Episodio n.° 7 9 de enero de 1933

FIVE STAR THEATRE

PRESENTA

FLYWHEEL, SHYSTER, Y FLYWHEEL

Reparto

Groucho Marx como Waldorf T. Flywheel

Chico Marx como Emmanuel Ravelli

Miss Dimple

Mrs. Carroway

Cartero

Taxista

Jamison, mayordomo

Doctor Perrin

(Suena el teléfono.)

MISS DIMPLE: Despacho de los abogados Flywheel, Shyster y Flywheel… Ah, hola, Mr. Flywheel, no le había reconocido la voz… No, su pasante, Mr. Ravelli, no ha llegado… Que quiere usted que dedique la tarde a perseguir ambulancias para encontrar accidentes… Se lo diré. Hasta luego.

(Se abre la puerta y entra Ravelli tarareando «Amapola».)

MISS DIMPLE: Espere un momento, ahora mismo llega… ¿Oiga, oiga? (A Ravelli): Mr. Ravelli, Mr. Flywheel quería hablar con usted, pero acaba de colgar.

CHICO: Pues muy bien, de todos modos yo no quiero hablar con él. Cada vez que hablo con él me da más trabajo.

MISS DIMPLE: ¿Tan terriblemente duro es su trabajo, Mr. Ravelli?

CHICO: No lo sé, Miss Dimple, no lo hago nunca.

MISS DIMPLE: En fin, Mr. Flywheel dice que quiere que se pase usted la tarde persiguiendo ambulancias.

CHICO: Eso sí que no. Ya me he pasado toda la mañana persiguiendo una ambulancia.

MISS DIMPLE: ¿Y?

CHICO: Pues que al final se dirigió a un hospital y yo me dirigí a casa.

MISS DIMPLE: ¿Que se fue a su casa? ¿Y por qué no entró usted en el hospital?

CHICO: ¿Quién, yo? ¡Si no estoy enfermo!

MISS DIMPLE: Pero Mr. Flywheel quería que usted siguiera la ambulancia.

CHICO: Claro, pero ya le dije que la ambulancia entró en el hospital y yo no creo que el jefe quiera una ambulancia enferma. ¿No?

MISS DIMPLE: Mr. Ravelli, creo que usted no entiende cuál es su trabajo. A Mr. Flywheel no le interesan las ambulancias. Le interesa la gente que va en las ambulancias. Gente que haya tenido un accidente y que pueda necesitar un abogado.

CHICO: Ah, así que le interesan los enfermos. (Suspira.) ¿Sabe una cosa, Miss Dimp? Mi hermano tenía una enfermedad. Llegaron hasta meterle en la cárcel por su falta de memoria.

MISS DIMPLE: ¿Que le metieron en la cárcel por padecer amnesia?

CHICO: Sí, se olvidaba de pagar cada vez que salía de una tienda.

MISS DIMPLE: ¿No cree usted que debería ponerse en marcha? Ya sabe que Mr. Flywheel llegará de un momento a otro y se pondrá hecho un basilisco si le encuentra merodeando por la oficina.

CHICO: Tiene razón, Miss Dimp. Esto de merodear por la oficina no está bien. Creo que volveré al billar. Arrivederci!

(Sale, suena el teléfono.)

MISS DIMPLE: Flywheel, Shyster y Flywheel. Mr. Flywheel no ha llegado todavía. Espere un momento. Tal vez sea él quien llega. (Se abre la puerta.) Mr. Flywheel, tiene usted una llamada.

GROUCHO: Si es el médico, dígale que estoy demasiado enfermo para verle.

MISS DIMPLE: Es ese político con el que ha estado intentando ponerse en contacto toda la mañana.

GROUCHO: Hablaré con él. Diga… Sí, soy Flywheel… Presentarme a juez, ¿eh? Ya veo… Creo que no, pero me gustaría pensármelo. Llámeme por la mañana. Adiós. (A MISS DIMPLE):¿Se da cuenta, Miss Dimple? (Exultante): Quieren que me presente a juez.

MISS DIMPLE: ¿Presentarse a juez?

GROUCHO: Sí, al juez Bullingham. Me han propuesto que le haga los recados. Pero no me interesa la política. Tengo otras muchas cosas en que pensar.

