Episodio n.° 15 6 de marzo de 1933
FIVE STAR THEATRE
PRESENTA
FLYWHEEL, SHYSTER, Y FLYWHEEL
Reparto
Groucho Marx como Waldorf T. Flywheel
Chico Marx como Emmanuel Ravelli
Miss Dimple
Fischer, director de los almacenes
Empleada
Viejo Jo
Clancy, detective de los almacenes
Cobrador
Cliente
Oficial
Cleptómana
Clienta
Secretaria
(Se oye tecleo de máquina de escribir; suena el teléfono.)
MISS DIMPLE: Despacho de los abogados Flywheel, Shyster y Flywheel… No, Mr. Flywheel no está. Ha ido a los grandes almacenes Fischer para una consulta con el propietario, Mr. Fischer… ¿Que quiere hablar con el pasante de Mr. Flywheel?… No, Mr. Ravelli tampoco está. También ha ido a los grandes almacenes Fischer. Creo que le podrá encontrar allí. (El sonido se desvanece gradualmente.) Adiós.
(Crece el volumen del teléfono sonando.)
SECRETARIA: Buenos días. Grandes almacenes Fischer, oficina de Mr. Fischer… Le avisaré. ¡Mr. Fischer!
FISCHER (a lo lejos): Ahora no. Ahora no. ¿No ve que estoy ocupado con mis abogados?
SECRETARIA: Lo siento, Mr. Fischer. (Al teléfono): Oiga, Mr. Fischer no puede ponerse… Adiós.
FISCHER (acercándose): Bueno, Flywheel ¿qué piensa usted hacer con esto?
GROUCHO: Fischer, hay mucho dinero en juego y no quiero hacer nada que tenga que lamentar después.
CHICO: Vamos, jefe, decídase.
GROUCHO: Ravelli, no hubiera llegado a donde hoy estoy a base de tomar decisiones precipitadas.
FISCHER: Oh, vamos, vamos, Flywheel. ¡Qué cosas dice usted!
GROUCHO: No me meta prisa. No me aturulle.
FISCHER: Ya va siendo hora de que tome una decisión.
GROUCHO (deliberando): Bueno, de acuerdo, muy bien. Cogeré tres cartas.
CHICO: Eso es, jefe. (Ruido de descarte.) Una… dos… tres.
GROUCHO: Bueno, Fischer, ¿qué tiene usted?
FISCHER: Tengo cuatro reyes.
GROUCHO (se ríe entre dientes): No ha habido suerte, Fischer, muchacho. Yo tengo cinco ases.
CHICO (se ríe entre dientes): Habéis perdido, chicos. Yo tengo seis ases.
FISCHER (indignado): ¡Flywheel, yo no sé cómo llama usted a este juego, pero su pasante se ha repartido seis ases!
GROUCHO: Bueno, le tocaba dar a él, ¿no? Lo que le pasa a usted, Fischer, es que no confía en nadie. Es un mal perdedor. Aunque, sinceramente, prefiero un mal perdedor que un buen ganador.
FISCHER: Bien, caballeros, el juego ha terminado. Estoy limpio.
GROUCHO: Pues viéndole nadie lo diría.
FISCHER: Venga, caballeros, olvidemos el juego. Quiero hablar con ustedes de las graves dificultades financieras en que se encuentra mi tienda.
CHICO: Pues claro, Mr. Fischer, pero primero a ver si acierta esta adivinanza: ¿qué diferencia hay entre usted y una mofeta?
FISCHER: Seguro que no lo sé.
CHICO: Yo tampoco lo sé. Puede que no haya ninguna diferencia. (Se ríe.) ¡Amigo, vaya chiste!
FISCHER (molesto): Por favor, caballeros. Les he hecho venir aquí para que me aconsejen legalmente. Flywheel, mi almacén no marcha bien últimamente. Si no pago a mis acreedores para el quince de este mes, perderé el negocio.
CHICO: ¡Y qué! Este es un negocio muy grande. Si lo pierde, lo volverá a encontrar fácilmente.
FISCHER: No, no, caballeros. Si no consigo el dinero, mis acreedores se quedarán con mi almacén. ¿Qué me aconseja en su calidad de abogado?
