45. Huida de Éfeso. La segunda Carta a los Corintios
Act 20, 1 - 2.
Los acontecimientos entre la primera y la segunda Carta a los Corintios son algo inextricables. Las indicaciones que hay en la segunda Carta a los Corintios hacen sospechar la siguiente sucesión de hechos: Entre Pascua y Pentecostés del año 57 había vuelto Timoteo de Corinto, pero no había traído noticias agradables sobre las actividades de los intrigantes. La gran carta del Apóstol había tenido muy buen éxito pero no había reducido al silencio a sus adversarios. Esto le movió a enviar a Tito a Corinto con nuevos poderes. Por un corintio o uno de los perturbadores foráneos se había cometido un acto que, si quedaba impune, había de quebrantar la autoridad del Apóstol y hacía imposible la vuelta a Corinto (2 Cor 7, 12). San Pablo no describe las particularidades del crimen, sino sólo dice que "uno había hecho el agravio y otro lo había padecido". ¿Fue quizá Timoteo mismo en el cual se cometió una grave ofensa o mal tratamiento ante la comunidad reunida? Brutales desafueros parece indicar sin duda este pasaje (11, 20): "Vosotros aguantáis si alguno os trata con altanería y os hiere en el rostro". Un urgente llamamiento parece haberse dirigido a Pablo por el grupo fiel a él: ¡ Ven! Pablo no se podía resolver a ello. Antes había estado ya una vez "con amargura" entre ellos, al recordar a los superiores con severísimas amenazas su obligación. No quería hacerlo por segunda vez. No quería agravar la situación. Con esta zozobra se dirigió a Tito y le rogó que se pusiese en camino por él para Acaya. Pablo hubo de mencionarle todas las buenas cualidades de los corintios para persuadirle (7, 13). Sólo el amor a Pablo venció sus reparos. Tito emprendió su viaje con los necesarios poderes por escrito y una carta del Apóstol a la comunidad, en la cual pedía muy seriamente que volviera al buen camino. Por esto se habla de una especial "carta de lágrimas", la cual empero, porque se refería a un asunto sumamente personal y en extremo penoso para los corintios, sin duda se ha perdido: "Os he escrito derramando muchas lágrimas, muy afligido y con un corazón angustiado " (2, 4) [n. 33]. El castigo del malhechor había de efectuarse por un procedimiento judicial, en el cual se manifestase hasta qué punto los superiores fuesen culpables en el suceso. La comunidad había de decidirse en pro o en contra de Pablo.
Tito partió con la instrucción de volver por Macedonia a Tróade, donde hallaría a Pablo. Entretanto sucedió la catástrofe de Éfeso y Pablo se vio obligado a irse antes de tiempo. A una hora temprana de una mañana de mayo del año 57, se puso en camino para Tróade con Timoteo, Gayo, Aristarco y Segundo, Tíquico y Trófimo. Cierto Carpo (2 Tim 4, 13) era su huésped y cabeza de la congregación. Cuando siete años antes estuvo aquí la primera vez, le había prohibido el Espíritu Santo predicar, pero ahora "se le abrió una puerta" (2 Cor 2, 13). Sin embargo, su corazón estaba como oprimido, desconsolado y lleno de congoja. Sus palabras sonaban sin calor; su voz, quebrada como una campana rota. También los santos tienen semejantes horas de sequedad de espíritu. Léanse los escritos de los místicos, como san Bernardo, cuyo corazón parecía inagotable en calor y entusiasmo. En tales tiempos de nervioso abatimiento y desazón psíquica se presentaba en san Pablo aquel estado de agudos dolores de cabeza que él designa como un "aguijón en la carne". No era hombre de largo esperar. En la ocasión más próxima se embarcó para Macedonia, a fin de ir al encuentro de Tito. Su primera visita fue a Filipos, donde después de largos años de separación halló a su amigo Lucas. A la perspicacia del médico y a los ojos amantes de sus amigos no se les escapó la perturbación en su modo de ser, su exterior intranquilidad y su interior aflicción (7, 5). La gran cordialidad con que le rodearon sus filipenses, le hizo mucho bien. Poco a poco volvió a revivir. Un día llamaron a la puerta. La criada de Lidia abre y trae la noticia: ¡ Tito ha venido! La vista de Tito renueva la alegría de Pablo. Sabía que sus amigos habían estado en el viaje en constante