Episodio n.° 22[1] 24 de abril de 1933

FIVE STAR THEATRE

PRESENTA

FLYWHEEL, SHYSTER, Y FLYWHEEL

Reparto

Groucho Marx como Waldorf T. Flywheel

Chico Marx como Emmanuel Ravelli

Miss Dimple

Guía

Policía Montada

Forastero

(Suena el teléfono.)

MISS DIMPLE: Despacho de los abogados Flywheel, Shyster y Flywheel… No, lo siento, Mr. Flywheel no está… Sí, él y su ayudante, Mr. Ravelli, se han ido de vacaciones. Han ido a pescar a los bosques de Canadá… Sí, les diré que ha llamado. (Se desvanece.) Adiós.

(Sonido de pájaros cantando y chapoteo de agua.)

CHICO: Eh, Flywheel, ¡pica, pica!

GROUCHO: ¿Qué le pica? Bueno, yo también suelo tener picores y no voy por ahí gritándolo a los cuatro vientos.

CHICO: Anda, ya han dejado de picar. Me parece que era un pez.

GROUCHO: Tonterías, Ravelli. Llevamos cinco horas sentados aquí y no se ha movido ni el corcho. Lo más probable es que los peces se hayan picado entre ellos.

CHICO: Puede que no les guste el cebo que les hemos puesto en el anzuelo.

GROUCHO: Si el jamón en conserva es bueno para nosotros, también lo será para los peces.

CHICO: Sí, pero a lo mejor preferirían galletitas de pescado. Mire, si cojo una caballa, podemos hacerles unos pastelillos de pescado.

GROUCHO: Ravelli, si pescamos algo aquí no será una caballa, será un milagro.

CHICO: ¿Un milagro? Nunca he cogido ninguno. Pero una vez pesqué una cría de esturión en una tienda de comestibles.

GROUCHO: ¿Un esturión en una tienda de comestibles?

CHICO: Un esturión no, su cría. Muchos huevecillos negros dentro de un pote. (Carcajada.) ¡Era broma!

GROUCHO (susurra): ¡Silencio! El corcho se mueve. Creo que he pescado algo.

CHICO: ¡Qué casualidad! También yo he pescado un catarro.

GROUCHO: ¡No me diga! ¿Y qué toma para el catarro?

CHICO: Bueno, a veces me tomo una aspirina y otras veces sales de fruta.

GROUCHO: ¡Iría al fin del mundo por un poco de fruta!

CHICO: ¿Se refiere usted a fruta en almíbar? A mí también me gusta. Estoy empezando a cansarme de estos bosques, ¿sabe? Además, ¿se puede saber para qué hemos recorrido todo este camino hasta aquí arriba?

GROUCHO: ¿Qué le pasa? ¿No le gusta la naturaleza? ¿No se da cuenta de lo que significa estar en estos enormes bosques a cientos de millas de la civilización? ¿Se da cuenta de lo que significa?

CHICO: Claro, quiere decir que esta noche no podemos ir al cine.

GROUCHO: Así que eso significa la vida para usted. Está usted aquí, en un espacio abierto donde el hombre no ha puesto el pie jamás; donde nunca se han oído los ruidos de la civilización; donde…

(Sonido: «Honk, honk.»)

GROUCHO: ¿Qué es eso?

CHICO: Me parece que es un taxi.

GROUCHO: Mire, estúpido; ¡es una oca salvaje! ¡Vamos a cogerla!

CHICO: Ni hablar; yo no quiero perseguir ocas salvajes. Oiga, jefe. ¡Jefe! Han vuelto a picar. Han pegado un tirón salvaje. Debe de ser una ballena.

GROUCHO: Bueno, sáquela.

CHICO: Se resiste como una leona. Me parece que este pez está como una cabra.

(Ruido de chapoteo en el agua.)

GROUCHO: Si está loca ahora, espere a que vea quién la ha pescado.

CHICO: La atrapé. La atrapé. Aquí está. (Pesado cataplún.) Mire, jefe. No es un pez; es una bota de goma.

GROUCHO: ¡Estupendo! ¿De qué número es?

CHICO: Creo que el cuarenta y uno.