GROUCHO: Fischer, yo le aconsejaría que se tomara unas vacaciones. Recuerde que mucho trabajo y poco juego hacen de Juan un muermo. Y no he visto nunca un muermo mayor que usted, Fischer.
CHICO: Tiene usted razón, jefe. A mi mujer le pasaba lo mismo. Necesitaba descansar y le busqué un trabajo.
FISCHER: ¿Necesitaba descansar y le buscó usted un trabajo?
CHICO: Claro; cuando no tenía trabajo, no tenía vacaciones; así que le busqué un trabajo de lavandera y de este modo el verano que viene tendrá una semana de vacaciones.
GROUCHO: Ravelli, debería avergonzarle que un hombre sano y fuerte como usted permita a su mujer ganarse la vida lavando ropa.
CHICO: Bueno, yo no quiero que lave ropa, pero es lo único que sabe hacer. Iban a darle un buen trabajo en la lavandería El Águila, pero no le dejé cogerlo.
FISCHER: ¿No? ¿Por qué no?
CHICO: Porque mi mujer no sabe nada de lavar águilas.
FISCHER: Caballeros, parece que no entienden la gravedad del problema. Nuestro negocio iba muy bien hasta que abrieron esa gran cadena de tiendas de la esquina.
CHICO: Bueno, si a esa tienda de cadenas le va tan bien, ¿por qué no vende usted también cadenas?
(Se oyen voces airadas al otro lado de la puerta.)
FISCHER: ¿Qué alboroto es ése? (Golpe en la puerta.) Adelante.
CLANCY (acercándose): ¡Usted, entre aquí!
CLEPTÓMANA: ¡Déjeme, déjeme!
FISCHER: ¿Qué pasa, detective Clancy?
CLANCY: Siento molestarle, Mr. Fischer, pero acabamos de pescar a esta mujer.
CHICO: Estupendo. ¿Qué cebo le pusieron?
GROUCHO: Oiga, parece pequeñita. Tal vez sea mejor echarla otra vez al agua.
CLANCY: No, no, pesqué a esta mujer robando en la tienda.
CLEPTÓMANA: ¡Déjeme marchar! No tenía intención de hacerlo, se lo aseguro. No puedo evitar coger cosas. Soy cleptómana.
GROUCHO: ¿No será de los Cleptómanos de Boston? Oiga, ¿conoce por casualidad a los Ginzbergs de la vieja Virginia?
FISCHER: Mr. Flywheel, déjeme que me encargue de esto. Aunque sea lo último que haga, voy a acabar con el robo en mi almacén.
CHICO: Señora, debería usted dejar de robar en su almacén. Si tiene que robar, robe en el almacén de otro.
CLANCY: Mr. Fischer, esta mujer intentaba llevarse lencería de seda y…
CLEPTÓMANA: ¡Oh, por favor, por favor, déme otra oportunidad!
GROUCHO: Adelante, Fischer, déle otra oportunidad con la lencería de seda, y si la próxima vez tampoco lo consigue, deje que lo intente con la lencería de algodón.
FISCHER: Puede que por esta vez la deje marcharse, Flywheel. La cárcel es un lugar horroroso.
GROUCHO: ¡Tonterías, Fischer! Si fue un buen sitio para su padre, también lo será para ella.
FISCHER: No vamos a discutir eso ahora, Flywheel. Joven, le voy a dar otra oportunidad. Pero que no vuelva a suceder. Vale, Clancy, déjela marchar.
CLEPTÓMANA: Oh, gracias, gracias…
CLANCY (retrocediendo): Vamos, señora.
(Se abre la puerta y se vuelve a cerrar.)
FISCHER: ¿Ve usted con lo que tengo que vérmelas, Flywheel? No es suficiente que el almacén pierda dinero, sino que también tengo que luchar contra el robo. Tal vez sea por ahí por donde se van mis beneficios. Tengo que admitir que lo veo todo negro.
CHICO: ¿Se está quedando ciego? (Se ríe.) ¿Ve la broma?
GROUCHO: Ravelli, si sólo hablara cuando se dirigen a usted, no abriría la boca nunca.
