Episodio n.° 23 1 de mayo de 1933

FIVE STAR THEATRE

PRESENTA

FLYWHEEL, SHYSTER, Y FLYWHEEL

Reparto

Groucho Marx como Waldorf T. Flywheel

Chico Marx como Emmanuel Ravelli

Miss Dimple

Mrs. Vandergraff

Sirvienta

Roscoe Baldwin

(Tecleo de máquina de escribir; suena el teléfono.)

MISS DIMPLE: Despacho de los abogados Flywheel, Shyster y Flywheel… Ah, es usted, Mr. Flywheel… No, no se ha dejado las zapatillas en la oficina. Su pasante, Mr. Ravelli, también las estaba buscando… Sí, ha habido una llamada. Su nueva cliente, la riquísima Mrs. Vandergraff, viene a verle ahora. Dice que es muy importante… Sí, sí, le diré que espere. Adiós. (Cuelga el teléfono, canturrea, vuelve a teclear.)

CHICO (abre la puerta; desde fuera): ¿Dónde está el jefe? ¿Dónde está Mr. Flywheel?

MISS DIMPLE: Pero Mr. Ravelli, ¿qué pasa?

CHICO: Que ese Flywheel no es honrado. Estafó a un cliente cuarenta dólares y no me ha dado la mitad.

MISS DIMPLE: Mr. Flywheel está muy enfadado con usted por haber faltado al trabajo un día entero. ¿Dónde estuvo ayer?

CHICO (con indiferencia): ¿Yo? Estuve en Europa.

MISS DIMPLE: ¿Que fue a Europa y volvió en un día?

CHICO: Exactamente, y aquello no me gustó.

MISS DIMPLE: ¡Pero Mr. Ravelli! ¿No se da cuenta de que Europa está a tres mil millas?

CHICO: Sí, está demasiado lejos. No creo que vuelva más. Pero me hizo ilusión ver a mi abuelo, a mi tío Pasquale y…

MISS DIMPLE: Pero eso es ridículo. No ha podido ir a Europa.

CHICO: ¡Oiga! ¿Qué dice usted? Estoy segurísimo de que vi a mi tío Pasquale ayer. (Cayendo en la cuenta): Aunque …puede que fuera él quien viniera a este país.

MISS DIMPLE: Eso me parecía a mí. ¿Sabe que se tarda cinco días en cruzar el océano incluso en el vapor más rápido?

CHICO (perplejo): ¿No me diga?

MISS DIMPLE: Sabe lo que es un vapor, ¿verdad?

CHICO: Claro, es lo que te sale por la boca cuando hace frío. Mire. (Silba unas notas de «Amapola», y le sale vapor.)

(Llaman a la puerta.)

MISS DIMPLE: ¡Chisss! Hay alguien en la puerta. (Llaman otra vez.) Adelante. (Se abre la puerta; susurra.) Es esa ricachona de Mrs. Vandergraff.

MRS. VANDERGRAFF (desde fuera): Buenos días.

CHICO (expansivo): Hooola, Mrs. Vender.

MRS. VANDERGRAFF: ¡Me llamo Vandergraff!

CHICO: Vale, vale. De todos modos ya sabe que me estaba refiriendo a usted. La estaba mirando y…

MRS. VANDERGRAFF: Pero, oiga…

CHICO: Bueno, dígame, pequeña, ¿cómo van las cosas? ¿Trabaja mucho?

MRS. VANDERGRAFF: ¿Trabajar? Desde luego que no. Yo no necesito trabajar.

CHICO: Oiga, yo tengo un hermano que tampoco tiene que trabajar.

MRS. VANDERGRAFF: ¿Es rico?

CHICO: No. El pobre tampoco encuentra trabajo. Ha estado veinte años buscando trabajo. Buscó, rebuscó y siguió buscando y al final, cuando encontró uno, no le apeteció cogerlo.

MRS. VANDERGRAFF: ¿Que no?

CHICO: No. A él no le gusta esa clase de trabajo en el que uno tiene que estar todo el día sentado. A él lo que le gusta es estar todo el día tumbado. Yo soy diferente; también me gusta estar tumbado.

MRS. VANDERGRAFF: ¡Eso es ser un vago!

CHICO: ¿Vago? Ah, sí. Eso hace mi hermano. Vaga de cama en cama todo el día. ¿Entiende? Oiga, tal vez usted pueda darle trabajo en su casa.

MRS. VANDERGRAFF: ¿Qué sabe hacer su hermano?