peligro. No era cosa de poca monta, si uno de sus mensajeros volvía sano y salvo. Tito traía una buena noticia. Armado de todas las facultades del Apóstol, había sido recibido en Corinto con "temor y temblor", en vista del tremendo poder que le había concedido Pablo. La carta había movido a lágrimas a la comunidad y producido profunda sensación. El incestuoso había sido excluido por resolución de la mayoría, era evitado por todos y padecía terriblemente bajo la presión psíquica. Reparó su falta y pidió perdón a la congregación. Ésta estuvo dispuesta a otorgárselo, pero se reservó la aprobación del Apóstol. También el malhechor que rabia "hecho el agravio", fue castigado gravemente. La averiguación dio por resultado que la congregación en sí no tenía culpa alguna en el asunto. Las divisiones habían desaparecido. Pero los perturbadores llegados de fuera estaban todavía en la congregación. Llamaban al Apóstol voluble e inconstante, pues trastornaba siempre sus planes de viaje y sólo seguía el impulso de su impetuoso antojo. Otros decían que ya no se atrevía a ir a Corinto y sólo en sus cartas era vigoroso y de lejos valiente. Sin embargo, la mayoría estaba con fidelidad detrás de él y anhelaba su visita, para alcanzar de él consuelo y perdón (7, 7-12). Tal fue la relación de Tito.
Pablo se hallaba consolado, levantóse, extendió sus brazos y recitó una ardiente oración de acción de gracias: "Dios, que consuela a los afligidos, nos ha consolado con la llegada de Tito". Ya hacía tiempo que no se había visto al Apóstol tan alegre. Sus ojos recobraron su brillo anterior; su voz, su entera potencia. "¿Ves, hermano Tito?, ha sucedido como te dije: mis corintios no me han engañado; está comprobado que a mis elogios les correspondía la realidad. Pero no quiero ir a Corinto sino cuando se hayan disipado todas las nubes, cuando yo no haya de causar ya ninguna tristeza. Por lo pronto, sin embargo, voy a escribir de nuevo a los corintios, y tú, hermano Timoteo, debes firmar conmigo y defender la carta, para que vean los corintios que somos enteramente de un sentir, y como fundadores de su Iglesia tenemos la misma posición respecto de ellos, de suerte que cualquier injuria que se te hace a ti, me ofende también a mí y mi perdón es también el tuyo."
Nunca habla y escribe el hombre más fácil y más bellamente, que cuando es movido por una gran pasión y su alma se dilata en gozo y amor. Si la primera Carta a los Corintios es la más interesante por la riqueza de ideas, la segunda es la más apasionada de todas sus cartas. Algunos críticos dicen que consta de varias cartas que aparentemente más tarde habían sido reunidas: Una carta "de consuelo y reconciliación" (cap. 1-7), una carta que trata de la colecta (cap. 8 y 9), y por fin la llamada "carta de los cuatro capítulos " (cap. 10-13). Es cierto que la carta consta de varias partes, y aunque no "en una sentada", escritas rápidamente una tras otra y en igual estado de ánimo y entregadas como un escrito que forma unidad. La diversidad del tono se explica por el hecho de que la carta va dirigida a diversos grupos. En la primera parte habla san Pablo a los que le son fieles en tono conciliador. Mas los adversarios judaizantes estaban todavía en la comunidad. Las acometidas de ellos a su persona y a su apostolado seguían aún produciendo efecto. Pero la persona y la cosa eran aquí lo mismo. Por esto había él de poner fin a estas acometidas y a justar cuentas de una manera aniquiladora con sus adversarios. La exposición de los motivos en que se funda su autoridad apostólica es, por tanto, el fin principal de esta carta. El arma de que se sirvieron sus adversarios, en primer término, fueron sus padecimientos, persecuciones y su estrechez. Esto, a los ojos de aquellos hombres mundanos, le quitaba toda grandeza apostólica. San Pablo les arrebató esta arma y precisamente de sus padecimientos hizo una confirmación y glorificación de su obra apostólica. Ésta es la razón de por qué habla tanto de sus padecimientos. Éste es el hilo rojo que entrelaza toda la carta y le pone el sello de una carta de pasión, de una gran confesión de su martirio.
