27

Los amantes no podían ni vivir ni morir el uno sin el otro. Separados, no era vida, ni tampoco muerte, sino vida y muerte a la vez.

J. Bédier, Tristán e Isolda, XV

En Burgos había amanecido y las campanas de la catedral estaban repicando. A la sombra del arco de San Martín, el hombre con cabeza de pájaro escuchaba a Manuela con aspecto abrumado, aunque en su interior el furor de la muchacha alimentaba su júbilo. La dejó proseguir su diatriba sin perder la calma y, cuando hubo terminado, masculló:

—Tenéis razón, hice mal. Pero estaba convencido de que aquellos árabes merecían ser castigados.

—¡Mentiroso! Habéis reconocido que presenciasteis el enfrentamiento. En consecuencia, sabíais perfectamente que les habíamos perdonado la vida.

Mendoza fingió asombro.

—¿Perdonarles la vida, señora? Dios es testigo de que lo ignoraba. Pensé con toda la buena fe que, habiéndolos desarmado, os habíais negado a matarlos a sangre fría.

—Y entonces os arrogasteis el derecho a hacerlo vos.

Mendoza susurró un sí apenas audible.

—Perfecto. Dejémoslo así. De momento hay algo más urgente: tengo que ver sin falta al inquisidor general, de inmediato. Debo comunicarle informaciones de la mayor importancia.

A Mendoza le costó contener la sonrisa. Decididamente, Dios estaba a su lado.

—Qué lástima, el padre Torquemada está ausente. Hace unos días se marchó a Toledo convocado por Su Majestad.

La contrariedad se manifestó en el rostro de la joven.

—¿Y su secretario?

Mendoza vaciló. El padre Álvarez estaba allí, incluso le había visto la víspera para mantenerlo al corriente de la evolución del asunto. Sin embargo, conseguirle una entrevista a esa mujer era exponerse a la crítica y la infamia.

Por añadidura, sabía el afecto que la reina sentía por su amiga. Le bastaría pronunciar una palabra, una sola, para que de la noche a la mañana la existencia de Mendoza se viera reducida a la nada. Acabó respondiendo con una voz tan natural como le fue posible.

—Realmente, señora, no tenéis suerte. El padre Álvarez está también ausente. No regresará a Burgos hasta dentro de una semana.

Manuela hizo un gesto de exasperación.

Mendoza preguntó como quien no quiere la cosa:

—Habéis hablado de informaciones de la mayor importancia. ¿Habéis descubierto acaso de qué trata el misterioso Libro?

Ella asintió, con el espíritu en plena confusión.

—En ese caso, señora Vivero, deberíais escribir al inquisidor. Le haré llegar vuestra carta en el plazo más breve.

—No veo otra solución, en efecto. Sin embargo, e insisto en este punto, avisad a quien corresponda de que espero una respuesta inmediata. ¿Está claro?

El hombre con cabeza de pájaro se inclinó en actitud sumisa.

—Podéis contar conmigo, doña Manuela. Así se hará.

Sarrag regresó a la celda que compartía con Vargas y Ezra, y mostró un pequeño espejo oval con la superficie agrietada.

—Aquí está —dijo entregando el objeto al rabino—. Esto servirá.

—¡Pero si está roto! ¿No habéis encontrado nada mejor?

—¡Pues sí que estamos bien! Preguntádselo a nuestro amigo el monje. Os dirá que hay tantas posibilidades de encontrar un espejo en un convento como un crucifijo en una sinagoga.

Vargas asintió, pero se le notaba ausente.

—Entonces ¿dónde lo habéis descubierto? —preguntó Ezra.

—Una de las religiosas me lo ha facilitado con tanta precaución como si me entregara las llaves del reino de Dios. A mi entender, aunque me he guardado mucho de decírselo, debe de ser la única en todas Las Huelgas que conserva cierta coquetería secreta. —Y adoptó un aire desdeñoso para exclamar—: ¡Ah! ¡Qué desaprovechamiento todas esas mujeres veladas!

