Episodio n.° 20 10 de abril de 1933
FIVE STAR THEATRE
PRESENTA
FLYWHEEL, SHYSTER, Y FLYWHEEL
Reparto
Groucho Marx como Waldorf T. Flywheel
Chico Marx como Emmanuel Ravelli
Miss Dimple
Mujer
Granjero
Presidente
Alcalde
Hombre
Fantasma
(Suena el teléfono.)
MISS DIMPLE: ¿Sí? Despacho de los abogados Flywheel, Shyster y Flywheel… No, lo siento, Mr. Flywheel y su pasante, Mr. Ravelli, han salido de la ciudad… Sí, se han ido al campo, de excursión. Mr. Flywheel lo necesitaba por motivos de salud… Le diré que ha llamado. (Se apaga la voz.) Adiós.
(Canta un gallo, los pájaros gorjean.)
GROUCHO: Vamos, Ravelli, ande un poco más rápido.
CHICO: ¿Y para qué tanta prisa, jefe? No vamos a ninguna parte.
GROUCHO: En ese caso, corramos y acabemos de una vez con esto.
CHICO: ¡Eh, Mr. Flywheel! ¡Mire, mire! ¡Una serpiente!
GROUCHO: Apártese, Ravelli. Le daré un golpe con ese palo. (Gritando.) ¡Ravelli! ¡Ravelli!
CHICO (se ríe): ¡Eh, jefe! ¡No se asuste! Me he confundido. No es una serpiente, es un palo.
GROUCHO: Ya lo sé, pero esto sí que no es un palo. Es una serpiente.
CHICO (se ríe): A mi madre le asustó una vez una serpiente…
GROUCHO: Me sé la respuesta. Al final resultó que era su padre.
CHICO: No. Era yo. (Pausa.) ¡Oiga! No puedo andar más. Tengo hambre. Vamos a esa granja a coger algo de comer.
GROUCHO: O.K.
CHICO: ¡Eh, mire ese manzano! Me apuesto algo a que no recogen muchas manzanas de ese árbol.
GROUCHO: Yo también apostaría. Eso no es un manzano. Es un poste de telégrafos.
CHICO: ¿Cómo va a ser un poste de telégrafos? No tiene telegramas. Oiga, eso me recuerda un acertijo. Una pareja se unió en matrimonio en California. ¿Qué compañía era?
GROUCHO: ¿Una pareja se unió en California y era una compañía?
CHICO: Claro, la Western Union. (Se ríe.) ¡Ay, tío, vaya chiste! Pues aún tengo uno mejor. La misma pareja se divorcia en California. ¿Qué compañía es ésa?
GROUCHO: Adelante. No le escucho.
CHICO: Es una compañía lechera. ¿Sabe por qué?
GROUCHO: Creo que no.
CHICO: Es una compañía lechera porque a la mujer la pescaron en compañía del lechero.
GROUCHO: Tiene suerte de que no le estuviera escuchando. Venga, aquí está la granja.
CHICO: Oiga, jefe, mire por esa ventana. Mire esa tarta. Vamos a llamar a la puerta y le pedimos un poco a la dueña de la casa.
GROUCHO: Usted no conoce a la señora de la casa. No puede pedirle tarta así como así. Entre por la ventana y robe un poco.
CHICO: O.K., jefe. ¿Qué va a hacer usted?
GROUCHO: Me quedaré fuera, de guardia, y si oigo llegar a alguien, nos encontraremos en el próximo pueblo.
CHICO: De acuerdo. Venga aquí, jefe; ayúdeme a subir a la ventana.
GROUCHO: Guarde silencio. No querrá asustar a la pobre mujer, ¿verdad?
(Ruido de una ventana al subirse.)
CHICO: O.K., jefe. Ya estoy dentro.
(Se oyen unos ladridos tremendos a cierta distancia.)
CHICO: ¡Jefe! ¡Jefe! Ayúdeme a salir. Hay un perro aquí dentro.
