Episodio n.° 19 3 de abril de 1933
FIVE STAR THEATRE
PRESENTA
FLYWHEEL, SHYSTER, Y FLYWHEEL
Reparto
Groucho Marx como Waldorf T. Flywheel
Chico Marx como Emmanuel Ravelli
Miss Dimple
Subdirector
Botones
Jefe De Botones
Sheriff
Mrs. Morley
Voz Chillona
Voz Masculina
Acreedor
(Suena el teléfono dos veces.)
MISS DIMPLE: Despacho de los abogados Flywheel, Shyster y Flywheel… No, Mr. Flywheel no está en la ciudad. Está en Florida… Sí, sí… Le han nombrado administrador de un hotel que ha quebrado, el hotel La Palmera. Los acreedores le han encargado la gerencia… No, su pasante, Mr. Ravelli, tampoco está. Va camino de Florida a reunirse con Mr. Flywheel… (Se desvanece la voz.) Adiós.
(Entra una voz de fondo llamando a Mr. Jones; suena el teléfono.)
SUBDIRECTOR: ¿Diga? Hotel La Palmera… No, Mr. Flywheel, el nuevo director, no está aquí en este momento… Soy Mr. Simpson, el subdirector… ¿Que se ha olvidado una bolsa? Bien, ahora mismo se la envío con un botones. (Suena el timbre.) ¡Recepción! ¡Recepción! (Pausa.) ¡Botones!
BOTONES: Sí, señor.
SUBDIRECTOR: El cliente que ha dejado la 422 se ha olvidado una bolsa. Cójala y llévela a la estación de ferrocarril.
BOTONES: Lo siento, señor, pero los botones nos vamos. No podemos más.
SUBDIRECTOR: ¿Qué? ¿Dónde está su jefe?
JEFE DE BOTONES (a distancia): Aquí estoy, señor.
SUBDIRECTOR: ¿Qué significa esto?
JEFE DE BOTONES: Nos vamos. ¡Jim! ¡Tony! ¡Venid para aquí, colegas! Vamos a solucionar esto ahora mismo.
SUBDIRECTOR: Pero…
JEFE DE BOTONES: Hace semanas que no se nos paga y queremos nuestro dinero.
SUBDIRECTOR: Chicos, no os pongáis nerviosos. Ya sabéis que este hotel está pasando por una situación difícil.
JEFE DE BOTONES: A nosotros no nos importa. Nos tienen que pagar.
BOTONES: ¡Faltaba más! No vamos a trabajar por la cara, ¿no?
SUBDIRECTOR: Atended una cosa, chicos. Yo sólo soy el subdirector. Tenéis que hablar con Mr. Flywheel. El es ahora el encargado del hotel… Mirad, ahí está Mr. Flywheel. ¡Eh, Mr. Flywheel!
GROUCHO (acercándose): ¿Qué es todo este revuelo? ¿Ha pagado alguien la cuenta?
BOTONES: Mr. Flywheel, queremos nuestro dinero.
JEFE DE BOTONES: Sí, queremos nuestro dinero.
GROUCHO: ¿Que quieren su dinero? Querrán decir que quieren el mío. ¿Les parece justo? ¿Les pido yo su dinero? Imagínense que los soldados de Washington le hubieran pedido dinero; ¿dónde estaría ahora este país?
JEFE DE BOTONES: Pues se lo pidieron.
GROUCHO: ¿Y dónde está Washington? No, amigos, no. El dinero no os hará más felices y la felicidad no os dará dinero. Esto puede pareceros un chiste, pero dudo que lo sea.
BOTONES: Queremos nuestro dinero.
GROUCHO: Bueno, os prometo una cosa. Si os quedáis conmigo y trabajáis duro, nos olvidaremos del dinero. Permanezcamos juntos. Convertiremos este lugar en un hotel decente. Invertiré en papel de cartas y puede que al año que viene, si el negocio prospera, compre también sobres. Pondré más mantas gratis en todas vuestras habitaciones. Tendréis cubierto el cubierto. ¡Pensad, pensad en las oportunidades que hay aquí, en Florida! Hace una semana llegué a Florida sin un centavo en el bolsillo y ahora ya tengo uno en el bolsillo.
JEFE DE BOTONES: Queremos nuestro salario.
GROUCHO: ¿Salario? ¿Queréis ser esclavos de un salario? ¡Contestadme!
