Capítulo 45
1 de diciembre de 2003
Cinco años después de la desaparición de Kiera
Y un día, sin más, alguien te pide que dejes de ser tú.
Al día siguiente del incidente en su trastero, Miren llegó a la redacción cargando con dificultad las dos cajas de la investigación de Kiera y las dejó sobre su mesa. Aún era temprano y no habían llegado los dos becarios, así que se fue a la mesa de Nora, que tecleaba con rapidez.
—No me apetece hablar contigo, Miren —dijo Nora en cuanto la vio acercarse.
—¿Estás muy enfadada?
—¿Tú qué crees?
—Siento lo del artículo de la cinta. Debí de haberlo consensuado con el equipo, pero… era importante. Llevaba mucho esperando algo así y es una buena oportunidad para hallar algo.
—Lo sé, Miren, pero se tenía que publicar el reportaje de la industria cárnica. Llevamos meses con eso. Te saltaste la aprobación. Te lo saltaste todo. Enviaste tu artículo a imprenta sustituyendo al del equipo.
—Lo sé…, lo siento…, pero…
—Hay cosas que no, Miren. Y lo sabes. No esperaba algo así de ti.
—Era importante, Nora. Quizá sirva para encontrarla.
—A ti solo te importas tú, ¿verdad? ¿No te importa nada más?
Miren no respondió.
—Bob ya se ha enterado. Está enfadado. Está con Phil al teléfono ahora mismo.
—Se lo has dicho tú, ¿verdad?
—Lo llamé ayer a Jordania para contárselo. ¡Jordania! No sabía ni dónde estaba, ya sabes que siempre anda por ahí, y más ahora con lo de Irak. Nadie se esperaba que fueses a hacer algo así, Miren.
—¿De verdad no podía esperar un día el asunto de la carne de ternera?
—Miren, están dando pienso animal a las vacas en Washington. Es algo muy grave. Hemos mandado algunas muestras a analizar al Reino Unido y… si todo se confirma puede suponer uno de los mayores escándalos alimenticios en Estados Unidos. Tenemos la delantera en este asunto y no podemos retrasarlo. No sé, Miren, era uno de los proyectos de todo el equipo. ¿De verdad era tan necesario?
—Pensé que os parecería bien. Phil parecía contento con el resultado. Se estaba vendiendo bien…
—Pero esto no trata de Phil o de lo que él decida. Él está aún pensando en la guerra de Irak y en lo que pasa en Oriente. Nosotros investigamos lo que nadie quiere que desvelemos. Lo de la carne es algo gordo, Miren. Lo llaman la enfermedad de las vacas locas. Si el laboratorio de Reino Unido confirma nuestras sospechas, será algo gravísimo. A eso nos dedicamos, Miren. Sé que lo haces con buena intención y que… la niña esa es tu caso personal, pero… no nos puedes arrastrar a todos.
—¿Y qué va a pasar?
—Hemos presentado una queja formal a Phil. Lo siento, Miren.
—¿En serio? Él estaba de acuerdo. ¿Por qué habéis hecho eso? Ahora…, ahora tendrá que justificarla en el consejo y…
—Lo siento de verdad, Miren, pero… no nos has dejado otra.
Miren alzó la vista hacia el despacho de Phil y vio que justo acababa de colgar. Miren caminó hacia su oficina con decisión. Al pasar junto a su mesa, los dos becarios, que acababan de llegar, la vieron caminar con tal decisión que no se atrevieron a saludarla.
—Me han jodido, ¿verdad? —dijo Miren, entrando por la puerta del despacho de Phil.
—Miren…, ya sabes lo que opino. Te he dado luz verde…
—Pero hay un pero, ¿verdad? Me han jodido.
—Pero esta queja no ha gustado al consejo. Apoyan mucho el trabajo de Bob y esto no tiene su aprobación.
—Tú mismo me has dicho que lo de la cinta… era increíble.
—Lo sé, Miren, pero… roza el sensacionalismo.
—Ayer mismo me dijiste que te parecía bien que…
—Y hoy que formas parte de un equipo y que tienes que amoldarte a él. Esto es así, Miren.
—Phil…, solo quiero encontrar a esa niña. Entré aquí por ella. Esta es nuestra oportunidad.
—El consejo ha pedido que dejemos el tema. Que esto de la búsqueda es algo que a partir de ahora se convertirá en carnaza y toda la prensa amarilla saltará a por él. Y tienen razón, Miren. ¿Has visto los periódicos de hoy? ¿Has visto las tertulias? Todo el mundo está hablando de esto, sacando mierda sobre la familia. Eso no es información. Eso es morbo puro. El Press no puede estar ahí. Entraste aquí por desenmascarar a James Foster. Esa niña no tiene nada que ver.