GROUCHO: Manténgase firme, Ravelli. Perro ladrador, poco mordedor.
CHICO: ¡Mentira, jefe! Me acaba de morder.
MUJER (abre la puerta): ¿Qué pasa aquí? ¿Qué quieren ustedes? ¿Buscan trabajo?
CHICO: Oiga, mi tío solía tocar uno de ésos.
MUJER: ¿El qué?
CHICO: El contrabajo.
MUJER: Bueno, lárguense de aquí o les azuzo el perro.
GROUCHO: Llega tarde, señora. El perro acaba de morder a Ravelli y seguramente ya no podrá ni moverse.
MUJER: De todos modos, ¿se puede saber qué quieren?
GROUCHO: Tenemos hambre. ¿Nos puede dar un trozo de tarta?
MUJER: ¿Un trozo de tarta? ¿No tienen bastante con un trozo de pan?
GROUCHO: Normalmente, sí, señora, pero hoy es mi cumpleaños.
MUJER: Muy bien, aquí tienen un trozo de tarta.
GROUCHO: Oh, no, ni hablar. ¿Dónde están las velas?
MUJER: ¿Velas? ¡Qué cara más dura! Deberían avergonzarse de pedir tanto.
CHICO: Tenemos que pedirlo. La última vez que cogimos algo sin pedir, casi nos detienen.
MUJER: Lo siento, pero no les puedo dar nada. Ya tengo bastantes problemas para llegar a final de mes.
CHICO: Perfecto, pues haga un entremés de carne y otro vegetal.
GROUCHO: Sí, señora; mi pasante es una especie de vegetariano. Sólo come carne cuando puede. Y si nos deja comer un poco de esa tarta, le quitaremos la nieve del camino.
MUJER: ¿Nieve? Pero si no hay nieve en el camino.
GROUCHO: ¿Y tenemos nosotros la culpa? ¿Qué le parece si le quitamos la maleza?
MUJER: ¡Señor! Es usted un impertinente. Si fuera un caballero, se quitaría por lo menos el sombrero cuando habla con una dama.
GROUCHO: No puedo, señora, tengo el sombrero lleno de sandwiches. Pero si quiere me quitaré el abrigo.
MUJER: ¡Vagos inútiles! ¡Largo de aquí! (Portazo.)
GROUCHO: No hay nada que hacer. Esta noche tendremos que dormir en otro sitio. Vamos. Hay que encontrar un pueblo. Pronto anochecerá.
(Se acerca un carro.)
CHICO: Jefe, ahí viene un hombre en un carro. Tal vez pueda decirnos dónde está la ciudad más próxima.
GROUCHO: Hablaré con él. (Se dirige al GRANJERO,): Oiga, granjero, ¿sabe dónde podemos encontrar comida y alojamiento por aquí cerca?
GRANJERO: Pues…
CHICO: Y también un poco de tarta.
GRANJERO: El pueblo más cercano es Witchville, pero estamos en plena temporada de cosecha y me imaginó que estarán hasta los topes. Claro que tienen la antigua mansión Crexton, pero no creo que quieran dormir allí. Está encantada.
CHICO: Ah, pues si está encantada le pediremos comida y alojamiento.
GROUCHO: ¿A quién, a la casa?
CHICO: No, hombre, a la señora Crexton. Acaba de decir que está encantada.
GROUCHO: Ravelli, la que está encantada es la mansión Crexton. No hay ninguna señora Crexton.
GRANJERO: Las autoridades de Witchville están ansiosas por encontrar alguien que quiera dormir en la mansión Crexton y probar que no está realmente encantada; una casa encantada perjudica a todo el vecindario. Ofrecen cien dólares de recompensa a cualquiera que duerma allí.
CHICO: ¡Cien dólares sólo por dormir una noche! Nos quedamos con el trabajo.
GRANJERO: Bueno, no será tan fácil como creen. Todos los que han intentado dormir allí han aparecido muertos a la mañana siguiente.
