Episodio n.° 3 12 de diciembre de 1932
FIVE STAR THEATRE
PRESENTA
BEAGLE, SHYSTER, Y BEAGLE
Reparto
Groucho Marx como Waldorf T. Beagle
Chico Marx como Emmanuel Ravelli
Miss Dimple
Cliente
Poli
Mujer
Mayordomo
Guardián
(Tecleo de máquina de escribir; suena el teléfono.)
MISS DIMPLE: Oficina de los abogados Beagle, Shyster y Beagle… ¿Mr. Beagle? No, no ha llegado… ¿Que le devolvieron el cheque? Debe tratarse de una equivocación. Se lo diré a Mr. Beagle. De acuerdo. (Cuelga el teléfono… Vuelve a teclear… Se abre la puerta.) Buenos días, Mr. Beagle. El casero ha vuelto a llamar. Quiere que le pague su alquiler.
GROUCHO: ¿Que tengo que pagar su alquiler? ¿Y por qué? Si no puedo pagar ni el mío. ¿Alguna otra llamada?
MISS DIMPLE: Sí, llamó el de la lavandería. Han devuelto el cheque que usted envió.
GROUCHO: ¿Que lo han devuelto? Perfecto, coja ese cheque y envíeselo al casero.
MISS DIMPLE: Pero es que el de la lavandería dice que se lo han devuelto del banco porque su cuenta no tiene fondos; quiere que lo abone directamente en su cuenta corriente.
GROUCHO: Con que sí ¿eh? Pues si cuenta con la corriente que abra la ventana. De ahora en adelante, Miss Dimple, envíe mi ropa sucia a casa de mi mujer. Sus clientes dicen que trabaja muy bien.
MISS DIMPLE: Sí, Mr.… A propósito, Mr. Beagle: ¿cómo le fue en el juzgado?
GROUCHO: Espléndido, espléndido, Miss Dimple. He librado a mi cliente.
MISS DIMPLE: ¿Qué lo ha librado usted?
GROUCHO: Sí, le he librado de la calle durante seis meses. Le han metido en un correccional.
(Se abre la puerta.)
MISS DIMPLE: Pase.
CHICO: Hola, jefe. Le he estado buscando en el billar.
GROUCHO: Ah, es usted, Ravelli. Buen ayudante está usted hecho. ¿Qué es esto de llegar a estas horas?
CHICO: Bueno, jefe, no pensaba venir, pero llegó un poli y me echó del parque.
GROUCHO: Escuche, Ravelli, en este trabajo está haciendo el zángano. Mire la mesa. ¡Tiene polvo acumulado de diez semanas!
CHICO: Yo no tengo la culpa de eso. Sólo llevo tres semanas trabajando aquí. Pero escuche, jefe, traigo buenas noticias.
GROUCHO: ¿Quiere decir que se despide?
CHICO: No, no me despido; las buenas noticias son para usted.
GROUCHO: Escuche, Ravelli, la única buena noticia que podría darme sería la de que se ha colgado usted de un pino.
CHICO: No me entiende. Tengo otro cliente.
GROUCHO (nervioso): ¿Un cliente nuevo? ¿Dónde está? ¿Por qué no entra?
CHICO: No puede. No puede entrar. Está un poquito inconsciente. Va a tener usted que salir y ayudarme a mantenerlo en pie.
GROUCHO: ¿Mantenerlo yo? Que vaya a ver a mis acreedores. Me están manteniendo desde hace diez años. Ravelli, hay que traerlo aquí. No me importa cómo, por las buenas o a rastras. Y no tenemos buenas, así que decida usted mismo.
CHICO: Está bien. Lo traeré a rastras.
(La puerta se abre y se vuelve a cerrar.)
GROUCHO: Rápido, Miss Dimple, prepare una factura de quinientos dólares por servicios legales.
MISS DIMPLE: ¿Quién es el cliente?
GROUCHO: No lo sé. Ravelli no lo ha traído aún. Cuando haya terminado, baje a comprarme un par de puros a la vuelta de la esquina.
MISS DIMPLE: ¿De los que le compré ayer?
GROUCHO: No, cómpreme unos más fuertes.
MISS DIMPLE: ¿Más fuertes?