Una risa muda frunció los labios de Ezra.

—¡Extraña observación en boca de un árabe! ¿Pensáis acaso que las mujeres se sienten mejor en vuestros harenes o cuando las obligáis a salir de casa con el rostro tapado?

—Tapadas o no, al menos sirven para dar placer al hombre.

Al tiempo que soltaba su observación, miró de reojo al franciscano, dispuesto a afrontar su reacción. Pero ésta no se produjo.

¿Le habría oído Vargas?

Ante su silencio, el jeque puso cara circunspecta y se volvió hacia Ezra.

—Volvamos al texto. ¿Para qué lo necesitabais? —preguntó, señalando el espejo.

El judío cogió una hoja.

—Vedlo vos mismo: giveroI, egacI, rerfeR tneveiC, sotxI. Si ponemos el espejo de modo que las letras se reflejen, la lectura se hace posible y descubrimos lo siguiente: IOREVIG - ICAGE - CIEVENT REFRER e IXTOS.

—¡Y el resultado sigue siendo incomprensible!

—A primera vista, jeque Sarrag, sólo a primera vista. Sabemos que, con nuestro querido Aben Baruel, lo confuso no sigue siéndolo por mucho tiempo. No es la primera vez que nos coloca ante un mundo patas arriba. O, más bien —e hizo hincapié en la continuación de su frase—, un mundo al revés. Recordad aquel párrafo en el segundo Palacio menor, en el que enumera una sucesión de cifras: 30, 10 y 12 y medio. Y luego, 30 y 20. ¿Cómo procedimos para hallar las dimensiones del Templo de Jerusalén? Multiplicando por dos la primera serie y efectuando la operación a la inversa para encontrar las de la Kaaba.

—¿Y en el presente caso?

—Os lo decía hace un instante: apliquemos la regla del mundo al revés. En este juego de anagramas se ofrecen varias posibilidades, pero sólo una desemboca en nombres conocidos. He consagrado a ello parte de la noche y he aquí el resultado obtenido: IOREVIG se convierte en Ervigio, ICAGE se convierte en Égica. CIEVENT REFRER, en Vicente Ferrer, y, finalmente, IXTOS da Sixto. —Dejó la hoja en una esquina de la cama y preguntó—: Bueno, ¿qué os recuerdan estos personajes? Me apresuro a deciros que he conseguido identificarlos.

En vista de que Vargas seguía encerrado en su mutismo, el árabe replicó:

—Es demasiado fácil. Me temo que la pregunta oculta una trampa. ¿No son dos de estos nombres los de reyes visigodos que reinaron en la península?

—¡Excelente!

—En cambio no veo muy bien quiénes son Sixto y el tal Vicente Ferrer. ¿Podría ilustrarnos fray Rafael?

El monje no reaccionó.

—Os responderé yo —se ofreció Ezra—. Hasta el momento, cuatro papas han llevado el nombre de Sixto, y todavía soy incapaz de adivinar a cuál de los cuatro se refiere. Por lo que atañe a Vicente Ferrer, se trata de un asesino, un criminal, un asesino de judíos.

Hizo temblar todas las juderías de España entre 1406 y 1409. Sus manos están tan manchadas de sangre de mis hermanos como las del diabólico Pablo de Santa María. La única diferencia entre ambos es que Ferrer no era de origen judío, sino cristiano de pura cepa y fraile dominico.

El árabe se cruzó de brazos.

—Dos reyes visigodos, un papa y un verdugo. ¿Qué más?

Sarrag recuperó la hoja en la que estaba escrito el cuarto Palacio mayor y la examinó:

CUARTO PALACIO MAYOR

BENDITA ES LA GLORIA DE Y.H.V.H. DESDE SU LUGAR.

EL NOMBRE ESTÁ EN 3.

HABÍA PUESTO EN GUARDIA AL PUEBLO DE ISRAEL.

SI NO OBEDECES LA VOZ DE YAHVÉ, TU DIOS, NO GUARDAS SUS MANDAMIENTOS Y SUS LEYES QUE HOY PRESCRIBO, SERÁS MALDITO EN LA CIUDAD Y SERÁS MALDITO EN EL CAMPO.

