Capítulo 33
1998
Lugar desconocido

Mentimos para ocultar la verdad o para no hacer daño, pero también porque esperamos que la mentira sea real.

 

William llegó a la casa con varias bolsas de plástico y con el mono del taller en el que trabajaba aún puesto. Tenía las manos sucias, con hilos negros de grasa que le circundaban el canto de las uñas. Saludó con una mano en alto y se detuvo en el umbral de la puerta cuando vio que Kiera estaba sentada sobre Iris y veían juntas la televisión. La niña miró hacia la puerta y se volvió hacia Iris, que desde hacía una semana no paraba de darle largas, una detrás de otra, con motivos cada vez más contradictorios sobre por qué no podía ver a sus padres.

—¿Qué tal se ha tomado el día? ¿Mejor?

Iris suspiró y abrazó con calidez a la niña, que estaba absorta viendo en la pantalla la escena de la estampida de Jumanji, un VHS que habían comprado un par de años antes y que nunca habían llegado a ver en casa. Un grupo de monos entraron a saquear una tienda de televisores y estéreos dando pequeños saltos, y ella dejó escapar una carcajada que sonó a música celestial en los oídos de Iris.

—¿Estás idiota? Cierra la puerta de una vez. Hace frío y Mila se va resfriar.

—¿Mila? —preguntó, sorprendido.

Iris bajó la vista hacia la pequeña y le dedicó una amplia sonrisa cariñosa.

—Sí. Es Mila. Siempre me ha gustado ese nombre. ¿A que sí, Mila?

—¡No! Yo… soy… Kiera —protestó con ligera dificultad y con una sonrisa burlona en la cara.

—¡No digas eso! ¡Es muy feo! No se dice Kiera. Se dice Mila. Te llamas Mila.

—¿Mila? —preguntó Kiera, confundida.

—Sí… ¡eso es! —celebró Iris, dando un ligero brinco que la niña sintió como una montaña rusa debajo de ella.

—¡Mira, un mono! —la niña señaló la pantalla de nuevo y rio. Durante ese día había pasado por varios altibajos. Se despertó confundida en el sofá, tras pasar toda la noche acurrucada junto a Iris, que no dejó ni un segundo de acariciarle la cabeza mientras la observaba dormir en la penumbra de la luna llena que se colaba por la única ventana de aquella habitación. Luego preguntó por su madre varias veces, al igual que había hecho los días anteriores, y más tarde se conformó con jugar con Iris con algunas figuras de porcelana que decoraban un mueble del salón. Más tarde, a la hora del almuerzo, Kiera estuvo un rato llorando y pidiendo ver a su padre, preguntando por qué no volvía para almorzar con ella como siempre hacía. A Iris aquellas preguntas le dolían y una parte de ella se enfadaba y protestaba en su interior, pero se había dado cuenta de que día tras día, desde aquella primera noche hacía una semana, Kiera parecía preguntar cada vez menos por sus padres. Empezaba a acostumbrarse a su compañía, a sus juegos inventados con objetos de todo tipo que había en la casa, como un exprimidor, un marco de fotos o una lámpara china de imitación comprada en la misma tienda de bricolaje que el papel pintado de las paredes. Cuando Kiera preguntaba por ellos, Iris le explicaba que sus padres habían tenido que marcharse de viaje y que no podrían volver en un tiempo. Una de las veces le contó que sus padres estaban muy enfadados con ella por preguntar tanto y que no querían verla de nuevo, pero la niña respondió con una explosión de llanto como si le acabaran de arrebatar su felicidad más preciada.

Iris volvió la vista hacia su marido, con un tono de voz tres octavas más bajo que con el que se dirigía a Kiera, y preguntó, casi un susurro:

—¿Has traído eso?

—Sí. He comprado un poco de todo en varias tiendas.

—¿Te ha visto alguien?

—Por supuesto, Iris. ¿Cómo quieres que compre si no? —susurró él.

—Me refiero a alguien del vecindario.

—He ido a un centro comercial en Newark y solo he comprado una cosa en cada sitio. A los dependientes les he dicho que era para un regalo.

—¿Has ido así, sucio del trabajo?

—¿Cómo quieres que fuese? He ido directo tras salir del taller, por el amor de Dios. Iris, te estás volviendo una psicótica. Nadie nos va a descubrir. Nadie tiene por qué verla. Es nuestra niña.

—Ha salido en las noticias, Will. La están buscando por todas partes.

—¿Qué?

—La están buscando. El FBI también ha dado una rueda de prensa con los avances. Nos van a encontrar, Will.

—Escúchame. Nadie nos va a quitar a nuestra niña. ¿Lo entiendes? Si hace falta nunca saldrá de aquí. Será nuestro pequeño tesoro privado. Nadie tiene por qué entrar en nuestra casa.

—No podemos criar a una niña sin salir de casa. Todos los niños necesitan salir, jugar e interaccionar con otros niños. Mila es muy alegre y con el tiempo querrá salir. Jugar en el parque, correr por el césped.

—Hará lo que nosotros digamos, que para eso es nuestra hija —protestó, alzando la voz, lo que hizo que Kiera volviese la mirada hacia él, sorprendida.

—¿Y papá? —preguntó la pequeña, con el rostro iluminado por la luz de la pantalla.

—Mila…, cariño…, ya te lo he explicado… —susurró Iris, volviéndose hacia ella y acariciándole el pelo corto—. Will es también tu papá. Te quiere mucho y te va a cuidar como te cuido yo.

Kiera miró de cerca a los ojos de Iris y le susurró con la lengua trabándose a mitad de la frase:

—Tengo sueño…, ¿pue… puedes contarme un cuento?

Iris miró a Will, tragó saliva y suspiró.

—Claro, cielo. ¿Qué cuento te apetece escuchar?

—El de…, el de que vienen papá y mamá.