GROUCHO: Sí, mucho más fuertes. Los que me trajo ayer se me rompieron en el bolsillo.
(Se abre la puerta.)
CHICO: Bueno, aquí traigo a este vejestorio, jefe. ¿Dónde lo pongo?
GROUCHO: Póngalo en esa silla. Lo veo bien para ser un vejestorio.
CHICO: Yo también lo veo bien. Estuve buscando un vejestorio así todo el día.
CLIENTE (resoplando): Caballeros, no me gusta que me llamen vejestorio.
CHICO: Vale, vale, entonces le llamaré viejo cascarrabias, ¿eh, vejestorio?
CLIENTE: Me llamo John Smith.
GROUCHO: ¿Es usted el capitán John Smith? ¿Y cómo está Pocahontas? Miss Dimple, envíe esa factura al capitán John Smith. Capitán, ¿lleva usted algún sello encima?
CHICO: Buena pregunta, jefe. Si lleva algún sello encima no tendré que cargarlo más, podemos enviarlo a casa por correo.
CLIENTE: Por favor, Mr. Beagle. Estoy aquí por un asunto de negocios. Iba a ver a mi banquero, aquí al lado, cuando me tropecé con su pasante, Mr. Ravelli.
GROUCHO: ¡Pues qué mala suerte la suya!
CLIENTE: Me convenció de que debería revisar mi testamento, por lo que me fui a casa a recogerlo. Pensé que así mataría dos pájaros de un tiro.
GROUCHO: Escuche, Smith, primero veamos el testamento; lo de cazar pájaros lo podemos dejar para más tarde.
CLIENTE: Muy bien, le leeré mi testamento: «Yo, John Smith, en posesión de mis facultades mentales…».
GROUCHO: Así que en posesión de sus facultades, ¿eh? Bien, eso es lo primero que habrá que descartar.
CHICO: Vale, yo quiero tres.
GROUCHO: ¿Tres qué?
CHICO: Tres cartas.
GROUCHO: Muy bueno, Ravelli, eso está bien. Aquí tiene, tráguese este pañuelo y así nosotros también le podremos descartar.
CLIENTE: Si no les importa, proseguiré con la lectura…
GROUCHO: Tráguese este pañuelo.
CLIENTE (continuando): «Un millón de dólares en efectivo, que yo…»
GROUCHO: ¿Tiene usted un millón de dólares en efectivo? Ravelli, el capitán Smith es nuestro invitado. Saque la mano de su bolsillo.
CHICO: ¡Ja, ja! Ha sido una pequeña equivocación, jefe. Su traje se parece mucho al mío y creí que era mi bolsillo.
GROUCHO: No le haga caso, capitán. Siga con el testamento.
CLIENTE: «Un millón de dólares en efectivo, que otorgo y lego a mi querida y bienamada tía Sara.»
GROUCHO: ¡A la tía Sara! ¿Quiere usted decir que va a entregar todo ese dinero a una mujer con la que ni siquiera está casado? Capitán, usted sabe que la gente hablará. Sabe lo que dirán, capitán. Piense en el buen nombre de esa mujer. Sara es un nombre muy bueno. Pregúntese si va a ser usted justo con esa ancianita de pelo hirsuto que ha luchado todos estos años para quedarse con su dinero. No, capitán, no, una y mil veces no.
CLIENTE: Mr. Beagle, lo que me dice es sorprendente.
GROUCHO: ¡Espléndido, capitán, espléndido! Sabía que acabaríamos estando de acuerdo. Ahora, respecto a ese millón de dólares, sugiero que los destine a caridad. Tengo la clase de caridad que usted necesita: medio millón para la Fundación Beagle para el Progreso de Beagle; y el otro medio millón para la Fundación Ravelli para el Progreso de Beagle.
CHICO: Eso está muy bien, jefe. De ahora en adelante le llamaré Beagle Trato Limpio.
CLIENTE: ¿Puedo decir una palabra al respecto?
GROUCHO: Muy bien, capitán.
CLIENTE: Mr. Beagle…
GROUCHO: Ya basta. Eso son dos palabras. Me pide que le deje decir una palabra, yo acepto y va usted y dice dos. ¡Y yo que creía que se podía confiar en usted!