A TI Y AL REY QUE HAYAS PUESTO A TU CABEZA, YAHVÉ OS LLEVARÁ A UNA NACIÓN QUE NI TUS PADRES NI TÚ HABÍAIS CONOCIDO, Y SERVIRÉIS A OTROS DIOSES, DE MADERA Y DE PIEDRA.

YAHVÉ LEVANTARÁ CONTRA TI A UNA NACIÓN LEJANA DE LOS CONFINES DE LA TIERRA; COMO EL ÁGUILA QUE EMPRENDE EL VUELO. SERÁ UNA NACIÓN CUYA LENGUA TE ES DESCONOCIDA, UNA NACIÓN DE DURO ROSTRO, SIN CONSIDERACIONES HACIA LA VEJEZ Y SIN COMPASIÓN POR LA JUVENTUD. TE ASEDIARÁ EN TODAS TUS CIUDADES, HASTA QUE HAYAN CAÍDO TUS MURALLAS MÁS ALTAS Y MEJOR FORTIFICADAS, TODAS AQUELLAS EN LAS QUE BUSQUES LA SEGURIDAD DE TUS FRONTERAS.

YAHVÉ TE DISPERSARÁ ENTRE TODOS LOS PUEBLOS, DE UN EXTREMO A OTRO DE LA TIERRA. ENTRE ESTAS NACIONES, NO TENDRÁS TRANQUILIDAD, Y NO HABRÁ REPOSO PARA LA PLANTA DE TUS PIES, SINO QUE YAHVÉ TE DARÁ UN CORAZÓN TEMBLOROSO, UNOS OJOS APAGADOS, UNA RESPIRACIÓN JADEANTE.

TRAS LA MUERTE DE OTONIEL, HIJO DE QUENAZ, LOS ISRAELITAS VOLVIERON A OBRAR MAL A LOS OJOS DE YAHVÉ. ENTONCES FUERON SOMETIDOS A GIVEROI, REY DE MOAB, DURANTE DIECIOCHO AÑOS.

TRAS LA MUERTE DE AOD, LOS ISRAELITAS VOLVIERON A OBRAR MAL A LOS OJOS DE YAHVÉ. Y YAHVÉ LOS ENTREGÓ EGACI, REY DE CANAÁN QUE REINABA EN JASOR.

LOS ISRAELITAS OBRARON MAL A LOS OJOS DE YAHVÉ.

YAHVÉ LOS PUSO EN MANOS DE MADIÁN DURANTE 1.391 AÑOS, Y LA MANO DE MADIÁN PESÓ FUERTEMENTE SOBRE ISRAEL.

TRAS LA MUERTE DE GEDEÓN LOS ISRAELITAS VOLVIERON A PROSTITUIRSE ANTE LOS BAALES, Y TOMARON POR DIOS A BAAL BERIT. ENTONCES YAHVÉ LOS ABANDONÓ EN MANOS DE RERREF TNEVEIC.

LOS ISRAELITAS, LOS BAALES Y LOS ASTARTÉS, ASÍ COMO LOS DIOSES DE ARAM Y DE SIDÓN, LOS DE LOS AMONITAS Y LOS FILISTEOS ABANDONARON A YAHVÉ Y YA NO LE SIRVIERON. ENTONCES LA CÓLERA DE YAVHÉ SE ENCENDIÓ CONTRA ISRAEL, Y LOS PUSO EN MANOS DE SOTXI, EL CUARTO REY DE LOS AMONITAS.

LOS ISRAELITAS VOLVIERON A OBRAR MAL A LOS OJOS DE YAHVÉ Y YAHVÉ LOS ENTREGÓ AL DESCENDIENTE DE SALOMÓN, EL SEÑOR DE VINCELAR.

