Capítulo 37
1998
Hay personas que son como el fuego; otras, lo necesitan.
Las llamas inundaron las pantallas de todo el país. Luego saltaron a las portadas de los periódicos de medio mundo y pronto aquella imagen se convertiría en el símbolo de una justicia de la que las autoridades renegaban pero el planeta clamaba: el baile halagador del fuego, consumiendo a James Foster a la salida de la comisaría.
Solo un día después de su detención, las autoridades habían renunciado a presentar cargos contra él. La niña a la que presuntamente había intentado secuestrar en las inmediaciones de Times Square corroboró la versión de James, las cámaras que rodeaban la zona no mostraron ningún indicio de intento de secuestro y los antecedentes policiales por abuso de menores del detenido resultaron ser los presentados por los padres de su actual esposa, cuando ambos eran jóvenes. La policía no quiso verse influenciada por la portada del Press, que daba a entender que James Foster era también el culpable de la desaparición de Kiera Templeton, y el país lo había comenzado a odiar a muerte en el mismo instante en que su cara inundó los quioscos de todo Manhattan. A mediodía, una multitud de personas se aglutinaban en la puerta de la comisaría donde estaba detenido y donde era objeto de un intenso interrogatorio por parte de la policía. A las seis de la tarde, y a medida que la gente iba saliendo de sus trabajos, la muchedumbre que aguardaba alguna noticia en la calle se contaba por centenas. Poco a poco, el clamor de justicia se fue disipando y para medianoche ya solo quedaba una treintena de personas, agitadores principalmente, a la espera de alguna declaración policial para actuar en consecuencia. Durante todo el día, los distintos informativos y tertulias habían ampliado la información del caso, montando suposiciones y elaborando siniestros escenarios y finales en los que James Foster podría haber acabado con la vida de Kiera y que, gracias a Dios, no había logrado con la pequeña de siete años que había intentado secuestrar.
Cuando Foster puso un pie en la calle, escoltado por dos agentes de policía cuya intención era llevarlo a casa sin percances, el alboroto que se montó fue tal que nadie sabe cómo, entre forcejeos y empujones, de repente todos notaron a James empapado en olor a gasolina. Los dos policías se vieron sobrepasados en un instante y desde el suelo, mientras varias personas se les tiraban encima por proteger a un asesino, vieron la expresión de terror de James, que miraba en todas direcciones y ninguna al mismo tiempo. Se formó un corro alrededor de él y cuando luego tomaron declaraciones a todos los que se encontraban en aquel grupo, nadie supo decir a ciencia cierta quién había encendido la chispa que provocó la imagen más poderosa que se recuerda en Estados Unidos.
El fuego pronto se extendió desde los pies hasta la cara. Algunos testigos recuerdan los gritos de James, suplicando clemencia, arrodillado y con las manos en alto, pero todos coinciden en que dejaron de mirar en cuanto sintieron que quizá aquello había ido demasiado lejos. Al cabo de apenas un minuto, James yacía sin vida en el asfalto, carbonizándose lentamente hasta que al fin llegó otro agente con un extintor.
Las noticias de todos los periódicos del día siguiente confirmaban la inocencia de James Foster, con una fotografía del hombre en llamas a tamaño completo y titulares en la siguiente línea: «Queman vivo a un hombre inocente»; «Arde vivo el único sospechoso del caso Kiera Templeton»; «Justicia errónea». La fotografía, la única del momento en la que se veía a James Foster con las manos en alto, de perfil, con el fuego iluminando el rostro anónimo y desenfocado de la gente que lo veía arder fue tomada por un fotógrafo afiliado a Associated Press, la agencia de noticias sin ánimo de lucro, que se había quedado allí a esperar al ver a la muchedumbre en la puerta de la comisaría con cánticos exigiendo justicia. Esa imagen se convertiría, meses después, en la ganadora del premio Pulitzer de fotografía de ese año.