FISCHER: Caballeros, tengo que conseguir cinco mil dólares para pagar a mis acreedores y no sé qué hacer. He agotado todas mis fuentes.
CHICO: ¿Fuentes? Qué pena. La fuente agotada no mana y no se llega lejos con sed y sin agua.
FISCHER (molesto): Estoy hablando de fuentes de dinero.
GROUCHO: Escuche, Fischer, no voy a herir sus sentimientos. Ha metido usted la pata. Pero como decía mi padre —¿o era mi tío Charlie?— No, no podía ser mi tío Charlie porque no tengo ningún tío Charlie. Bueno, no importa quién lo decía porque, de todas formas, se me ha olvidado lo que decía.
FISCHER: Flywheel, no acabo de ver dónde quiere ir usted a parar.
GROUCHO: Es muy sencillo, Fischer. Lo que este almacén necesita es algo que estimule el negocio. Sugiero que se haga la rebaja del dólar.
FISCHER: ¿La rebaja del dólar?
CHICO: Claro, Mr. Fisch. Le explicaré lo que es la rebaja del dólar. Si pone usted los dólares a noventa y ocho centavos, los venderá como rosquillas.
GROUCHO: ¿Y no ahorraríamos tiempo vendiendo las rosquillas directamente?
FISCHER (confuso): Bueno… tal como tengo los nervios, me temo que no puedo manejar la situación. Creo que necesito un descanso. Flywheel, me gustaría que usted se encargara de este lugar durante un par de semanas… y tal vez Ravelli pueda llevar el control de las plantas.
CHICO: Claro que puedo. ¿Quién se cree usted que cuida las plantas de mi casa?
GROUCHO: No se preocupe, Fischer. Será un buen controlador de plantas. Lo único que tiene que hacer usted es proporcionarle una regadera. En cuanto a mi gerencia del almacén, no tiene de qué preocuparse; terminaré con los robos y levantaré su negocio.
FISCHER: ¿De verdad cree que puede levantar mi negocio?
GROUCHO: Desde luego, no me quedará más remedio que levantarlo puesto que antes lo pienso poner patas arriba.
(Sube la música.)
(Rumor de voces.)
EMPLEADA: Compañeros trabajadores de los grandes almacenes Fischer, os han reunido aquí para escuchar unas breves palabras de nuestro nuevo director, el famoso abogado y experto en productividad Waldorf Tecumseh Flywheel.
(Aplausos.)
GROUCHO: ¡Silencio, silencio!… Ya vale de aplausos. Hay que hacer economías en todo. Empleados de la Compañía Fischer Bon Ton Merchandise: les he convocado a esta reunión porque quiero recompensar públicamente al viejo Joe Feffer por sus cuarenta y cinco años de lealtad a esta empresa. Dé un paso al frente, Joe.
VIEJO JOE (se acerca): Sí, Mr. Flywheel.
GROUCHO: Cierra el pico, Joe… Joe, quiero decir a los chicos que eres un empleado modelo, fiel y leal. Muchachos, Joe es un empleado modelo, fiel y leal. (Aplauso.) En sus cuarenta y cinco años de servicio, nunca se le ha visto mirar el reloj. Una posible razón es que Joe no sabe leer la hora. Es ahora un honor para mí hacer algo por Joe. Voy a entregarle este paquete de semillas para canario en reconocimiento por sus cuarenta y cinco años de leal servicio. Podía haberle comprado un canario, pero estoy seguro de que a Joe le gustará más plantar estas semillas y criar sus propios canarios.
VIEJO JOE: Agradecido, Mr. Flywheel.
GROUCHO: Pero esto no es todo, Joe. Algún día de la semana que viene, le daré medio día de vacaciones.
VIEJO JOE: Gracias de nuevo, Mr. Flywheel.
GROUCHO: De nada, Joe. Lo único que siento es que tendré que descontarle del sueldo ese medio día. (Rumor de asombro entre los asistentes.) Y ahora, Joe, vuelva al trabajo. Y recuerde, muchacho, si le pillo sin dar golpe, le despido. La verdad es que de todas formas le voy a despedir. Devuélvame esas semillas de canario y lárguese. ¡Y esto también va con todos los demás! ¿Qué se proponen ustedes haciendo el zángano aquí, cuando deberían estar trabajando? Venga, en marcha. Zumbando.