Y, PUESTO QUE NO ES BUENO QUE EL HOMBRE ESTÉ SOLO, EL ETERNO HIZO CAER SOBRE EL HOMBRE UN SUEÑO, TOMÓ UNA DE SUS COSTILLAS Y CERRÓ CON UN TEJIDO DE CARNE EN SU LUGAR. EL ETERNO CONVIRTIÓ EN MUJER LA COSTILLA QUE HABÍA TOMADO DEL HOMBRE Y LA PRESENTÓ AL HOMBRE. DESDE ENTONCES, A’H Y A’HOTH ESTÁN REUNIDOS BAJO LAS MIRADAS DE LOS HUMILDES Y LOS PODEROSOS, ALLÍ DONDE LOS ÁNGELES NO ENTRAN. ESTÁN REUNIDOS MIENTRAS QUE NO LEJOS DE ALLÍ UN CADÁVER SEÑALÓ CON SU MARCA LAS DOS SOMBRAS GEMELAS.

A PONIENTE DE LA SOMBRA INCLINADA ENCONTRARÉIS EL 3, AL PIE DEL MURO DONDE ESTÁ ESCRITO: «MOISÉS VINO A VOSOTROS CON PRUEBAS IRREFUTABLES, PERO EN SU AUSENCIA PREFERISTEIS EL BECERRO. ¡HABÉIS SIDO INJUSTOS!».

—Lo menos que puede decirse es que, recordando todas esas maldiciones, Baruel dio pruebas de una inconmensurable crueldad para con vosotros, rabbi.

La observación no pareció conmover a Ezra, que repuso con toda serenidad:

—Estos versículos sólo prueban que el Eterno demostró una infinita magnanimidad para con su pueblo absolviéndolo de todos sus extravíos, y que, por lo tanto, le amó más que a cualquier otro pueblo.

—No sé si yo, en vuestro lugar, estaría tan seguro. Algunos párrafos resultan muy desconcertantes. Cabe preguntarse si el Señor os perdonó alguna vez.

—Explicaos.

Sarrag cogió la hoja de manos de Ezra.

—Mirad. Éste por ejemplo: A TI Y AL REY QUE HAYAS PUESTO A TU CABEZA, YAHVÉ OS LLEVARÁ A UNA NACIÓN QUE NI TUS PADRES NI TÚ HABÍAIS CONOCIDO, Y SERVIRÉIS A OTROS DIOSES, DE MADERA Y DE PIEDRA. ¿No os parece que hay aquí un paralelismo con la salida de los judíos de Babilonia y su llegada a España, donde muy pronto conocieron las peores humillaciones? Y también ese párrafo: YAHVÉ LEVANTARÁ CONTRA TI A UNA NACIÓN LEJANA DE LOS CONFINES DE LA TIERRA; COMO EL ÁGUILA QUE EMPRENDE EL VUELO. SERÁ UNA NACIÓN CUYA LENGUA TE ES DESCONOCIDA, UNA NACIÓN DE DURO ROSTRO, SIN CONSIDERACIONES HACIA LA VEJEZ Y SIN COMPASIÓN POR LA JUVENTUD.

El rabino replicó con presteza.

—Veo muy bien la comparación que intentáis establecer. Pero, en ese caso, ¿por qué limitaros a la península? Fuimos perseguidos y expulsados de la mayoría de los países; podríamos repetir hasta la saciedad: YAHVÉ TE DISPERSARÁ ENTRE TODOS LOS PUEBLOS, DE UN EXTREMO A OTRO DE LA TIERRA. ENTRE ESTAS NACIONES, NO TENDRÁS TRANQUILIDAD, Y NO HABRÁ REPOSO PARA LA PLANTA DE TUS PIES. —Esbozó una lacónica sonrisa—. Un día se lo dije al padre Vargas. El judío no existe; es un invento del hombre. Hoy muere él, mañana le tocará a otro. —Señaló al jeque con un dedo deforme—. Vos, por ejemplo. Vos o los de vuestra sangre. ¿No es así ya?

—No, amigo, todavía no.