CHICO: No sabe hacer nada; por eso le echaron de su último empleo. Pero creo que cuida bien las plantas.

MRS. VANDERGRAFF: ¿Y qué clase de plantas cuida?

CHICO: Las plantas de los pies. (Carcajada.) ¡Vaya broma!, ¿eh, Mrs. Grafter?

MRS. VANDERGRAFF: ¡Yo he venido a ver a Mr. Flywheel! ¿Y usted…?

CHICO: Yo bien, ¿y usted?

MRS. VANDERGRAFF: Pero es que yo… ¿Dónde está Mr. Flywheel?

(Se abre la puerta.)

CHICO: Mire, aquí llega.

MRS. VANDERGRAFF: Mr. Flywheel, buenos días.

GROUCHO (cierra la puerta): ¡Ah!, es usted, Mrs. Vandergraff. Está usted como siempre… y, la verdad, es una pena que no haya cambiado.

MRS. VANDERGRAFF: Mr. Flywheel, su pasante me ha estado insultando.

GROUCHO (dramático): ¡No me diga! ¿De verdad? Escuche, Ravelli, ya le enseñaré yo a insultar a mis clientes.

CHICO: No tiene que enseñarme. Lo estaba haciendo muy bien hasta que usted entró.

GROUCHO: Lo hará mejor aún si desaparece. ¡Largo!

CHICO (enfurruñado): Vale. ¡Vaya oficina! Ni siquiera puede uno pasarlo un poco bien. (Abre la puerta y la vuelve a cerrar.)

MRS. VANDERGRAFF: Y ahora, Mr. Flywheel…

GROUCHO (susurra): Ravelli ya se ha ido. Ahora puede llamarme Snooky.

MRS. VANDERGRAFF: ¡Mr. Flywheel! Olvida usted que he venido por asunto de negocios.

GROUCHO: No, no lo he olvidado. (Tímidamente.) Pero estoy deseando hacerlo.

MRS. VANDERGRAFF: ¡Caballero! ¿Qué clase de mujer cree usted que soy?

GROUCHO: Sinceramente, eso es lo que estoy tratando de averiguar. ¡Oh, si pudiésemos encontrar un bungalow! Sé dónde podríamos encontrar uno, pero dudo que los que lo ocupan nos lo quieran dejar. Si pudiéramos encontrar un bonito bungalow vacío, sólo para usted y para mí, donde poder enrollarnos… no, quiero decir arrullarnos.

MRS. VANDERGRAFF: ¿Se da usted cuenta de lo que me está diciendo?

GROUCHO: Sí, pero no es lo que estoy pensando. Lo que quiero decir es que si tuviéramos un pequeño bungalow y usted estuviera dentro y yo fuera, tratando de meterme dentro… y usted estuviera arriba y yo en la cocina… y usted… no sé dónde estaría yo. Puede que ni siquiera estuviera. Le diré una cosa. Si no tiene noticias mías para el miércoles que viene, todo habrá terminado.

MRS. VANDERGRAFF: Me parece que no le entiendo.

GROUCHO: Quiero decir que son… sus ojos. Sus ojos brillan como los pantalones de un traje azul de sarga.

MRS. VANDERGRAFF: ¿Qué? ¡A quién se le ocurre! ¡Esto es insultante!

GROUCHO: No la estoy insultando a usted. Estoy insultando a los pantalones. Quiero decir que si tuviéramos una linda casita y yo volviera a casa del trabajo, en fin, si usted volviera a casa del trabajo… eso es más probable, y nos encontrásemos en la puerta del jardín y esas cosas… Oiga, ¿está usted segura de que su marido ha muerto?

MRS. VANDERGRAFF: Pues sí.

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«Sus ojos, su garganta, sus labios, todo en usted me recuerda a usted. Excepto usted misma. ¿Cómo se lo explica usted?» Groucho corteja a Margaret Dumont en la escena inicial de Una noche en la Opera, la primera película de los Marx para la MGM.

GROUCHO: ¿Cuándo me dará una respuesta definitiva? ¿Sabe que un sí de estos fue el responsable de que una vez yo saltara por una ventana? Ya no soy el saltarín que solía ser. Ahora peso diez kilos más, contando las perdigonadas que llevo encima. Lo que le iba a decir es que ya sé que no soy Don Quijote, pero ¿por qué no se casa conmigo hasta que haga otros planes?

MRS. VANDERGRAFF: ¿Pero qué le pasa a usted?

GROUCHO (dramáticamente): Ni yo mismo me reconozco hoy. Tal vez sea porque estoy enamorado de usted.

