Agradecimientos
Esta suele parecer la parte menos interesante del libro, pero en cambio, es la que más valor tiene para el que la escribe. Un libro sin agradecimientos para mí es un libro sin alma, porque es aquí, en estos nombres que mucha gente no conoce, donde suelen estar los cimientos de cada página y cada pequeño pasito que se da para que una historia inventada se convierta en unos folios impresos, después en un libro en una caja que viaja hasta los estantes de una librería, para luego acabar abierto en el regazo de alguien en un trayecto de autobús, en un viaje en metro o avión, o para quizá alzarse durante unas horas entre las manos de un corazón perdido que busca algo, o a sí mismo, sentado tranquilamente en la comodidad de un sofá.
Gracias a Verónica, como siempre, porque sin ella este libro hubiese sido escrito sin emoción. Quien intenta escribir sentimientos necesita conocerlos, y ella me los ha dado todos. Cada palabra de este libro nace gracias a todo lo que me hace sentir.
También gracias a mis pequeños, Gala y Bruno, por todo ese amor que un padre convierte en pánico al imaginar que os pase algo. Me he dado cuenta de que escribo sobre mis miedos y sobre lo que amo, y ellos dos son ambas cosas al mismo tiempo.
Gracias a todo el equipo de Suma de Letras, que ya considero mi casa, y que, a pesar de la distancia, siento como si viviesen a mi lado. En especial, gracias a Gonzalo, que más que editor es amigo, de esos que llegan sin darte cuenta y de repente piensas en comprar cervezas para él y guardarlas en la nevera, aunque a ti no te guste la cerveza ni tengas nevera.
Gracias también a Ana Lozano, por estar a la distancia perfecta para fomentar la creatividad y a la vez exigir, y por ser esos ojos que hacen que todo cobre una nueva dimensión. También a Iñaki, que siempre está, aunque se esfuerce en que no lo parezca.
No me olvido de Rita, tan creativa; Mar, tan tenaz; Núria, tan visionaria; Patxi, tan sensato. Gracias a Marta Martí, por darme alas y voz; y a Leti, por tener siempre la frase perfecta en los momentos más especiales. También a Michelle G. y David G. Escamilla, por abrirme las puertas del otro lado del mundo. Gracias a Conxita y María Reina, por hacer que mis historias ya estén en más idiomas de los que uno imagina que existan, y por hacer que mis palabras viajen a lugares que uno solo sueña con visitar.
Gracias a todos esos libreros que me han recibido con tanto cariño, por tratar mis libros con tanta ilusión y por hacer que cada firma sea una fiesta en sus librerías.
La mejor parte, la del final de los agradecimientos, siempre es para vosotros, lectores. Es difícil expresar en palabras todo lo que vivo con vosotros y lo que significáis para mí, y por eso, en persona, siempre me oiréis daros las gracias por regalar a mis historias lo más valioso de la vida: vuestro tiempo leyéndolas.
Gracias de corazón.
Podría extender las gracias mucho más, en varios capítulos con giros, sorpresas y saltos al abismo justo en la última frase, pero creo que es mejor que hagamos una promesa: yo no dejo de escribir y vosotros, cada vez que os pregunten por un libro, y si os ha gustado, recomendáis La chica de nieve, sin contar de qué va (¡por favor!) ni dejar escapar nada de la trama más allá de la sinopsis. Será nuestro pacto, y yo, a cambio, el año que viene estaré otra vez en librerías. Quizá con una nueva historia distinta, o quizá, quién sabe, con La chica de…
Atentamente,
Javier Castillo