—Entonces, que el Misericordioso nos guarde… En fin, dejemos a un lado estas funestas predicciones y acabemos con el enigma —propuso el rabino—. Más allá de la voluntad de Baruel, que intenta poner de relieve las profecías pasadas y los acontecimientos actuales, en el enunciado de estas maldiciones ha introducido los indicios que deben permitirnos descubrir nuestra próxima etapa. Analizando bien el texto advertimos que destacan cuatro puntos. Tomemos el primero: YAHVÉ LOS PUSO EN MANOS DE MADIÁN DURANTE 1.391 AÑOS.

—Si debo fiarme de vuestra memoria, ¿y cómo podría ser de otro modo?, nos hallamos ante un versículo del Libro de los Jueces.

—Es precisamente una de esas rarezas a las que he aludido. El versículo dice: «Los israelitas hicieron mal a los ojos de Yahvé, y Yahvé los puso en manos de Madián durante siete años. La mano de Madián pesó fuertemente sobre Israel». ¿Habéis oído bien? Siete años. Sin embargo, Baruel escribe mil trescientos noventa y un años. Evidentemente, ninguno de nosotros supone que se trate de un error. Podríamos pasar, como podéis imaginar, noches enteras intentando hallar un sentido a la cifra y realizando centenares de operaciones matemáticas, pero sería inútil. Para mí, las cuatro cifras se refieren a un año.

—¿Y qué tiene de particular ese año?

—Mil trescientos noventa y uno fue un año bisagra. Se produjo la primera advertencia tras la larga era de coexistencia. Una violenta revuelta, la más violenta y espantosa de todas, asoló el barrio judío de Sevilla antes de extenderse por Andalucía y Aragón. Se calcula, aunque sin mucha exactitud, entre cinco y diez mil el número de muertos. Fue el punto de partida del posterior aplastamiento. A partir de aquel año, movimientos idénticos, aunque menos mortíferos, se reprodujeron varias veces hasta desembocar en las medidas discriminatorias tomadas en 1412 por las Cortes de Valladolid. Encerraban a los judíos en los barrios, dificultaban sus relaciones con los cristianos, les hacían difícil cualquier práctica religiosa.

Sarrag ni asintió ni aprobó; se limitó a invitar al rabino a que prosiguiera su exposición.

—La segunda rareza estriba en la presencia de Vicente Ferrer en otro extracto del Libro de los Jueces. Cito: «TRAS LA MUERTE DE GEDEÓN LOS ISRAELITAS VOLVIERON A PROSTITUIRSE ANTE LOS BAALES, Y TOMARON POR DIOS A BAAL-BERIT». ¿Por qué insertar a Ferrer? ¿Por qué ese anacronismo? Por lo que se refiere al tercer punto…, cito: «La cólera de Yahvé se encendió contra Israel, y los puso en manos de los filisteos y en manos de los amonitas». No aparece en absoluto un SIXTO, CUARTO REY DE LOS AMONITAS. ¿Un papa rey de los amonitas? ¡Es ridículo! Y llegamos a la última rareza de Baruel: LOS ISRAELITAS VOLVIERON A OBRAR MAL A LOS OJOS DE YAHVÉ Y YAHVÉ LOS ENTREGÓ AL DESCENDIENTE DE SALOMÓN, EL SEÑOR DE VINCELAR. Os desafío a que encontréis en toda la Torá un solo versículo en el que se mencione a ese SEÑOR DE VINCELAR. Sabéis que conozco a fondo las Sagradas Escrituras —concluyó dirigiéndose al franciscano.

Rafael asintió vagamente.

—¿Qué os sucede esta mañana? —preguntó inquieto el rabino—. ¿Os sentís mal? Os encuentro tan despierto como una oruga.

—La fatiga sin duda…

La verdad era que no había pegado ojo en toda la noche.

—¡No puede decirse que seáis hoy de gran ayuda! Le decía al jeque que tal vez veamos las cosas más claras, si separamos las palabras que no coinciden con los versículos originales y las alineamos según la relación que tengan entre sí: Ervigio y Égica son dos reyes visigodos, perseguidores de los judíos. A primera vista no se capta qué relación puede haber con el año 1391 ni con los otros personajes: Vicente Ferrer, Sixto y el señor de Vincelar. Pero un examen más detenido nos permite relacionar 1391 y Vicente Ferrer con los reyes visigodos.