MRS. VANDERGRAFF: Si yo fuera pobre estoy segura de que no me amaría.

GROUCHO: Puede que sí, pero me lo callaría.

MRS. VANDERGRAFF: ¡Mr. Flywheel! Usted es mi abogado. ¿Va a escuchar mi caso o no?

GROUCHO: ¿Un caso legal? Oiga, tal vez pueda conseguir su dinero sin casarme con usted. ¿Cuál es el caso?

MRS. VANDERGRAFF: Mr. Flywheel, supongo que sabe que el famoso diamante Kimberly ha pertenecido a mi familia durante generaciones.

GROUCHO: Sí.

MRS. VANDERGRAFF: Pues lo robaron anoche.

GROUCHO: Yo tengo una coartada. Estaba en casa dándome un baño.

MRS. VANDERGRAFF: No se lo he comunicado a la policía porque no quiero publicidad en los periódicos. Ya sabe que tengo invitado a Roscoe Baldwin, el famoso filántropo, especialista en arte y trotamundos.

GROUCHO: ¿Juega también al pinacle?

MRS. VANDERGRAFF: No se lo he contado a la policía porque el escándalo sería muy violento para Mr. Baldwin.

GROUCHO: Bien, ¿y por qué recurre usted a mí? ¿Por qué no habla con el tipo que robó el diamante?

MRS. VANDERGRAFF: Quiero que usted me ayude a cobrar el seguro. El diamante está asegurado en cincuenta mil dólares.

GROUCHO: ¿En cincuenta mil dólares? Oiga, déjeme echar un vistazo a ese diamante.

MRS. VANDERGRAFF: Pero el diamante se ha perdido. ¡Ha desaparecido!

GROUCHO: Y cómo espera usted que lo encuentre si no sé cómo es. ¿Por qué no recurrió a mí antes de que se lo robaran? Lo que usted intenta hacer es dar cebada al burro muerto. ¿Cuándo vio a su burro por última vez?

MRS. VANDERGRAFF: Pero si yo no he perdido un burro; he perdido un diamante.

GROUCHO: Pues ése fue su primer error. Debería haber perdido un burro. Un burro hubiera sido mucho más fácil de encontrar.

MRS. VANDERGRAFF: Y del diamante, ¿qué?

GROUCHO: Haga el favor de no cambiar de tema. Váyase a casa y eche la llave a todas las puertas. Asegúrese de que nadie sale de la casa a no ser que usted crea que son los que han robado el diamante.

MRS. VANDERGRAFF: ¡Qué raro!

GROUCHO: ¡En absoluto! No querrá tener ladrones dentro de su casa, ¿verdad? Ahora, querida, ¿para qué quería verme?

MRS. VANDERGRAFF: Bien; quiero que me ayude a cobrar el seguro o a recobrar el diamante.

GROUCHO: Señora, Flywheel no hace componendas. O todo o nada. Y ahora, bombón, ¿que le parece si nos lo montamos usted y yo?

MRS. VANDERGRAFF: Mire, no voy a quedarme aquí para que me insulte usted. Me voy.

GROUCHO: No, no. No se vaya dejándome aquí solo. Quédese usted y yo me iré.

MRS. VANDERGRAFF: No sé qué decirle.

GROUCHO: Diga que será sinceramente mía, o sinceramente suya, o suya sinceramente. La vida es corta; vivamos mientras podamos, porque tal vez mañana venga el casero a cobrar el alquiler.

MRS. VANDERGRAFF: Muy bien. Entonces dejaré el caso en sus manos. Debemos actuar inmediatamente. Recuerde, Mr. Flywheel: el tiempo es oro.

GROUCHO: Sí, y el cuidado de su motor también. Cambie su aceite cada quinientas millas y asegúrese de que pone Essolube.

MRS. VANDERGRAFF: Bueno, le espero en mi casa esta noche.

GROUCHO (dramático): ¡Oh! ¡Esta noche! ¡Esta noche! Cuando la luna se oculte entre las nubes, yo me ocultaré detrás suyo. Esta noche me reuniré con usted bajo la luna. Casi la puedo ver ya, usted y la luna. Póngase una corbata para que pueda reconocerla. La veré esta noche junto al bungalow bajo la luna. Si la luna no ha salido, me reuniré con usted bajo el bungalow.

MRS. VANDERGRAFF: ¡Mr. Flywheel! No me gusta esa insinuación.