GROUCHO: Precisamente mi número. Eche otra vez la caña y mire si puede pescar la otra.

CHICO: Verá, no me apetece pescar más botas. Volvamos a comer al campamento.

GROUCHO: Muy bien, vamos. Nuestro guía indio, el jefe Rostro Doliente, debe de habernos preparado ya la cena.

CHICO: De acuerdo. Aquí no se pesca nada.

GROUCHO: Bueno, para coger un pez hay que ser más listo que el pez. ¿Por qué no va a la estación e intenta coger el tren?

CHICO: ¡Mire! Ahí viene el jefe Rostro Doliente. ¡Hola, jefe!

GUÍA (acercándose): ¿Qué tal?

GROUCHO: Fatal. ¿Y usted cómo está, Rostro Doliente? Oiga, ¿le importa si le llamo Neuralgia, para abreviar?

GUÍA: Hummm.

CHICO: Oiga, Rostro Doliente ¿nos ha preparado la cena?

GUÍA: Tú no traer pescado; yo no poder preparar cena; yo no tener nada para cocinar.

GROUCHO: Nada para comer, ¿eh? Buena noticia, después de habernos pasado el día trabajando como negros para proporcionarle una buena casa y preciosas plumas para su espantosa cabeza. Supongo que habrá estado toda la tarde frente a la tienda de puros.

GUÍA: Yo no comprender.

GROUCHO: Usted no comprender y yo no cenar. ¡Vaya piel roja!

GUÍA: ¿Usted no pescar peces?

GROUCHO: No, no pescamos peces; pero la verdad es que les hemos dado un buen susto.

GUÍA: Mejor será buscar comida.

CHICO: Oiga, jefe, podríamos matar algo.

GROUCHO: Si tuviéramos una mesa podríamos matar el rato jugando a las cartas.

CHICO: Tenemos mesa, pero nada para comer.

GROUCHO: Me ocuparé de eso. Usted, Rostro Doliente, coja esta escopeta y traiga algo de comer.

GUÍA: Bien. Yo marchar.

GROUCHO: Y no vuelva hasta que haya cogido algo; aunque sea sólo un catarro. Con un tarro de miel bastará. Ahora, Ravelli, dese prisa y encienda fuego.

CHICO: ¿Cómo voy a hacer fuego? No tengo madera.

GROUCHO: Bueno, pues coja un hacha y haga leña.

CHICO: Lo siento, jefe, pero ya he quemado el hacha. De todas formas, no tengo cerillas.

GROUCHO: ¿No tiene cerillas? ¡Qué contrariedad!

CHICO: ¡Oiga! Podría usar mi encendedor de puros, pero no tengo puros.

(Crujido de arbustos.)

CHICO: ¡Jefe! Me parece que oigo venir a alguien.

GROUCHO: Oiga, es maravilloso. Ravelli, qué oído tiene usted, qué capacidad para distinguir los sonidos.

CHICO: Por supuesto. Usted ya sabe que tengo un oído buenísimo. (Canta «Amapola».)

(Otro crujido entre los arbustos.)

POLICÍA MONTADA: Oigan, muchachos, ¿son ustedes Ravelli y Flywheel?

GROUCHO: Así es, forastero.

POLICÍA MONTADA: ¿Qué están haciendo aquí?

GROUCHO: Sólo damos de comer a los peces. Métase al agua y le echaremos un gusano.

POLICÍA MONTADA: Déjelo. Acabo de encontrarme a su guía, Rostro Doliente, y me pidió que les dijera que había matado dos conejos y un pavo salvaje.

CHICO: ¡Qué bien! Comeremos pronto. ¿Cuándo iba a volver?

POLICÍA MONTADA: No va a volver. Me dijo que les dijera que se iba.

GROUCHO: Con que nos abandona, ¿eh? Después de haberle invitado a cenar un magnífico pavo, se ha despedido a la francesa.

CHICO: Jefe, ¿y qué esperaba usted de un indio afrancesado?

POLICÍA MONTADA: En fin, no creo que vuelvan a verle; se largó con su tribu al galope.