GROUCHO: En ese caso, tendremos que cobrar los cien dólares por adelantado. ¿Dónde está la mansión Crexton?
GRANJERO: Bajen hasta llegar al ayuntamiento y pregunten por el alcalde. El se encargará de que les lleven a la mansión Crexton; pero ya les digo que les aconsejará que no vayan.
CHICO: No se preocupe. ¿Cómo se llega hasta allí?
GRANJERO: Sigan esta carretera. No pueden perderse. Yo tengo prisa. El cerdo que tengo en el carro está enfermo y lo llevo al veterinario.
CHICO: ¿Tiene enfermo al cerdo? ¡Qué mala pata! ¿Y cómo está el resto de la familia?
GROUCHO: Ravelli, guárdese esas insolencias para la mansión encantada y no quedará ni un fantasma en la casa.
GRANJERO: Bueno, tengo que irme.
GROUCHO: De acuerdo, adiós.
GRANJERO: Adiós.
GROUCHO: ¿No se lo decía yo? Hablaba con el cerdo.
GRANJERO (azota al caballo): ¡Arre!
(El carro recula.)
CHICO: Mire, jefe. La carretera se bifurca. ¿Qué camino cogemos?
GROUCHO: Le diré lo que vamos a hacer, Ravelli. Usted coja el de la izquierda y yo el de la derecha. Si usted llega allí el primero, haga una marca con tiza en los escalones del ayuntamiento.
CHICO: Jefe, ¿y si llega usted antes?
GROUCHO: En ese caso, borraré la marca de tiza. No creo que estemos lejos porque se divisa claramente la silueta de la ciudad.
CHICO: ¿La qué?
GROUCHO: ¡La silueta! ¿No sabe lo que significa?
CHICO: ¡Claro que sí! Conozco a una bailarina de revista con una silueta…
(Sube la música.)
PRESIDENTE (golpe de maza): Alcalde Watkins, como presidente del juzgado municipal me siento en la obligación de recordarle que comete un grave error al interferir en la decisión de la junta en lo referente a la casa encantada Crexton.
ALCALDE: Pero señor, no puede usted permitir que esos dos hombres entren en la casa. Eso significa una muerte segura.
PRESIDENTE: Escuche, señor alcalde: hay que llegar al fondo de este asunto. Una casa encantada, en una ciudad civilizada, es una vergüenza. El juzgado municipal ha ofrecido una recompensa de cien dólares a quien duerma en la casa. Mr. Flywheel y Mr. Ravelli, aquí presentes, han aceptado la oferta de la junta. ¡Y la oferta sigue en pie!
ALCALDE: Muy bien, yo no me hago responsable de lo que les pueda pasar. Mr. Flywheel y Mr. Ravelli, espero que tengan un seguro de accidentes.
CHICO: Bah, no sirven para nada. Mi hermano sacó un seguro contra accidentes y no funcionó; tuvo un accidente al día siguiente.
GROUCHO: Está bien, Ravelli. Cuando regresemos a la ciudad presentaremos una demanda por daños.
CHICO: Mi hermano no quiere más daños; bastante daño se hizo en el accidente.
(Se oye acercarse la banda de música tocando una marcha fúnebre.)
CHICO: Oye, ¿qué música es ésa?
ALCALDE: Bueno, es que los del pueblo han oído que ustedes son lo bastante temerarios como para dormir en la casa encantada y vienen a echarles el último vistazo. (La música sube.) ¿Sabe una cosa?, es una de las mejores bandas de todo el condado. Probablemente la mejor. Bonita música, ¿verdad, Mr. Flywheel?
GROUCHO: ¿Qué dice usted?
ALCALDE: Digo que esta banda sabe tocar de verdad. Seguramente es la mejor banda de todo el estado.
GROUCHO: ¿Que es qué?
ALCALDE: Digo que es buena música. Me apostaría algo a que nuestra banda de Witchville cuenta con algunos de los mejores músicos de todo el país.
