Sobre si el enterramiento de Ventura Méndez se haría en tierra sagrada se presentaban inconvenientes que no se iban a poder soslayar. Alejo Guarga no quería decidir en seguida sobre una cuestión grave pero hacía constar algo, ustedes verán, pero yo creo que es así y era que el cementerio general tenía dos partes propiamente dichas: la religiosa y la civil, y si en este caso no había motivos para utilizar la parte civil, ¿dígame a qué habrá que esperar entonces? Hacía esa pregunta que quedaba en el aire, ¡vamos me parece a mí!, sin animosidad, sin dar a entender nada aún y menos oficialmente ya que la decisión la dejaba para luego. Tomás Terrén intervenía, sí sí, dónde se iba a parar, pues claro que la tierra sagrada no se había hecho para él. Había otra cosa que considerar además y eran las habladurías de la gente, lo que dijesen el día de mañana que ya podían imaginarse lo que iba a ser, se consideraría que a un contratado para un trabajo del Ayuntamiento se le daba un trato especial o preferente, pues no, allí estaba la prueba de que no era así. Igualdad de derechos, considerando que la ley amparaba a todos los administrados sin preferencia de clase ni acepción de personas (art. 3.° Fuero de los Españoles) pero con la aplicación que suponía una interpretación adecuada a las circunstancias y sin olvidar la equidad, el sentido común y la dignidad personal que eso sí que no constituía un patrimonio de la generalidad ni mucho menos, ¿no piensa usted lo mismo don Benito? Al sacerdote le habría gustado que las cosas se hubiesen desarrollado de otra manera pero no tenía otra alternativa que reconocer los hechos en los que no había nada edificante. El paso de Ventura Méndez por el mundo —o si se quería por Canfranc-Estación— se había caracterizado por su relación con el mal, con las ideas propagadas de la filosofía liberal cuyos orígenes se remontaban a la Revolución francesa. Su mismo modo de vestir siempre tan desaliñado y de negro lo demostraba. Era cierto que había tenido alguna influencia sobre las personas de Damián Albolote, Pepe Escarrilla, Rosa Antillón, Ramiro Pertusa, Lorenzo Gavin, etc., y hasta con él mismo. ¡Por qué iba a negarlo! Algunas noches no podía dormir y no porque intentase rebatir sus argumentos, que no era eso, sino porque le preocupaba su salvación aunque no fuese feligrés en el sentido estricto de la palabra. Ustedes ya se pueden imaginar que la situación pasaba por delicada, me hacía la labor en contra, lo que se dice (y perdonen la expresión) la misma puñeta, porque el individuo hablaba de alta metafísica sin que nadie le consiguiese detener, y sin que le hiciesen mella los argumentos en contra, los tradicionales y católicos. En fin en su vida misma se apreciaba el desorden, le gustaba escandalizar, llamar la atención. Su trabajo podría haber resultado útil y digno en otras circunstancias pero no en su caso, le ganaba la soberbia y la exageración. Se olvidaba además de lo sagrado para ocuparse de lo meramente temporal. En sus relaciones con algunas mujeres del lugar era mejor no hacer hincapié, él mismo conocía a dos que habían pasado por la piedra, y si no habían sido seducidas —eso era verdad—, ni tampoco engañadas, era porque lo estaban antes. En definitiva un desastre, muy mal, peor de lo que se podía creer y contar, así que parecía mejor olvidar lo de la tierra sagrada. Ustedes dirán, aunque dudo que encuentren la justificación necesaria. Había que verle cómo denegaba, como un energúmeno, como si fuese el símbolo o el representante del mal. Hay responseadores que se juegan el tipo, o la vida eterna, por las buenas sin comprender lo que pierden, pero resultaba peor si lo hacían con consentimiento pleno, voluntad y deliberación completa, siendo los causantes de que cundiese el ejemplo, fíjense que a mí la gente me para por la calle y me hacen preguntas directas, ¿se ha confesado o no?, ¿ha recibido los auxilios espirituales o no? ¿Y yo qué digo? Puedo mantenerme en silencio pero no siempre. En algunos casos especiales no, como el de Lorenzo Gavin, que me dijo oiga que ése se le ha ido al infierno derecho, sin pasar por el purgatorio, metiéndose en un asunto que además de delicado no era de su incumbencia ni le importaba, que puede ser que sí o que no, aunque se nos ha ido de la peor manera, es digno de lástima. ¡Vaya por Dios!, y ahora lo que se puede hacer no es gran cosa. No ha fallecido como un ser humano, no señor, y lo peor es que algún irresponsable a lo mejor le sigue.