GROUCHO: Así que regresó con su tribu, ¿eh? Bueno, espero que tenga reserva. Y ahora, forastero, ¿quién es usted?

POLICÍA MONTADA: Soy Reginald Fitzgerald, de la Policía Montada del Noroeste.

CHICO: ¿Es eso cierto? ¿Dónde tiene el caballo?

GROUCHO: Policía Montada, ¿eh? Oiga, vaya idea. Mi tío mató una vez un policía, pero jamás pensamos en montarlo.

POLICÍA MONTADA: ¿Alguno de ustedes ha visto por aquí a un hombre alto, gordo y calvo, con pinta de ricachón?

GROUCHO: ¿Un tipo delgadito, pequeño y pelirrojo que tocaba el piano como un loco?

POLICÍA MONTADA: Por supuesto que no. El hombre que busco es un tipo peligroso. Ofrecen una recompensa, vivo o muerto.

CHICO: Oiga, si está muerto la recompensa no le servirá de mucho.

POLICÍA MONTADA: Escuchen. Tengo que atrapar a ese hombre. Es uno de los criminales más peligrosos de Canadá. No hay crimen que no sea capaz de cometer.

CHICO: Bueno, si es así, quizás me dé algo de comer. (Carcajada.) Buena broma, ¿verdad, jefe?

POLICÍA MONTADA: Tengo que seguir buscando. La recompensa que ofrecen por ese hombre es muy elevada. Mil dólares vivo y quinientos muerto.

CHICO: Oiga, ¿y cuánto dan si está sólo un poco inconsciente?

POLICÍA MONTADA: Bueno, si se encuentran con él, mejor será que tengan cuidado. Ese hombre es un asesino. Le llaman la Hiena Risueña. Le reconocerán porque se ríe de todo.

GROUCHO: Ravelli, es el hombre ideal para sus chistes.

POLICÍA MONTADA: Bueno, caballeros, me voy. Tengo que encontrarle. Nosotros, la Montada del Noroeste, siempre conseguimos al hombre que buscamos.

GROUCHO: En fin, me imagino que es un problema de gustos. Personalmente, creo que es mucho mejor conseguir a una mujer.

POLICÍA MONTADA (Volviéndose): Adiós.

(Crujidos entre la maleza.)

CHICO: Oiga, jefe, espero que esa Hiena Risueña no ande por aquí cerca.

GROUCHO: A mí tampoco me haría ninguna gracia. Vamos, Ravelli. Cojamos la canoa y larguémonos.

CHICO: O.K.

(Ruido de pasos en el bosque.)

GROUCHO: Remaremos río abajo y la corriente nos llevará a la velocidad de una bala.

CHICO: Eso, no servirá de nada. No tenemos con qué disparar.

GROUCHO: ¡Rostro Doliente se llevó nuestra escopeta!

(La música sube de volumen.)

(Sonido de remos salpicando.)

GROUCHO: ¡Más rápido! Ravelli, ¡más rápido! Así no vamos a ningún lado.

CHICO: Oiga, no puedo remar más deprisa. ¿Por qué no levanta su trasero y me ayuda un poco?

GROUCHO: Lo siento, Ravelli. No quería criticarle. Lo está haciendo muy bien, pero me gustaría que adelantara ese árbol de la orilla; estoy cansado de verlo.

CHICO: ¡Jefe, mire! Estoy dale que te pego y la canoa ni se mueve.

GROUCHO: Tengo una idea. Tal vez si desatara la cuerda sería más fácil. Es que estamos atados a ese árbol.

CHICO (deja de remar): ¡Ja! ¡Ja! Y yo me creía que no sabía remar por no tener licencia de remero. (Empieza a remar de nuevo.) Allí vamos. Se me da bien, ¿verdad, jefe?

(Salpicadura.)

GROUCHO: ¡Ravelli, Ravelli! Un poco más suave con ese remo. ¡Me está empapando!

CHICO (carcajada): ¡Usted siempre quejándose!

GROUCHO: ¡Mire, imbécil! Estoy sentado en un charco de agua. Esta canoa tiene un agujero. ¡Está entrando agua!

CHICO: No se preocupe. Yo lo arreglaré, jefe.