(Murmullo de voces alejándose.)
De la película de la MGM Tienda de locos, basada en el episodio 15 de Flywheel escrito por Nat Perrin. A propósito, la película se rodó con el título de El sótano de las gangas.
CHICO (acercándose): ¡Oiga, jefe! ¡Jefe!
GROUCHO: ¿Qué pasa, Ravelli?
CHICO (nervioso): ¡Estoy apurado!
GROUCHO: ¿Está apurado? ¿Qué ha ocurrido?
CHICO: Nada. Que me he afeitado con una navaja muy afilada.
GROUCHO: Oiga, ¿por qué no estaba en la reunión con los empleados? Podía haberle despedido a usted también.
CHICO: Salí a comer.
GROUCHO: ¿A comer? Pero si aún no son ni las nueve.
CHICO: Ya lo sé, jefe. Pero si como justo después de desayunar, no paso tanta hambre y así ahorro dinero en la comida. Ya sabe que estoy sin blanca, jefe; a lo mejor usted puede prestarme un dólar.
GROUCHO: Aquí tiene ese dólar, y recuerde, gástelo con tino, porque me costó mucho conseguirlo.
CHICO: Oiga, ¡que se lo presté yo!
GROUCHO: ¿Y no me costó trabajo sacárselo? Ravelli, mientras yo esté al frente del almacén todo el mundo tiene que estar ocupado. Le he buscado una sección. Le voy a poner en Ropa de hombre.
CHICO: Oiga, jefe, está usted como una chota. Yo ya llevo ropa de hombre, menos los zapatos que son de mi mujer.
GROUCHO: Vamos, Ravelli, acérquese a ese mostrador de ropa. Y recuerde nuestra consigna: «El cliente siempre tiene razón».
CHICO: ¿Quiere decir que yo tengo que equivocarme siempre?
GROUCHO: No se preocupe. A eso ya estoy resignado. Recuerde solamente: «El cliente siempre tiene razón».
CHICO: Vale, jefe, ahí llega alguien. A ver si le vendo alguna cosa.
GROUCHO (retrocediendo): Muy bien, pero, antes de marcharme, quiero recordarle que en estos grandes almacenes sólo hay un precio. Y el precio es la cantidad que buenamente se pueda sacar. (Desde lejos.) Hasta luego.
CLIENTE: Oiga usted, quisiera un traje.
CHICO: No me haga reír. Ya lleva uno puesto.
CLIENTE: Bonita manera de hablar a un cliente.
CHICO: Ah, ¿es usted un cliente? Perfecto. Diga lo que diga, para mí tendrá razón, aunque esté usted loco. ¿Qué desea?
CLIENTE: Estaba pensando en comprarme un traje. Había pensado en uno de franela, pero me parece que me voy a inclinar por la espiga.
CHICO: O.K., cliente, siéntese aquí. Yo voy a buscarle la alfalfa.
CLIENTE (en voz alta): ¡Le he dicho de espiga! Es un tipo de tela: ¡espiga!
CHICO: Oiga, ¿se puede saber por qué berrea así? ¿Se cree usted que tengo una espiga en la oreja?
CLIENTE: Pensándolo mejor,, creo que la espiga no me sentaría bien.
CHICO: Tiene usted razón, cliente. Le sentaría fatal.
CLIENTE: Oiga, no es usted muy buen vendedor, ¿eh?
CHICO: Tiene razón… ¡Soy un desastre!
CLIENTE: ¿Cuánto vale este traje marrón?
CHICO: ¿Ese traje? Su precio normal son cincuenta dólares. A nosotros nos costó sesenta. Su precio real es de cien. Pero se lo damos por treinta y sólo sacamos un dólar de beneficio.
CLIENTE: ¿Treinta dólares por este traje? Pero eso es un robo a mano armada.
CHICO: Tiene razón, cliente. Deberían arrestarnos.
CLIENTE: Bueno, el traje tiene buena pinta… ¿Pero de qué es esta mancha en la chaqueta? Parece una mancha de herrumbre.