Todos los periódicos abrieron con aquella noticia, clamando por la inocencia de un tipo que habían puesto en libertad sin cargos por intento de secuestro; todos los periódicos salvo uno.
Unas horas antes de que llegasen los periódicos a las calles, el director del Manhattan Press, Phil Marks, recibió una llamada cercana a la medianoche de Jim Schmoer, un antiguo compañero de clase en Harvard, con quien había compartido más fiestas que apuntes durante aquellos años. Ambos habían seguido carreras parecidas pero en distintos medios, y continuaron en contacto esporádico. Los dos trabajaban en Nueva York y ambas carreras parecían meteóricas, aunque en distintos ámbitos. Jim se había ganado una reputación de periodista inquisidor, temido por las corporaciones y los poderosos; y Phil había tenido la suerte de acertar en los artículos de periodismo en los que se embarcaba, además de disponer de suficiente dinero como para, mientras trabajaba, cursar un máster en dirección de empresas que le abriría las puertas a los puestos de responsabilidad del diario.
—Phil, tengo algo muy gordo.
—¿Cómo de gordo? Acabo de detener la portada de mañana para recular y abrir con James Foster ardiendo frente a la puerta de la comisaría. Han quemado vivo a un inocente, Jim. Y nosotros lo señalamos ayer. Es culpa nuestra. Tenemos que pedir perdón.
—De eso mismo te iba a hablar. No es inocente. No se merece que la gente lo vea como una víctima de la injusticia.
—¿Por qué dices eso? —preguntó, interesado en oírlo.
En la llamada el profesor Schmoer le resumió la situación a Phil. Le contó que el fiscal acababa de mandar agentes a la casa de los Foster y que estaban esperando.
—¿Y crees que podría tener también a la niña?
—¿A Kiera? No. Hemos mirado ya por toda la casa. No parecen disponer de más propiedades. No la tienen ellos. Todo ese asunto aún sigue en el aire.
—¿Y por qué no cuentas todo esto al Daily?
—Por dos motivos. El primero…, que ya no trabajo allí. Hoy me han largado por ir siempre un paso por detrás. No era lo mío.
—Eres de los mejores, Jim. Es solo… que no encuentras el tema. Nadie te ha dejado esa libertad que tú necesitas.
—El segundo…, porque este descubrimiento no es cosa mía. Es de mi mejor alumna y creo que se merece una oportunidad.
—¿Una alumna? ¿Está contigo?
—Sí.
—Está bien. Venid ahora a la redacción. Ya sabes dónde está. Hoy la noche será larga —sentenció.
—Ahora mismo vamos.
Miren se había quedado paseando por el jardín, intentando recomponer en su cabeza lo que acababa de descubrir y cómo ella misma había derrumbado con una verdad horrible una hipótesis que se había construido en su mente. Se dio cuenta de que una parte de ella deseaba que la gente fuese buena, que no existiese tal maldad en el alma de algunos hombres, y aquella visita a la casa de los Foster había tenido ese objetivo: confirmar que era un error detenerlo. Pero cuando iluminas una sombra, a veces descubres que lo que se esconde en ella es más oscuro de lo que imaginabas.
El profesor Schmoer llamó con el brazo a Miren tras colgar el teléfono, justo en el mismo instante en que tres coches de policía con las luces apagadas llegaban a la puerta de la casa de los Foster.
—He llamado al Press.
—¿Para qué? —inquirió Miren, sorprendida.
—Tienes una prueba en su redacción en cuarenta y cinco minutos. Nos vamos ya. No hay tiempo.
—¿Qué?
Miren Triggs llegó junto a Jim Schmoer a la oficina del Press a la una de la mañana con la intención de escribir allí mismo el artículo. No había tiempo de ir a casa, enviar por correo y confiar en una buena conexión a internet.