(Deja de remar y comienza a martillear.)

GROUCHO: Y ahora, ¿qué está haciendo?

CHICO: Nada. Sólo estoy haciendo otro agujero para que salga el agua.

GROUCHO: Pues hágalo bien grande para que quepa también usted.

CHICO (agitado): ¡Oiga, mire! Ahora entra agua por los dos agujeros.

GROUCHO: En ese caso, tendrá que abrir dos agujeros más para que salga.

CHICO: No; tengo otra idea mejor. Meteré los puños en los agujeros. Así no entrará.

GROUCHO: ¿Por qué no mete la cabeza? Tal vez sea un excelente cebo para los peces.

(Rugido de una catarata cercana.)

CHICO: ¡Mr. Flywheel! ¡Mire hacia delante! El río se acaba. Me parece que esto es lo que llaman un callejón sin salida.

GROUCHO (nervioso): Dé la vuelta, Ravelli. ¡Dé la vuelta! ¡Vamos derechos a la catarata!

(Ruido de remos golpeando el agua a toda velocidad.)

CHICO (nervioso): Jefe, la corriente es muy fuerte. No puedo volver. No nos movemos.

GROUCHO: Siga remando, Ravelli. Siga remando. Vamos de cabeza a la catarata. Hay un salto de quince metros. Siga remando.

CHICO: Déjemelo a mí, jefe. (En tono más suave.) Pero primero tengo que sonarme. (Deja de remar, el ruido de la catarata se hace mayor.)

GROUCHO (gimiendo): ¡Ravelli! ¡Ravelli!

(Ruido de agua; «Blub, blub, blub» de Groucho. Fuerte chapoteo durante cinco segundos; después se apaga.)

GROUCHO: ¡Ravelli! ¡Ravelli! ¿Dónde está?

CHICO: Estoy aquí, debajo de esta ducha.

GROUCHO: Pues páseme el jabón y salgamos de aquí. Nos hemos quedado sin agua caliente. Vamos; salgamos de este remolino y nademos hasta la orilla.

CHICO: O.K.

(Ruido de chapoteo.)

GROUCHO (gruñidos espontáneos): En buen follón nos hemos metido. Hemos perdido todo el equipo y casi nos ahogamos; y todo por sonarse. ¿Se da cuenta de que se ha cargado la canoa y la ropa a la vez?

CHICO: Es cierto. Mire. Ahí están nuestras cosas, en esa cala. Deben de estar bien lavadas.

GROUCHO: Bueno, eso es algo que usted no ha hecho nunca con ellas. Vamos, acamparemos aquí. Primero… Espere, deje la tienda donde estaba.

CHICO: O.K.

(Ruido de un objeto al caer al agua.)

GROUCHO: Pero ¿qué hace?

CHICO: ¿No me dijo que dejara la tienda donde estaba?

GROUCHO: Pero no le dije que la echara otra vez al río. Venga, saque la tienda del agua… (chapoteo) y tráigala aquí, debajo de este árbol… eso es. Ahora, pásemela… empuje hacia arriba por ese lado.

(Sacudida de la lona, gruñidos.)

CHICO: Creo que la próxima vez será mejor traernos una casa. No cuesta tanto.

GROUCHO: ¿De qué se queja? Mire; la tienda ya está levantada, lista para una deliciosa noche de descanso. (Bosteza.) Estoy cansado.

(Crujidos entre los arbustos.)

CHICO: Mire, jefe. Mire: una cara en ese arbusto.

GROUCHO: Ravelli, es mi tío Julius. Reconocería su cara en cualquier sitio. (Le llama.) ¡Hola, tío!

(Bramido de reno.)

CHICO: Oiga, ése no es su tío. Es un reno, lleva cuernos.

GROUCHO: Bueno, también mi tío Julius.

(Más crujidos entre los arbustos.)

CHICO: No, me he equivocado. Tampoco es un reno. Es un alce.

GROUCHO: Tiene razón, Ravelli. Ese no es mi tío Julius. Mi tío Julius lleva gafas. (En voz alta.) Oye, alce, la próxima vez golpea los cuernos contra un árbol para avisar que llegas.