CHICO: Tiene razón, cliente. Eso quiere decir que le durará como si fuera de hierro.
CLIENTE: ¿Pretende usted que me lo crea? Debe de pensar que estoy loco.
CHICO: Eso mismo, cliente. Creo que está usted como una regadera.
CLIENTE: ¡Cómo se atreve, insolente tipejo!
CHICO: Lo dijo usted, cliente.
CLIENTE (pensando en voz alta): De todas formas, el traje no está mal. Es la talla treinta y ocho, ¿verdad?
CHICO: Exacto, cliente, es la talla treinta y ocho. Incluso más que treinta y ocho. Es la talla cuarenta y dos.
CLIENTE: Ya veo que con usted no voy a llegar a ninguna parte. ¿Dónde está el director? Llame al director.
CHICO: A mandar, cliente. ¡Oiga, jefe! ¡Mr. Flywheel!
GROUCHO (acercándose): Ravelli, no puedo estar en todos los sitios a la vez; estoy hasta las narices de este lugar. ¿Qué pasa aquí?
CLIENTE: He tenido un pequeño problema con su empleado. Me gustaría comprarme un traje.
GROUCHO: Bueno, colóquese frente al espejo. No, será mejor que no lo haga —podría asustarse. Mire, pruébese esta chaqueta con chaleco.
CLIENTE: Muy bien. (Se pone la chaqueta.) Esta chaqueta me sienta de pena. Parece un saco.
GROUCHO: Bueno, es que es una chaqueta saco. Además, ¿tengo yo la culpa de que esté usted tan delgado?
CLIENTE: ¿Cree usted que me la podrían arreglar?
GROUCHO: ¿Y por qué nos vamos a molestar nosotros? ¿Por qué no se va a casa y engorda?
CLIENTE: Pero si es que es enorme. En esta chaqueta caben dos hombres.
CHICO: Tiene usted razón, cliente. Puede que encuentre un amigo y se la puedan poner los dos juntos.
CLIENTE: Hummm… el chaleco me está un poco holgado, pero no me importa. Me gustan los chalecos amplios.
CHICO: Un chalet amplio. Le haremos una casita gris con nueve habitaciones.
CLIENTE: Ahora vamos a ver los pantalones.
GROUCHO: Oiga, con una chaqueta así de larga no necesita pantalones.
CLIENTE: Eso es ridículo. Yo quiero pantalones.
GROUCHO: Muy bien. ¿Hasta dónde quiere que le lleguen los pantalones?
CLIENTE: Los quiero del mismo largo que los que llevo.
CHICO: ¿Tanto? Jefe, me parece que los quiere de unos veinte años.
CLIENTE: ¿Cree que puede acabar el traje esta tarde?
GROUCHO: Por supuesto que no. Le costará una semana por lo menos acabar con este traje.
CLIENTE: ¡Oiga! ¡Es usted más idiota todavía que su empleado! (CHICO se ríe a carcajadas.)
GROUCHO: ¿De qué se ríe, Ravelli?
CHICO: Por esta vez, el cliente tiene razón.
CLIENTE (indignado): ¡No volveré a comprar aquí más! (Retrocediendo.) ¡Adiós!
GROUCHO: ¡Bonito trabajo, Ravelli! A este paso no nos quedará ni un cliente en el almacén.
CHICO: Estupendo. Si no hay clientes, no hay ladrones. Oiga, jefe, eso me recuerda que acabo de ver un tipo muy mal encarado en la sección de pañuelos.
GROUCHO: ¿De verdad? Puede que nos quiera tocar las narices.
CHICO: Era un tipo grande y pendenciero. No me gusta la pinta que tenía. Creo que era un ratero.
GROUCHO: Eso no tiene nada que ver, Ravelli. A mí no me gusta la pinta que tiene usted y no es un ratero.
CHICO: ¡Mire! Ahí viene ese grandullón del que le estaba hablando.
GROUCHO: ¿Ese tipo? Pero imbécil, ése es Clancy, el detective de los almacenes.
CLANCY (acercándose): Mr. Flywheel, me dijeron que Mr. Ravelli me ayudaría a vigilar el almacén. El tenía que actuar secretamente en el sótano.
