Capítulo 17
26 de noviembre de 1998

Es posible ocultar una enorme cicatriz en la piel, pero imposible esconder una simple muesca en el alma.

 

El agente Alistair estuvo un rato cerca, sin molestar, mientras la madre y el padre de Kiera se derrumbaban en el suelo del hospital y se abrazaban pensando en todo lo que podían haber cambiado en ese día para que su hija aún estuviese con ellos. Grace recordó que justo cuando iban a salir de casa y vio que estaba lloviendo, se le pasó por la cabeza que quizá era mejor no ir al desfile. Durante las últimas semanas Kiera había tenido un leve catarro y consideró una potencial recaída, pero aquella duda se disipó en cuanto vio la alegría con la que Kiera salía de casa dispuesta a ver su primera cabalgata de Acción de Gracias. Después de ese recuerdo le vino a la mente que ese día Kiera se había levantado algo desanimada porque se habían acabado los cereales Lucky Charms, sus favoritos, y ella le había reñido porque debía desayunar una marca más saludable y menos colorida que aquellas bombas de azúcar. La mente de Aaron intentaba recorrer cada instante de la mañana, cada gesto de Kiera, cada momento en los que él pudo cambiar el curso de su desaparición, y encontró tantas decisiones que podían haber evitado la desgracia que era incomprensible que hubiese sucedido finalmente. Luego recordó cómo la noche anterior él llegó tarde del trabajo y Kiera ya estaba dormida y no pudo jugar con ella ni leerle un cuento como solía hacer casi siempre antes de acostarse. La desaparición de Kiera había pulsado el mecanismo de autodestrucción en la mente de ambos y las dos cabezas se encontraban buscando en cada comportamiento todos los momentos que pudiesen hacerles daño. Los momentos perdidos, los besos no dados, los días de trabajo, los castigos sin regalo.

—Señor y señora Templeton… —dijo el agente Alistair—, sé que es difícil volver a casa como si nada, pero confíen en nosotros. Encontraremos a su hija. Se lo aseguro. Tenemos a todas las unidades disponibles batiendo la zona y recabando información de las cámaras de seguridad por si han captado algo. Confíen en nosotros.

—Pero… la ropa… y los pelos… Alguien se la ha llevado, agente. Nuestra hija está con alguien contra su voluntad. Tienen que encontrarla, por favor —dijo Aaron, con dudas por desvelar aquella bomba junto a su mujer, que aún no sabía nada.

—¿Pelos? ¿De qué estás hablando? —preguntó Grace, sorprendida.

El agente Alistair apretó los labios. No estaba acostumbrado a hablar de algo que parecía pintar tan mal para aquellos padres e intentó medir sus palabras.

—De eso también queríamos hablar. En estos momentos no descartamos ninguna vía de investigación, y por eso el FBI se hará cargo del caso. Necesitamos que respondan unas preguntas con el agente Miller, miembro de la Unidad de Personas Desaparecidas del FBI, que en estos momentos está esperando a que le digamos dónde puede verse con ustedes.

—¿El FBI? Claro. Sí. Lo que sea necesario y ayude a encontrar a Kiera. ¿Dónde está?

—Necesito que formalicen la denuncia en comisaría y respondan unas preguntas. ¿Qué les parece hablar con él allí? Estoy seguro de que les será de ayuda. Es uno de los mejores.

El agente Alistair invitó a Grace y Aaron a subir al coche policial, y cuando llegaron eran cerca de las tres de la madrugada. La comisaría de policía del distrito sur era un erial a aquellas horas. Apenas había media docena de agentes aquí y allá, con caras de cansancio y los ojos enrojecidos. Pero, en cambio, era un hervidero en su sótano. Allí convivían casi treinta detenidos, principalmente carteristas y rateros de poca monta, que esperaban a pasar a disposición judicial por la mañana. Aaron y Grace se sentaron frente a un escritorio y prestaron declaración al agente Alistair, que parecía más interesado en hacer tiempo mientras llegaba el FBI que en preguntar más allá para no remover la herida.

Según lo que recogió el agente Alistair en el atestado policial, la madre y el padre se encontraban con la niña en el cruce de Broadway con la 36 desde las 9:45 hasta las 11:45, que fue cuando Aaron se separó de su mujer para conseguirle un globo a su hija. Durante esos minutos posteriores fue cuando desapareció. Aaron apuntó como potenciales testigos de lo ocurrido a una mujer vestida de Mary Poppins y a todos cuantos estaban en los alrededores. Intentó hacer memoria, para ver si recordaba alguna cara, pero fue en vano. Todo el mundo era un completo desconocido y, a esas horas de la noche y tras todo el estrés del día, resultaba imposible que aquellos rostros se dibujasen en su mente. Grace mencionó a una familia junto a ellos que tenía un hijo de la edad de Kiera. Lo recordó porque se imaginó a Michael, al hijo que estaba esperando, con esa edad, y se emocionó. Luego Grace recalcó que una majorette se había acercado a chocarle la mano a Kiera, porque a la chica le había resultado divertida la sonrisa de Kiera y lo emocionada que estaba. Aaron dio la razón a su mujer en cada uno de esos recuerdos y luego Grace recalcó que ella no se encontraba presente cuando sucedió el alboroto, algo que desconcertó a su marido.

