Capítulo 3
Nueva York
26 de noviembre de 1998

Hasta en lo más profundo de los pozos más oscuros se puede escarbar un poco más.

 

Unos minutos después de su desaparición, Grace llamó a emergencias desde el teléfono de Aaron y explicó, desencajada, que no encontraba a su hija. La policía no tardó en llegar justo después de que algunos testigos vieran a Grace y Aaron gritar, dejándose la voz a la desesperada.

—¿Son ustedes los padres? —dijo el primer agente, que se había abierto paso entre la muchedumbre hasta llegar a la esquina de Herald Square con Broadway.

Varias decenas de transeúntes formaron un corro alrededor de Aaron, Grace y la policía para observar cómo se derrumbaban dos personas que habían perdido lo más importante.

—Por favor, ayúdenme a encontrarla. Por favor —suplicó ella. Las lágrimas de Grace brotaban con fuerza—. Alguien se la ha tenido que llevar. Ella no se iría con nadie.

—Tranquilícese, señora. La encontraremos.

—Es muy pequeña. Y está sola. Tienen que ayudarnos, por favor. ¿Y si alguien…? Oh, Dios mío…, ¿y si alguien la ha cogido?

—Tranquilícese. Seguramente esté en algún rincón, asustada. Aquí hay mucha gente ahora mismo. Correremos la voz entre el resto de agentes y daremos la señal de alarma. La encontraremos, se lo prometo.

—¿Hace cuánto ha ocurrido? ¿Cuándo la ha visto por última vez?

Grace miró a su alrededor, observó las caras de preocupación de la gente y dejó de escuchar. Aaron intervino para no perder tiempo:

—Hace unos diez minutos como mucho. Aquí, justo aquí. Venía conmigo sobre los hombros a por un globo… La he bajado al suelo y… y la he perdido de vista.

—¿Cuántos años tiene su hija? ¿Alguna descripción que nos ayude? ¿Qué llevaba puesto?

—Tiene tres años. Bueno, los cumple mañana. Es… morena… Llevaba una coleta, bueno, dos, a los lados. Y un pantalón vaquero… y… una sudadera… blanca.

—Era rosa claro, Aaron. ¡Por el amor de Dios! —interrumpió Grace, como pudo.

—¿Está segura?

Grace suspiró con fuerza. Se encontraba a punto de desmayarse.

—Era una sudadera clara —incidió Aaron.

—Si ha sido hace diez minutos tiene que estar cerca. Es imposible moverse por aquí con tanta gente.

Uno de los policías agarró su radio y dio la voz de alarma:

—Atención a todos los agentes: 10-65. Repito, 10-65. Se ha perdido una niña de tres años, morena, con vaqueros y una sudadera de color claro. En las inmediaciones de Herald Square, en la 36 con Broadway. —Paró un instante y se dirigió a Grace, cuyas piernas comenzaron a fallar—. ¿Cómo se llama su hija, señora? La encontraremos, se lo aseguro.

—Kiera. Kiera Templeton —respondió Aaron por encima de Grace, quien parecía estar a punto de desfallecer. Aaron sentía cada vez más el peso de su mujer, como si las piernas le estuviesen fallando y cada segundo que pasaba tuviese que hacer un mayor esfuerzo por mantenerla en pie.

—Responde al nombre de Kiera Templeton —continuó hablando el agente por la radio—. Repito, 10-65. Niña de tres años, morena…

Grace no pudo oír de nuevo la descripción de su hija. El corazón se le aceleró hasta el borde del colapso y sus brazos y piernas no pudieron aguantar la tensión que circulaba por sus arterias. Grace cerró los ojos y se echó sobre los brazos de Aaron, y la gente alrededor soltó un chillido de impresión.

—No, Grace…, ahora no… —susurró—. Por favor, ahora no…

Aaron la sostuvo como pudo y la colocó, nervioso, en el suelo.

—No es nada…, cariño, relájate —susurró al oído de su mujer—. Pasará pronto…

Grace yacía en el suelo, con la mirada perdida, y los agentes se agacharon sorprendidos para intentar ayudar. Una señora se acercó y pronto Aaron se vio rodeado de gente con ganas de saber más.

—¡Solo es un ataque de ansiedad! Por favor…, aléjense. Espacio. Necesita espacio.