GROUCHO: ¿Está usted loco?
CLANCY: ¿Por qué?
GROUCHO: Debería usted saber que no podemos poner a Ravelli en el sótano.
CLANCY: ¿Y por qué no?
GROUCHO: Porque no es ninguna ganga.
(Sube la música.)
(Suena el teléfono.)
SECRETARIA: Grandes almacenes Fischer… No, Mr. Fischer no ha vuelto aún. Esperamos que regrese hoy. Mr. Flywheel está todavía al frente del almacén… Adiós.
(Llaman a la puerta.)
SECRETARIA: Adelante.
COBRADOR (abre la puerta): Buenos días. Soy Harvey Jones, de la Compañía Wholesale Mercantile. Mr. Flywheel me mandó llamar.
SECRETARIA: Está en su despacho. Le llamaré. ¡Mr. Flywheel, Mr. Flywheel!
GROUCHO (abre la puerta; en tono desagradable): ¡Oiga, Miss Brown!
SECRETARIA: ¿Sí, Mr. Flywheel?
GROUCHO (en tono más suave): ¿No le he dicho que me llamara Snookums?
SECRETARIA: Es Mr. Jones, de la Compañía Wholesale Mercantile.
COBRADOR: Sí, Mr. Flywheel. Supongo que ya sabe que estos almacenes nos compraron quinientas piezas de tela hace dos años y aún no las han pagado.
GROUCHO: Sí, por eso le mandé llamar.
COBRADOR: ¿Desean ustedes pagar ahora?
GROUCHO: No, quiero pedir quinientas piezas más en las mismas condiciones. Necesitamos tela para hacer más pantalones de nuestros nuevos tres piezas de señora.
COBRADOR: Primero tendrán que pagarme.
GROUCHO: ¿Y si le doy un cheque?
CLIENTE: Bueno, no sé. ¿Es bueno el cheque?
GROUCHO: Jones, si nuestros cheques fueran buenos, haríamos cheques y no pantalones. Ahora váyase, tengo mucho que hacer.
COBRADOR: No volveré a tener más tratos con esta empresa en mi vida. ¡Buenos días! (Portazo.)
SECRETARIA: Mr. Flywheel…
GROUCHO: Sí, Miss Brown.
SECRETARIA: Un cliente pregunta si puede devolver un traje que compró ayer.
GROUCHO: Desde luego que sí.
SECRETARIA: Y en cuanto a la devolución del dinero…
GROUCHO: ¿Quién ha dicho nada de devolver el dinero? Yo sólo he dicho que nos puede devolver el traje.
SECRETARIA: Pero… sí… quería decirle una cosa. Alguien se ha llevado todos los extintores.
GROUCHO: ¿Qué? ¡Vaya a buscar a Ravelli! ¡Que venga Ravelli!
CHICO (abre la puerta): Aquí estoy, jefe. Oiga, jefe, quería preguntarle una cosa. ¿Puedo meterme en líos por algo que no he hecho?
GROUCHO: Bueno, como abogado diría que no. ¿Por qué lo pregunta?
CHICO: Bueno, es que una señora me dio un billete de diez dólares y no le di el cambio. ¡Menos mal, ya estaba preocupado!
GROUCHO: Eso no tiene importancia. Yo le llamaba para otra cosa. ¡Buen controlador de plantas esta usted hecho! Han robado todos los extintores y usted ni se ha enterado.
CHICO: Se equivoca, jefe. No los ha robado nadie. Los saqué yo y los vendí.
GROUCHO: ¿Que los vendió?
CHICO: Claro. No los usábamos. Desde que estamos aquí, no ha habido fuego en ninguna parte de los almacenes.
GROUCHO: Escuche un momento, Ravelli, Fischer vuelve hoy, así que mejor será que se dé prisa. Venda todo lo que pueda y tenga también cuidado con los ladrones.
CHICO: O.K., jefe. Déjelo en manos de Ravelli.
(Se abre la puerta y se oye ruido de grandes almacenes.)
CHICO: Hola, señora, ¿busca usted a alguien?
CLIENTA: ¿Dónde puedo encontrar comestibles?