MISS DIMPLE: Parece preocupado, Mr. Flywheel. ¿Qué le pasa?

GROUCHO: Nada importante. Pequeños problemas con mis banqueros.

MISS DIMPLE: ¿Con sus banqueros?

GROUCHO: Sí. Menuda pandilla de usureros están hechos. Fui esta mañana a abrir una cuenta y no me lo permitieron.

MISS DIMPLE: ¿No le permitieron abrir una cuenta? ¿Cuánto quería ingresar?

GROUCHO: Nada. Sólo quería tener una cuenta de cobros abierta. (Con desprecio.) Se hacen llamar Compañía de Crédito Ciudadano y ni siquiera están dispuestos a darme crédito. ¿Creerán acaso que no soy un ciudadano?

(Golpean estrepitosamente la puerta.)

MISS DIMPLE: ¡Dios mío! ¡Van a tirar la puerta!

GROUCHO: ¿En serio? (Más golpes en la puerta.) Pues sí que va en serio. Con tanto ruido, al principio no lo oía.

MISS DIMPLE (abriendo la puerta): ¡Pero si es Mr. Ravelli!

CHICO: Hola, jefe.

GROUCHO: ¿A qué santo se pone usted a aporrear así la puerta? ¿Está loco?

CHICO: ¡Ja, ja, ja! Claro que estoy loco, loco como una cabra.

GROUCHO: Pues bien, escúcheme, cabra loca. Creía que tenía que estar en la calle persiguiendo ambulancias.

CHICO: Ni hablar, jefe. Soy demasiado listo para eso. No pienso seguir buscando enfermos en ambulancias. Los enfermos van a buscarnos a nosotros.

GROUCHO: Ravelli, eso suena muy interesante. Ahora, dígame de qué está hablando.

MISS DIMPLE: ¡Fíjese, Mr. Flywheel! ¡Ha clavado en nuestra puerta la placa del Dr. Jones, el médico que vive abajo!

CHICO: Bah, no se preocupe. Abajo ya no hay ningún doctor. He puesto la placa de Mr. Flywheel en la puerta de su oficina.

GROUCHO (con signos de aprobación): Ravelli, siempre supe que se podría sacar algo de usted. Creo que le sacaré los ojos.

CHICO: Sabía que le gustaría. (Se abre la puerta.) ¡Eh, mire! (Susurrando.) Aquí llega una encantadora gorda.

MRS. CARROWAY: Oh, qué contenta estoy de encontrarle en casa, doctor. Estoy medio muerta.

GROUCHO: Perfecto. Si está medio muerta, podremos cobrar la mitad de su seguro. Oye, es un buen asunto este de la medicina. ¿Adonde va, Ravelli?

CHICO: Voy a la farmacia.

GROUCHO: ¿A la farmacia?

CHICO: Claro. Usted dijo que las medicinas eran un buen asunto, así que voy a ver si puedo sacar algo.

GROUCHO: Bueno, ya que va, écheme esta carta en el correo.

CHICO: ¡Pero si no tiene sello!

GROUCHO: Pues échela al buzón cuando no le vea nadie.

CHICO: Creo que no voy a ir.

MRS. CARROWAY: (impaciente): Por favor, doctor. Mi amiga, Mrs. Gillingham, me habló maravillas de usted. Me contó la tremenda lucha que usted mantuvo por salvar su vida.

GROUCHO: ¿La tremenda lucha? Luché denodadamente por su vida y seguro que la hubiera conseguido si ella hubiera seguido mis consejos. En cuanto a usted, señora, le receto un crucero.

MRS. CARROWAY: Pero doctor, aún no le he contado mis achaques.

GROUCHO: No, no me los ha contado y quiero agradecérselo. Un crucero será lo apropiado. El lunes nos vamos a las Bermudas.

MRS. CARROWAY: Eso es imposible, doctor. No puedo irme a las Bermudas.

GROUCHO: Muy bien, entonces me iré yo solo. Ravelli, mete mi ropa en el baúl.

CHICO (sorprendido): ¿Piensa ir desnudo?

MRS. CARROWAY (impaciente): ¡Doctor! ¿Es que no piensa examinarme?

CHICO: Vale, quítese el abrigo.

MRS. CARROWAY (quitándose el abrigo): De acuerdo… tome.