El agente Alistair terminó de redactar el atestado y después les pidió una foto de Kiera. Aaron llevaba en la cartera una de tamaño carné en la que parecía mirar a la cámara con expresión de sorpresa. Aquella imagen era la misma que, una semana más tarde, el Press sacaría en portada y se difundiría por todo el país bajo el titular: «¿Ha visto a Kiera Templeton?».

El agente Miller llegó justo cuando Aaron estaba firmando la denuncia y saludó con un «¿señor y señora Templeton?» que pareció salirle de las entrañas. Tenía una voz grave y ronca, y cuando se giraron para localizarla vieron en él una cara amable.

—¿Es usted el agente del FBI?

—Agente Benjamin Miller, del Departamento de Personas Desaparecidas. Siento mucho lo que les ha pasado. Hemos montado un equipo específico para su caso y ya estamos trabajando en encontrar a su hija. No se preocupen. Aparecerá.

—¿Creen que alguien la ha secuestrado? —inquirió Aaron, realmente preocupado.

—Seamos sinceros, señor y señora Templeton. No les endulzaré la situación porque creo que les hará más mal que bien. El FBI solo se ocupa de este tipo de casos cuando se baraja la opción del secuestro. Por eso necesitamos también que estén en casa por si reciben una llamada pidiendo un rescate. Se trata de un caso de alto riesgo y… los captores intentarán contactar de algún modo.

—¿Un rescate? Por el amor de Dios…—. Grace se llevó las manos a la boca.

—No sería la primera vez que… bueno, que ocurre algo así. Es más común de lo que parece en otros países. ¿Tienen algún enemigo? ¿Alguien que quiera hacerles daño? ¿Tienen capacidad para hacer frente a un potencial rescate?

—¿Enemigo? ¿Dinero? ¡Soy director de oficina de una aseguradora! Firmo contratos de seguro —respondió Aaron, exasperado—. Es… un trabajo normal y corriente.

—¿Alguien a quien haya denegado una póliza últimamente?

Grace miró a Aaron con gesto de desaprobación.

—¿Qué ocurre? —preguntó Aaron a su mujer—. ¿No me culparás de lo que ha pasado?

—Tu trabajo, Aaron. Lo que ha pasado ha sido por tu maldito trabajo. Toda esa gente…, toda esa gente desamparada —sentenció ella, enfadada—. Seguro que…

—Esto no tiene nada que ver con eso, Grace —interrumpió—. ¿Cómo puedes insinuarlo? Agente, por supuesto que rechazo pólizas, pero no es algo que yo decida. Viene siempre de arriba. Son unos parámetros, ¿sabe? Si el cliente no es rentable, no se puede coger. ¡¿En qué hotel dejarían entrar a un huésped que saben que destrozará las habitaciones?! —respondió exaltado.

—No critico su trabajo, señor Templeton. Pero hay una realidad que es innegable: su trabajo tiene el potencial de crear enemigos. Y en este tipo de casos… Una posibilidad es que se trate de alguien que quiera hacerles daño. Una venganza personal o una cuestión económica.

Grace suspiró y apretó los labios.

—Necesitaremos una lista de clientes a los que haya rechazado alguna póliza o la cobertura de algún tratamiento en los últimos años —sentenció el inspector Miller, anotando algo en un papel.

—Te lo dije, Aaron. Y tú siempre alardeando de tus malditos ratios de rentabilidad. Pero cómo pudiste…

—¿Puede conseguirme eso? —insistió el agente Miller, intentando terminar con ese asunto.

Aaron asintió y luego tragó saliva para controlar el nudo que se le había formado en la garganta y que no le dejaba respirar.

—De todas formas ahora mismo tenemos todos los frente abiertos. Si mañana no hay noticias, deberían considerar colgar carteles y movilizar un poco el asunto. Quizá alguien haya visto algo.

Grace asintió y se encomendó a las palabras del agente Miller, a quien vio como la única persona allí que parecía controlar la situación.

—Por favor, encuéntrenla pronto —suplicó ella.

—Aparecerá. En la mayoría de ocasiones estos casos se solucionan en las primeras veinticuatro horas. Solo han pasado… —hizo una pausa y miró su reloj— catorce, si no me equivoco. Nos quedan diez y eso, en esta ciudad con tantos ojos por todas partes, es más que suficiente.