Después de una oración de acción de gracias, san Pablo recuerda a los lectores los terribles sucesos de Éfeso. Por primera vez pensó que la medida estaba llena y que se habían acabado sus fuerzas; creyó estar cercano a la muerte. Ruega que en las comunidades se hagan actos de culto públicos en acción de gracias por su salvación de la muerte (1, 11). Está indignado por la pérfida lógica de abogados con que se interpreta el bien motivado cambio de sus planes de viaje como falta de firme carácter, con la afirmación de que él dice ahora sí, ahora no. "¿Tomo acaso mis resoluciones por capricho, de suerte que en mí manda el sí sí y el no no?" Pablo alude a las palabras de Jesús: "¡ Vuestro modo de hablar sea un claro sí o no!" Pero ¡cuán ingeniosamente sabe él interpretar estas palabras! Dice que en la doctrina que les ha anunciado, nada ha habido del sí y del no. Porque Jesucristo, Hijo de Dios, que él les ha predicado, no fue sí y no a la vez. En Él hubo un sí y todas las promesas han hallado su sí en Él. Él es el gran sí y amén. La causa por la cual Pablo difirió su visita, no fue el capricho o el temor, sino la delicada consideración a ellos mismos. "Se me echa en cara el deseo de dominar: dicen que quisiera dominar vuestra fe, tiranizar vuestras conciencias. ¡Oh, mal me conocéis! El fin del cargo apostólico no es dominar, sino servir y hacer nacer la alegría." También aquí habla Pablo según los sentimientos de Jesús: "El Hijo del hombre no ha venido a dominar, sino a servir…, para que vuestro gozo sea completo". El fin del castigo eclesiástico no es la aflicción, sino el arrepentimiento saludable, que no causa muerte, sino vida. Ésta es la ética cristiana del castigo, que Pablo verifica aun en el caso del incestuoso. La exageración o el abuso del poder de castigar que tiene la Iglesia, sería "una astucia de Satanás". Sólo en cuanto los representantes de la Iglesia se dejan guiar por el Espíritu Santo, escaparán de esta tentación San Pablo presupone en todas sus cartas la disposición de Dios para perdonar; así también aquí, cuando asegura el perdón al incestuoso y ruega a la comunidad que haga lo mismo, presupone como incluido el perdón de Dios. El "perdón de los pecados" es un pensamiento que ha acompañado a la Iglesia desde sus primeros días.
El anterior gozo por la victoria y la confianza animan ahora de nuevo al Apóstol, cuando vuelve la mirada atrás y contempla su obra apostólica. "¡ Gracias sean dadas a Dios, que se sirve de mí en su carrera triunfal por el mundo y me pasea como trofeo de victoria!" Éste es el sentido de las palabras de un pasaje del griego PLUTARCO (Marco Antonio, 84), donde Cleopatra, antes de morir, visita la tumba de Marco Antonio y jura preferir la muerte a la cautividad: "No, dijo, no quiero dejarme pasear por tu vencedor en su triunfo". Detrás del carro triunfal de los generales victoriosos seguían los prisioneros y los reyes vencidos. Se agitaban incensarios, y el vencedor era envuelto en una nube de incienso, como un dios. Pero para que el humo no se le subiera demasiado a la cabeza, un esclavo a su lado debía recordarle su naturaleza mortal: "Caesar, hominem te esse memento!" (Recuerda que sólo eres hombre). Pablo se alegra del modesto papel que hace tras el carro de la victoria de Cristo: se alegra de que a él Cristo le haga servir de trofeo de victoria, o que como turiferario deba esparcir por todas partes "el perfume del conocimiento de Cristo". Así como el incienso asciende del altar y poco a poco llena todo el templo, contempla ahora todo el Mediterráneo y el Egeo perfumados por el suave olor del Evangelio, que asciende de su corazón inflamado por Cristo, aunque las fuerzas de su vida se consuman como una brasa. El mundo entero respira este perfume de incienso: para unos es olor de vida, para otros es hedor de muerte.