CHICO: Tenga, señora, me parece que puede volver a ponerse el abrigo. A mí no me queda bien.

MRS. CARROWAY: Doctor, sus métodos resultan muy curiosos. Pero supongo que conoce usted su trabajo a juzgar por lo que cobra. Mrs. Gillingham me dijo que le había cobrado ochocientos dólares por su operación.

GROUCHO: Es que le tuve que dar seis puntos.

MRS. CARROWAY: ¿Y no resulta caro ochocientos dólares por seis puntos?

GROUCHO: En absoluto. Le hice un bordado de fantasía.

MRS. CARROWAY: Doctor, todo esto no viene al caso. Sufro ataques de vértigo. Yo creo que…

GROUCHO: No importa lo que usted crea, señora. Le examinaré los ojos. Mire el calendario que está en la pared y dígame qué día es hoy.

MRS. CARROWAY: De acuerdo. (Leyendo.) Veintiocho de diciembre.

GROUCHO: Justo lo que suponía. Señora, necesita usted gafas. Hoy es nueve de enero.

MRS. CARROWAY: Pero estoy segura de que ese calendario marca el veintiocho de diciembre.

GROUCHO: Ya lo sé, pero es el calendario del año pasado.

CHICO: Jefe, esta vez déjeme intentarlo a mí. Señora, cierre un ojo y lea ese cartel de la pared.

MRS. CARROWAY: ¿Ese cartel? Pone: «No smoking».

CHICO (atónito): ¿Pone eso? La palabra «smoking» siempre me ha despistado.

MRS. CARROWAY: Doctor, creo que sería mejor que se olvidara de mis ojos. Tengo problemas con mi estado general. No me siento muy fuerte.

GROUCHO: Pues por su aspecto nadie lo diría. A pesar de todo, la examinaré. Empuje esa mesa de despacho hasta el otro lado de la habitación.

MRS. CARROWAY (atónita): Pero doctor, yo…

GROUCHO: Venga, señora. Déjese de pamplinas y empuje esa mesa.

MRS. CARROWAY: Me parece muy raro pero lo haré.

(Ruido de mover el escritorio y gruñidos de mujer.)

GROUCHO: Ravelli, será mejor que ayude a moverla.

CHICO: ¿Que ayude a moverla? Oiga, jefe, se necesitan un par de transportistas de pianos para mover a esta mujer.

MRS. CARROWAY (suspirando con fatiga): Bueno, usted es el médico. Ya he movido la mesa. (Respira con dificultad.) ¿Qué opina usted ahora?

GROUCHO: ¿Que qué opino? Opino que el escritorio estaba mucho mejor donde antes. Así que será mejor que vuelva a colocarlo en su sitio.

(Sube la música.)

(Llaman a la puerta.)

MISS DIMPLE: Pase. (Se abre la puerta.) Ah, es usted, señor cartero. Buenas tardes.

CARTERO: Buenas, señorita. ¿Está Mr. Flywheel? Tengo un envío especial para él. Otro de esos libros.

MISS DIMPLE: Ah, sí, lo estaba esperando. Es de una escuela de educación a distancia. Mr. Flywheel se está interesando por la medicina.

CARTERO: Vamos a ver. Puede que también haya alguna carta… No, me parece que este librito es todo. ¿Quiere firmarme aquí?

MISS DIMPLE: Por supuesto… Aquí tiene. (Entra GROUCHO.) Ah, hola Mr. Flywheel.

GROUCHO: Hola, Miss Dimple. Buenas tardes, profesor.

CARTERO: ¿Profesor?

GROUCHO: Sí. ¿No me da usted las lecciones?

MISS DIMPLE: Aquí están, Mr. Flywheel. Otro libro de la escuela de educación a distancia.

GROUCHO: Profesor, ¿se puede saber a qué se debe el que reparta la correspondencia tan tarde? ¿Cree que esto es una escuela nocturna? El decano se enterará de esto.

CARTERO: ¿Qué decano?

GROUCHO: Juan Sebastián el Cano.

CARTERO: No entiendo bien lo que quiere decir, Mr. Flywheel, pero admito que no voy tan rápido con el correo como antes. Los pies planos me causan muchas molestias.