GROUCHO: Lo siento, señor alcalde, pero tendrá que hablarme más alto. Esta abominable orquesta hace tanto ruido que no oigo ni una palabra de lo que me está diciendo.
(La música se va acallando.)
ALCALDE: Salgamos, caballeros, los del pueblo quieren verles. (Abre la puerta; la gente les vitorea.) ¡Ciudadanos de Witchville! Con el corazón lleno de miedo y pesar, les presento a los dos hombres que esta noche arriesgarán sus vidas en la casa encantada de Crexton. (La multitud lanza vítores.) Mr. Ravelli, ¿quiere usted decir una palabra?
CHICO: Claro.
ALCALDE: Pues adelante.
CHICO: La acabo de decir: claro.
GROUCHO: Ha estado espléndido, Ravelli. Ahora diré yo otra palabra: ¡Largo!
ALCALDE: Mr. Flywheel, ¿quiere decirnos algo?
(Gritos de «¡Que hable! ¡Que hable!»)
GROUCHO: Señoras y caballeros, al mirar sus caras vacías y estúpidas, me acabo de acordar de un chiste. ¡Ja, ja, ja! Un buen chiste.
ALCALDE: ¿Y cuál es el chiste, Mr. Flywheel?
GROUCHO: No les gustaría, no es verde. Y ahora, señoras y señores, su alcalde —ese viejo rocín— ya les ha dicho que vamos a pasar la noche en la casa encantada. Flywheel no teme la aventura. Recuerdo haber cruzado el desierto conduciendo temerariamente, sin comida y sin agua. Seguí y seguí conduciendo hasta que el coche quedó hecho puré. ¿Me asusté y por eso? Ni hablar. Conservé la calma y me senté a comer el puré.
ALCALDE: Mr. Flywheel, perdone, pero hay un caballero que quiere hablar con usted y con Mr. Ravelli.
HOMBRE Empezaré con usted, Mr. Ravelli. Si no le importa, me gustaría tomarle unas cuantas medidas para tenerle todo preparado por la mañana.
CHICO: Estupendo. Adelante, mida.
HOMBRE Ochenta y dos, ciento sesenta, ciento seis. Hombre, menos mal. Me parece que nos quedan de sus medidas.
CHICO: ¡Mire qué bonito, jefe! Les debemos de caer bien. Nos van a regalar trajes nuevos.
GROUCHO: Vaya recepción, ¿eh, Ravelli? Oiga, extranjero, ¿de qué material piensa hacernos los trajes?
HOMBRE De madera de pino blanco con asas de plata. Como los de los otros.
CHICO: Oiga, ¿a qué otros les han dado eso?
HOMBRE A los dos últimos que intentaron pasar la noche en la casa encantada.
CHICO: Oiga, jefe, no me siento muy bien.
GROUCHO: Tonterías, Ravelli; intentan asustarnos.
CHICO: Pues ya pueden parar. Yo ya estoy asustado.
ALCALDE: Vamos, caballeros, se está haciendo tarde. Si insisten en ir a la casa encantada, se tienen que poner en marcha. Yo mismo les llevaré en coche hasta allí.
(La banda empieza a tocar «Es la hora del adiós»; la gente se une al cántico.)
ALCALDE: Aquí está el coche. Suban.
(Se cierra la puerta del coche, el motor se pone en marcha.)
CHICO: Oiga, tiene usted un coche fantástico.
ALCALDE: Sí, a la gente le encanta este coche. Les gusta tanto que lo han robado ya tres veces.
CHICO: ¡No me diga! ¿Y quién lo robó las dos primeras veces?
ALCALDE: Miren a su izquierda, caballeros: ahí tienen el campo de golf de Witchville, uno de los más bonitos del país.
CHICO: ¿Golf? Yo juego muy bien.
ALCALDE: ¿De verdad? ¿Cuál es su hándicap?