CLIENTE (indignado): Atienda una cosa, Mr. Beagle, ha de saber que soy tan honesto como pueda serlo usted.
CHICO: Espere un segundo. O sea que es usted tan honesto como Mr. Beagle, ¿no? Jefe, creo que será mejor que cerremos la caja fuerte con llave.
CLIENTE: Si no les importa, continuaré leyendo mi testamento. Ahora… ah, sí… «Mi casa de Long Island, mi villa en Newport, mi yate y mis tres coches se los dejo a mi leal hermano, Hector…»
CHICO: ¿Hector? ¿Qué clase de hector… un hector de cine?… Oiga, ¿y cómo se llama?
CLIENTE: Se llama Hector, Hector Smith. Es inventor.
CHICO: ¡Eh, yo también me invento cosas! ¿Quiere que le cante la última canción que me he inventado?
CLIENTE: ¡Tal vez no estoy siendo lo suficientemente claro!
GROUCHO (sotto voce): Transparente, capitán. Puedo ver perfectamente a través suyo.
CLIENTE: Deseo legar el resto de mi patrimonio a mi hermano, Hector.
GROUCHO: Capitán John Smith, estoy sorprendido. ¿Quiere decir que va a dejar a Pocahontas sin un centavo? ¡Después de todo lo que ha hecho por usted! ¿Pero, por qué? Le salvó la cabellera. ¿Y qué otro tónico capilar lo hubiera hecho? Además…
CLIENTE (indignado): Caballeros, nunca…
GROUCHO (interrumpiendo): No pasa nada, capitán. Está todo arreglado. Esa rata…
CLIENTE: ¿Qué rata?
GROUCHO: Quiero decir que su hermano Hector… está desheredado. La casa…
CHICO: Vale, jefe, vale. Me quedo con la casa.
GROUCHO: ¿Que se queda con la casa? ¿Cree que a mí me gusta vivir en esta oficina?
CHICO: Está bien, jefe. Quédese usted con la casa. Yo me quedaré con los tres coches.
CLIENTE: Escúcheme un momento, Mr. Ravelli, quisiera…
GROUCHO: Cierre el pico, Smith. Puedo defenderme yo solo. Ravelli, hablemos sobre este tema. ¿Qué le gustaría a cambio de uno de esos coches?
CHICO: Oh, no, no quiero vender, jefe. Estos coches han pertenecido a la familia desde hace años.
GROUCHO: Pero yo estoy dispuesto a pagar, Ravelli, y generosamente. Le daré a usted la villa y le dejaré el número de teléfono de mi chica.
CHICO: No quiero el número de teléfono de su chica. Cada vez que la llamo, contesta usted.
CLIENTE: Caballeros, me sorprende que no tomen en consideración mis deseos en este asunto. Yo…
GROUCHO: Capitán, tiene usted toda la razón del mundo. Puede firmar aquí. Si quiere alguna cosa, puede encontrarme en la oficina o en mi casa. Estoy en casa todas las noches, excepto los jueves.
CHICO: ¿Dónde va usted el jueves?
GROUCHO: El jueves es la noche libre de la sirvienta y siempre salgo con ella.
(La música sube de volumen.)
(Ruidos callejeros; bocinas; sonidos de motores de coche.)
CHICO: Oiga, jefe, no vaya tan rápido. Estamos en Long Island. Puede que la casa del capitán Smith esté en la siguiente travesía. Mejor será que conduzca más despacio.
GROUCHO: ¿Y dónde está su vena deportiva? Una carrera es una carrera. ¿Cree que voy a dejar que nos gane ese poli de la moto?
(Ruido de sirena.)
CHICO: Oiga, jefe, vigile usted.
GROUCHO: Vigílela usted la farola. ¡No ve que yo tengo las manos ocupadas conduciendo!
CHICO (acalorado): ¡Eh, cuidado! ¡Le digo que tenga cuidado! ¡La farola!
(Choque. Se acerca una moto de la policía con la sirena encendida.)
GROUCHO: Ravelli, Ravelli, ¿dónde está?
CHICO: Estoy aquí, jefe. Aquí arriba, en lo alto de la farola.
GROUCHO: Le dije que vigilara la farola, no que se sentara en ella. Baje de ahí.
