecer entonces la obra del Apóstol. La Iglesia tiene la incumbencia de santificar y cristianizar a los pueblos y civilizaciones, darles un fin espiritual, un ideal moral, para que se formen en él. Y esto lo hizo san Pablo, y así salvó del caos lo que se podía salvar. Sin embargo, el que el Estado romano se arruinase, no fue culpa de la Iglesia, como ya lo notó san Agustín, sino del mismo Estado romano, que no tenía ninguna religión que le hubiese podido ofrecer un ideal moral, y que descuidó unirse con aquel poder del porvenir. También en el romanismo la Iglesia ha salvado lo que se podía salvar. Y era ya "algo grande el que lograse atraer a sí a hombres y talentos como san Agustín".