—¿Le ha ocurrido más veces? —inquirió uno de los agentes. El otro pidió por radio una ambulancia. La calle se encontraba atestada de gente que caminaba en todas direcciones. El tráfico estaba cortado; Santa Claus, en la lejanía, seguía sonriendo a los niños desde su carroza. En alguna parte entre la muchedumbre podría estar Kiera, acurrucada en un rincón, asustada, preguntándose por qué sus padres no estaban con ella.

—De vez en cuando, joder. Ya llevaba un mes sin que le diera uno. Pasará en unos minutos, pero, por favor, encuentren a Kiera. Ayúdennos a encontrar a nuestra hija.

El cuerpo de Grace, que parecía estar dormida en el suelo, comenzó a dar ligeros espasmos y los mirones gritaron de sorpresa.

—No es nada. No es nada. Ya pasa, cariño —susurró Aaron al oído de Grace—. Encontraremos a Kiera. Respira…, no sé si puedes oírme ahora mismo… Céntrate en respirar y pasará pronto.

La cara de Grace se fue transformando poco a poco de la calma a una expresión de terror, los ojos se pusieron en blanco y lo único que quería Aaron es que no se golpease con nada.

El corro formado alrededor de ellos era cada vez más cerrado y las voces de todos los que daban consejos se intercalaban con el sonido de la radio de los policías. De pronto, desde uno de los lados, la gente empezó a apartarse con rapidez y apareció un equipo de emergencias con una camilla y un botiquín de primeros auxilios. Dos policías se unieron al grupo y empujaron a la gente, que parecía acercarse más y más.

Aaron dio dos pasos atrás para dejarlos trabajar y se llevó las manos a la boca. Estaba sobrepasado. Su hija había desaparecido unos minutos antes y su mujer estaba sufriendo un ataque de ansiedad. Dejó escapar una lágrima. Le costó hacerlo. No solía dejarse llevar. No solía mostrar sus emociones en público y en ese momento se sentía tan observado que se contuvo todo lo que pudo, hasta que aquella fina gota encontró la punta de su lagrimal.

—¿Cómo se llama? —gritó una paramédica.

—Grace —gritó también Aaron.

—¿Es la primera vez?

—No…, le ocurre a veces. Está en tratamiento pero… —Un nudo en la garganta interrumpió la frase.

—Grace…, guapa. Escúchame —dijo la paramédica en un tono reconfortante—. Ya pasa…, ya está pasando. —Giró la cabeza hacia Aaron y preguntó—: ¿Es alérgica a algún medicamento?

—Nada —respondió, aturdido. Aaron no sabía adónde prestar su atención. Se sentía sobrepasado. Se movía de un lado a otro, mirando al suelo y a la lejanía, entre los pies de la gente, en un intento desesperado de ver a Kiera.

—¡Kiera! —chilló—. ¡Kiera!

Uno de los policías le pidió que se apartase a un lado con él.

—Necesitamos su ayuda para encontrar a su hija, señor. Su mujer está bien. Se encargan los servicios de emergencias. ¿A qué hospital quiere que lleven a su esposa? Necesitamos que esté usted aquí con nosotros.

—¿Hospital? No, no. Se le pasa en cinco minutos. No es nada.

Uno de los paramédicos se acercó a Aaron y el policía y le dijo:

—Será mejor que nos vayamos a un lugar más tranquilo. Tenemos la ambulancia en el siguiente cruce y es más conveniente que se recupere del ataque allí. ¿Qué le parece que le esperemos allí? No iremos al hospital salvo alguna complicación. No se preocupe, es solo un ataque de ansiedad. Pasará en unos minutos y cuando termine necesitará estar relajada.

De pronto uno de los policías que se acababan de acercar puso cara de sorpresa y se dirigió a la radio.

—Central, ¿puede repetir eso último?

La voz de la radio era ininteligible para Aaron, que estaba alejado algunos metros, pero se percató de la expresión del agente.

—¿Qué ocurre? —gritó—. ¿Qué pasa? ¿Es Kiera? ¿La han encontrado?

El agente escuchó atento la radio y vio a Aaron acercarse con rapidez.

—Señor Templeton, tranquilícese, ¿de acuerdo?

—¿Qué ocurre?

—Han encontrado algo.