—¿Cuál sería el común denominador?

—La persecución del pueblo judío. Bajo el reinado de Ervigio, en el 681, el concilio de Toledo ordenó abjurar de la ley de Moisés en un plazo de un año. Égica condenó a los sefardíes a la esclavitud y les arrebató a sus hijos. En cuanto a 1391 y a Vicente Ferrer, huelga repetirlo. La fecha y el personaje son también símbolos de la persecución.

—En ese caso —observó Vargas—, podríais añadir un personaje más: Sixto.

—¿Por qué?

—El texto dice: CUARTO REY DE LOS AMONITAS. Si lo trasponemos a la jerarquía papal, su presencia se explica.

De pronto, como si hubiera tenido una revelación, Ezra exclamó:

—¡Qué tonto soy! Tenéis toda la razón.

—¿Y si me lo contarais? —pidió Sarrag—. ¿Qué acción cometió ese papa para figurar en vuestro palmarés de los horrores?

—Sixto IV es el autor de la funesta Exigit sincerae devotionis. Esta bula, proclamada el 1 de noviembre de 1478, concedía a Isabel y Fernando el derecho a designar por sí mismos los inquisidores. Ahora, el ensamblado de cuatro personalidades y una fecha tiene ya cierta coherencia. Nos queda el quinto personaje: ¿quién puede ser el misterioso señor de Vincelar?

Burgos, ese mismo día

El padre Álvarez leyó por segunda vez la carta de Mendoza. Apenas era creíble. ¿Un libro? ¿Un libro portador de un mensaje cuyo autor no era otro que el propio Dios? Aquellos herejes inventaban toda clase de estupideces e incongruencias; sin embargo, forzoso era reconocer que aquello superaba con creces todo lo que había podido escuchar. No obstante, estaba el criptograma. No pasaba ni un solo día sin que Menéndez irrumpiera en su despacho para decirle que había descubierto ese o aquel punto de concordancia con un paraje o una ciudad. El pobre hombre no dormía desde que el documento había caído en sus manos. Lo trituraba, le daba vueltas en todas direcciones como si se tratara de la mayor obra teológica de todos los tiempos.

Una absurda idea cruzó por la mente del eclesiástico. «¿Y si fuera cierto? ¿Y si semejante Libro existiera realmente?».

¿Era concebible? ¿Podía imaginar al Señor, a Dios Todopoderoso dirigiéndose a unos don nadie, un musulmán, un judío y, peor aún, un cura renegado? ¡No, era impensable! Pero el fervor de Menéndez, su convicción de que aquellos Palacios eran obra de un genio —sí, había dicho varias veces «un genio» hablando del tal Aben Baruel—, no contribuía a apaciguar los temores de Álvarez. Si bien podía sospecharse que Menéndez sentía cierta nostalgia de sus antiguos congéneres, en cambio en modo alguno podía ponerse en duda su talento como cabalista.

Álvarez se incorporó bruscamente. Sacó un manojo de llaves del cajón y se dirigió hacia un impresionante armario de roble oscuro. Estaba cerrado con tres flamantes cerrojos, colocados aquella misma mañana. Tres días antes, Tomás de Torquemada había dado órdenes de que en todas las ciudades donde hubiera un tribunal de la Inquisición, en los armarios o los cofres que contenían los archivos se colocaran tres cerrojos, tres cerrojos cuyas llaves serían confiadas, respectivamente, a dos notarios y al procurador general. De este modo, ninguno de ellos podría consultar los anales en ausencia de los otros dos. Álvarez tenía suerte. Un cuarto de hora antes le habían entregado las llaves para que las confiara a las personas designadas. Le quedaba todavía, pues, cierto tiempo antes de que le impidieran el acceso a los preciosos documentos. Abrió el armario. Centenares de expedientes se alineaban allí. Todos llevaban la fecha del año en curso: 1487. Todos estaban cuidadosamente encuadernados, con refuerzos de cuero y cintas para cerrarlos, clasificados por orden cronológico y por nombres. No le costó encontrar el del mes de abril: Libro de los penitdos de este Santo Of. de la Inqn. de Corte de 1487. Sacados por Abecedario de letras iniciales de nombres. Penitenciados en Corte. En caracteres más pequeños podía leerse la divisa de la Inquisición: Exurge Domine, judica causam tuam. «Levántate, oh Dios, defiende tu causa».