GROUCHO: Lo que yo digo siempre. Cuando el dinero se convierte en insinuación el amor desaparece a traición.

(Sube la música.)

(Suena el teléfono.)

SIRVIENTA: ¿Sí? Residencia de Mrs. Vandergraff… No, habla la sirvienta… Lo siento, pero Mrs. Vandergraff no desea informar a la prensa… No, no han encontrado el diamante Kimberly… (Emocionada.) Sí, es cierto. Arrestaron al chófer de Mrs. Vandergraff esta mañana. Pero sólo es sospechoso. Le aseguro que Alfred es un buen chico. Estoy segura de que no ha sido él. Si quiere más información tendrá que hablar con los abogados de Mrs. Vandergraff… Mr. Flywheel o su ayudante, Mr. Ravelli… Sí, están aquí desde esta mañana. Adiós. (Cuelga; se abre la puerta.) Mr. Ravelli, acaban de llamar del periódico.

CHICO: Bien. Dígales que les compro uno.

SIRVIENTA: Pero ellos quieren noticias.

CHICO: Dígales que lean los periódicos. Están llenos de noticias.

SIRVIENTA (dramática): ¡Oh, Mr. Ravelli! Mrs. Vandergraff no tendría que haber dejado que la policía se llevara a Alfred. Estoy segura de que es inocente… y yo le quiero mucho, pero no puedo hacer nada. Sólo soy la sirvienta. ¿Quiere usted ayudarme?

CHICO: De acuerdo. La ayudaré. Déme un trapo de cocina.

SIRVIENTA: No, ayúdeme a sacar a Alfred de la cárcel. Le aseguro que es inocente.

CHICO: Oiga, se me acaba de ocurrir. Si es inocente, entonces no es culpable; pero si no es culpable, ¿por qué cogió el diamante?

SIRVIENTA: ¡Pero si él no cogió el diamante!

CHICO: Entonces está loco. Es un diamante maravilloso.

SIRVIENTA: Ay, ¡tienen que sacarle de la cárcel!

CHICO: Sí, la cárcel es un lugar espantoso. Ayer me encontré con un amigo que había estado dos años en la cárcel. Tenía un aspecto fatal. Estaba tan cambiado que su madre no le hubiera reconocido.

SIRVIENTA: ¿Y cómo le reconoció usted?

CHICO: Porque yo no soy su madre.

(Se abre la puerta.)

SIRVIENTA: Aquí llega Mr. Flywheel. Tal vez él pueda ayudarme.

GROUCHO (a distancia): ¡Oh, Ravelli! (Más cerca.) Mrs. Vandergraff está en la biblioteca jugando al bridge y le falta otra mano para terminar.

CHICO: Creo que lo que le hace falta es otra cara.

GROUCHO: Vamos, Ravelli. Por cierto, ¿sabe una cosa? En lugar de dinero juegan con alubias.

CHICO: ¿Alubias con col y patatas fritas?

GROUCHO: Ravelli, ¿por qué no se pone de diana en una caseta de tiro?

SIRVIENTA: ¡Oh, Mr. Flywheel! Usted sabe que Alfred, el chófer de Mrs. Vandergraff, no robó el diamante.

GROUCHO: No, no lo sabía.

SIRVIENTA: Pues lo han detenido y le han puesto una fianza de dos mil dólares. Y lo tienen en una pequeña celda asquerosa.

GROUCHO: No se preocupe. Tengo influencias en esta ciudad. Haremos que lo metan en una celda más grande.

SIRVIENTA: Mr. Ravelli, ¿me podría prestar dos mil dólares?

CHICO (carcajada): Adiós.

SIRVIENTA: Mr. Flywheel, ¿me puede prestar usted dos mil dólares?

GROUCHO: Lo siento, pero tengo todo mi dinero en rubias.

SIRVIENTA: ¿Quiere usted decir en monedas?

GROUCHO: No, quiero decir en rubias.

SIRVIENTA: Tengo que encontrar ayuda en algún sitio. Tengo que conseguir dos mil dólares.

CHICO: Jefe, es una chica muy simpática. Tenemos que sacar a ese chico de la cárcel. ¿Dónde podemos conseguir los dos mil de la fianza?

GROUCHO: Ese es el problema. ¿De dónde vamos a sacar los dos mil dólares? Tengo una idea. Cada uno de ustedes pone mil y yo pongo el sobre.

CHICO: Ah, no; usted tiene que poner otros mil.

GROUCHO: Entonces tendremos tres mil; demasiado. Ahora la pregunta es: ¿cómo vamos a librarnos de los mil que sobran?