—Miren Triggs, ¿verdad? —saludó Phil Marks nada más verla entrar en el edificio—. La estábamos esperando. Si es verdad todo eso sobre James Foster, mañana tendremos la única portada que cuente toda la historia y no solo una fracción minúscula que tergiverse la verdad, y eso, señorita Triggs, es lo que debe guiar a un buen periodista. Gracias por esto, Jim.
—Un placer. Ya sabes que siempre es un gusto volver aquí. Además, me acaban de despedir. No me apetecía darles esto a mis anteriores jefes. Ya sabes. Mi eterna lucha contra las injusticias.
—Trataremos esto como se merece, si la señorita Triggs nos demuestra que puede escribir un buen artículo para ir en portada del Press.
—¿Portada? —se asustó Miren.
—¿Acaso su historia no es lo suficientemente buena para ir en portada? Porque si no es capaz de soportar una portada, tampoco soportaría el peso de una simple columna en la página treinta. Escribimos todos nuestros artículos con la fuerza suficiente como para aparecer en portada. Ojea cualquiera de ellos y dime cuál no pondrías.
Miren respondió con un silencio y Phil Marks la guio hasta una mesa cercana al final. Junto a ella ya había un corrector para revisar el artículo en cuanto estuviese listo y un maquetador esperaba en la oficina de diseño para darle el acabado final. Jim Schmoer entregó en una pequeña sala su cámara de fotos desechable, cuyas imágenes estaban destinadas a acompañar la noticia. Miren se sentó delante del ordenador, más nerviosa que nunca.
—Tiene veinticinco minutos o no llegaremos.
Los dedos de Miren comenzaron a volar sobre el teclado, de un lado a otro, y mientras lo hacía sintió como si las terminaciones nerviosas de sus falanges estuviesen directamente conectadas con la rabia e impotencia que sentía con la historia.
En aquel artículo relató sin miramientos la historia de perversión y el camino a la oscuridad emprendido por James Foster, un encargado de un Blockbuster de las afueras. También detallaba cómo desde su casa había montado una especie de imperio de producción y distribución de imágenes de contenido pedófilo, junto a las declaraciones de su mujer, Margaret, en las que contaba cómo chantajeaba y extorsionaba a menores con el objetivo de grabarlos para sus clientes repartidos en medio mundo. El artículo fue acompañado de una de las fotografías realizadas por el propio profesor Schmoer con la cámara desechable, en la que se veía una cama de estructura oxidada y con sábanas desechas frente a un trípode. Mientras Miren escribía el artículo a toda prisa y las rotativas esperaban a comenzar a marchar, Phil propuso varios titulares, mandó al corrector de estilo a por un par de cafés y al maquetador que estuviera listo en su mesa para cuando terminase. Tras unos tensos minutos en los que parecía que no lo iba a conseguir, puesto que había plazos límite que no se podían saltar si querían llegar a las calles a primera hora, Miren pronunció un simple «Ya está», cuando el reloj marcaba que solo habían pasado veintiún minutos.
Justo en aquel momento, y tras una rápida lectura por parte de Phil Marks, el profesor Schmoer comenzó a aplaudir y le siguieron el corrector de estilo y el propio Phil, dándoles la enhorabuena por su incorporación al Manhattan Press.
A la mañana siguiente, cuando todos los periódicos clamaban por la venganza contra un inocente, el Manhattan Press, en un artículo firmado por una tal Miren Triggs, se desmarcaba detallando los pormenores de la vida de James Foster, que había ardido en llamas al ser puesto en libertad, y su mujer, Margaret S. Foster, que se encontraba ya en dependencias policiales sin que ningún medio supiese siquiera quién era ni por qué se la había detenido ni por qué sus hijos serían atendidos por Servicios Sociales. Aquel escándalo abriría un extenso debate sobre la pena de muerte en el estado de Nueva York, sobre hasta dónde debía llegar la justicia en estos casos, sobre la incompetencia del cuerpo que había puesto en libertad a un tipo con aquella sala siniestra en su casa, pero la sensación en la calle era que las llamas habían sido el mejor castigo posible para alguien como James Foster.