(El ruido de la sirena se acerca y se detiene.)
POLI: ¿Dónde es el fuego?
CHICO: No lo sé, señor agente, venimos de fuera de la ciudad.
POLI: ¿Ah, sí? Pues esto lo van a pagar.
CHICO: ¿Qué quiere decir con que tenemos que pagar? No nos jugábamos nada en esta carrera.
POLI: Iban ustedes a setenta millas por hora.
CHICO: Se equivoca, oficial. No llevábamos una hora conduciendo. Hace sólo quince minutos que robamos este coche.
POLI: ¿Saben ustedes que van en contra dirección, que se han estrellado contra una cerca, que han derribado una farola, chafado un carreta y chocado de frente contra un coche?
GROUCHO: Atienda un momento, oficial. He pagado tres dólares por mi carnet de conducir. ¿Acaso eso no me da derecho a algún privilegio?
POLI: Cálmese, cálmese y firme este volante.
CHICO: Eh, oficial, yo también quiero un volante. No tengo coche pero algo es algo.
GROUCHO: Puede darle usted el mío, oficial. No creo que me moleste en ir al hospital. La última vez que entré en uno me costó quince pavos a pesar de llevar un volante firmado.
POLI: Cállese usted de una vez y coja la multa. Me voy.
(La moto arranca y desaparece.)
CHICO: Oiga, jefe, ¿qué hacemos con el coche?
GROUCHO: Déjelo ahí. Seguramente no estará pagado. Pero bueno, ¿qué le parece? Hemos venido a parar justo delante de la casa que buscábamos. El capitán Smith dijo que era una casa de ladrillo con porche en la entrada.
CHICO: ¿Qué clase de porche, delantero o trasero?
GROUCHO: No lo dijo. Sólo dijo que era una casa con porche a la entrada.
CHICO: Muy bien, iré por detrás a ver si hay un porche delantero. Usted puede mirar en la entrada si hay porche trasero. Me apuesto lo que quiera a que el capitán Smith se va a llevar una sorpresa cuando nos vea entrar.
GROUCHO: ¡El bueno de Smith! Es maravilloso que nos haya dejado la casa. ¿Sabe una cosa? Casi voy a sentir que estire la pata.
CHICO: No se preocupe, jefe. Se la volveremos a encoger. ¡Eh, mire, aquí hay una ventana! Podemos entrar por ahí.
GROUCHO: Ravelli, un caballero no entra jamás a una casa por la ventana. Así que entre usted por la ventana y abra la puerta cuando yo llame al timbre.
(Se levanta la ventana, ruido al entrar.)
MUJER: Jameson, ¿quién es este hombre?
MAYORDOMO: La verdad es que no lo sé, señora. Se debe de haber descolgado por la ventana.
MUJER: Señor, ¿quién es usted?
CHICO: ¿Yo? Emmanuel Ravelli. Y también sé quién es usted. Usted no me engaña. Es la tía Sara.
MUJER: Debe de estar loco.
(Suena el timbre de la puerta.)
CHICO: No, yo no estoy loco, tía Sara. Será mi jefe el que se pondrá como loco si no le abro la puerta rápido.
MUJER: ¿Qué van a pensar mis invitados? Jameson, saque a este hombre de aquí enseguida.
CHICO: ¡Ah, no!, no pienso salir con él. Pero saldré con usted una de estas noches. ¿Vale, pequeña? ¿Qué me dice a eso?
(Suena el timbre de la puerta.)
MUJER: Esto es intolerable. Jameson, vaya a ver quién llama.
MAYORDOMO: Sí, señora. (Abre la puerta.)
GROUCHO (indignado): ¿Dónde está ese Ravelli? ¡Menudo burro he pescado!
CHICO: Oiga, que los burros no se pescan. Se pescan las sardinas o los chicharros.
GROUCHO: Aquí me tiene, esperando en el umbral de la que, prácticamente, es mi casa.
MUJER: ¿Su casa? Usted debe de estar loco.
CHICO: Tiene usted razón, tía Sara; esta no es su casa. La mitad es mía. Yo fui quien trajo al vejestorio a la oficina.
MUJER: ¿El vejestorio? ¿Se puede saber de qué están hablando?