Álvarez cotejó cuidadosamente las hojas de papel marfil con filigrana hasta que encontró lo que le interesaba: las actas del arresto de Aben Baruel, de su proceso y su condena.

Volvió a su mesa y leyó:

«El familiar Andrés Martín entregó a este tribunal a la persona de Aben Baruel con su ropa y los cuatrocientos diez maravedíes para su alimento, inscritos en la memoria…».

Álvarez fue al siguiente párrafo.

«Bajo juramento prestado y so pena de excomunión mayor, late sentencie, y de doscientos azotes, le fue ordenado guardar en absoluto secreto todo lo referente a su proceso, lo que ha visto, oído y comprendido desde que entró en esta prisión, que no dijera ni revelase nada a nadie bajo ningún pretexto…».

No le pareció necesario proseguir y volvió la página:

«Habiendo comenzado la sesión de tortura hasta la ligazón del cuerpo y la del brazo derecho, se desvaneció y el experto declaró que no era posible proseguir pues sufría el mal de San Lázaro. El guardián fue a informar al doctor Barbeito de que el acusado estaba muy grave…».

Con un gesto de impaciencia, el eclesiástico pasó a la última página del registro y halló por fin lo que buscaba.

«Aben Baruel, setenta y cinco años, nacido en Burgos, mercader de telas y domiciliado en Toledo. Reconciliado en 1478. Hijo de padres judíos. Llevado ante este tribunal, fue oído en audiencia. Puesto que el inculpado fue acusado por el testigo de observar y creer en la ley de Moisés, su causa prosiguió y, como se mantuviera positivo en la acusación hecha, a saber: “Ha respetado el Sabbath en honor de la ley de Moisés, poniéndose una camisa limpia y manteles y sábanas limpios, no encendiendo fuego ni luz y permaneciendo sin hacer nada desde el viernes por la mañana”, el citado Aben Baruel no fue condenado a tormento. Tras consultar al Consejo, que…».

El sacerdote cerró el registro y se quedó pensativo. No había encontrado nada especial en las actas, sin embargo… ¿Y si el Libro existiera? ¿Y si realmente el Dios Todopoderoso…? ¿Y si la ley de Moisés se verificaba? Entonces, el Santo Oficio…, todas aquellas muertes…

Aterrorizado, guardó el registro, cerró con las tres llaves y corrió hacia el pasillo.

Aquellos interrogantes se hacían muy pesados de soportar. Debía poner al corriente de ello al inquisidor general.

Burgos

—¿VINCELAR? —repitió Manuela—. Pues es, sencillamente, el apellido que llevaban los antepasados de Tomás de Torquemada hace aproximadamente un siglo, antes de su conversión al cristianismo.

Los tres hombres la observaron boquiabiertos. Se había unido a ellos hacía unos minutos y, apenas le plantearon el interrogante al que se enfrentaban, había respondido.

El pasmo había sacado por unos instantes a Vargas de su apatía.

—¿De dónele habéis sacado esa información?

—En España todo el mundo sabe, bueno, casi todo el mundo, que los antepasados de Torquemada eran conversos.

—Es posible —admitió Ezra—, sin embargo, sólo uno entre mil sabe que se llamaban Vincelar.