GROUCHO: Eso de los pies planos son imaginaciones suyas. Colón también se imaginaba que la Tierra era plana. Y no lo era… no se aplanó hasta 1929. Mire, creo que le voy a extirpar el apéndice.

CARTERO: ¡Pero si mi apéndice está perfectamente!

GROUCHO: Bien, si no le pasa nada a su apéndice, se lo volveré a colocar en su sitio. Por echar un vistazo no pasa nada.

CARTERO: Mi apéndice está perfectamente. Si algo tengo mal son las amígdalas.

GROUCHO: Seguramente tiene usted razón, profesor. Pero preferiría quitarle el apéndice. Da más dinero.

CARTERO: Pero oiga, usted no es médico.

GROUCHO: Bueno, por eso hago descuento. Le rebajaré el diez por ciento de la factura.

CARTERO: Tengo que repartir la correspondencia. Me voy.

GROUCHO: Espere un minuto, profesor. No se vaya. Le haré una oferta mejor. Le quitaré también una amígdala y no le cobraré ni un penique más.

CARTERO: No tengo tiempo de…

GROUCHO: Le quitaré las dos amígdalas.

CARTERO: Me voy.

GROUCHO: Escuche una cosa, profesor. No quiero que se marche descontento. Usted es un tipo que me gusta y yo soy un hombre al que le gusta su apéndice.

CARTERO: Por favor, Mr. Flywheel.

GROUCHO: Vale, olvídese del apéndice. Le quitaré las dos amígdalas y cinco dientes. Incluso le diré más: usted me da el trabajito del apéndice y le quitaré tres amígdalas y cinco muelas gratis. Y si encontramos oro en esas muelas nos lo repartimos a medias.

CARTERO: Pero yo…

GROUCHO: Es una ganga. Le operaré tan pronto como mi ayudante, Mr. Ravelli, vuelva con los instrumentos que le mandé traer. No tardará en llegar de la chatarrería.

CARTERO: Mr. Flywheel, me temo que…

GROUCHO: Tonterías, no hay nada que temer. No notará nada porque le voy a poner un anestésico. Anestesia local. Y si no le gusta la anestesia local, le conseguiré una de fuera de la ciudad. Personalmente, sin embargo, creo que se debe apoyar el comercio local.

CARTERO: ¡Buenos días!

GROUCHO: No se marche, profesor. Aquí llega mi ayudante con los instrumentos.

(Se oye a CHICO tarareando «Amapola».)

CHICO: Hola jefe, hola cartero.

GROUCHO: Ravelli, voy a operar. ¿Ha conseguido los instrumentos que le mandé a buscar?

CHICO (burlón): ¡Esos instrumentos! Conseguí otros mejores. Escuche esto. (Toca unas pocas notas desafinadas con el saxofón.)

CARTERO: ¡Ya basta, Mr. Flywheel! ¡Buenos días!

GROUCHO: Espere un momento, profesor. (Portazo.)

GROUCHO: Buen ayudante está usted hecho, Ravelli. Le envío a seleccionar instrumentos médicos y aparece con un saxofón.

CHICO: Se equivoca, jefe. Un saxofón no aparece; eso sería un fantasma.

GROUCHO: Mire, Ravelli, quiero que acabe con el trabajo que le encargué.

CHICO: ¿Contrabajo? También he traído uno. ¿Ve? (Toca unas pocas notas al contrabajo.)

GROUCHO: Ravelli, le voy a subir el sueldo.

CHICO: Eso está muy bien, jefe.

GROUCHO: No tiene importancia. Solamente se lo subo para que se sienta peor cuando le despida.

CHICO (con tristeza): Vamos, jefe, no me irá a echar usted después de la maravillosa comida que le he traído hoy. Le he traído dos bocadillos, de ternera y de queso con pimiento.

GROUCHO: Ravelli, estaba dispuesto a olvidar, pero ahora que lo saca a relucir quiero decirle que me comí uno de esos bocadillos.

CHICO: ¿Cuál, jefe?

GROUCHO: No lo sé. Sabía a pegamento.

CHICO (muy serio): Ah, ése era el de queso. El de ternera sabe a suela de zapato.

(Suena el teléfono.)

GROUCHO: No se quede ahí parado, conteste al teléfono.

