Capítulo 12
Miren Triggs
1998
La creatividad se esconde en la rutina y solo cuando se harta se escapa de ella en forma de chispa que lo cambia todo.
Comencé a explorar los archivos que contenían los correos que me había enviado el profesor Schmoer. Descubrí que no solo había vídeos, sino también documentos, la denuncia firmada por Aaron Templeton, el padre, y la grabación de la llamada a emergencias. Parecía parte del expediente policial de la investigación, o al menos lo que quizá el Daily había conseguido por su cuenta.
Los archivos de vídeo estaban titulados con un código cuyo patrón no tardé en identificar, que hacía alusión a la calle, al número y a la hora a la que comenzaba. Por ejemplo, el primero de ellos era BRDWY_36_1139.avi. Sin duda se refería al cruce de Broadway con la 36, cerca de Herald Square y el final de la cabalgata de Acción de Gracias. Otro se llamaba 35W_100_1210.avi, en alusión a la calle 35 oeste y el número 100. Así hasta unos once vídeos distintos.
Abrí el primero de ellos sin saber muy bien qué me encontraría ni qué buscar. Según lo que había leído, la desaparición de Kiera se había producido alrededor de las 11:45, en las inmediaciones del cruce de Broadway con la 36, por lo que, si la numeración del archivo era correcta, lo que fuera que ocurriese estaba a punto de suceder varios minutos después.
Lo primero que vi fueron paraguas. Cientos de ellos, por todas partes. No recordaba que ese día hubiese llovido, pero aquello complicaba mucho lo que las cámaras de seguridad podían captar.
El vídeo estaba grabado desde un plano situado varios metros por encima de los paraguas que esperaban la cabalgata. La imagen era la de una manta compacta de ellos, como si fuese una alfombra de colores viva que temblaba y oscilaba fotograma a fotograma mientras, un poco más allá, se intuían los disfraces de galletas de jengibre desfilando por el centro de la calle. Al otro lado de la comitiva había gente a cubierto con chubasqueros y paraguas esperando tras una valla de metal gris. Por encima de ellos reconocí el Haier Building en la otra acera y no me costó ubicarme en la ciudad. La cámara había grabado la escena tomando una fotografía cada dos segundos, por lo que había grandes lagunas entre foto y foto.
Destacaba en el centro un paraguas claro, inmóvil, rodeado de otros tantos de color negro, en el entorno cercano a la cámara. Salté el vídeo hacia delante varias veces, ante la certeza de que toda la grabación sería así. Descubrí que lo único que cambiaba era la composición de colores de la alfombra de plástico y que las galletas de jengibre se convirtieron poco a poco en majorettes. Busqué a la Mary Poppins que repartía globos en la esquina con la 36, pero la cámara no enfocaba esa zona.
Me fijé en que una majorette se había acercado a la valla más cercana a la cámara y se entretuvo durante algunos fotogramas allí, como si saludara a la persona que llevaba el paraguas blanco. Vi unos seis minutos completos de la grabación, intentando atisbar más allá de lo que permitía la cámara: gestos, cambios de posición de los paraguas, velocidad con la que se movían, pero no sucedía nada destacable. Luego, de repente, un hombre corrió entre ellos hacia el lugar en el que unos minutos antes se había detenido la majorette. A continuación el paraguas desapareció, supongo que caería al suelo en los segundos que pasaron entre un fotograma y el siguiente, y encontré el rostro de Grace Templeton, la madre de Kiera.
La imagen no es que fuese muy nítida, pero en ella intuía una expresión de incredulidad. En el siguiente fotograma la expresión de Grace era de completo terror. A su lado apareció Aaron Templeton y me dio la impresión de que le contaba algo. Ambos aparecieron después unos metros más a la derecha, entre dos paraguas verdes, y acto seguido desaparecieron del encuadre de la cámara.
Se me encogió el estómago. No podía imaginar lo que pudieron sentir ambos en aquel momento. Luego revisé de nuevo esos instantes, por si había pasado algo por alto, pero no saqué ninguna conclusión adicional.
Abrí un documento con extensión .pdf y descubrí que se trataba de un parte de internamiento médico, del Centro Hospitalario Bellevue, con los datos de Grace Templeton. Al parecer había sufrido un grave ataque de ansiedad y la habían llevado en ambulancia allí. Tenía como hora de entrada las 12:50, por lo que no debía de haber pasado mucho tiempo desde que Kiera desapareció. En él se incluía su número de la seguridad social, su dirección en Dyker Heights, y el número de teléfono de la persona de contacto: Aaron Templeton.