GROUCHO: Con que juega a hacerse la tonta, ¿eh? Bien, dos pueden jugar ese juego mejor que uno, y Ravelli ni siquiera juega porque ya es tonto.
MUJER: Caballero, dígame de una vez qué puedo hacer por usted.
GROUCHO: Discutiremos eso más tarde, señora. En este momento estoy trabajando. Si el vejestorio quiere que yo me quede con su casa cuando él estire la pata, tendrá que ponerla a mi gusto. Fíjese en esos cuadros de la pared, ¡son espantosos!
MUJER: Pero ¿qué dice? ¡Esos cuadros son obras maestras! ¡Tienen doscientos años!
GROUCHO: ¿Doscientos años? Desde luego, ya lo parece. Fíjese, Ravelli, son más viejos que mi abrigo. Quite esos cuadros de la pared y cuelgue mi abrigo en su lugar.
MUJER: Quite las manos de esos cuadros. Le estoy diciendo que son de antiguos maestros.
CHICO: ¿Ese es un antiguo maestro? Pues a mí me parece más bien una señora.
GROUCHO: Cierre el pico, Ravelli. De todos modos, los cuadros no son la única cosa que hay que mejorar. Mañana daremos a la casa una capa de pintura. Una buena capa, y al día siguiente le pondremos los pantalones y el chaleco.
MUJER: ¿Qué significa todo esto?
GROUCHO: El testamento que tengo en mi poder lo explica todo. Si me acompaña al salón, se lo leeré. Jameson, un whisky con soda… El whisky para mí y la soda para Ravelli. Bicarbonato de soda.
MUJER: Todo esto… es absolutamente intolerable.
GROUCHO: Señora, si fuera usted tan gentil de cerrar la boca, leería el testamento. Ejem, ahí va: «Yo, capitán John Smith, conocido por mi abogado como "el vejestorio", de sesenta y ocho años de edad y muy repulsivo…». ¿Qué le parece hasta aquí, Mrs. Smith?
MUJER: Yo no soy Mrs. Smith. Debe de tener la dirección equivocada.
CHICO: Eso sí que no; tenemos la dirección exacta. Es usted la que debe de estar en una casa equivocada.
MUJER: Esto es ridículo. Hace años que vivo aquí. ¡Y le digo que no hay ningún Smith aquí!
GROUCHO: ¡Que no hay ningún Smith! ¿Y por qué no lo dijo antes?
MUJER: Eso es precisamente lo que intentaba hacer…
GROUCHO: Ya comprendo. Pensó divertirse un poco a costa nuestra. Señora, soy abogado, mi tiempo vale dinero y usted va a pagármelo. Por la mañana recibirá una cuenta de seis dólares.
CHICO: Eh, jefe ¿y qué pasa conmigo? También yo estoy aquí.
GROUCHO: Mi pasante tiene razón, señora. También él está aquí. Le rebajaré la factura a… digamos… cuatro.
(Sube el volumen de la música.)
MISS DIMPLE (con tono de fatiga): Hola, ¿Mr. Smith? ¿Es usted el John Smith que vino a la oficina de Beagle, Shyster y Beagle hace unas seis semanas para redactar un testamento?… ¿No?… Muy bien, no tiene por qué ser usted tan impertinente… Adiós. (Cuelga el teléfono.) No hay nada que hacer, Mr. Beagle; he probado con todos los John Smith de la guía y no hay modo de encontrarlo. La verdad es que ya no sé dónde buscarlo.
GROUCHO: ¡Yo sí sé dónde buscarle! Lo que me gustaría saber es dónde encontrarlo. ¡El muy víbora! Me promete que va a dejarme su fortuna y lo único que hace es dejarme solo.
MISS DIMPLE: ¿Desea algo más?
GROUCHO: Sí, quiero que devuelva a la biblioteca mi libro de leyes y que saque De cómo los piratas se hicieron con el negocio del pantalón. Todos mis amigos hablan de él.
(Se abre la puerta.)
CHICO: Hola, jefe. ¿Cómo van las cosas?
GROUCHO: Ravelli, ¿qué está usted haciendo aquí? Creo haberle dicho que saliera a buscar a Smith.
CHICO: Ya lo sé, jefe. Pero es que está lloviendo.
GROUCHO: Bien, pues deje que llueva.