BOTONES: No.
GROUCHO: ¿No? bien, ¿qué es lo que te hace esclavo del salario? El salario. Quiero que seáis libres. Recordad que no hay nada como la Libertad, excepto quizás un buen salario. Sed libres, amigos. Uno para todos y todos para mí, yo en mi lugar y vosotros en el mío. Me siento herido porque no confiáis en mí. Y ahora, volved a trabajar. No os preocupéis por vuestro salario; de todas formas, no vais a cobrarlo.
(Los botones refunfuñan.)
JEFE DE BOTONES: De acuerdo, pero no podrá darnos largas durante mucho tiempo. (Volviéndose.) ¡Vamos, chicos!
CHICO (se acerca, jovial): ¡Qué hay, jefe!
GROUCHO (sorprendido): Pero, Ravelli, no sabía que iba a venir aquí. ¿Por qué no me mandó un telegrama?
CHICO: Bueno, jefe, como yo ya estaba viniendo para aquí, me traje el telegrama. Aquí está. Se lo voy a leer: «Querido Flywheel. Montón de problemas. Por favor, envíe cien dólares rápido. Firmado: Ravelli».
GROUCHO: ¿Tiene problemas?
CHICO: Sí. Tengo problemas para conseguir los cien dólares.
GROUCHO: Bueno, mientras esté aquí puedo conseguirle una habitación. Déme la maleta. (Pausa.) Oiga, esta maleta está vacía.
CHICO: Déjelo. Ya la llenaré antes de marcharme. ¿Y qué hay de mi habitación? Quiero una bonita habitación sin baño.
GROUCHO: Ah, ya veo. Sólo piensa quedarse el invierno. Bueno, ¿qué le parece un cuarto en el tercer piso?
CHICO: Prefiero un quinto en el bar.
GROUCHO: Ravelli, ahora me doy cuenta de lo que no marcha en este hotel. Pero me da pereza echarle a la calle.
CHICO: Usted está mal, jefe. Con mi ayuda limpiaremos esto a fondo.
GROUCHO: Sí, y haremos las camas también. Ravelli, tenemos que conseguir algún dinero en efectivo. Este hotel tiene muchos terrenos. Voy a ver si vendo unos cuantos lotes. Usted quédese aquí, en recepción. Si cuando yo regrese ya no está el vestíbulo, (volviéndose) sabré quién se lo ha llevado.
GROUCHO (acercándose): ¡Ravelli!
CHICO: ¿Qué quiere, Mr. Flywheel?
GROUCHO: Me acabo de enterar que ha empezado una partida de poker en la habitación 420. Suba, llame a la puerta y mire a ver si me consigue un sitio.
La violencia estalla en el hotel de Florida que dirige Groucho en esta escena de Los cuatro cocos, la primera película de los Marx, adaptada de su éxito teatral en Broadway. El episodio 19 se nutre ampliamente de esta fuente.
CHICO (volviéndose): O.K., jefe.
GROUCHO (toca el timbre): ¡Botones! (Pausa.) ¡Botones! Ya no hay botones como los de antes. Ahora los hacen de plástico.
MRS. MORLEY (acercándose): ¡Oh, Mr. Flywheel!
GROUCHO: ¿Qué pasa, muñeca?
MRS. MORLEY: Mr. Flywheel, como huésped de su hotel me siento en la obligación de hacerle saber que su nuevo empleado, Mr. Ravelli, ha insultado a los huéspedes.
GROUCHO: ¿No me diga? ¿De verdad? Pues aquí no puede hacerlo. Ese es mi trabajo. Pero ya hablaremos de eso después. Mrs. Morley, usted es precisamente la mujer que estoy buscando. Y ahora, tanto si quiere como si no, le hablaré de los terrenos de Florida.
MRS. MORLEY: Lo siento, Mr. Flywheel, pero…
GROUCHO: ¿Sabía usted que El Palmeral es lo más exuberante desde Mae West? ¿Sabía que Florida es el sueño de América y que el Palmeral es la pesadilla de Florida?
MRS. MORLEY: Esto ya me lo contó ayer.