CHICO: ¡Jefe, está pisoteando nuestras cosas! Oye, alce, vete a casa. ¡Largo! ¡Fuera! ¡Márchate!

GROUCHO: Si le pudiésemos atrapar, Ravelli, cenaríamos filete de alce.

(Bramido de reno.)

CHICO: Me parece que todo esto es un malentendido. Ahora, está entrando en nuestra tienda. Y es muy pequeña para él.

CHICO: Jefe, deténgale. Alce… alce, por favor, no lo hagas. (Desgarrón de lona, crujidos y alboroto.) Oiga, jefe, mire lo que ha hecho. Ha atravesado la tienda. La lleva colgada del cuello.

GROUCHO: Bueno, le da bastante realce. Ya se va. (Los crujidos entre la maleza se desvanecen.) Y con él también se va nuestra tienda. Bueno, me parece que esta noche dormiremos en el lecho del río.

CHICO: ¡Oh! ¡Menos mal que el alce se ha ido!

(Crujidos entre la maleza.)

GROUCHO: Oiga, me parece que vuelve.

CHICO: ¡Ayyyyy! No es un alce.

GROUCHO: Bueno, en lo que a mí respecta, si no es un alce ya es algo.

CHICO: Mire, es un hombre.

GROUCHO: No es un alce. Espere a que se alce y lo verá. (Susurra.) Vea. Es alto, gordo y calvo. Tal vez sea la Hiena Risueña.

CHICO (Susurra): Está bien. Recuerde la recompensa: mil vivo y quinientos muerto.

FORASTERO (a lo lejos): ¡Holaaa!

GROUCHO: Si es la Hiena Risueña, mejor será que nos larguemos de aquí.

CHICO: Voy a ver si tiene la risa fácil. Usted mire.

FORASTERO (acercándose): Buenas tardes, caballero. Soy…

CHICO: ¡No nos lo diga! No nos diga quién es usted. Lo adivinaremos. Le propongo un acertijo. ¿Qué es una cosa amarilla que tiene nueve narices y papa moscas?

FORASTERO: ¿Amarillo con nueve narices y que papa moscas?

CHICO: ¡Un equipo de béisbol japonés!

FORASTERO (se monda de risa): ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!

GROUCHO (susurra): Ravelli, es él. Tiene que ser él. Sólo una hiena puede reírse de un chiste tan malo.

FORASTERO: ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ¡Qué bueno!

GROUCHO: Vamos, no es tan bueno. Ravelli, este hombre es peligroso. Sálvese quien pueda.

FORASTERO: En fin, la verdad es que es divertido. Su amigo me hace morir de risa. ¡Ja! ¡Ja! Sí señor, me muero de risa.

GROUCHO: Mejor será que no lo haga.

CHICO: ¿Y por qué no, jefe?

GROUCHO: Bueno, si se muere perderemos quinientos dólares.

(Sube la música.)

(Trinar de pájaros.)

CHICO: Oiga, jefe, ¿no podemos sentarnos un rato? Llevamos tres días andando por el bosque y tengo las patas cansadas.

GROUCHO: Yo también estoy cansado. Escuche, tenemos que devolver a la civilización esta Hiena Risueña y cobrar la recompensa antes de que él sospeche que le hemos capturado.

CHICO: Oiga, no hable tan alto. La Hiena viene pisándonos los talones.

GROUCHO: Bien, tal vez tengamos que andar más deprisa. No me gusta ese tipo.

CHICO: Bah, ¿qué le pasa? Es un asesino muy simpático. Le ríe todos los chistes.

GROUCHO: Ya lo sé. Pero seguramente está loco, porque también se ríe con los suyos. Oiga, debe de estar dormido. Hace dos minutos que no le oigo reírse.

CHICO: ¡Jefe! ¡Jefe! Vuélvase. ¡Se ha ido!

GROUCHO: Con que intenta escapar, ¿eh? Ravelli, tenemos que cogerle. Rápido. Pregúnteme un acertijo y hágalo en voz bien alta.

CHICO: O.K. (Chilla.) ¿Quién era esa señora que estaba con usted la otra noche?