CHICO: Eso es lo que iba a hacer.
GROUCHO: Es lo que faltaba. Está usted despedido. Lárguese, Ravelli. Váyase. No volverá a ensuciarme las toallas de mi oficina. Miss Dimple, borre su nombre de la nómina.
CHICO (triste): Ya ve, Miss Dimple. Llevo dieciocho años busca que te busca un trabajo y, cuando lo encuentro, el jefe me despide.
MISS DIMPLE: ¿Y cómo puede haber estado dieciocho años buscando trabajo sin encontrar ninguno?
CHICO: No lo sé, Miss Dimple. Creo que ha sido una cuestión de suerte.
(Llaman a la puerta.)
MISS DIMPLE: Ya abro yo, Mr. Beagle… ¡Pero si es Mr. Smith!
GROUCHO: ¿Smith? ¡Ravelli, Ravelli, es Mr. Smith!
CHICO: ¡Pero si es el Capi! ¡Y tiene buen aspecto!
GROUCHO: De pena, pero no se preocupe por eso, Ravelli. De ahora en adelante estará a nuestro cuidado.
SMITH: ¿Cómo están, caballeros? Venía…
CHICO: Aquí tiene, Capi, siéntese.
GROUCHO: No, no, Ravelli, ahí no. Siéntele junto a la ventana. Ahí hace corriente; aquí tiene, capitán, siéntese. ¿Qué tal?
SMITH (estornuda): Aquí hace frío. Cogeré un resfriado.
GROUCHO: Ah, muy bien. Ravelli, abra la otra ventana.
SMITH: No, no, sería mejor que cerrara la ventana. Está lloviendo.
GROUCHO: ¿Y qué? Aunque cierre la ventana, lloverá igual.
SMITH: Mr. Beagle, a propósito del testamento que usted me redactó. No hay una sola cláusula sensata.
CHICO: Se equivoca. No quiere decir cláusula sensata sino la Santa Claus; pero a mi no me engaña: Santa Claus no existe.
SMITH: Eso no viene a cuento. Estaba pensando que, en lugar de dejar ese millón a las fundaciones que usted mencionó, sería mejor dejar la mitad a mis hijos y la otra mitad a un orfanato.
GROUCHO: Tonterías, Smith. Eso representa un lío de contabilidad. En lugar de dejar la mitad a sus hijos y la otra mitad al orfanato, ¿por qué no deja a sus hijos en el orfanato y… el millón a mí?
SMITH: ¿Dejarle a usted un millón, así, en frío?
CHICO: No se preocupe, Capi, no se preocupe. Ya se lo calentaremos.
(Llaman a la puerta.)
GROUCHO: Miss Dimple, abra la puerta. Ravelli, esconda al capitán. Pueden ser sus familiares.
HOMBRE (con aspereza): Estoy buscando a… ¡Ah, estás aquí, Smith! Vas a venirte conmigo.
CHICO: Ah, no, eso sí que no. Nosotros vimos al capitán primero.
HOMBRE Vamos, Smith.
SMITH (enfadado): Déjeme en paz. Tengo asuntos que atender. Estoy con mi abogado.
«No hay una sola cláusula sensata.». Escena de la ruptura del contrato de Una noche en la ópera.
GROUCHO: Atienda un momento, forastero: si quiere llevarse a Smith, tendrá que dejarnos un depósito. Tenemos un millón de dólares inmovilizado en el viejo aguafiestas.
HOMBRE Tengo que llevármelo. Se escapó del manicomio.
GROUCHO: ¿Qué?
CHICO: ¿Qué ha dicho usted?
HOMBRE Venga. Puede ponerse violento de un momento a otro.
SMITH: ¡Déjenme en paz! ¡Déjenme en paz! (Empieza a gritar.)
HOMBRE ¡Sujétenle! ¡Sujétenle!
GROUCHO: ¿Que le sujetemos? Sujétele usted; nosotros estamos de él hasta las narices.
SMITH: Ya te pillaré, Beagle.
GROUCHO: ¡Quítese de en medio, Ravelli! (Se oye un golpe tremendo.) ¡Eh, Ravelli!, ¿qué hace saltando por la ventana delante de su jefe?
(Sintonía musical.)