CHICO: Oiga, tal vez podamos subir la fianza a tres mil.

GROUCHO: Lo dudo. Son muy especiales. Ravelli, ¿lleva usted sus mil encima?

CHICO: Vamos a ver… tengo sesenta centavos.

GROUCHO: Sesenta centavos. Aún nos falta. Tenemos que conseguir el dinero de cualquier forma.

CHICO: Oiga, yo tengo sesenta centavos y ella muy buenas formas.

GROUCHO (dramático): Ravelli, no es momento de bobadas. Esta pobre sirvienta está enamorada. Tenemos que sacar a su chófer de la cárcel.

CHICO: Bueno, si no podemos sacarlo, ella puede usar el mío.

GROUCHO: ¡Ah! ¿Pero tiene usted chófer? ¿Qué coche tiene?

CHICO: No tengo coche. Sólo tengo chófer.

GROUCHO: Puede que yo esté mal de la cabeza, pero cuando uno tiene chófer se supone que tiene coche.

CHICO: Tenía uno, pero me costaba demasiado mantener el coche y el chófer, así que vendí el coche.

GROUCHO: Eso demuestra lo ignorante que soy. Yo hubiera mantenido el coche y vendido el chófer.

CHICO: A mí eso no me sirve. Necesito un chófer para que me lleve a casa a ver a mi mujer.

GROUCHO: Si no tiene coche, ¿cómo le va a llevar a casa a ver a su mujer?

CHICO:  Bueno, no tiene que hacerlo. De todos modos, mi mujer no está en casa. Se fue a Reno por motivos de salud.

GROUCHO: ¿A Reno por motivos de salud?

CHICO:  Sí. Me dijo que yo la ponía enferma.

GROUCHO: En fin, la comprendo. Si yo supiera que podía librarme de usted, también me iría a Reno.

CHICO:  ¡Qué bien! Voy con usted.

(Se oye a cierta distancia la voz de MRS. VANDERGRAFF.)

SIRVIENTA (susurra): Viene Mrs. Vandergraff. (Se vuelve.) Será mejor que vuelva a la cocina. (Se abre la puerta.)

MRS. VANDERGRAFF: ¡Oh, Mr. Flywheel! Espero de verdad que se pueda hacer algo para recuperar el diamante Kimberly. Está valorado en unos cien mil dólares. Ofrezco una recompensa de mil dólares a quien lo devuelva.

CHICO: Yo ofrezco dos mil.

GROUCHO: ¡Hummm! Le daré tres mil y eso que el pedrusco no es mío. (Murmura.) Y ella ofrece mil. La muy tacaña.

MRS. VANDERGRAFF: He dicho que daría mil dólares.

CHICO: Nosotros no encontramos diamantes por menos de dos mil.

GROUCHO: Son las tarifas en todos los sitios.

MRS. VANDERGRAFF: Caballeros, tenemos que encontrar el diamante. Y quiero darles las gracias por mantener sus actividades en secreto. Ninguno de mis huéspedes sospecha que ha habido un robo. Estoy preocupada sobre todo por Mr. Baldwin, el filántropo. Quiero hacer su estancia aquí agradable.

GROUCHO: Entonces tengo una idea.

MRS. VANDERGRAFF: ¿En serio?

GROUCHO: Sí. Si quiere hacerle la estancia agradable, ¿por qué no se quita usted de en medio hasta que él se marche?

(Sube la música.)

BALDWIN (abre la puerta): Buenos días, Mrs. Vandergraff.

MRS. VANDERGRAFF: Buenos días, Mr. Baldwin. Confío en que haya dormido bien esta noche. Aunque me figuro que con la gran cantidad de intereses que tiene en la cabeza —arte, filantropía y esas cosas— nunca podrá descansar bien del todo.

BALDWIN: Sí, sí. Eso es bastante cierto. Ahora mismo tengo la cabeza ocupada con el nuevo teatro de la Opera que podría donar a la ciudad.

MRS. VANDERGRAFF: ¡Espléndido, espléndido, Mr. Baldwin!

BALDWIN: Mrs. Vandergraff, si no le importa que se lo pregunte, me gustaría saber quiénes son esos dos caballeros con pinta rara que tiene usted invitados. Mr… Flywheel, y me parece que… un tal Mr. Ravelli.

MRS. VANDERGRAFF: Mr. Flywheel es mi abogado (Se abre la puerta.) Aquí está Mr. Flywheel. Quiero presentárselo. Mr. Flywheel, éste es Mr. Baldwin.