Apunté en un papel el resto de nombres de los archivos de vídeo y busqué por casa un mapa de la ciudad que sabía que había guardado en alguna parte. Cuando por fin lo encontré marqué en él los puntos exactos desde donde habían grabado las cámaras de seguridad. No sabía por qué se habían centrado mucho en la calle 35, que parecía aglutinar una decena de grabaciones en distintos puntos de la calle, en los minutos anteriores y posteriores a la desaparición. Todo parecía indicar que la investigación avanzaba por aquel entorno y rodeé en el mapa la calle entera.
Me llamó la atención otro de los archivos incluidos en uno de los correos electrónicos. Se trataba de un documento con extensión .jpg que, al abrir, tardé unos segundos en identificar.
Era una fotografía de un montoncito de ropa tirada en un suelo de mármol beis. Sobre él se intuían pequeños mechones de pelo moreno. Aquella imagen me inquietó. ¿Habrían encontrado un cadáver y aún no se había informado a la prensa? ¿Había algo más en la investigación que aún no hubiese trascendido? En aquellos años en los que arrancó el caso el morbo por este tipo de asuntos era mucho menor que en la actualidad. La información que se filtraba era siempre la justa y relevante para ayudar, pero esa realidad se encontraba a punto de cambiar para siempre. El caso de Kiera iba a ser la piedra angular sobre la que se basaría el periodismo de los siguientes años y la rueda la inició el Press con la portada de aquel día que descansaba junto a mi ordenador. De vez en cuando desviaba la mirada hacia ella que parecía mirarme susurrándome:
—No me vas a encontrar.
Pasé las siguientes horas abriendo archivos de vídeo y analizando lo que veía en las imágenes, pero no conseguía descubrir algo relevante. La verdad es que lo que tenía servía de poco para hallar alguna pista o para sacar algo en claro. Sin duda, era como si las piezas que me había dado el profesor Schmoer hubiesen sido seleccionadas para desviar la atención, o como si la persona dentro de la policía que le había pasado al Daily aquel paquete de información estuviese reservándose la bomba para más adelante.
Miré el reloj y comprobé que eran casi las tres de la mañana. Había tachado con cruces y descartado los puntos en el mapa en los que las cámaras no parecían dar ninguna pista. Ya había visto los clips de las grabaciones de dos delis en las que se veía a la gente pasar por delante de la tienda pero nada más. También el de un supermercado que solo grababa su interior y en el que no sucedía nada relevante, y el de un Pronto Pizza que acababa de abrir en la esquina de Broadway con la 36.
Uno de los archivos de vídeo tenía un formato algo distinto. Se llamaba CAM_4_34_PENN.avi y no conseguí identificar a qué hacía alusión hasta que lo abrí. Tardé unos instantes en comprender la imagen, que se movía de manera más fluida que en los anteriores, pero en contraste la calidad era mucho peor. La lente parecía estar borrosa, lo que otorgaba a la grabación una neblina translúcida difícil de atravesar. En la escena, en blanco y negro, se podía observar el andén de una estación de metro, con varias personas esperando a que apareciese el subterráneo. La duración del vídeo era de solo dos minutos y cuarenta y cinco segundos y no esperé encontrar nada relevante en tan poco tiempo de grabación. Una señora con un gorro de Santa Claus esperaba junto a una de las columnas de hierro, una pareja de hombres vestidos de traje dialogaba al fondo, un vagabundo estaba tirado junto a un banco tres pilares más allá de la mujer. Varios grupos más esperaban al tren, pero aquella cámara solo conseguía encuadrar sus piernas en la parte superior de la imagen.
De pronto apareció el tren, que hizo vibrar la cámara mientras duraba la frenada. Conforme lo hacía una familia de mediana edad con un niño pequeño, vestido con pantalón blanco y abrigo oscuro, también se coló en el plano y conté un total de dieciséis personas saliendo del vagón que estaba encuadrado en el centro de la cámara. Luego tanto la familia como la mujer y los hombres entraron en él. Poco después el tren salía de la estación, la gente se esfumaba y solo quedaba el vagabundo, mirando al vacío, como si nada hubiese sucedido.