GROUCHO: El hándicap de Ravelli es su cara; su golf tampoco es muy bueno que digamos, pero eso se debe sólo a que no ha jugado nunca.
ALCALDE: Ahí la tiene, Mr. Flywheel, justo frente a usted; en lo alto de esa colina está la mansión Crexton. ¿No quiere pensarse mejor lo de pasar la noche bajo ese techo espantoso?
CHICO: ¿Qué le pasa al tejado? ¿Tiene goteras?
ALCALDE: Esa casa lleva cien años encantada; desde que Roderick Crexton asesinó a su mujer y a sus seis hijos y después se suicidó.
CHICO: ¿Qué hizo primero, matar a su mujer o suicidarse?
ALCALDE: Desde aquel día terrible, el fantasma de Roderick Crexton ha habitado la casa. Cada noche, cuando el reloj da las tres, el fantasma de Roderick Crexton aparece y pobre del que se encuentre con esa aparición.
CHICO: Oiga, ¿no le he hablado yo de mi operación?
ALCALDE: Les aseguro, caballeros, que están arriesgando su vida por la miserable cantidad de cien dólares.
GROUCHO: Sí, tan sólo unas migajas. Puro alimento para pollo.
ALCALDE: Bien, son ustedes más valientes que yo. No me atrevo a seguir más adelante. Les dejaré junto a la verja. Adiós, Mr. Ravelli. Hasta siempre, Mr. Flywheel. (Ruido de las puertas del coche al abrirse y cerrarse.) Ah, una última pregunta: ¿dónde quieren que enviemos los cuerpos?
GROUCHO: Puede enviar el mío a Detroit pero a portes pagados.
CHICO: El mío déjelo aquí. Pasaré a buscarlo en cualquier momento la semana que viene.
ALCALDE: Muy bien, caballeros. Aquí tienen la llave. Si salen de ésta con vida, me sorprenderá muchísimo. Adiós.
(El coche se pone en marcha y gira.)
GROUCHO: Oiga, esta casa tiene una pinta totalmente fantasmal. Tampoco me gusta la llave que nos ha dado. Es un esqueleto.
(El viento aúlla.)
CHICO: Oiga, jefe, ¡jefe! ¿Qué ruido es ése?
GROUCHO: No es nada, Ravelli. Sólo el viento. Vamos, abriré la puerta.
(La llave gira en la cerradura.)
CHICO: Oiga, esto no me gusta nada.
(La puerta cruje al abrirse.)
CHICO: Esto no me gusta, jefe, se lo aseguro.
(Sonido de dientes castañeteando.)
GROUCHO: Ravelli, ahora no es el momento de agitar los dados.
CHICO: No estoy agitando los dados, jefe. Me tiemblan las rodillas.
GROUCHO: Mantenga la cabeza fría.
CHICO: No se preocupe, estoy frío. Tengo tanto frío que estoy tiritando.
(Sube la música.)
(Ruido del viento soplando.)
GROUCHO: ¡Despierte, Ravelli! ¡Despierte!
CHICO (soñoliento): ¿Qué?
(Arrastrar de cadenas.)
GROUCHO: ¿Qué ruido es ése? Creo que es el fantasma.
CHICO: Bueno, dígale que vuelva dentro de una hora. Tengo sueño.
(Arrastrar de cadenas.)
GROUCHO: Ahí está otra vez. Ravelli, oigo arrastrar de cadenas. Pero tal vez sólo sea un preso escapado de la cárcel del condado.
CHICO: Pues ya es hora de que esté en la cama. Debe de ser muy tarde. ¿Qué hora es?
GROUCHO: Yo tengo las tres menos cuarto, pero mi reloj siempre marca las tres menos cuarto. El fantasma no llega hasta las tres, aunque puede que haya adelantado el horario. Vamos, Ravelli, levántese.
CHICO (bosteza): Oiga, jefe, me gusta esta casa. Puede que me quede a vivir aquí.
(El viento aúlla.)
GROUCHO: Me parece que morirá también aquí.