CHICO: Estoy muy ocupado, jefe.

GROUCHO: ¿Ocupado? ¿En qué?

CHICO: ¿No lo ve, jefe? Estoy dejándome crecer la barba.

GROUCHO: Bien, pues hágalo fuera de las horas de oficina y conteste ese teléfono.

(Suena de nuevo el teléfono.)

CHICO: ¿Cómo está usted?… Este es el despacho de los abogados Flywheel, Shyster y Flywheel… Ah, con que quiere hablar con el Dr. Jones. Vale, también es el consultorio del Dr. Jones… ¿Yo? Soy Emmanuel Ravelli… ¿Que no quiere usted hablar conmigo?… Pues cállese y hablaré yo. A ver si adivina este acertijo. ¿Qué repta por los árboles y canta? ¡Ja! Ya sabía yo que no lo adivinaría. La oruga. (Sorprendido.) ¿Qué? ¿Que la oruga no canta? Ahora me explico por qué no he visto nunca una oruga en la ópera.

GROUCHO: Déme ese teléfono, Ravelli. ¿Diga?… Oh, es usted, Mrs. Carroway… ¿Que se siente peor? Bueno, es perfectamente comprensible. Resulta que me equivoqué de medicamento… ¿Qué?… En fin, no me atrevería a decir que era un mal medicamento. Es buenísimo para el reuma… ¿Y es culpa mía que no tenga usted reuma?… Bueno, nos pasaremos por allí. Que preparen la habitación de invitados. Llegaremos tan pronto como terminemos de hacer las maletas. Adiós. Ravelli, creo que tengo justo el medicamento para Mrs. Carroway.

CHICO: ¿Aún está mala, jefe? ¿Qué cree usted que tiene?

GROUCHO: Creo que lo que tiene son cien mil dólares. Por eso quiero darle la mejor medicina que haya. Precisamente la tengo aquí, en mi escritorio; es algo que he preparado yo mismo.

CHICO: ¡Fenómeno! Nos vamos a hacer ricos.

GROUCHO: No tan rápido, Ravelli. La escuela a distancia dice que primero lo tengo que probar con un cobaya.

CHICO: Vale, le traeré a mi hermano pequeño.

GROUCHO: ¿A su hermano pequeño? ¿Pero qué le pasa? Tenga, bébase esto, Ravelli.

CHICO: Gracias, jefe, pero no tengo sed.

GROUCHO: Bébaselo, Ravelli. Si se muere, brindaré por usted.

CHICO: ¿Brindar? Oiga, si lo que quiere es beber no hace falta que espere tanto. Bébase usted lo que me está ofreciendo; se lo cedo encantado.

GROUCHO: Venga, Ravelli, tómese la medicina.

CHICO: Ni hablar, jefe. Soy muy joven para morir.

GROUCHO: Ravelli, si esto le matara tendríamos que estar agradecidos.

CHICO: ¿Agradecidos de qué?

GROUCHO: Agradecidos de no habernos gastado el dinero en un cobaya.

(Sube el volumen de la música.)

(Se oye un taxi en la calle.)

GROUCHO: Ahí está la casa de Mrs. Carroway, Ravelli. Dígale al taxista que pare.

CHICO: Está parando, jefe.

TAXISTA: Ya hemos llegado, señores. Ahí está la casa.

GROUCHO: Muy bien, aquí tiene un dólar. Quédese el cambio.

TAXISTA: ¡Pero si me deben un dólar diez!

GROUCHO: Muy bien, entonces me quedaré yo con el cambio.

TAXISTA: Le he dicho que el taxímetro marca un dólar diez centavos.

CHICO: ¿Un dólar diez por ir en esta cafetera? Si me hubiera dicho que el café era tan caro, me habría comprado un kilo de espinacas.

TAXISTA: ¿Quieren que les espere?

GROUCHO: Sí, espere aquí hasta que encuentre a un policía que le multe por aparcar en zona prohibida.

TAXISTA: ¡Ratas!

GROUCHO (asustado): ¿Ratas? ¿Dónde, dónde? ¡Qué tipo más listo! Sólo intentaba asustarnos.

TAXISTA (asqueado): No voy a perder el tiempo discutiendo con dos mequetrefes como ustedes. Adiós. (Arranca y se va.)