Esta glorificación del apostolado le sugiere siempre nuevas imágenes. No necesita ninguna carta de recomendación, como sus adversarios. "¡ Vosotros los corintios sois mi carta de recomendación, una carta de Cristo, escrita con brillante escritura, de modo que todo el mundo pueda entenderla y leerla, escrita no en tablas de piedra como los diez mandamientos, sino en las tablas vivas del corazón! No con buril de hierro en letras hebreas, sino con el estilo del espíritu: La letra mata, el espíritu es el que vivifica." Si san Pablo no hubiera escrito más que esta única sentencia, habría hecho bastante para la inmortalidad. "Vuestros seductores alegan a Moisés. ¡Muy bien! Moisés ponía un velo sobre su rostro cuando hablaba al pueblo poco juicioso. Todavía hoy envuelven la Ley, al leerla en la sinagoga, en una cubierta de bordados abigarrados. Ésta es una imagen de la cubierta que llevan alrededor de sus corazones. Por eso no advierten que el Antiguo Testamento ha terminado en Cristo. La predicación cristiana no necesita de semejante envoltura. Nosotros nada tenemos que ocultar. Nosotros no falsificamos la palabra de Dios como un tabernero el vino. No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo solamente, pero a nosotros mismos solamente como a vuestros siervos por amor de Jesús." La proposición final de este notabilísimo pasaje expresa la más profunda causa de la conciencia que tiene de su vocación apostólica: ¡el haber relumbrado en su corazón el resplandor de Cristo en Damasco! "Quizá me objetéis: ¡Pero tu aspecto no corresponde a esto! " Esto da ocasión al Apóstol para manifestar en vigorosas antítesis la oposición entre su exterior de poca apariencia, enflaquecido por la enfermedad y los padecimientos, y su interior lleno de espíritu. Y luego pasa a la gran confesión de su vida. Como la vida de Jesús fue una continuada vida de sacrificio, una vida de obediencia, hasta la muerte en la cruz, así aparece la semejanza a Cristo en el Apóstol especialmente en las grandes descripciones de su arrastrado, peligroso y oprimido servicio apostólico. Disposición para el servicio y humillación de sí mismo fueron su martirio diario. Léase en sus Cartas a los Corintios la conmovedora lista de sus padecimientos: 1 Cor 4, 9-13; 2 Cor 1, 8-11; 4, 7-12; 6, 4-10, y los más conmovedores: 11, 21-33. Para Pablo el padecer es como un sacramento, mediante el cual se completa su místico convivir, su simbiosis con Cristo. Toda la fuerza la saca de la unión con "Christus passus et redivivus". Cuanto más padecer, tanto más fuerza y dignidad; cuanto más padecer con Cristo, tanto más proximidad a Cristo. Porque sabe que ha de padecer más que todos los otros, sabe también que tiene una especial función en la Iglesia y respecto de la Iglesia. A las persecuciones se añaden todavía sus dolencias crónicas. A la oración hecha por Jesús tres veces en Getsemaní corresponde su triple petición dirigida al Señor para que le libre del aguijón de la carne y de los ataques de Satanás. Con este cúmulo y exceso de "padecimientos por Cristo" se presenta a los corintios. Ellos reconocen su enorme superioridad. Sentimos finalmente la gracia y la dignidad del "sacerdos alter Christus". Con esto ha logrado derrotar a sus más encarnizados adversarios, arrebatarles el argumento de que él era un ser desgraciado, y transformar este argumento en un triunfo de Cristo.
Su comunión de padecimientos con Cristo fundamenta también su comunión de padecimientos con la Iglesia.
