Capítulo 43
12 de septiembre de 2000
Lugar desconocido

La maldad puede oler a los que están impregnados de ella.

 

—¡Esconde a la niña! —susurró Will, asustado—. ¡Escóndela! Si la ve, estamos perdidos.

Iris cerró la puerta del dormitorio de Kiera y se quedó con ella dentro, escuchando la conversación a través de la puerta. Kiera estaba muy cansada por la crisis que acababa de tener y observaba desde la cama el rostro preocupado de su madre.

Al otro lado oyó los pasos de su marido. Oyó también cómo rebuscaba entre los cajones y a continuación el tintineo metálico de unas llaves que resonaban como un cascabel. Sin embargo, no consiguió asociar el sonido agudo con el del único manojo que abría aquel candado de la casa. Tres golpes portentosos sonaron en la puerta y la voz de Will retumbó en las paredes.

—¡Ya voy! ¡Un segundo!

Iris comprobó que Kiera había cerrado los ojos, cansada por el sueño y el dolor de cabeza. Al otro lado, Will abrió con cuidado, asomando la cabeza, y saludó a su vecino.

—¿Qué necesitas, vecino? —inquirió, con la puerta entreabierta.

—¿De verdad está todo bien?

—Sí, claro. ¿Qué va a pasar? —respondió, intentando desmontar la duda de Andy.

—Si necesitases lo que sea me lo pedirías, ¿verdad, vecino? Me gusta pensar que somos buenos miembros de…, de la comunidad.

—Claro, Andy. ¿Por qué dices eso?

—¿No me ofreces una cerveza?

Will miró hacia atrás, ocultándose un segundo de la pequeña apertura de la puerta, y chasqueó la lengua.

—Esto…, verás…, es Iris. Es que no…, no se encuentra muy bien.

—¡Venga ya! La he visto antes corriendo por la calle. No me vengas con historias.

Andy empujó la puerta y a Will aquello lo dejó descolocado.

—Creo que no…

El vecino entró con rapidez, como si tratase de encontrar algo que no debía ver, mirando a un lado y a otro del salón.

El ruido de aquellos pasos de Andy hacia el interior de la casa heló la sangre de Iris, que pegó la oreja sobre el papel de flores de la pared más fría de lo que debería estarlo. En aquella posición alejó la vista hacia la casa de muñecas que Will ya había colocado en el interior del dormitorio y luego se perdió en la pequeñez de aquel hogar, intentando alejarse de lo gigantesco que le parecía ahora todo en la suya, en la que cada vez se sentía más y más diminuta.

—¿Qué quieres, Andy? —dijo Will, molesto—. Creo que estás siendo un…, un maleducado. No es propio de buenos vecinos colarte en las casas de los demás y… olfatear en sus cosas.

—Tienes razón. Discúlpame, vecino. ¿Dónde…, dónde están mis modales? —dijo en tono melódico, al tiempo que se sentaba en el sofá y colocaba los pies sobre la mesa—. Esto no es… normal. Tienes toda la razón.

Will tragó saliva antes de hablar.

—Creo, Andy, que voy a tener que invitarte a que te vayas. Iris no se encuentra bien y… quiero estar con ella. Quiero…, bueno, ya sabes, quiero darle algo de cariño.

—¿Sabes? —dijo el vecino, llevando la conversación hacia otra parte—. Mi mujer murió hace ya seis años. Y…, bueno, la vida no es justa. Nunca nos dio hijos. Lo intentamos y lo intentamos. Follábamos todas las noches, incluso cuando tenía el periodo, por si las moscas. Admito que fue una buena época. Yo…, yo nunca he querido tener hijos. Pero ella sí. Era de lo único que hablaba. Se detenía en un escaparate con ropa infantil y se derrumbaba, llorando, mirando falditas y pantaloncitos diminutos que casi no nos podíamos permitir.

—No te sigo, Andy —susurró Will.

—Yo el asunto me lo tomaba poco en serio, pero ella…, ella siempre estaba mirando métodos para aumentar la fertilidad: chupaba cáscaras de limón por las mañanas, se frotaba la vagina con vinagre por las noches. Acostarte con ella era como comer una puta ensalada. No sé si me entiendes.

Will se mantuvo en silencio.

—Era su único tema de conversación, y yo…, bueno, la escuchaba. Es lo que hace un marido, ¿no? La escuchaba todo el tiempo. Ya conocías a Karen. Hablaba mucho. Especialmente con tu mujer. Y… ¿sabes lo que no paraba de contarme?

Will empezaba a sentirse muy incómodo.

—Que hablaba con tu mujer de lo mismo. De vuestras mismas dificultades para quedaros embarazados. Incluso de las posturas que os inventabais. Oye, y yo… nada que objetar. Compartían buena información. Os copiábamos en muchas, ¿sabes? El truco del cojín, el de acostarnos sobre el suelo frío del salón, el de hacerlo siempre un número par de veces. Nos acostábamos todo el tiempo, y en casi todos los lugares de la casa. Era una fiesta, ¿sabes? Lo era hasta que le dio aquel derrame cerebral en mitad del supermercado. El estrés, decían unos médicos. Las hormonas para la fertilidad, otros. Ninguno supo determinar el motivo exacto, pero se murió y…, bueno, ya no hubo más fuegos artificiales. ¿Me sigues?