GROUCHO (también chillando): No era ninguna señora, ¡era su mujer!

FORASTERO (a lo lejos): ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!

GROUCHO: Ahí está. Ravelli, por ese camino. ¡Rápido! ¡Vamos tras él!

(Crujidos entre los arbustos.)

CHICO: No le veo. ¡Mire! Aquí hay unas huellas.

GROUCHO: Tiene razón. Esto es muy raro. O ha encontrado un amigo o va a cuatro patas.

CHICO: Igual ha perdido un botón. Mire. Las huellas nos llevan derecho a esa cueva. Entraré a echar un vistazo.

GROUCHO (desde fuera): Oiga, ¿hay luz ahí dentro?

CHICO: No lo sé. Está tan oscuro que no le puedo decir. Encenderé una cerilla a ver.

GROUCHO: No se preocupe. ¿Está ese tipo ahí dentro? Salga; salga de donde esté.

CHICO: No sale, jefe. Entraré un poco más.

(Pausa mientras RAVELLI entra.)

GROUCHO: Voy con usted, Ravelli.

CHICO: Oiga… mire… mire. Ya le veo. Está en ese rincón de la cueva.

GROUCHO: Sí, ése es. Pero ¿de dónde habrá sacado ese abrigo de piel? Cuéntele un chiste, Ravelli. Póngale de buen humor.

CHICO: Vale, jefe. (Le llama:) Oye, Hiena, ¿qué diferencia hay entre un escocés y un coco?

GROUCHO (susurra): Siga, Ravelli. Está interesado.

CHICO (en voz alta): ¿Se rinde? Pues que al coco se le puede sacar algo de beber. (Carcajada.) Es bueno, ¿eh, Hiena?

(El oso gruñe.)

CHICO: Oiga, jefe, no se ríe. Está gruñendo.

GROUCHO: Después de todo, puede que no sea tan idiota. Hasta el aguante de una Hiena tiene su límite.

(Los gruñidos van creciendo.)

CHICO: Jefe, es un oso… es un oso… ¡es un oso!

GROUCHO: Ravelli, deje de cantar ese viejo sonsonete. ¡Por todos los santos, es un oso de verdad! ¿Por qué no me lo dijo?

CHICO (nervioso): ¡Vamos! ¡Salgamos de esta cueva! (Ruido de gente corriendo.) ¡Rápido! ¡Subamos a ese árbol! (Ruido al trepar.) Oiga, Mr. Flywheel, ¿dónde está?

GROUCHO: Voy por delante de usted… en la rama más alta. Suba, Ravelli, suba.

CHICO (sin aliento): Ya voy, jefe. Pero se me acaba de ocurrir que los osos también trepan a los árboles.

GROUCHO: No hable tan alto. Le está dando la idea.

CHICO: Oiga, Mr. Flywheel, mire; sube. ¡Está subiendo!

GROUCHO: En estos bosques hay ocho millones de árboles y tiene que elegir precisamente éste.

CHICO: Jefe, tengo una idea. Podemos ponerle una trampa.

GROUCHO: Buena idea. Lo único que necesitamos es una trampa. Podríamos comprar una si encontrásemos algún tramposo en la ciudad.

CHICO: Tengo una trampa en el bolsillo. Aquí está.

GROUCHO: No se puede atrapar un oso con eso. Es una ratonera.

CHICO: ¡Bah!, el oso no notará la diferencia.

(Los gruñidos aumentan.)

GROUCHO: Además, no hay queso en la ratonera.

CHICO: Bueno, en la tienda no tenían queso para osos.

GROUCHO: ¿Queso para oso?

CHICO: Claro. Queso meloso.

GROUCHO: Ravelli, me encantaría que se callara.

CHICO (susurrando): De ninguna manera jefe. Funciona perfectamente y nunca se encalla. Vamos, osito, salta.

GROUCHO: Oiga, así no hay manera de cogerle. Ponga la trampa donde él no la vea.

CHICO: Bueno, es que si no la ve, ¿cómo va a encontrarla y dejarse atrapar?

GROUCHO: Déjele que se moleste en buscarla.

(Los gruñidos siguen aumentando.)