—No sé qué responderos —repuso ella, un tanto turbada—, salvo que recuerdo que el nombramiento de Torquemada para las funciones de inquisidor general fue motivo de grandes discusiones en el seno de mi familia. Uno de mis tíos presumía incluso, como si se tratara de una referencia, de haber nacido también en Teruel, al igual que el tatarabuelo de Torquemada, Salomón Vincelar.

—Muy bien, rabbi —declaró Sarrag con ironía—, os pongo un punto negativo. Que Vargas y yo ignoráramos el detalle tiene un pase, pero vos, un judío…

—Nunca pensé que conocer el árbol genealógico del diablo tuviera interés alguno —repuso el rabino en un tono de indiferencia—. Existe, y, para nuestra desgracia, eso basta y sobra. En cambio —prosiguió tras recuperar la hoja donde figuraban sus notas—, conocer el lugar de nacimiento de su tatarabuelo es mucho más instructivo. —Mojó su cálamo en el tintero y garabateó algo antes de decir—: Vicente Ferrer y Vincelar nacieron ambos en Teruel.

Vargas vaciló.

—Creo adivinar hacia dónde os dirigís.

—¿Teruel? —exclamó el jeque—. ¿Por estas dos referencias insignificantes? No, me parece que os falta rigor.

—No afirmo que Teruel sea nuestro próximo destino —aclaró Ezra—, pero es una eventualidad que deberíamos estudiar. Sabéis tan bien como yo que Baruel adoptó como método el de doblar los indicios más determinantes. ¿Y qué tenemos aquí? Dos personajes que, a diferencia de los demás, nacieron en el mismo lugar. Por otra parte, ¿cómo actúa Baruel para hacer hincapié en este detalle? Elige el nombre de Salomón Vincelar, Si no intentaba llevarnos hacia Teruel, le hubiera sido mucho más sencillo citar directamente a Torquemada sin pasar por su tatarabuelo.

Manuela se atrevió a objetar:

—Permitidme que os haga observar que no sólo Vincelar y Ferrer tienen un punto en común. Lo mismo ocurre con los demás elementos que habéis catalogado. Todos sin excepción simbolizan la opresión del judaísmo.

—Todos, salvo uno: Salomón Vincelar. Es el único que no entra en esta lógica.

Sarrag rechazó el razonamiento.

—Lamento contradeciros. Forma parte de ella como pariente de Torquemada.

—¡Sois exasperante! Decidme entonces por qué Baruel no consideró oportuno mencionar directamente el nombre del inquisidor general. ¿No contestáis? Insisto: no lo hizo porque quería llamar nuestra atención sobre la ciudad de Teruel.

Un silencio reflexivo acogió la afirmación del rabino.

—Creo que habéis acertado —dijo de pronto Sarrag. Tomó el cuarto Palacio y leyó—: MOISÉS VINO A VOSOTROS CON PRUEBAS IRREFUTABLES, PERO EN SU AUSENCIA PREFERISTEIS EL BECERRO.

El rabino soltó una exclamación de hastío.

—¿Otra vez? ¡Ayer mismo nos explicasteis que era un versículo del Corán!

—Sí. Pero no os dije de qué azora forma parte. —Una enigmática sonrisa se formó en sus labios—. La azora llamada «de la Vaca» —dijo reprimiendo la risa.

Y ante la sorpresa general, se echó hacia atrás al tiempo que soltaba una carcajada atronadora.

—Decididamente —logró decir entre risas—, Baruel era un tipo curioso. ¿Acaso aparece el niño detrás del sabio?

—¡Sois ridículo! ¡Explicaos de una vez!

—La vaca…, la vaca…

—Nuestro jeque está en plena crisis divagatoria.

Indiferente a los sarcasmos, Sarrag preguntó:

—¿De quién es hembra la vaca?

La pregunta era tan pueril que ni el franciscano ni el rabino consideraron oportuno responder.

—¿El… toro? —propuso Manuela con voz vacilante.

Sarrag asintió pellizcándose los labios para no estallar.

—¿Y sabéis cómo se dice toro en árabe? —Hizo una pausa para producir más efecto y susurró—: Teruel… Toro se dice Teruel o al-Tor.