GROUCHO: Bueno, Ravelli, aquí estamos. ¿Ha traído el medicamento?

CHICO: Pues claro, jefe, pero le advierto que no está bueno. Necesita un poco más de Ketchup.

GROUCHO: No sé. Yo prefiero el sabor de vainilla. Llame al timbre, Ravelli.

(Suena el timbre.)

MAYORDOMO (abriendo la puerta): ¿A quién desean ver ustedes?

CHICO: ¿Es usted Mr. Carroway?

MAYORDOMO: ¿Mr. Carroway? Por supuesto que no. Soy Jamison, el sirviente.

CHICO: Vale, pues sírvame una.

MAYORDOMO: ¿Qué le sirva una qué?

CHICO: Una cerveza. Una botella de cerveza.

MAYORDOMO: Silencio, caballeros. Mrs. Carroway no se encuentra bien.

GROUCHO: Atienda una cosa, portero. Soy el médico.

MAYORDOMO: ¡Oh!, me alegro mucho de que estén aquí. Mrs. Carroway ha estado bastante enferma.

GROUCHO: ¡Qué lástima! Tal vez sea mejor que volvamos cuando se encuentre mejor.

MAYORDOMO: ¡Ahí baja!

MRS. CARROWAY (acercándose): Doctor, le estaba esperando. Me encontraba deprimidísima.

GROUCHO: Bueno, ¿cuál es el problema?

CHICO: No se lo diga, señora. Si quiere ser médico, que lo adivine él sólito.

MRS. CARROWAY: Doctor, yo creo que simplemente tengo los nervios de punta.

GROUCHO: ¿Que tiene los nervios de punta? ¿Punta roma o puntiaguda? Señora, usted necesita descansar, dosis enormes de descanso.

MRS. CARROWAY: Pero doctor, yo…

GROUCHO: Saque la lengua. Justo lo que pensaba. También su lengua necesita descanso.

MRS. CARROWAY: No acabo de entenderle. Ah, doctor, espero que no le importe; he llamado a otro médico para contrastar su opinión. (Suena el timbre de la puerta.) Creo que es él.

MAYORDOMO: El Dr. Perrin.

DOCTOR PERRIN: ¿Cómo está, Mrs. Carroway?

MRS. CARROWAY: Hola, doctor, estos son los dos médicos de los que le hablé. Caballeros, el doctor Perrin. Doctor Perrin, Mr…

GROUCHO: ¡Esto es un ultraje, Perrin! Está invadiendo nuestro territorio.

CHICO: ¡Y vaya médico! Ni siquiera lleva barba.

MRS. CARROWAY: Caballeros, tal vez debería retirarme a mi habitación para que ustedes puedan discutir el caso.

GROUCHO: Puede llevarse a este matasanos con usted. Yo discutiré con Ravelli.

DOCTOR PERRIN: Doctor, adopta usted una postura muy poco ética.

GROUCHO: ¡Qué listo es el matasanos! Bien, Mrs. Carroway, lárguese; nosotros nos ocuparemos de éste.

CHICO: Déjemelo a mí, señora, acabará comiéndome en la mano.

GROUCHO: En ese caso, Ravelli, será mejor que se la lave.

MRS. CARROWAY: Avísenme cuando estén listos. (Se abre la puerta y se vuelve a cerrar.)

DOCTOR PERRIN: Caballeros, estoy muy interesado en este caso por el particular afecto que le tengo a Mrs. Carroway.

GROUCHO: Sí, la encantadora viejecita. ¡Vaya pécora! Hace trampas cuando juega a cartas.

DOCTOR PERRIN (altivamente): Prefiero no entrar en el terreno de lo personal. Yo soy especialista del aparato nervioso, pero sospecho que Mrs. Carroway sufre una afección reumática. Por cierto… ¿Saben ustedes algo sobre el reuma?

CHICO: Yo sí. Me sé un chiste muy divertido. ¡Ja, ja, ja! Ojalá me acordara.

DOCTOR PERRIN: Caballeros, para ser hombres de la profesión, me sorprenden ustedes. Llevo veintidós años practicando y…

CHICO: Así que también usted está sólo practicando ¿eh? Yo creía que era médico de verdad.

DOCTOR PERRIN: Por favor, caballeros. Hablemos del caso.