(Otro ruido de cadena.)
GROUCHO: Escuche, tengo una idea.
CHICO (medio dormido): ¿Y qué quiere?
GROUCHO: Se supone que el fantasma no llega hasta las tres. Vamos a disfrazarnos. Cogeremos aquellas sábanas, nos vestiremos de fantasmas y el fantasma de verdad creerá que somos de la familia.
CHICO: No está mal, pero prefiero dormir.
GROUCHO: ¡Venga! Coja esa sábana y vamos a la caza y captura.
CHICO: No necesitamos capturar ninguna casa, ya la tenemos.
GROUCHO: Vamos, póngase esa sábana.
CHICO: De acuerdo, de acuerdo.
(La puerta cruje al abrirse.)
CHICO: ¡Oiga, jefe! ¡Mire! La puerta de la habitación se está abriendo. ¡Vamos! Creo que es mejor que vayamos a la entrada.
(El reloj da las tres.)
GROUCHO (llama): Ravelli, ¿dónde va? Ravelli, ¿dónde está usted? Esto está muy oscuro. ¿Dónde está? ¡Vuelva, Ravelli! (Aliviado.) ¡Ah!, está usted aquí. Creía que me había dejado solo. Venga aquí y cierre la puerta cuando entre.
(Portazo.)
GROUCHO: Oiga, esa sábana le hace más alto. Ravelli, ha crecido, ¿verdad? Bueno, hable, diga algo, hombre; dígame algo.
FANTASMA: ¡Ahhh!
GROUCHO: ¿A quién? Pues a mí.
FANTASMA: ¡Ahhh!
GROUCHO: A mí, atontado. ¿Eso es lo único que se le ocurre?
FANTASMA (risa cavernosa): ¡Ja, ja, ja!
GROUCHO: ¿Le importaría repetirlo?
FANTASMA: ¡Ja, ja, ja!
GROUCHO: Justo lo que me figuraba. Usted no es Ravelli. Es un impostor. Con toda la gente que hay y tiene que hacerse pasar por Ravelli. Debe de estar loco. Ahora largo de aquí si quiere seguir vivo.
FANTASMA: Yo… estoy… muerto.
GROUCHO: Eso le pasa por no cuidarse. ¡A quién se le ocurre corretear por esta casa llena de corrientes sólo con una fina sábana!
FANTASMA: Soy… un… fantasma.
GROUCHO: Mire una cosa, fantasma. Hágame caso y lleve esa sábana a la lavandería. Está asquerosa. La verdad es que puede ahorrarse dinero con una mujer que venga una vez por semana y le haga la limpieza.
FANTASMA: Soy el espíritu de Roderick Crexton. ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!
GROUCHO: ¡Anda! El viejo Crexton debió de morirse de risa.
FANTASMA: Flywheel, su suerte está echada. Está usted a punto de ir a reunirse con sus antepasados.
GROUCHO: ¡Ni hablar! Usted no me llevará al asilo.
(Se oye afuera un golpe tremendo.)
FANTASMA: ¿Qué ha sido eso?
GROUCHO: No lo sé; parecía el golpe de una hipoteca al caer vencida.
FANTASMA: Voy a ver quién se atreve a alterar la tranquilidad de mi territorio. En cuanto a usted, si le encuentro aquí cuando vuelva, morirá.
GROUCHO: ¡Bonito asunto! Un fantasma de cien años que aún encuentra divertido ir por ahí asustando a la gente.
FANTASMA: Me voy…
(Se abre la puerta.)
GROUCHO: ¡Ravelli! ¡Ravelli!
CHICO: Aquí estoy, jefe.
GROUCHO: Ravelli, venga rápido. Tengo una poderosa razón para querer salir vivo de esta casa.
CHICO: ¿Qué razón es ésa, jefe?
GROUCHO: No me gustaría que me vieran muerto con usted.
CHICO: Oiga, si vamos a morir, podría pagarle los doce dólares que le debo.