GROUCHO: Ya lo sé; pero me dejé una coma. Mire, dentro de poco voy a subastar la horrorosa periferia de La Palmera. Perdón, he querido decir hermosos alrededores. A sólo mil seiscientas millas de Nueva York en línea recta y a mil ochocientas dando un rodeo. El Palmeral, la gloria del americano incauto. La zona residencial más selecta de Florida. No hay quien viva allí. ¡Y el clima! Atrévase a preguntarme por el clima.
MRS. MORLEY: Muy bien… ¿Cómo es el…?
GROUCHO: Me alegro que lo saque a relucir. Nuestro lema es: El Palmeral, ni nieve, ni hielo, ni negocio. ¿Sabe que Florida es el estado más grande de la Unión?
MRS. MORLEY: ¿Ah sí?
GROUCHO: Tomemos su clima. No, ya lo hemos tomado. Tomemos su fruta; tomemos la pera limonera… cojamos todas las peras limoneras y guardémoslas. Mire si me preocupo; ¿sabe cómo se hacen las peras limoneras?
MRS. MORLEY: No tengo ni la más remota idea.
GROUCHO: ¿Lo ve? Eso le pasa porque no ha sido nunca una perita en dulce. Que no le vuelva a pasar. ¿Sabe usted que a veces hacen falta años para reunir la pera y el limón? No se llevan nada bien.
MRS. MORLEY: ¿No?
GROUCHO: ¿Sabe que todos los años se envían fuera de este estado muchas peras limoneras con la prohibición expresa de regresar?
MRS. MORLEY: Creo que no.
GROUCHO: Todas están implicadas. Florida alimenta a la nación, pero a mí no me alimenta nadie. Y de eso quería hablar con usted.
MRS. MORLEY: Mr. Flywheel…
GROUCHO: Otro ejemplo: cojamos la cría de ganado…
MRS. MORLEY: Mr….
GROUCHO: No es nada personal, pero ésta es la zona ideal para la cría de ganado.
MRS. MORLEY: Mr. Flywheel, ¿hace el favor de dejarme decir una cosa?
GROUCHO: Pues me parece que no. Y además quiero recordarle otra cosa: ¿dónde estará usted a los sesenta y cinco? Enrólese en la Marina y vea mundo.
MRS. MORLEY: Lo siento, pero me temo que tengo que marcharme.
GROUCHO: Antes de que se vaya, déjeme enseñarle una muestra de la cañería de desagüe que vamos a instalar.
MRS. MORLEY: ¿Desagüe? ¡Ah, desagüe!
GROUCHO: Mire este trozo de cañería. ¿No es precioso? A usted no la pillarían en una alcantarilla, ¿verdad? ¡Una mujerona como usted! Esta es una cañería de ocho pulgadas; pero, por supuesto, se dejará que los propietarios voten sobre el tamaño de sus cañerías. En caso de empate, se remite al Tribunal Supremo y ya puedo anticiparle una victoria puesto que el magistrado Hughes está loco por esta alcantarilla de desagüe. Tenga, métasela en el bolsillo.
(Sube la música.)
BOTONES (llamando): Llaman a Mr. Ravelli. Llaman a Mr. Ravelli.
CHICO: ¿Quién me llama, muchacho?
BOTONES: Mr. Flywheel le está buscando.
CHICO: Voy.
GROUCHO (a lo lejos): Venga aquí, Ravelli; quiero hablar con usted.
CHICO: Aquí estoy, jefe.
GROUCHO: Ravelli, podemos conseguir un montón de dinero para el hotel. Dentro de unos treinta minutos voy a subastar unos lotes de terreno en El Palmeral. Es nuestra nueva parcelación. Por descontado que sabe usted lo que es una subasta.
CHICO: Claro, me vine de Italia porque no aguantaba su pasta.
GROUCHO: Bien, sigamos como si no pasara nada. Decía que voy a celebrar una subasta en El Palmeral. Cuando la gente se reúna, quiero que usted se mezcle con ellos. No les meta la mano en los bolsillos; sólo mézclese entre ellos y estimule la puja.
CHICO: De acuerdo. Tendré tiempo para las dos cosas.
GROUCHO: Bueno, a lo mejor logramos sacar a flote la subasta. Quiero que haga lo siguiente: si alguien ofrece cien, usted ofrece doscientos; si alguien dice dos, usted dice tres. En el caso de que nadie diga nada, usted empieza.
CHICO: ¿Y cómo sabré si nadie dice nada?