GROUCHO: O.K. Pues yo creo que sufre de un caso de ataxia del aparato locomotor y que podemos fácilmente curarle a quince centavos el kilómetro. Ravelli, saque el libro. Mire eso. Me parece que es un mapa de New Jersey.

DOCTOR PERRIN: ¡Eso es ridículo! Esto es un diagrama de la región lumbar.

GROUCHO: No he estado nunca en esa región, pero perdí mucho dinero en Latonia. ¿Dónde va usted, Ravelli?

CHICO: Voy a Latonia a buscar su dinero.

DOCTOR PERRIN: ¡Doctor! Todo esto no viene al caso. Nuestro primer problema es qué vamos a hacer con el reuma de Mrs. Carroway.

GROUCHO: Ese es nuestro segundo problema, doctor. Nuestro primer problema es cómo vamos a repartirnos los honorarios. ¿Sabe una cosa, doctor? Mi precio es inamovible, y ese precio es lo que me paguen.

DOCTOR PERRIN: Doctor, ya hablaremos luego de eso. Ahora, yo recetaría los siguientes fármacos…

CHICO: Ni hablar. Los fármacos no son buenos. La última vez que fui al médico me dio tantos medicamentos que estuve malo hasta mucho después de haberme puesto bien.

DOCTOR PERRIN: Caballeros, después de todo, esto es una consulta. Me gustaría que Mrs. Carroway se tomara cada mañana, una hora antes del desayuno, un vaso de agua caliente.

CHICO: ¿Tomar agua caliente una hora antes del desayuno? Eso no hay quien lo aguante, doctor. Lo intenté una vez. Estuve diez minutos bebiendo agua caliente y después no podía sostener ni el vaso.

DOCTOR PERRIN: Pues a mí me parece lo más apropiado para el caso. ¿Y a usted, doctor?

GROUCHO: Francamente, doctor, me gustaría venderle una póliza de seguros.

DOCTOR PERRIN: Yo no quiero un seguro de vida.

GROUCHO: No se trata de un seguro de vida, sino de incendios. Sería lo ideal para usted si tuviera una pata de palo.

CHICO: Eh, aguarde un momento. Yo le venderé una póliza mucho mejor, la de mi padre. El ya no la va a necesitar. Sólo le han dado tres días de vida.

DOCTOR PERRIN: ¿Tan enfermo está?

CHICO: Qué va, está perfectamente.

DOCTOR PERRIN: ¿Y qué le hace pensar que le quedan tres días?

CHICO: Bueno, eso es lo que dijo el juez.

(Se abre la puerta. Se oye la voz de MRS. CARROWAY muy alterada, acercándose.)

MRS. CARROWAY: ¡Ahora lo sé todo! He hablado con Mrs. Gillingham y me ha dicho que precisamente en este instante está con el doctor Jones. ¡Estos hombres son dos impostores!

DOCTOR PERRIN: Ya me parecía a mí que eran unos impostores. La verdad es que no hablaban como médicos.

GROUCHO: ¿Qué quiere decir con eso de que no hablábamos como médicos? ¿Acaso no reclamé mi dinero? Señora, ¿qué le parece si liquidamos el asunto con unos cien pavos por mi consejo profesional?

MRS. CARROWAY: Pero, ¿por qué le voy a pagar? ¿Qué consejo me ha dado usted?

GROUCHO: Si usted necesita consejo, yo puedo dárselo: no juegue nunca a cartas en el tren. Especialmente con gente de su clase.

MRS. CARROWAY: Quiero decir consejo médico.

GROUCHO: Ah, eso es fácil. Si tiene reuma, le receto una cataplasma de mostaza. Si no le gusta la mostaza, que sea de rábanos.

MRS. CARROWAY: Jamison, eche a estos tipos a la calle.

MAYORDOMO: ¡Muy bien, señora!

(Se oyen ruidos de pelea: «¡Ayyy!». Gemidos; portazo; ruidos de calle para mostrar que están fuera.)

CHICO: ¡Ay!, ¡ay!, ¡mi brazo, mi brazo! Ay, jefe, creo que se me ha roto.

GROUCHO: En ese caso, será mejor que volvamos a la casa. Dentro hay un médico.

(Sintonía musical.)