GROUCHO: ¿Es necesario que le dé la mano?

MRS. VANDERGRAFF: Ustedes dos, caballeros, tienen mucho en común, así que les dejaré a solas para que charlen un rato. (Se vuelve.) Hasta luego. (Abre y cierra la puerta.)

GROUCHO: Bien, Mr. Baldwin, la verdad es que me alegro de haber tropezado con usted. Y menos mal que no se trataba de un automóvil.

BALDWIN: He oído hablar de usted, Mr. Flywheel.

GROUCHO: Así es la vida; usted a oído hablar de mí y yo he oído hablar de usted. Ahora, ¿ha oído usted el de los dos irlandeses?

BALDWIN (partiéndose de risa): Sí, sí.

GROUCHO: Bien, ahora que ya está usted histérico, hablemos de negocios. Me llamo Flywheel.

BALDWIN: Y yo Roscoe W. Baldwin

GROUCHO: Yo soy Waldorf T. Flywheel. Le apuesto lo que quiera a que no sabe qué significa la T.

BALDWIN: ¿Thomas?

GROUCHO: No, Edgar. Se ha acercado mucho y me apuesto algo a que aún está usted cerca. Ahora, Mr. Baldwin, vayamos a lo que quería hablar con usted. ¿Le gustaría financiar el edificio de una nueva Facultad de Derecho?

BALDWIN: Bueno, ¡ésa es una buena pregunta!

GROUCHO: Sí, es una pregunta. La verdad es que usted reconoce una pregunta en cuanto la oye. Le felicito, Mr. Baldwin. Y eso nos lleva derechos a donde estábamos. ¿Le gustaría financiar el edificio de una nueva Facultad de Derecho?

BALDWIN: ¿Ha pensado usted en algún tipo especial de Facultad de Derecho?

GROUCHO: Bueno, le diré algo. Me estoy haciendo viejo y hay una cosa que siempre he deseado hacer.

BALDWIN: ¿De qué se trata?

GROUCHO: Jubilarme. ¿Le interesa una propuesta de este tipo? Siempre he pensado que mi jubilación sería una de las mayores contribuciones a la profesión que el mundo haya conocido nunca. Esta es su gran oportunidad, Mr. Baldwin. Cuando pienso en lo que ha hecho usted por este país… y, a propósito, ¿qué ha hecho usted por este país?

BALDWIN: Bueno, he intentado hacer lo que he podido. Especialmente en el mundo del arte.

GROUCHO: Bien, no sé cómo hemos venido a parar a esto, pero ¿qué opina usted del arte?

BALDWIN: Me alegro de que me lo pregunte.

GROUCHO: Retiro la pregunta. Dígame, Mr. Baldwin, ¿dónde piensa situar su nuevo teatro de la Opera?

BALDWIN: Pensaba situarlo en algún lugar próximo a Central Park.

GROUCHO: ¿Y por qué no ponerlo en el mismo Central Park?

BALDWIN: ¿Se podría hacer eso?

GROUCHO: Claro que sí. Hágalo por la noche, cuando nadie le vea. ¿Por qué no lo pone en el estanque y lo cubre? Naturalmente eso podría ser un problema para el suministro de agua. Pero, después de todo, debemos recordar que el arte es el arte. Aunque, por otra parte, el agua es el agua, ¿no es cierto? Y el este es el este y el oeste el oeste. Y si se ponen arándanos a cocer como si fueran salsa de manzana, siguen sabiendo mucho más a ciruela de lo que sabe el ruibarbo. Y ahora, dígame lo que sabe.

BALDWIN: Bien, estoy encantado de darle mi opinión.

GROUCHO: Eso está bien. Alguna vez ya se la pediré. Recuérdemelo, ¿lo hará? Le diré lo que podemos hacer. ¿Puede venir a mi oficina mañana a las diez de la mañana? Si no estoy allí, pregunte por Mr. Ravelli, mi ayudante. Y si le dirige la palabra, le despediré. Entonces, quedamos el martes a las tres. No, mejor el viernes. Me voy a Europa el jueves. Perdón, me llamo Flywheel. Siempre he deseado conocerle, Mr. Baldwin. Dígame, Mr. Baldwin, ¿qué piensa usted de la Bolsa?

BALDWIN: Bueno, ya sabe usted que el año pasado fue, después de todo, año de elecciones presidenciales.