GROUCHO: Porque le enviarán una tarjeta postal. ¡Qué tontería! Si no dicen nada, usted lo oirá, ¿no?
CHICO: Pero a lo mejor no estoy escuchando.
GROUCHO: Bien, en ese caso no conteste. En fin, si tenemos éxito vendiendo esos lotes, me preocuparé de que tenga una buena comisión.
CHICO: Vale, ¿y qué le parece si me da también algo de dinero?
GROUCHO: Puede elegir lo que prefiera. Por descontado que dividiremos los diferentes lotes y utilizaremos mapas y planos para determinar su situación… Sabe usted lo que son planos, ¿no?
CHICO: Pues claro, aeroplanos sin aire.
GROUCHO: La próxima vez que le vea, recuérdeme que no le hable. Sabe lo que es un lote, ¿verdad?
CHICO: Sí. Una cantidad.
GROUCHO: No un mogollón; me refiero a un solarcito sin más, un lote, un lote.
CHICO: Claro, cuando se tiene mucho de algo tienes un lote. Mire, se lo voy a explicar. A veces se tiene poquito y no parece bastante; entonces tú vas y te compras un lote. Otras veces tienes poco y te parece demasiado; los demás pueden pensar que no es suficiente y también te cae el lote. En otros momentos, no tienes nada; alguien se cree que lo que te falta es un lote y también te cae el lote. Así que un lote es demasiado y demasiado es tocarte la lotería. ¿Lo entiende ahora?
GROUCHO: Lo entendía hasta que usted me lo explicó. Venga aquí, Rand-McNally, que le voy a dejar todo bien claro. Aquí tiene un mapa y un plano de la zona de El Palmeral. Toda esta área está en un radio de unos tres cuartos de milla… radio. ¿Hay una remota posibilidad de que sepa qué significa radio?
CHICO: Claro. La NBC.
GROUCHO: Bueno, a ésa ya la he maltratado bastante. No me andaré con rodeos para explicarle él resto del asunto. Imagino que al oír lo de rodeo pensará automáticamente en cómo cinchar el caballo, pero ¡escuche, Einstein! Mire este plano de El Palmeral. Diga lo que diga, esto es El Palmeral. Aquí tenemos El Pameral y aquí está El Cerro del Coco. Esa es la ciénaga y aquí abajo, donde la carretera se bifurca, justo donde la carretera, se divide en dos, está el Cruce del Coco.
CHICO: ¿Y dónde están las natillas de coco?
GROUCHO: Están en un plato, sobre una de estas mesetas. Como sin duda usted no usa cubiertos para comer, no tiene que preocuparse de nada más. Ahora, aquí tenemos la carretera principal en la que ojalá estuviera usted. Y aquí, en este solar, es donde vamos a construir un hospital para enfermos de la vista y del oído. Va a ser una magnífica vista para los ojos irritados y cansados. Y aquí está la zona residencial.
CHICO: Aquí es donde vive la gente.
GROUCHO: No, esto son los corrales. La gente vive allí. Naturalmente que la gente vive allí. Ese sería un buen sitio para usted; el único inconveniente que tiene es que está cerca de la fábrica de chocolate. Pero si no le gusta el olor de la fábrica de chocolate, podría vivir aquí, junto a la planta de fertilizantes. Eso si a la gente de los fertilizantes no les importa.
CHICO: No les importará. Estoy seguro de que les gustaré.
GROUCHO: ¿Gustarles? Lo que harán es sacarle provecho. Aquí tenemos la zona ribereña y, a todo lo largo del río, un camino de circunvalación.
CHICO: ¿Circuncisión? ¿Es el barrio judío?
GROUCHO: ¡Deje de hacerme la Pascua! Aquí tenemos una pequeña península y aquí hay una trocha que bordea el agua y conduce al continente.
CHICO: ¿Por qué una trucha?
GROUCHO: He dicho que hay una pequeña península, y aquí una trocha que conduce al continente.
CHICO: De acuerdo. Pero, ¿por qué una trucha?
GROUCHO: No estoy jugando a «quieres que te lo cuente otra vez». Es una trocha.
CHICO: Muy bien. Pero, ¿por qué una trucha?; o sea, ¿por qué una trucha y no una cabra?
GROUCHO: No lo sé. Me figuro que no han pensado en esa posibilidad. Esto es una trocha, y no le dé más vueltas. Los caminos de cabras no van por el río. Intente cruzar el río sobre una cabra y verá el porqué.