—¿Me lo estás diciendo en serio? Tengo dos becarios para esto. Tú me diste el visto bueno.
—Miren…, creo que he sido claro.
—¿Qué hago? ¿Los echo? ¿Eso me estás diciendo?
—No te estoy diciendo que los despidas. Pueden pasarse a sucesos. Allí siempre hace falta echar una mano. Avisaré a Casey para que les asigne trabajo en su departamento.
—Esto es una mierda, Phil. No voy a dejar este tema.
—Miren, eres suficientemente inteligente para saber que el asunto de Kiera Templeton acaba aquí. —Hizo una pausa y luego continuó—: Eres buena. No te va a costar encontrar cualquier otro tema que no sea tan… escabroso. No somos un periódico sensacionalista.
—Esto no es sensacionalismo, por el amor de Dios, Phil. Esto es la vida de una niña que nos necesita.
—Suena muy bien, Miren, de verdad que sí. Sé que cada vez que hemos mencionado este tema hemos vendido el doble o el tripe de ejemplares, pero el consejo… está más pendiente ahora de la credibilidad y seriedad que de las ventas. Ya has ayudado a la niña. Gracias al artículo y al foco mediático tal vez la policía le dedique más recursos.
—¿Desde cuándo le importa más la seriedad que las ventas?
—Desde hoy. Al consejo no le gustan estos puentes y saltos en la jerarquía. Lo deberías saber. Y creo que… ya le he dedicado más tiempo del que se merecía este asunto.
Miren le dedicó el peor de sus entrecejos fruncidos y él agachó su vista y comenzó a leer unos folios que tenía sobre la mesa, dando la conversación por terminada. Era su manera de hacerlo. Siempre actuaba igual.
—Estás siendo injusto, Phil —dijo, antes de salir de su despacho, caminando como una furia hacia su mesa, donde la esperaban los dos becarios que acababan de llegar con cara de no entender lo que ocurría.
—Hola, jefa —saludó la chica—. ¿Qué hay aquí dentro? —añadió, señalando las dos cajas de cartón que Miren había dejado sobre su escritorio.
—Chicos…, todo es una mierda. Ha habido cambio de planes —dijo Miren, apartándose el pelo de la cara al tiempo que soplaba con fuerza—. Tenemos que correr. Hoy es vuestro último día en investigación. Subís de planta. A sucesos. A ti quizá te guste —dijo, señalando al chico.
—Estás de broma, ¿no? —dijo él, incrédulo.
—Ya me gustaría, pero… no.
—Joder… —dijo, lamentándose—. Ayer justo rechacé un puesto de investigación en el Daily.
—¿Y por qué diablos has hecho eso? —inquirió Miren, algo incómoda—. Estás aquí de becario. Si te ofrecen algo mejor, cógelo. En este mundo esas oportunidades no surgen así como así.
—Ya, pero… esto es el Press. Aun siendo becario…, no sé, es el Press —argumentó él.
—¿Y qué? Lo que importa son las historias, no la cabecera del periódico. Si lo que escribes es bueno, con independencia de dónde lo hagas, puedes cambiar las cosas.
—Joder… —dijo el chico, bufando y mirando al techo.
—Bueno, da igual. Ya está hecho. Es una mierda, lo sé. Me jode mucho, os lo aseguro. Pero… este mundo funciona casi al día. Una mañana eres importante y a la siguiente estás elaborando los crucigramas de la última página.
—¿En serio nos pasan a sucesos?
—Sí. No os imagináis lo enfadada que estoy.
El chico suspiró con fuerza. A la chica pareció importarle menos, pero en realidad solo era en apariencia. Miren no estaba enfadada por tener que prescindir de ellos, sino porque le habían cortado las alas. Cuando por fin acariciaba a Kiera con la punta de los dedos, se topó de bruces con una burocracia que no aguantaba. El caso de Kiera era llamativo e interesante, pero… la rectitud del consejo muchas veces era un freno para avanzar más deprisa.
—El contenido de esas cajas es lo que tenemos sobre Kiera Templeton. Quiero que le echéis un ojo a todo esto, hoy, y me contéis qué os parece. Yo ya lo he visto demasiadas veces. Necesito ojos nuevos. ¿Alguno no come carne? Os invitaré al almuerzo. Qué menos. Estamos de… de despedida de empresa.