GROUCHO: ¿No fue horroroso? Todo el mundo se quejaba. ¿Recuerda el año en que tuvimos una plaga de buitres? También yo les voté. ¿Y qué logré? Muchas promesas antes de las elecciones y muchos impuestos después. ¿Qué piensa del problema del tráfico? ¿Qué piensa del problema del matrimonio? ¿Qué piensa por la noche antes de irse a la cama, eh, mala bestia?

BALDWIN: Bien, le diré…

GROUCHO: Prefiero no oír nada más sobre el tema. Recuerde que puede haber viajantes de comercio por aquí.

BALDWIN: Bien, Flywheel; en resumidas cuentas se trata de una cuestión de dinero. Ya sabe que el nickel no es lo que era hace diez años.

GROUCHO: Yo iré aún más lejos. Me bajaré en Filadelfia. Tampoco es lo que era hace quince años. ¿Sabe lo que necesita hoy este país?

BALDWIN: ¿Qué?

GROUCHO: Un nickel a siete centavos. En este país, llevamos usando el nickel a cinco centavos desde 1492. Supondría un ahorro equivalente a cien años de luz diurna. ¿Por qué no le damos una oportunidad al nickel a siete centavos? Si funciona, el año que viene podríamos tener un nickel a ocho centavos. Piense lo que eso significaría. Podría ir al kiosko a comprar un periódico de tres centavos y le devolverían el nickel otra vez. Un nickel bien administrado le duraría a una familia toda la vida.

BALDWIN: Mr. Flywheel, me parece una idea maravillosa.

GROUCHO: ¿Ah, sí?

BALDWIN: Sí.

GROUCHO: Entonces no debe de ser muy buena. Olvídelo. ¿Dónde está mi ayudante? ¿Dónde está Ravelli?

BALDWIN: ¿Para qué lo quiere?

GROUCHO: Tal vez a él no le importe escucharle a usted.

CHICO (se abre la puerta, a cierta distancia): ¿Me llamaba, jefe?

GROUCHO: Sí, Ravelli. Quédese aquí a hablar con este charlatán. A mí no me deja decir ni pío. (Se vuelve.) Me voy a la cocina a ver si ayudo a la sirvienta a olvidar al chófer. (Cierra la puerta.)

BALDWIN: Mr. Ravelli, me llamo Baldwin. Roscoe W. Baldwin.

CHICO: Y yo Emmanuel T. Ravelli. ¿Sabe qué significa la T.?

BALDWIN: ¡Ja! ¡Ja! Esta vez no picaré. Edgar.

CHICO: No: Thomas. ¿Sabe usted que tengo la impresión de que nos conocemos?

BALDWIN: Bueno, soy uno de los hombres más conocidos de América. Los periódicos no paran de sacar mi fotografía.

CHICO: ¿No es usted el Krazy Cat?

BALDWIN: No, no.

CHICO: Vamos a ver. Yo le he visto a usted antes. ¿Ha estado alguna vez en Sing-Sing?

BALDWIN: Por favor…

CHICO: No me lo diga. Déjeme adivinarlo. ¿San Quintín? ¿Alcatraz?

BALDWIN: No. Se equivoca completamente. He pasado la mayor parte de mi vida en Europa.

CHICO: ¿Europa? Ya lo tengo: ¡Checoslovaquia!

BALDWIN: No, no, no.

CHICO: ¡Ah!, ya lo sé. Me ha venido como un relámpago. Usted es Peter Palooky, el mafioso.

BALDWIN: ¡Yo no soy Peter Palooky!

CHICO: Sí, Peter Palooky. ¡Espere! ¡La mancha de nacimiento! Peter Palooky tenía una mancha de nacimiento en el brazo. (Empiezan a forcejear.)

BALDWIN: ¡Por favor! ¿Qué intenta hacerme? ¡Quíteme las manos de encima! ¡Deje de estirarme la manga!

CHICO: ¡Aja! Aquí está la mancha de nacimiento. ¿Lo ve? Tenía razón.

BALDWIN: Vale, vale, lo confieso. Yo era Peter Palooky. Pero, por favor, no se lo diga a nadie. Si se calla, no se arrepentirá. Le daré… ¿qué le parecen… no sé… quinientos dólares?

CHICO: ¡Tacaño! ¡Quinientos dólares!

BALDWIN: Mire; es todo el efectivo que llevo.

CHICO: De acuerdo, le aceptaré un pagaré.

BALDWIN: Lo siento, pero ésta es mi última oferta. No me sacará más.