CHICO: Pero, ¿por qué una trucha? ¿Por qué una trucha?
GROUCHO: Porque son aguas profundas. Por eso han abierto una trocha junto al agua. Escuche, imbécil; imagínese que va usted a caballo, llega al río y quiere pasar. No podrá pasar; es demasiado profundo.
CHICO: ¿Y por qué no hacemos un puente?
GROUCHO: Bueno, siento que haya surgido este asunto. Me importa un bledo de dónde sea usted. Es una trocha.
CHICO: Oiga, mire. Entiendo por qué un caballo, entiendo por qué una cabra. Entiendo esto y lo de más allá; pero no entiendo por qué una trucha.
GROUCHO: Bueno, le estaba tomando el pelo. Mañana van a construir un túnel. ¿Está claro?
CHICO: Sí, todo está muy claro, menos lo de por qué una trucha.
GROUCHO: Mire, si viene conmigo, bajaremos y le enseñaré nuestro cementerio; tengo una lista de espera de cincuenta personas que se mueren por entrar. No obstante, usted me cae bien y le voy a dejar colarse. Le conseguiré una posición sólida, y espero que sea horizontal. Ahora bien, no se olvide de que al empezar la subasta, si alguien ofrece cien…
CHICO: Yo ofrezco doscientos.
GROUCHO: Eso es. Si alguien ofrece doscientos…
CHICO: Yo ofrezco trescientos.
GROUCHO: Perfecto, Ravelli; nos vamos a forrar. ¿Está seguro de que encontrará el sitio?
CHICO: Me parece que no.
GROUCHO: Atienda. Baje por esta carretera hasta llegar cerca del bosque; luego, justo al borde del bosque, hay un claro con una cerca de alambre rodeándolo.
CHICO: ¿Por qué una cerca?
GROUCHO: ¡Ah, no! ¡No vamos a empezar otra vez con eso!
(Sube la música.)
(Murmullo de voces, golpe de maza.)
SHERIFF: ¡Damas y caballeros! Yo, como sheriff, estoy aquí para anunciarles la subasta de unos lotes de El Palmeral. Esos lotes son propiedad del hotel La Palmera, declarado en quiebra. Las ganancias conseguidas se destinarán a pagar a los acreedores. Dirigirá la subasta el administrador judicial de la quiebra, Waldorf Tecumseh Flywheel. ¿Preparado, Mr. Flywheel?
GROUCHO: En un momento estoy con usted, sheriff. (Susurros.) ¡Ravelli!
CHICO (susurra): ¿Qué quiere, jefe?
GROUCHO (susurra): No olvide animar la puja. Si yo digo cien, usted ofrece doscientos. Si yo digo doscientos, usted ofrece trescientos.
CHICO (susurra): Muy bien, no se preocupe. Animaré la puja.
GROUCHO (susurra): O.K. (A la gente): Muy bien, amigos. Acérquense a la gran subasta. Amigos míos, ahora están ustedes en El Palmeral, una de las urbanizaciones más bonitas de Florida. Desde luego, aún se necesitan algunos retoques. Pero, ¿quién no los necesita? Este es el corazón del distrito residencial. Los lotes están a tiro de piedra de la estación. Tan pronto como tiren suficientes piedras, construiremos una estación. Aquí mismo se levantarán ochocientas hermosas viviendas. Eso está hecho. Y mejor todavía, podrán tener el tipo de casa que quieran. Incluso estucada. ¡Por supuesto que pueden tenerla estucada! Es el momento de comprar; mientras dure la fiebre. Recuerden el viejo refrán: «Después de la tempestad viene la calma». Y no olviden la garantía. Si el precio de los lotes no se duplica en el plazo de un año, no tengo ni idea de lo que pueden hacer. Ahora, pues, tomemos el lote veintiocho, justo en la esquina de la Avenida De Soto. Por supuesto que todos ustedes saben quién era De Soto. Descubrió una extensión de agua. Todos habrán oído hablar del agua que lleva su nombre: Agua de Soto. Este lote tiene veinte pies frontales, catorce laterales y unos magníficos basurales. ¿Qué ofrecen por el lote número veintiocho? Cualquier cantidad de salida. La que sea.