—Sí…, recuerdo aquello… Nos pilló a todos un poco de sorpresa —dijo Will, casi susurrando, tremendamente inquieto—. Ahora, si no te importa…

—¿Y sabes una cosa que también le contó tu mujer a la mía? —prosiguió Andy, ignorando la invitación a salir.

—¿Qué?

—Que no podíais tener hijos. Que estaba más que descartado. Que sus ovarios estaban muertos y su útero parecía rechazar todo lo que allí se colocaba.

—Sí…, bueno. Es algo con lo que… intentamos seguir adelante. Aún seguimos inten…, intentándolo, aunque hemos perdido un poco la esperanza. La edad ya tampoco acompaña…

—Lo sé. Me imagino, vecino.

—Andy, si no te importa, tengo cosas que hacer y…

—Y por eso mismo me pregunto…: ¿quién es esa niña que habéis metido en casa corriendo?

—¡¿Niña?! —dijo Will casi en un grito sordo.

—Vamos, Will…, no me jodas. Os he visto desesperados rodeando la casa. ¿A mí me la vas a colar? ¿No somos amigos o qué pasa?

—Verás, Will…, no hay…

—Es Kiera Templeton, ¿verdad?

Al oírlo Will sintió en su interior como si estuviese cayendo desde un precipicio y no supo qué responder. Se le formó un nudo en la garganta y un golpe de rabia se le apelotonó en las cuerdas vocales impidiéndole pronunciar sonido alguno.

—Tenéis vosotros a esa niña. La que buscaban hace unos años. Me ha parecido que era ella. Estaba cambiada…, pero… qué carita, ¿verdad? ¿Cómo va a olvidar uno esa carita? ¿Qué recompensa daban? ¿Medio millón? Fiu… Eso es mucha pasta, ¿verdad, vecino?

—¿Qué quieres, Andy? ¿Dinero? ¿Eso es lo que quieres? Sabes que vivimos al día. Apenas nos da para pagar la casa.

—No has escuchado nada de lo que te he dicho, ¿verdad, Will? Quiero… a tu mujer. Quiero lo único que echo de menos. He probado a ir de putas…, pero… ¿dónde está la naturalidad? No es igual. Pero Iris…, ella…

—No pensaba que fueses… tan…

Andy miró hacia la puerta del dormitorio de Kiera y señaló.

—¿Está ahí? La niña. ¿Puedo verla?

Will estaba tan bloqueado que solo respondió moviendo la cabeza de arriba abajo. Andy sonrió y se levantó de un salto. Cuando pasó por su lado, le dio una palmada en la espalda y luego giró el pomo de la puerta, dejando ver el interior de la habitación, en la que Iris tenía el rostro cubierto de lágrimas de desesperanza. Luego se fijó en la niña, somnolienta y ajena al infierno que se respiraba en el ambiente. Andy le dedicó una sonrisa a Iris y luego se le acercó, para secarle un lágrima.

—Andy…, por favor, no… —susurró ella.

—Entiéndeme, Iris… Siempre has sido tan…, tan normal. Y todas esas cosas que me contaba Karen que le decías que intentabas con Will… Siempre me imaginé cómo… No voy a decir algo así con una niña en la habitación…, pero… —se acercó con velocidad a la oreja de Iris y le susurró—: Siempre me imaginé cómo follabas.

Iris se derrumbó aún más y se apoyó en Andy, llorando.

—Tranquila, mujer… Lo…, lo pasaremos bien. Somos…, bueno, vecinos.

De pronto Iris se separó de él. Andy notó en ella un suspiro de sorpresa:

—¡Eh, Andy! —gritó Will desde el umbral de la puerta. El hombre se giró, sorprendido, y vio ante él a Will con una escopeta de caza, que siempre guardaba en el armario del pasillo al que minutos antes había quitado el candado.

—¡Will! —chilló.

El sonido seco del disparo reventó el abdomen de Andy, quien cayó, unos instantes después, sobre el suelo del dormitorio, sangrando por la boca. Algunos perdigones se escaparon y se clavaron en las paredes, dejando una huella imborrable de lo que una vez sucedió allí. Iris se tiró sobre Kiera, entre lágrimas, y le acarició la carita en cuanto comprobó que había abierto los ojos por el estruendo.

—¿Qué ocurre, mamá?

—Nada…, cariño. Sigue durmiendo… Es solo que…, que papá se ha dado un golpe.

El cuerpo de Andy se desangraba junto a la cama, pero Kiera continuó tumbada, sin querer moverse, sin querer mirar, porque una parte de ella intuía que algo iba mal. Iris le besó la frente y la pequeña cerró los ojos, entre los jadeos de su madre, que quería gritar de pánico y no podía. Will permaneció temblando junto a la puerta, sin moverse del sitio durante un largo minuto, mirando el cadáver de su vecino, cuya sangre se expandía por el suelo en un charco que creció con rapidez, como solo lo hacen los peores temores.