CHICO: ¿Eso es todo lo que ofrece? Muy bien, lo pregonaré a los cuatro vientos. (Canta en voz alta): «Es Peter, el estafador… Peter, el mafioso».

BALDWIN: Cállese. Por favor, por favor; espere un momento. Tengo un cheque de mil dólares. Aquí está, tenga. ¿Así le parece mejor?

CHICO: ¿Tiene fondos?

BALDWIN: Claro que hay fondos. ¿Quién me iba a dar a mí un cheque sin fondos?

CHICO: Yo mismo.

BALDWIN: Muy bien, si no acepta este cheque, usted se lo pierde.

CHICO: De acuerdo. (En voz alta): Es Peter, el mañoso, Peter, el estafador.

BALDWIN: Chisss. ¡Por favor!

CHICO: Hombre, ahora sé quién cogió el diamante Kimberly.

BALDWIN: Por favor, por favor. No diga nada y le daré los cinco mil.

CHICO: ¡Ah, sí! Mrs. Vandergraff es mi amiga. ¿Cree que la iba a traicionar por cinco mil dólares? Tendrá que subir a seis mil.

BALDWIN: De acuerdo. Aquí tiene todo el dinero que llevo encima. Iré al banco a buscar el resto. Pero recuerde que me prometió no decir ni palabra de esto a Mrs. Vandergraff.

CHICO: O.K., cuatrero. Se lo prometo.

(Voces de GROUCHO y de MRS. VANDERGRAFF a cierta distancia.)

BALDWIN: Chisss. Parece que vienen Mrs. Vandergraff y Mr. Flywheel.

(Se oye la risa de MRS. VANDERGRAFF)

MRS. VANDERGRAFF: ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ¡Oh, Mr. Flywheel!

GROUCHO (suplicante): ¡Oh! Vamos, sólo un beso.

MRS. VANDERGRAFF (tímidamente): ¡Pero Mr. Flywheel!

GROUCHO: No lo quiero para mí. Es para un viejecito ciego.

MRS. VANDERGRAFF: ¿Un ciego?

GROUCHO: Pues claro. Si pudiera verle la cara, no le aceptaría el beso. Vamos, rosa de abril, quítese las espinas.

CHICO (a distancia): ¡Eh! Yo me sé una canción sobre una espina. «Eres como una espinita…» (Carcajada.) Buena broma, ¿eh?

GROUCHO: Déjelo, Ravelli. ¿Ha sabido algo del diamante Kimberly?

CHICO: ¡Ah!, sí, jefe. Ahora iba a decírselo. ¡Lo que se va a reír usted! ¿Sabe quién robó el diamante?

BALDWIN (aterrorizado): Por favor, Mr. Ravelli. Recuerde su promesa.

CHICO: Déjemelo a mí, Peter. Déjemelo a mi.

GROUCHO: Diga, hombre, diga ¿Quién robó el diamante?

CHICO: Este tipo. Peter el mafioso.

MRS. VANDERGRAFF: ¿Peter el mañoso?

CHICO: Eso es. ¿Verdad, mañoso?

BALDWIN: Usted… usted, rata traidora me prometió que no se lo diría a Mrs. Vandergraff.

CHICO: Y no se lo he dicho a Mrs. Vandergraff. Se lo he dicho a Mr. Flywheel, mi jefe.

(La música sube de volumen.)

COLOFON

GROUCHO: Señoras y señores. Mi hermano Chico y yo acabamos de volar de Hollywood a Nueva York. El tiempo era espléndido para volar.

CHICO: Oye, espera un momento, Groucho. Yo te vi en el tren conmigo. No volabas.

GROUCHO: Naturalmente que sí. Volaba una cometa desde la plataforma. ¿Sabes que Benjamín Franklin hacía sólo eso y descubrió la electricidad?

CHICO: Pues si le hubiera dado al interruptor podía haberse ahorrado tiempo.

GROUCHO: ¡Qué tonto eres! Consiguió electricidad a partir del rayo y el rayo no golpea dos veces en el mismo sitio.

CHICO: Mi padre era diferente. Siempre me encerraba en el mismo sitio, en la carbonilla, donde yo solía jugar.

GROUCHO: ¿Carbonilla? Querrás decir en la carbonera.

CHICO: No, la carbonera es un sitio donde se guarda el carbón. Yo solía jugar en la carbonilla, donde se guardan los coches.

GROUCHO: ¡Chico! Los coches no están en la carbonilla. La carbonilla se encuentra en los coches que no usan un buen combustible como Esso, más poderoso que cualquier otra gasolina.

(Sintonía musical.)