CHICO: Oiga, M r. Flywheel, ¡Mr. Flywheel! ¡Hay un ratón en la ratonera!

GROUCHO: ¡No es un ratón, estúpido! Es su dedo.

(Vuelve a oírse el gruñido.)

CHICO: ¡El oso viene! ¿Qué piensa hacer?

GROUCHO: Esperaré a ver lo que hace usted. Llegará primero adonde está usted.

FORASTERO (a lo lejos): ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!

CHICO: Oiga, jefe; es otra vez la Hiena Risueña.

FORASTERO (más cerca): ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!

CHICO: Mire, ¡el oso baja y va tras él!

FORASTERO (cerca): ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! Vaya, muchachos, ¡qué graciosos están subidos a ese árbol!

GROUCHO: Ravelli, si el oso le coge, su comida nos costará quinientos dólares. (Llama:) Corra, forastero, corra. ¡Cuidado con el oso!

FORASTERO: ¿Oso? Oiga, yo no le tengo miedo a ese oso.

CHICO: ¡Vaya Hiena dura!

FORASTERO: Bajen de ese árbol. El oso nos les hará daño. Trepa sólo para jugar con ustedes.

GROUCHO: Ya veo. Es sólo un trepador social.

FORASTERO: Mire. Le paso el brazo alrededor del cuello. Es un oso encantador.

GROUCHO: Vamos, Ravelli. Tal vez esos dos quieren que les dejemos solos. Mire, si tuviésemos un organillo podríamos conseguir algo de dinero; siempre que hubiera público, claro.

FORASTERO: ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ¡Esa si que es buena!

(El oso gruñe.)

CHICO: El oso no piensa lo mismo. Mire. Se va a casa.

GROUCHO: Eso me da una idea. ¿Hacia dónde está la casa?

FORASTERO: Bueno, hay que encaminarse hacia el sur.

GROUCHO: Sí, pero ¿cómo se sabe hacia dónde está el sur?

FORASTERO: ¡Ja! ¡Ja! Eso es fácil. No tiene más que mirar el musgo de las piedras. El musgo sólo crece en el lado norte de las rocas. De este modo siempre se sabe dónde está el norte.

CHICO: ¿El norte? Eso no nos sirve. Queremos saber dónde está el sur.

FORASTERO: Bueno, pues si se quiere ir al sur, miras al otro lado de la roca.

CHICO:  Claro, pero en el otro lado no hay musgo. Mire, esta piedra no tiene musgo en ningún lado.

GROUCHO:  Ignórela, Ravelli. Probablemente será una piedra muy movida.

FORASTERO:  Eso sí que es divertido. ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!

GROUCHO:  Siento haberlo dicho.

CHICO:  Pero jefe, seguimos sin saber hacia dónde queda el sur.

GROUCHO:  Mire, Ravelli. Todo esto es muy sencillo. Justo enfrente suyo está el norte. Norte canta dos tréboles. Corazones dobla y vuelve a doblar. A su izquierda tiene el oeste. A la derecha, el este. Y ahora vamos a ver: ¿qué tiene detrás?

CHICO:  Un remiendo en los pantalones.

FORASTERO:  ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!

CHICO:  ¿Y ahora qué camino seguimos?

GROUCHO:  No lo sé. Pregunte al Gas Hilarante.

FORASTERO:  Caballeros, a decir verdad, yo tampoco sé que camino tomar. Me temo que nos hemos perdido.

GROUCHO: ¿Perdido? ¿Dónde estamos?

FORASTERO: No lo sé.

GROUCHO: Entonces, ¿cómo sabe que nos hemos perdido?

FORASTERO: ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ¡Qué fortuna haberles encontrado!

GROUCHO: ¿Fortuna? No, la fortuna será nuestra cuando le devolvamos a la civilización. Y no estoy seguro de que valga la pena.

CHICO: Oiga, jefe, tal vez podríamos pedir ayuda.

GROUCHO: No es mala idea, Ravelli. Adelante, chille.

CHICO: O.K. (chilla): Eeeoooh.

POLICÍA MONTADA (a lo lejos): Eeeoooh.

CHICO: Oiga. Alguien contesta.