Entre las dos partes principales de la carta está puesta una sección sobre la colecta para Jerusalén. Esta obra comprensiva de caridad era para Pablo una grande solicitud del corazón, porque no podía consentir que se rompiesen los hilos con la difícil Iglesia madre y se dividiese la Iglesia en dos partes. Quiso convertir esta colecta en un solemne homenaje a la Iglesia madre por parte de las Iglesias hijas y presentar personalmente en Jerusalén el importe de todas las Iglesias en compañía de sus representantes. La manera como Pablo promueve y dispone esta colecta es un testimonio de su fina discreción. A él no le estaba bien el papel de colector de dinero. Sólo con repugnancia se ocupaba en cosas de dinero. Sabía con qué ojos de Argos vigilaban sus adversarios cada uno de sus pasos y difundían cosas indignas. Por eso exigió que cada comunidad hiciese sellar sus donativos y llevarlos por comisionados elegidos de intento. Para quitar a la colecta toda apariencia de negociación, eligió expresiones religiosas para designarla: "dádiva de bendición", "servicio de amor", "socorro para los santos", "liturgia de ofrenda". Esta carta de colecta es el modelo de un sermón sobre la caridad. ¡Qué delicada discreción para no parecer importuno! Conoce muy bien las necesidades del pueblo bajo. Si se hubiera tenido siempre en el decurso de la historia de la Iglesia esta delicadeza, esta conciencia de responsabilidad respecto del pueblo, que lucha penosamente con la estrechez de la vida, si se hubiera interesado más por los pobres entre los pobres, por los barrios miserables de las grandes ciudades, en vez de ocuparse en profanos negocios económicos, por cierto no se habrían seguido tantos quebrantos de la confianza. Si el sacerdote ya no se compadece del pueblo que sufre miseria, si en su vivienda y porte de vida se trata mejor que los más de su comunidad, si no administra el capital de confianza del pueblo católico como un santo legado, entonces ha de venir el Señor y limpiar su era con el bieldo. También los motivos por los cuales trabaja Pablo son sobrenaturales. El más hermoso fruto del dar según él es que crecemos en sentimientos caritativos, atraemos sobre nosotros la bendición de la acción de gracias eucarística y mostramos nuestra sumisión al evangelio de Cristo. Así la participación en las obras de caridad es una especie de liturgia, un "don inefable". Así entendida, la caridad ni es una carga para el que da, ni un sonrojo para el que recibe.
Entre los capítulos 9 y 10 parece que hay cierto espacio de tiempo y un gran acontecimiento. Pues sin causa conocible pasa súbitamente Pablo del tono conciliador de antes a un vehemente appassionato, a una acerba filípica, después que ya está conseguida la reconciliación con la comunidad. Probablemente llegaron entretanto ulteriores noticias de Corinto, de. que los perturbadores de la paz de la comunidad habían recibido recientemente de Jerusalén un refuerzo, sin estar estas personas autorizadas por Santiago o Pedro. Llamaban a Pablo presuntuoso y a sus cartas atrevidas, decían que era un loco deseoso de gloria, que su colecta era sólo una astuta maniobra y un perjuicio para la comunidad. Bajo la máscara de la ironía griega hace ahora Pablo el papel de ambicioso que le han asignado. Con esto caen golpes de maza aniquiladores sobre sus adversarios. Le reprochan ambición, egoísmo, ansias de dominar, al paso que ellos mismos se jactan de la amistad de los grandes de Jerusalén, se presentan como hombres superiores, corren de casa en casa y se convidan a sí mismos, llevan siempre la palabra y abofetean a los que les contradicen (11, 20). Con distinguida discreción ni siquiera menciona Pablo por su nombre a los emisarios del Oriente y sólo los denomina con "un cierto", "cierta gente". Acerca de los que, según pretenden ellos, les envían no dice palabra. Guarda silencio prudente y respetuosamente acerca de ellos, aunque tras las maquinaciones se alza magni nominis umbra, la sombra del abuso de grandes nombres.
Tito y dos hermanos, probablemente Lucas y Aristarco, llevaron la carta a Corinto. La impresión que hizo la carta, parece haber sido decisiva. Éste fue el legado del Apóstol a sus corintios, a su Iglesia, por la cual dio la sangre de su corazón. Mas ya en el siglo n parece haber olvidado Corinto el mérito de Pablo. En un punto, sin embargo, nunca se olvidará su grande hazaña. Cuando acomete la tentación de acomodar el cristianismo al mundo, cuando se manifiesta el peligro de la falta de espíritu, de la afición al mundo y de la actividad exterior, se adelanta Pablo y llama a la vida interior y espiritual: "¡ No os dejéis engañar por Satanás, sed hijos del espíritu!"