CHICO: Muy bien, ofrezco doscientos.
GROUCHO: Gracias, Ravelli. Ahí tienen, amigos, un caballero ofrece doscientos dólares. ¿Quién ofrece trescientos?
CHICO: Trescientos.
GROUCHO: Otro caballero ofrece trescientos. ¿He oído cuatrocientos?
CHICO: Muy bien. Cuatrocientos.
GROUCHO: Bien; la subasta está prácticamente cerrada. No falta más que el mazazo. Luego me ocuparé de eso.
CHICO: Quinientos dólares.
GROUCHO: ¿Quién ha dicho seiscientos?
CHICO: De acuerdo. Seiscientos dólares.
GROUCHO (golpea con la maza): Vendido por seiscientos dólares. Envuelva ese lote para Mr. Ravelli y póngale una ramita de hiedra venenosa. Bueno, he salido a flote de ésta. Ahora, amigos, tomaremos el lote veintiuno. Aquí está, ahí mismo, junto a los cocoteros. ¿Cuánto ofrecen por el lote número veintiuno?
CHICO: Doscientos.
GROUCHO: Pero amigo, la leche de esos cocos ¡y qué leche! ya vale más de doscientos. Es leche de cocos contentos. ¿Quién ofrece trescientos?
MRS. MORLEY: Trescientos.
CHICO: ¿Qué? ¿Ha dicho trescientos? Pues yo ofrezco cuatrocientos.
VOZ CHILLONA: Quinientos.
CHICO: Seiscientos, setecientos, ochocientos. ¡Qué demonios me importa!
GROUCHO: Sí, qué demonios le importa; y yo, ¿qué? (Golpe de maza.) Vendido al «qué demonios me importa» por ochocientos dólares. Ravelli, espero que tenga caries en las muelas. No olvide que quien bien le quiere le hará llorar. Cuando dijo lo de la trucha, debió de haberme olido a chamusquina. En realidad olí algo, pero no sabía lo que era. Ahora, amigos, el próximo timo, quiero decir lote, es el numero veintidós. Este es uno de los mejores lotes de toda América. ¿Qué me ofrecen por el lote veintidós?
MRS. MORLEY: Cien.
GROUCHO: Vendido por cien dólares.
CHICO: ¡Ni hablar! Doscientos.
GROUCHO: Esta vez casi se la doy. Ravelli, ¿qué piensa hacer con todos esos lotes? ¿Jugar a la lotería? ¿Quién da trescientos?
CHICO: Cuatrocientos.
GROUCHO: Cuatrocientos. ¿He oído quinientos?
VOZ CHILLONA: Quinientos.
CHICO: Ravelli ofrece seiscientos.
VOZ CHILLONA: Setecientos
CHICO: Muy bien. Ochocientos.
GROUCHO: Ochocientos dólares. ¿He oído novecientos? ¿Ha dicho novecientos el caballero que dijo setecientos?
VOZ CHILLONA: No.
GROUCHO: ¿Desea ofrecer otra vez setecientos el caballero que antes dijo setecientos?
VOZ CHILLONA: Me parece que no.
GROUCHO: ¿Ofrecería seiscientos?
CHICO: Pues si él dice seiscientos, yo subo a setecientos.
GROUCHO: ¿Ofrecería el caballero quinientos?
CHICO: Si él ofrece quinientos, yo seiscientos. Si ofrece seiscientos, yo setecientos. Si ofrece setecientos, yo ochocientos. Si dice ochocientos, yo novecientos, y me quedan aún muchos números. Cuando empiezo no hay nada que me detenga. Seguiré pujando cada vez más alto.
GROUCHO: Cuando le agarre, sí que va a subir alto. Vendido a Ravelli por ochocientos dólares. Antes de marcharse, rebánese el cuello. Y aléjese de ese árbol si no quiere que le cuelgue de él. ¡Psss! ¡Paisanos! Ravelli no está mirando. ¿Cuánto me ofrecen por el lote número veinticuatro?
MRS. MORLEY: Cinco mil.
GROUCHO: Vendido por cinco mil dólares.
CHICO: Doscientos.
GROUCHO (con voz aguda): Demasiado tarde. Demasiado tarde.
CHICO: Jefe, suba usted solo la puja. (Volviéndose.) Me voy a descansar un rato.