GROUCHO: Ravelli, no es momento para hablar de trivialidades. Y, además, me debe usted trece, no doce.
CHICO: Ya lo sé, pero es que soy supersticioso.
GROUCHO: ¿De dónde ha sacado esos doce dólares?
CHICO: Los encontré en la otra habitación. Montones de dinero. Mire: ¡cien dólares! ¡Mil! ¡Diez mil! Hay dinero por toda la casa.
GROUCHO (nervioso): Vamos a ver, Ravelli. Vamos a verlo.
CHICO: Mire aquí; eche una ojeada y devuélvamelo.
GROUCHO: Oiga, la tinta de este dinero aún no está seca. ¿Sabe una cosa? Me parece que es falso.
CHICO: ¿Falso? ¿Falso? No entiendo el chiste.
GROUCHO: Ravelli, hasta un fantasma es mejor compañía que usted. Es evidente que es dinero falsificado. Yo también quiero un poco. Quédese aquí. (Portazo.)
(CHICO silba «Amapola». La puerta cruje al abrirse.)
FANTASMA: ¡Uhhh!
CHICO: No me asusta, jefe. Ya sé que es usted.
FANTASMA: Soy el fantasma de Roderick Crexton.
CHICO: ¡Bah! Usted está loco. Crexton está muerto.
FANTASMA: Soy su fantasma, ¿está claro?
CHICO: Claro no, transparente; como tienen que ser los fantasmas. Vamos, pase.
FANTASMA: ¿Quién es usted?
CHICO (asustado): ¡Ay!… ¡Ay!… ¡Ay!…
FANTASMA: ¿Pero es que no sabe usted hablar?
CHICO: No, me he quedado helado. Es que soy de Nevada. (Se ríe.) Buen chiste, ¿verdad, señor fantasma?
FANTASMA (burlándose malévolamente): ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!
CHICO: Le ha gustado el chiste, ¿eh? Muy bien, se lo contaré otra vez. ¡Oiga! Usted es un buen tipo; le prefiero a Flywheel, mi jefe. El siempre me está echando la bronca.
FANTASMA (vuelve a reírse): Ja, ja, ja.
CHICO (también se ríe): ¡Ay, amigo! ¡Nos lo estamos pasando de miedo!
(Se abre la puerta.)
GROUCHO: ¡Ravelli! ¡Ravelli! Lo siento; no sabía que tenía compañía. Volveré más tarde.
CHICO: Oiga, jefe, este individuo dice que es un fantasma.
FANTASMA: ¡Uhhh!
GROUCHO: Con que un fantasma, ¿eh? Estupendo. Siempre he querido interpretar Hamlet.
FANTASMA: Soy el fantasma de Roderick Crexton.
GROUCHO: Si este es un fantasma, Ravelli, me comeré su sombrero con ketchup.
FANTASMA: ¡Uhhh!
CHICO: Muy bien, jefe. Aquí tiene mi sombrero. Me voy.
GROUCHO: ¿Dónde va?
CHICO: Voy a la cocina a traerle el Ketchup.
FANTASMA: ¡Uhhh!
GROUCHO: Que sean dos Ketchups; uno para el fantasma.
FANTASMA: Soy el fantasma de Roderick Crexton.
GROUCHO: Oiga, ya me estoy hartando de oírle decir eso. Tendrá que quitarse la sábana y demostrarlo. Vamos, Ravelli, quítele la sábana.
CHICO: De acuerdo, jefe. Agárrele.
(Ruido de forcejeo y desgarrón de sábana.)
FANTASMA (durante el forcejeo): No me toquen. Quítenme las manos de encima.
CHICO: ¡Mire, jefe! ¡Es el alcalde!
GROUCHO: Con que éste es su juego, ¿eh, señor alcalde? ¿Pensaba hacer pasar este garito por una casa encantada y así alejar a la gente asustándola, mientras usted falsificaba dinero? ¡Arriba las manos!