FORASTERO: Siento llevarles la contraria, pero eso era el eco.

GROUCHO: ¿El eco? Esa era mi canción. (Canta parodiando): «Sólo un eco, oo-ooo, en el valle, oo-ooo…»

CHICO: Cállese, jefe; está asustando al eco. Lo intentaré otra vez. (Chilla): ¿Dónde estás?

POLICÍA MONTADA (a cierta distancia): ¿Dónde estás?

GROUCHO: Bueno, eco o no eco, es la conversación más aburrida que haya escuchado nunca.

CHICO: Espere un momento, jefe. (Chilla): ¿Me oyes?

POLICÍA MONTADA (a distancia): ¿Me oyes?

FORASTERO: Está malgastando sus fuerzas. Le digo que es el eco.

GROUCHO: Yo arreglaré esto de una vez por todas. Déjeme intentarlo. (Chilla): ¿Te apetece tomar algo?

POLICÍA MONTADA: ¡Ahora mismo voy!

GROUCHO: Es el eco con más sed que he oído nunca.

CHICO: Va a ponerse hecho una fiera cuando vea que no tenemos nada para beber.

GROUCHO: De todas formas, es su eco, no el mío.

(Crujidos entre los arbustos.)

CHICO: Mire, jefe; es el policía montada.

GROUCHO: Rápido, Ravelli. Agarre a la Hiena antes de que escape.

CHICO: Ya lo tengo.

(Forcejeo.)

FORASTERO: ¿Qué significa esto? Quítenme las manos de encima.

POLICÍA MONTADA (a cierta distancia): ¡Eh! ¡Hola! ¿Dónde están esas bebidas?

GROUCHO: Escuche, oficial. Tenemos para usted algo mejor que una copa. Mire. Hemos capturado a la Hiena Risueña. Flywheel siempre consigue a su hombre.

CHICO: Y Ravelli le ayuda. Oiga, señor policía, ¿qué hay de esos mil pavos? Me parece que aún está vivo.

FORASTERO: ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!

POLICÍA MONTADA: ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!

GROUCHO: ¡Caballeros, caballeros, esto no es un asunto de risa! No pueden reírse de nosotros y menos de la recompensa.

POLICÍA MONTADA: Mire, es una buena broma. ¿Saben quién es este hombre? Este caballero es uno de los principales banqueros de Canadá. Hemos cogido a la auténtica Hiena Risueña esta mañana.

GROUCHO: Dejemos eso. ¿Qué pasa con nuestros mil pavos?

POLICÍA MONTADA: Pero si le estoy diciendo que este hombre es banquero. Vale más de un millón.

GROUCHO: Bueno, pues si vale más de un millón, podría usted permitirse darnos mil dólares por él.

(Sube la música.)

COLOFON

CHICO: Damas y caballeros. Quiero decirles que resulta muy bonito ir a una estación de servicio Esso y que te den lo que se llama un rompecabezas. Oh, es divertidísimo.

GROUCHO: ¿De verdad te dieron uno, Chico?

CHICO: Claro que conseguí uno. Pero cuando llegué a casa, me di cuenta de que el hombre se había equivocado. Me dio un rompecabezas roto. Roto por lo menos en ciento cincuenta trozos.

GROUCHO: Pues ésa es la gracia del rompecabezas. ¿Conseguiste encajarlas todas?

CHICO: No. El hombre de Esso era muy simpático. Si se lo devuelvo, seguramente me dará otro rompecabezas de una sola pieza.

GROUCHO: Chico, me encantaría hacer de ti un rompecabezas, si me asegurasen que jamás iba a poder reunir tus piezas. Y ahora, ¿quieres hacer el favor de escuchar mientras yo explico?

CHICO: Lo mejor.

GROUCHO: ¿Qué quieres decir con lo mejor? ¿A lo mejor?

CHICO: No, quiero decir lo mejor. Que lo mejor para el coche es la gasolina Esso, la más poderosa. Si quieres…

GROUCHO: Te diré lo que quiero decir yo. Quiero dar las buenas noches.

LOS DOS: Buenas noches, señoras.

(Sintonía musical.)