Capítulo 47
14 de septiembre de 2000
Lugar desconocido
Cruzas una línea y, tarde o temprano, caes por un precipicio.
Will se había subido a una escalera de mano y se encontraba en el cuarto de Kiera atornillando con dificultad a una esquina de la habitación una pequeña cámara de vigilancia que había comprado en una tienda de artículos de segunda mano.
—Ya está —dijo, una vez que la encendió y comprobó que el piloto rojo se encendía.
El cable de la cámara hacía un recorrido en línea recta junto a la moldura del techo hasta la parte superior de la puerta del dormitorio, donde Will había perforado un agujero en el tabique para pasar el cable, que serpenteaba por la pared del salón hasta llegar a la televisión.
Iris jugaba con Kiera sobre el sofá y preguntó inquieta:
—¿De verdad es necesario todo esto?
—No quiero sorpresas, Iris. Mira, en el ocho he puesto el cuarto de Mila; en el nueve, la cámara de la entrada. Si pulsas aquí, activas el sonido, ¿ves?
—¿Cuánto te ha costado esto?
—Menos de cincuenta dólares, tranquila. Es solo… por precaución.
—No saldrá más, Will. No es necesario. ¿Verdad que no, cariño? —dijo en dirección a Kiera, que la abrazaba como si fuese un pequeño koala asustado.
—No, mamá —respondió Kiera, con voz aguda y rasgada—. No me quiero poner malita.
—Y no te vas a poner, cariño. Fuera es… peligroso.
—Iris, no quiero más sustos —señaló Will.
—¿No ha sido suficiente con elevar las cerraduras de la puerta? Así no…
—Yo quiero ver Jumanji —dijo Mila, ignorando la conversación.
—¿Otra vez?
—¡Quiero ver al león! —gritó. Luego rugió con fuerza, en dirección a Iris—: ¡Argggh!
—¡Está bien! —aceptó, levantándose hacia el reproductor e introduciendo la cinta de Jumanji en él. Cuando por fin aparecieron las letras de Tristar Pictures, Iris se incorporó y susurró a Will:
—¿Crees que…, que vio algo?
—¿De lo de…? —intentó no terminar la frase.
—Sí.
—Creo que sí… Desde entonces hace como que no estoy. Si te fijas, solo quiere estar contigo.
—Sí. Lo sé. No…, no se despega de mí.
—Y tú, feliz, ¿no?
—¿Lo dices en serio?
—A ti te viene de perlas. Así la niña no se separa de ti.
—Se te está yendo la cabeza, Will. Hemos… —cambió el tono de voz y habló incluso más bajo—, hemos matado a nuestro vecino y lo hemos enterrado en el patio trasero. ¿Cómo diablos voy a…?
—¡Baja la voz! ¡Te va a oír! —susurró, desviando los ojos hacia la ventana que daba al jardín trasero.
—¿Te crees que no lo sabe?
—Mami, ¿vienes? Ya empieza.
—Ya voy yo, cariño —dijo Will, colándose en la propuesta y acercándose al sofá.
—Tú no, mamá —respondió Kiera, dándole la espalda. Luego volvió la vista hacia la televisión, como si ellos no estuviesen allí.
Will, que no había tenido tiempo de llegar, hizo oídos sordos y se sentó junto a ella, rodeándola con su brazo.
—¡Tú no, mamá! —repitió, enfadada.
Will se llevó las manos a la cabeza, conteniendo un grito que se le agarró a las cuerdas vocales. Se levantó y empezó a dar vueltas de un lado a otro del salón. Aquel rechazo le sobrepasaba. En su cabeza se amontonó todo lo que había llegado a hacer por tenerla en casa: las visitas a tiendas de ropa, las noches en vela cuando lloraba preguntando por sus padres, los juguetes que compraba para hacerla feliz. Nada parecía servirle. Por más que se esforzaba, él siempre sentía que la niña lo rechazaba. Iris se acercó a la pequeña y, cuando Kiera agarró su brazo, sintió como si le hubiesen dado un puñetazo en el estómago.
—Sabía que esto pasaría. No tendría que…
—¿El qué, Will? —preguntó, Iris.
—¡Esto! ¡Vosotras! Y yo…, como si fuese…, como si fuese un delincuente. También estoy en esta casa, ¿sabéis? —chilló.
Kiera lo miró y puso cara de estar a punto de llorar.
—¿Quieres dejar de asustar a la niña? —replicó Iris—. Ya está, cielo… Es que tu padre a veces… se pone nervioso.
—Él no es mi papá —dijo, con una frase que lo precipitó todo.
—¡¿Qué has dicho?! —chilló él, acercándose enfadado y alzando el puño hacia ella. Iris apretó la mandíbula, colérica, y lo observó con el mayor odio que nunca había sentido.
El puño de Will temblaba en el aire y Kiera empezó a llorar con fuerza.
—Ponle un dedo encima si eres capaz —dijo Iris.
Will estuvo a punto de dejar ir su mano. Ni siquiera él mismo supo por qué no lo hizo. Quizá fue el rostro asustado de la niña o quizá la mirada de ira de su mujer, pero se sintió tan fuera de aquella familia impostada que se derrumbó, arrodillándose, y comenzó a llorar con tanto dolor entre las costillas que estuvo a punto de desmayarse.
Iris abrazó a Kiera, intentando calmarla, mientras Will lloraba sin parar. Entonces alzó la mano hacia su mujer, al tiempo que dejaba escapar un tímido «lo siento» con los labios. Pero ella apartó la suya, y ese simple gesto fue el comienzo del derrumbe de todo, que se extendió poco a poco durante las siguientes semanas, para terminar de una manera que Iris nunca pudo imaginar.