GROUCHO: De acuerdo. Ahora, amigos, cojamos el lote veinticinco, justo donde están ustedes. ¿Les importaría levantar los pies de encima de este lote? Lo están poniendo perdido. Bien, aquí está el lote. Ya sé que por encima no parece muy grande, pero puede ser suyo por mucho que bajen y, además, es una ganga. ¿Cuánto ofrecen por el lote veinticinco? Ofrezcan cualquier cosa para empezar; lo que sea. ¿Qué ofrecen por el lote veinticinco? Vamos, pueden pujar todos. ¿Qué dan por el número veinticinco y una suscripción anual a una revista para jóvenes excursionistas? ¿Quiere alguien una suscripción anual? Estoy intentando abrirme camino hacia la Universidad. ¿Le interesa a alguien una suscripción de seis meses? Iré sólo al Instituto. ¿Quiere alguien un lapicero? Pelearé con cualquiera de la sala por cinco dólares. Pelearé con Mrs. Morley gratis. Bueno, si no piensan pujar, será mejor que me vaya. ¿Qué les pasa, amigos? ¿Son incapaces de ver una ganga? ¿No quieren hacer dinero? Lo intentaré con otro lote y si no me lo quito de encima, liquidaré el asunto. Les diré lo que voy a hacer: sacaré todos estos lotes al precio de uno. ¿Cuánto ofrecen por todos los lotes?
VOZ CHILLONA: Seiscientos.
GROUCHO: Hombre, aquí tenemos un caballero con visión. ¿Quién ofrece setecientos?
VOZ MASCULINA: Setecientos.
GROUCHO: Hombre, aquí hay un caballero con televisión. ¿Quién va a ofrecer ochocientos?
VOZ CHILLONA: Ochocientos.
GROUCHO: Este señor tiene astigmatismo. (Suena el silbato.) Ha sonado el silbato. Hora de comer. Vendido al caballero con astigmatismo por ochocientos dólares.
ACREEDOR (acercándose indignado): Un momento, Mr. Flywheel. Yo soy uno de los acreedores del hotel La Palmera. Ha cortado usted la puja deliberadamente. No puede vender todos esos lotes por ochocientos dólares.
CHICO (acercándose): ¡Oiga, jefe! ¡Jefe!
GROUCHO: ¿Qué pasa, Ravelli?
CHICO: ¿Ha vendido los lotes?
ACREEDOR: ¿Venderlos? Prácticamente los ha regalado.
CHICO: Menos mal, jefe. Acabo de enterarme de que la tierra de estos alrededores no es buena.
VOZ: ¿Que no es buena?
CHICO: Y tanto. No se puede vivir de ella.
VOZ: ¿Por qué no?
CHICO: Un hombre acaba de perforar el suelo de uno de los lotes y ha salido un surtidor de aceite negro.
(Sube la música.)
COLOFON
CHICO: Señoras y señores radioyentes: si hacen el favor de perdonarme, tengo que saludar a mi amigo Joe Tarentoola de Filadelfia. Hola, Joe, chalado, chivato inútil.
GROUCHO: ¡Chico, Chico! ¿Qué te pasa? No es manera de hablar a un amigo cuando te está escuchando tanta gente. ¿Cómo te crees que se siente Joe, oyéndote llamarle chivato?
CHICO: El no puede oírme. No tiene radio. Buenas noches Joe, chalado.
GROUCHO: Chico, ¿por qué no ofreces tu cerebro a la Sociedad de Investigación Médica? Total, para lo que te sirve…
CHICO: No lo necesitan. Tienen más cabeza que yo; aunque yo soy más guapo.
GROUCHO: ¿Más guapo que quién?
CHICO: Bueno, ¿qué tienes?
GROUCHO: Reuma. ¿Y, tú?
CHICO: Una nueva forma de decir automóvil. Ese…
GROUCHO: Automóvil no empieza con ese.
CHICO: Bueno, se pone en marcha rápidamente con Esso, que es mejor que cualquier otra gasolina y va como la seda con Essolube, ese aceite de motor hidrorrefinado.
GROUCHO: ¡Buen trabajo, Chico! Ahora, haz una pequeña reverencia y di lo que se le dice a la gente encantadora.
CHICO (con voz de niño pequeño): Buenas noches, señoras.
GROUCHO Y CHICO (cantando): Buenas noches, señoras.
(Sintonía musical.)