CHICO: Oiga, jefe, que usted no tiene pistola.
GROUCHO: Muy bien, Ravelli. No se me había ocurrido. Muy bien, alcalde, puede bajar las manos.
ALCALDE: Escuchen, muchachos; si me entregan, quedaré desacreditado para siempre. Por favor, denme otra oportunidad.
CHICO: ¿Quiere asustarnos otra vez?
ALCALDE: No, no, caballeros. Les ofrecí cien dólares por dormir aquí. Si mantienen todo esto en secreto, les daré mil.
CHICO: Oiga, con mil no hacemos nada.
GROUCHO: Tonterías, Ravelli. Cojamos esos mil y seguramente conseguiremos otros mil de recompensa cuando lo entreguemos a la policía.
ALCALDE: No, no, caballeros. No deben decir nada a la policía. Les daré dos mil.
GROUCHO: ¿Quién ofrece tres mil?
ALCALDE: De acuerdo, les daré los tres mil.
GROUCHO: Adjudicado al fantasma por tres mil dólares.
ALCALDE: No saben ustedes lo que esto significa para mí, caballeros. Aquí está; aquí tienen el dinero. Tres mil dólares. Gracias, gracias; nunca lo olvidaré.
GROUCHO: De nada, alcalde. Venga a asustarnos alguna otra vez.
ALCALDE: Buenas noches, caballeros.
(Se abre la puerta y se vuelve a cerrar.)
CHICO: No está mal haber conseguido tres mil, ¿verdad, jefe?
GROUCHO: No, pero deberíamos haber pedido más. Si se los llegamos a pedir nos habría dado cinco mil.
CHICO: ¿Usted cree? ¿Por qué piensa eso?
GROUCHO: Hombre, porque de todos modos es dinero falso.
(Sube la música.)
«Ese Chico es un tipo listo.» Y lo era. El fue quien negoció el lucrativo contrato de los Hermanos con Irving Thalberg y la MGM en 1934 después de haberse pasado más de un año sin un contrato cinematográfico.
COLOFON
CHICO: Oye, Groucho.
GROUCHO: Dime, Chico.
CHICO: ¿Sabes lo que estoy pensando? Creo que al hacer el papel de un tonto como Ravelli, la gente se cree que, en realidad, no tengo cerebro.
GROUCHO: Francamente, Chico, yo también he tenido siempre esa impresión.
CHICO: Bueno, tal vez podrías hacerme unas cuantas preguntas; las responderé y la gente dirá: «Ese Chico es un tipo listo».
GROUCHO: De acuerdo, Chico. ¿Cómo es la tierra?
CHICO: Es… pues… ejemmm…
GROUCHO (susurra): Oye, te voy a dar una pista. Mira mis gemelos. (En voz alta) Bueno, ¿qué forma tiene la tierra?
CHICO: Cuadrada.
GROUCHO (susurra): Te has equivocado, Chico. Estos gemelos no. Me refería a los gemelos de los domingos.
CHICO: ¡Ah, sí!
GROUCHO: Otra vez: ¿qué forma tiene la tierra?
CHICO: Cuadrada los días laborables y redonda los domingos.
GROUCHO: Bueno, más o menos. Es redonda, estúpido.
CHICO: Vale, pues es redonda. No tengo ganas de discutir.
GROUCHO: Chico: ¿qué descubrió Colón cuando salió al mar al frente de una flota?
CHICO: ¿Flota? ¿De qué?
GROUCHO: ¿De qué? ¿El qué?
CHICO: Si flotaban en el mar, serían de aceite; ¿qué aceite era? ¿Usaba Essolube? Oye, ¿tú crees que los libros dicen algo de eso?
GROUCHO: ¿De eso? ¿Te refieres a Esso, la gasolina más poderosa?
CHICO: Creo que sí.
GROUCHO: Entonces, podemos dar las buenas noches.
LOS DOS (cantando): Buenas noches, señoras, buenas noches, señoras…
(Sintonía musical.)