CHICO: Esto no es ningún restaurante. Si quiere comer tendrá que ir a otro lado.
CLIENTA: Yo no quiero comer. Busco el supermercado.
CHICO: Que no, señora, que no da una. Esto son unos grandes almacenes y no un gran mercado.
CLIENTA: Bueno, déjelo. También querría ver estampas.
CHICO: Estupendo. Si tiene dinero, nos vamos a verlas al cine de aquí al lado.
CLIENTA: No me refiero a esa clase de estampas. Quiero ver estampas sagradas, grabados, reproducciones…
CHICO: Ah, ese tipo de estampas. Tengo justo lo que busca. Le venderé la estampa de la primera comunión de mi prima.
CLIENTA: ¡Pero qué idiotez! ¡Lo pondré en conocimiento del director! ¿Dónde está el director?
GROUCHO (a cierta distancia): Ravelli, ¿qué está pasando aquí?
CHICO: Bah, ésta, que no sabe lo que quiere. Primero me sale con que quiere comer y luego me pide estampas.
GROUCHO: ¿Estampas? Señora, ¿qué le parecería una magnífica estampa de Washington atravesando Delaware?
CLIENTA: ¡Maravilloso! Me encantaría verla.
GROUCHO: Bueno, primero me tendré que quitar la camisa. La tengo tatuada en el pecho.
CHICO: Bah, no quiero volver a ver ese cuadro. Me largo. (Retrocediendo.) Adiós, señora. La veré en el restaurante de la esquina.
CLIENTA: Mire, señor director, he venido aquí a comprar cosas.
GROUCHO: Muy bien, si es usted tan amable de pasar a este mostrador, intentaré venderle unos cuantos artículos surtidos de los que no nos hemos podido librar. Mire, aquí tiene una auténtica alfombra china de importación. Ha sido confeccionada en Tennessee por una pareja de rusos.
CLIENTE: ¡No quiero alfombras!
GROUCHO: Muy bien, ¿y qué me dice de esta preciosa banda azul? Es como las que les ponen a los perros de pura raza. Por supuesto que me doy cuenta de que usted no es de pura raza, pero no le quedaría mal en el pelo.
CLIENTA: ¿Una banda en el pelo? Eso es demasiado juvenil.
GROUCHO: Bah, bah, señora. Podría estirarse la cara. Entre dos o tres camioneros se la estirarían fácilmente.
CLIENTA: ¡Esto es demasiado! No volveré a entrar a este almacén nunca más. (Retrocediendo.) ¡Idiota!
CHICO (acercándose): ¡Jefe, jefe!
GROUCHO: ¿Qué sucede, Ravelli?
CHICO: Ahí está Clancy, junto al mostrador de joyería. Se está llenando los bolsillos cuando no le ve nadie.
GROUCHO: ¿Qué quiere decir que cuando no le ve nadie? Nosotros le estamos viendo, ¿no?
CHICO: Jefe, tenga cuidado. Ya sabe que está como un toro y es muy bestia.
GROUCHO: Ravelli, puede que tenga usted razón. Avíseme cuando vea a un ratero pequeñito. Mire, Ravelli, se acaba de meter en el bolsillo un collar y unas pulseras de brillantes.
CHICO: ¡Eh, jefe, que viene!
CLANCY (acercándose): Oiga, Ravelli, ¿qué hace usted husmeando por aquí? Me ha parecido un tipo sospechoso.
CHICO: Tiene razón, Clancy.
CLANCY: Así que admite que es sospechoso.
CHICO: ¡Y tanto! Sospecho de usted. (Ríe.) Y no va en broma.
CLANCY (nervioso): ¿De qué está hablando? ¿Qué significa eso de que sospecha de mí? En fin… ejem… tengo que irme. (Retrocediendo.) Hasta luego.
GROUCHO: Ah, no, usted no se va. Vuelva aquí, Clancy.
CHICO: ¡Jefe, ahí hay un poli! ¡Oiga, policía! ¡Detenga a Clancy! ¡Es un ladrón!
OFICIAL (a lo lejos): ¿Este individuo?… Ya lo tengo.
(Ruido de forcejeo.)
