Agradecimientos
Quiero dar las gracias especialmente:
Al comandante de policía Henry Moreau, por haberme desvelado parte de los entresijos del mítico Quai des Orfèvres, sede de la Brigada Criminal de París, y por haberme iniciado en el crimen organizado con esa tranquilidad y ese humor que lo caracterizan, a pesar de los fanáticos que acortaron nuestra última conversación.
A Stéphane Strano, por haberme germinado con tus ideas y por haberme prestado tu apellido, que suena tan bien. Gracias por tu locura solar, tu sabiduría lunar y las botellas de champán en los parques públicos.
A Glenn Tavennec, por tu talento de alumbrador, tu apoyo incondicional, tu paciencia y tu constancia megalítica ante mis dudas. No dejas de impresionarme por tu profesionalismo y tu integridad, y ese profundo humanismo que siempre emana de ti. Trabajar contigo es una suerte inusual para un autor y, si quieres, te «reservo» ya para los próximos decenios. Gracias por tu confianza.
A Pierre Dutilleul, por tu indulgencia y esta maravillosa colaboración que has iniciado y que, más que una oportunidad, es una verdadera suerte para mí, así como por tu paciencia cuando fingía no saber quién era esa Myra Eljundir de la que me hablabas con medias palabras.
A Arié Sberro, por tu entusiasmo y tu apoyo, a pesar de las avalanchas que nos caen regularmente sobre la cabeza y de las que evidentemente asumo la total responsabilidad.
A Cécile Boyer-Runge, por su confianza y su indulgente presencia incluso en las ferias, así como a todo el equipo de Robert Laffont: desde los representantes con quienes me encantó comer hasta todos aquellos con los que me cruzo o con los que colaboro y cuyas sonrisas son otras tantas motivaciones para no decepcionarlos.
A Gérard Collard, Jean Casel y Marina Carrère d’Encausse, mis ángeles de la guarda, mis hadas buenas de las broncas gracias a sus palabras tranquilizadoras… Gracias por vuestro apoyo en los momentos difíciles, por vuestra acogida en ese increíble evento con frecuencia sometido a las inclemencias del tiempo que es la Feria del Libro de Saint-Maur-en-Poche, por todo lo que permitís que ocurra en ella y que me ha enseñado que el agua es mágica…
A los blogueros, libreros, lectores, vosotros los David de la protección de los bellos oficios de la escritura, hacia y contra los Goliat que revientan los precios, los sueños, ese instante de gracia que sólo se alcanza sumergiéndonos en una lectura que nos gusta. Gracias por seguir apreciando y defendiendo nuestras novelas, por vivir y transmitir vuestra pasión por las palabras, por contribuir a mantener la creación viva y por darnos tantas ganas de inventar montones de nuevas historias.
A Éric Page, mi parlanchín preferido, el coloso de ojos frágiles. Un millón de gracias a ti por haber aceptado improvisadamente la delicada misión —arriesgada, hay que reconocerlo— de ser mi primer lector, una noche en la que el miedo me hacía dudar entre destruir mi manuscrito y partir hacia Sudamérica, con un nombre falso, para ir a criar llamas. Puedo jurarlo (vaya…), estuviste genial ese día.
A vosotros, mis amigos, mi familia de corazón que alimentáis mi alma mientras os lleno el estómago en torno a esa gran mesa que nos gusta compartir. Gracias por el calor y las risas, incluso en los momentos más medrosos, por la sencillez y la amabilidad… Así como por vuestra discreta y siempre indulgente presencia cuando me retiro a escribir.
A los avatares de la vida, que hicieron que acampara en mi casa durante dos meses sin cuarto de baño, sin suelo, con vigas mohosas infestadas de hongos como única visión, pero que aun así fueron una gran fuente de inspiración para esta historia.