PRÓLOGO DEL AUTOR
El aspecto espiritual de la Iglesia en nuestros días empieza a recobrar cada vez más los rasgos del cristianismo primitivo, conforme a la situación actual del mundo, que presenta un carácter apocalíptico. Cuatro movimientos religiosos dan al catolicismo de hoy un sello bien marcado, y los cuatro son de orientación paulina. El movimiento litúrgico y el eucarístico se sostienen por el impulso hímnico y la mística sacramental promovidos por el Apóstol. Pero, sobre todo, el movimiento misional, que, como nuevo impetuoso soplo de Pentecostés, va siendo cada día más vivo e intenso, y el movimiento bíblico que arde en todos los países, se inflaman en la personalidad de san Pablo.
Especialmente el entusiasmo de nuestros días por la Sagrada Escritura, ahora menos que nunca puede prescindir de san Pablo. Su vivir todo en Cristo, su doctrina del cuerpo místico de Cristo obra como un polarizador sobre todas las relaciones de la vida y da el justo medio a todos los conocimientos parciales. Este concentrar la mirada en el Cristo viviente, tal como vive en la palabra de la Escritura, llena de espíritu, en los misterios del culto, en el ímpetu de Pentecostés de nuestros días, en el movimiento misional y no en último lugar en el martirio de la Iglesia en muchas partes de nuestro cosmos manchado de sangre, puede y debe preservar nuestra vida religiosa de desunión y de complicación y darle la grandeza y sencillez del primitivo cristiano.
Éstas son las ideas directrices que han de justificar este nuevo ensayo de una vida de san Pablo. A pesar de este fin religioso-práctico, no creí poder prescindir de lo que la diligente investigación ha sacado a luz en lo tocante a la cronología e historia de la cultura y civilización, para poder entender mejor a san Pablo y su obra sobre el fondo de su tiempo. Pero esta coherencia histórico-cultural no debe engañar a nadie acerca de la radical oposición, que sólo el "espíritu" podía vencer. Sólo así se hace clara la significación del hecho que un investigador alemán ha concretado en estas palabras: "La Estoa dominó 500 años en el mundo antiguo, y con todo, en ninguna parte pudo detener la decadencia de aquellos pueblos en lo moral. Que la Epístola a los romanos fue un arado que abrió surcos más profundos que las ideas de Epicteto, continúa siendo de manera incontrovertible una realidad histórica" (Alb. Dieterich).
A la luz de este hecho, los cristianos de hoy sentimos arder en nuestra alma la responsabilidad que tenemos de volver a avivar en nosotros mismos aquellas fuerzas que animaron a los cristianos primitivos, para que brillemos "como antorchas en medio del mundo" (Phil 2, 15).