CLANCY: ¡Quíteme las manos de encima! ¡Soy el detective de los almacenes!
GROUCHO: Mírele los bolsillos, oficial. Ha robado joyas.
OFICIAL: ¡No me diga! Le echaré un vistazo.
(Forcejeo; protestas espontáneas de CLANCY)
OFICIAL: ¡Aja! Aquí tenemos las joyas. Le pondré unas bonitas pulseras y me lo llevaré. (Retrocediendo.) ¡Andando!
Groucho, el detective privado Wolf J. Flywheel se echa una siesta en horas de oficina en Tienda de locos (1941).
CHICO (se ríe): Mr. Flywheel, no va a poder ponerle las pulseras a Clancy.
GROUCHO: ¿Que no va a poder?
CHICO: No, le pondrá el collar si quiere, pero las pulseras se las cogí a Clancy del bolsillo. Mire, ahí llega Mr. Fischer.
FISCHER: Caballeros, acabo de enterarme de cómo han cogido a Clancy. ¡Y tenía que ser Clancy! Estoy contentísimo. Me imagino que han acabado con el robo en estos almacenes.
EMPLEADA (se acerca muy nerviosa): ¡Oh, Mr. Fischer, Mr. Fischer!
FISCHER: Espere un momento, señorita.
EMPLEADA: ¡Pero es que en el sótano hay un follón increíble! Hay que bajar más género a la sección de oportunidades del sótano. Estamos vendiéndolo todo.
FISCHER: ¡Oh, es maravilloso! Mr. Flywheel, ¿cómo lo ha hecho?
GROUCHO (con modestia): Bah, no tiene importancia, Fischer, sólo lo he puesto a buen precio, eso es todo.
EMPLEADA: Ah, Mr. Fischer, puesto que ya ha vuelto usted a hacerse cargo del negocio, ¿me firma este pedido de veinte mil pianos más?
FISCHER: ¡Veinte mil pianos! ¡Flywheel, no podremos vender veinte mil pianos! ¡Pero si estamos hasta los topes!
GROUCHO: Ahí es donde se equivoca usted, Fischer. Me libré de los quinientos pianos que teníamos en menos de una hora.
FISCHER: ¿Qué?
GROUCHO: Pues sí. Así es como he multiplicado el negocio.
FISCHER: ¡Es maravilloso, fantástico! Pero Mr. Flywheel, ¿cree usted que puede vender veinte mil pianos más?
GROUCHO: ¿Venderlos? ¿Quién ha dicho nada de venderlos? Regalo un piano por cada compra de más de un dólar. (Sube la música.)
COLOFON
GROUCHO: Señoras y caballeros…
CHICO: ¡Espera un momento, Groucho! Tengo malas noticias. Me acaban de hacer un aumento.
GROUCHO: ¿Y a un aumento lo llamas tú malas noticias?
CHICO: Y tanto, me han aumentado el alquiler doscientos dólares.
GROUCHO (en tono dramático): Chico, no tienes por qué preocuparte. Yo no dejaría a un hermano mío tirado en la calle mientras tenga un techo sobre mi cabeza. En casa tengo una habitación pequeñita y es tuya por seis dólares al día. Pero recuerda que si no traes equipaje tienes que pagar por adelantado.
CHICO: ¡Pues vaya manera de tratar a un hermano! La última vez que fui a tu casa te llevé un regalo, un disco para el fonógrafo.
GROUCHO: ¿Un disco para el fonógrafo? De eso quería hablarte, Chico. Era una tapa de las alcantarillas.
CHICO: Tiene gracia. Me la encontré frente a una tienda de fonógrafos. ¿Y no te llevé un bonito óleo?
GROUCHO: ¿Óleo? Era un dibujo a lápiz de una botella.
CHICO: Ya lo sé, pero era una botella de Essolube, ese famoso aceite para motor hidrorrefinado.
GROUCHO: Y ahora, unas palabras sobre Esso, la gasolina más potente y…
CHICO: No, no tenemos tiempo de hablar de Esso. Será mejor despedirse.
LOS DOS (cantando): Buenas noches, señoras. Buenas noches, señoras.
(Sintonía musical.)