—Eh…, ¿y las llamadas? —preguntó ella.
—Yo soy vegano —añadió él.
—¿Las llamadas? Al mismo tiempo —respondió en dirección a la chica—. ¿Y tú tienes siempre que ser el puntilloso?
—Pero si el teléfono no deja de sonar. Casi no nos da tiempo a respirar.
—Sois dos, ¿no?
—Sí, pero… también estamos con la lista de jugueterías y…
—¿La tenéis ya?
—Solo las de Manhattan y Nueva Jersey. Nos faltan las de Brooklyn, Long Island, Queens y… si ampliamos un poco el cerco la cosa se complica.
—De momento me vale —Miren alargó el brazo y cogió un plano de Nueva York marcado con círculos y cruces por todas partes.
—Las cruces son las tiendas que venden juguetes para niños —dijo la chica—, y los círculos, las tiendas de maquetas y modelismo. Ayer llamamos a un par y nos han confirmado que también venden en ellas las casas de muñecas.
—Bien hecho… Un segundo, ¿cómo te llamas?
—Victoria. Victoria Wells.
—¿A mí no me piensas preguntar el nombre? —saltó él, ignorando un instante la llamada de teléfono que empezó a sonar.
—De momento no. ¿Algo más de las llamadas, Victoria?
—El papel de la pared. Una mujer de… —mientras hablaba, su compañero descolgó el teléfono que no dejaba de sonar, como si al otro lado hubiese una lista eterna de personas dispuestas a contar su versión o deseosas de sentirse escuchadas.
—… una mujer de Newark dice que lo tiene en su casa. El mismo modelo que aparece en la cinta. Lo compró en un mercadillo de las afueras hace veinte años.
—Es algo.
—Bueno… espera. Luego hemos tenido treinta llamadas diciendo que el modelo de papel de pared es uno de los modelos estándar de la cadena de tiendas de bricolaje Furnitools. Llevan veinticinco años con ese modelo en catálogo. Está disponible en todo el país.
—Mierda —dejó escapar Miren, en un suspiro. Luego se levantó, con el mapa de las jugueterías, y deambuló en torno a su escritorio, observándolo con detenimiento—. Tardaría una eternidad en visitarlas todas para ver si tienen algo: un historial de clientes que hayan comprado la casita o yo qué sé; recibos de tarjetas de crédito.
—Quizá… podrías volver a pedir ayuda en un artículo —dijo Victoria—, esta vez a las jugueterías. Estoy segura de que muchas ayudarían encantadas.
—¿Un artículo? Y estaría buscando trabajo con vosotros esa misma tarde. Este tema se ha cerrado en el Press, chicos. Y por eso no podéis quedaros. Al menos no conmigo. Tiene que ser… del modo tradicional. Y aun así puede que no consiga nada.
—¿Visitarlas? —preguntó el chico, que acababa de colgar el teléfono, momento en el que ya había comenzado a sonar de nuevo. Victoria alargó la mano y lo descolgó:
—Manhattan Press, ¿qué información quiere facilitar? —dijo al auricular.
—Hay más de mil tiendas de juguetes entre Nueva York y Nueva Jersey —señaló el chico—. Eso sin tener en cuenta Queens o Long Island. La cosa se puede poner fácil en las dos mil tiendas, entre comercios pequeños y grandes almacenes, que también venden juguetes.
—Lo sé, pero… si consigo visitar o llamar…, digamos dos al día en los ratos libres…, tardaría…
—Tres años —sentenció el chico, en un instante.
—Buena agilidad mental. Ahora sí, ¿cómo te llamas? ¿Sabes qué? Mejor no me lo digas. Mantengamos esa incóg…
—Me llamo Robert —dijo, sin dejarla terminar la frase. A Miren aquel nombre le traía malos recuerdos, pero era inevitable encontrarse de vez en cuando con él. Era increíble cómo, cada cierto tiempo, aparecía una nueva persona que se llamaba así y ya provocaba un instantáneo rechazo en ella, como si tuviese que aprender a pedir perdón desde la entrañas o a olvidar desde el corazón.
—¿Qué hacéis cuando no estáis en la oficina? —preguntó Miren. Una idea absurda se le había colado en la cabeza.
—Ehhh…, ¿estudiar? Ambos seguimos en la universidad —respondió Robert.
—Bien. Ahora que no vais a estar en investigación, ¿os gustaría ganaros unos dólares extra los fines de semana?