El edificio del Ayuntamiento estaba junto a Información y Turismo, a cincuenta metros de la iglesia nueva, debajo del gran barranco de Estibiellas, con los Lecherines al fondo. En la citación que llevaba Ventura Méndez en la mano, se decía que se personase a las doce en punto. Allí le esperaba el alcalde Alejo Guarga, don Benito Liesa y el cabo Severo Obarra.
—¿Ve usted lo que son las cosas?, ¿ve lo que pasa y cómo no se puede tontear? Hala venga aquí que se le va a tomar declaración por escrito.
El inconformismo no podía ser consentido y el comportamiento de Ventura Méndez había llegado a ser público y no estaba en el ánimo del alcalde permitirlo si no se olvidaba además la agravante que llevaba consigo la exhibición y el desnudismo. Las cosas se podían hacer de otro modo, ¿o es que los demás no tenían las mismas necesidades? ¿Cree que es usted el único en sentir el impulso de holgar, de roperear?; lo que pasaba era que los demás (y hablaba también por sí mismo) ocultaban dignamente las posibles caídas, sin irlas pregonando por ahí, lo que tampoco disminuía la esfera de su libertad, pero dígame ¿qué hace usted?, por la noche y por la madrugada se oía el estertor deshonesto de la mujer y todo el mundo conocía que Damián Albolote lo consentía; y luego habían llegado algunas quejas al Ayuntamiento por dos razones, la primera por escándalo ya que se les había visto a la luz del día y de distintas formas, echados o corriendo, jugando entre los muertos; incluso en un testimonio cuya procedencia se reservaba, y el ruego que no pregunte acerca del mismo, se hacía constar el significado de las palabras de Rosa Antillón diciendo, ¡venga aquí si se atreve!, lo que llevaba consigo una falta de respeto. ¿Es usted el que manda o no?, ¿en qué basa la relación de disciplina de subordinación?, y por último, lo más grave, el asunto al que ya había hecho mención que era que la falta discurría en terreno sagrado, en un recinto reservado, de acuerdo con las disposiciones de la autoridad y eclesiásticas. A lo que había que añadir otros hechos que se referían a la ceremonia espiritual de participación que él había inventado —¿o no lo llama usted así?— la comunión con la sangre de la tierra o del agua que era en verdad un sacrificio estéril, no admisible, si recordaba que el Estado era confesional, ¿que a usted no le gusta?, eso era otra cosa, pero las Leyes por las que se regía el país no podían cambiarse a gusto de cualquiera y no faltaría más que se le tuviese que hacer caso a usted, así que nada de cachondeo en el asunto debatido. Y tampoco podía tenerse en cuenta, aunque usted lo haga constar, que la ceremonia se realizara en privado, eso sería según su modo de ver. Y si no ¿diga cómo ha llegado a conocimiento de la autoridad? Existía una denuncia que podía ser debida a una notificación o a otra cosa. Lo que se le dice a usted es que le conviene no hacer averiguaciones. El denunciante en su caso había cumplido con su deber. Alejo Guarga aseguraba que todo entraba dentro del terreno del secreto del sumario, así que ya ve haga como todo el mundo pero no invente procedimientos que perturben la vida religiosa de la comunidad, ¿no es así don Benito? Asista primero a la iglesia y póngase en las condiciones debidas que la autoridad ha dispuesto, ¿no es verdad don Benito?, y olvídese de la participación espiritual y de la sangre de la tierra, y además, ¡vaya con el ayudante que se ha buscado, que es Rosa Antillón!, ¡que hay que ver la escena!, como si fuese un acto solemne y todo, ¿no es verdad don Benito?, ¿o no hay nada de eso? Bueno cuando usted lo dice así sera, ¡qué espabilao de hombre! A ver Severo Obarra écheme una mano que ya he visto que estaba de acuerdo con lo que yo mismo he expuesto y asentía, ¿qué le parece el caso objeto de comentario?, ¿visto para sentencia no es así? Severo Obarra movía la cabeza afirmando y añadía que había aún otra cuestión que era necesario considerar, dando por supuesto que no había pasado desapercibida para él, me refiero al trabajo en el cementerio y al mismo traslado del padre de Ramiro Pertusa —don José Pertusa Pueyo— que no se había realizado de la mejor manera (y no hablaba del hecho material de llevarlo de un lado a otro sino de la colocación que era privilegiada, de la ornamentación especial y de las flores que no había visto en ninguna otra parte que allí). Me dirá usted cómo justifica eso y si es simple casualidad, él personalmente no creía aunque todo puede ser. Sobre ello establecía un resumen o conclusión, lo que se decía una rematanza simple, ahora no faltaría más que se dejase luz verde a la juventud sin principios olvidando la guerra civil y las consecuencias derivadas de la misma. Ventura Méndez no sabía —usted perdone— cuáles eran esas consecuencias, pero el mismo cabo Severo Obarra, no tenía tiempo que perder en explicaciones que en todos los casos resultarían perjudiciales, de poca utilidad, y añadía que no podía tolerarse la situación, rojos no y al paredón, en definitiva el asunto no tenía vuelta de hoja, que un botarate se paseara públicamente como Dios lo vio nacer en persecución de la ramera de turno, a lo largo del camposanto y también a lo ancho, clamaba al mismo cielo y si no que la persona más idónea, el sacerdote Benito Liesa, dijese si cabía alguna justificación, alguna atenuante, que se pudiera emplear en el asunto debatido. Diga usted don Benito con toda libertad lo que hay que hacer, sabiendo de antemano cuál iba a ser la respuesta ya que no cabía otra entre personas decentes.
No servía de nada la defensa hecha por el mismo Ventura Méndez, todo lo más había que considerarla como una excusa, una forma de salir al paso. Nadie le decía que no alegara lo que tuviera por conveniente, pero antes se le advertía, por parte de Alejo Guarga, que hablaba con personas formadas, que difícilmente se dejaban convencer por las falordias, ¡que no, hombre! Ventura Méndez aseguraba que, efectivamente, había tenido lugar la Ceremonia de la Participación, pero la misma se había desarrollado en el cementerio civil, en la parte reservada a la tierra, donde reposaban los que no habían fallecido en estado de gracia, al menos aparente, y junto al río. Esa discusión no llevaba a ninguna parte. El rumor se confirmaba como sucedía siempre ya que cuando el río suena agua lleva, ¿pues qué se ha creído usted? En conjunto ninguna sorpresa, si iba a decir la verdad Alejo Guarga, la simple comprobación en el lugar de autos, con testigos más que suficientes para probarlo y si no allí estaban los presentes para afirmar o negar la culpabilidad del sujeto que en ese caso era él.
—Y fíjese que voy a empezar a preguntar si es usted el responsable de los hechos, preste atención a lo que se le dice y no intervenga si hace el favor, sólo debe oír.
—Don Benito Liesa, diga si es culpable o no.
—Sí.
—Don Tomás Terrén, diga si es culpable o no.
—Sí.
—Don Severo Obarra, lo mismo.
—Sí.
—Don Armando Obispo, lo mismo.
—Sí.
—Bueno, pues yo alego igual y no están todos los que son o que podrían atestiguar, lo que le favorece. Ya ve que es difícil que se le tome en cuenta la explicación, a modo de defensa, que ha hecho en estas condiciones y además nada útil; fíjese que ha habido unanimidad, que la sanción que corresponde con arreglo a la ley, es la de privación de libertad, individuos como usted, hay pocos y debe estar agradecido al comisario Ubieto, que si quiere saberlo y sorpréndase, informó a su favor. Él dijo que nada de privación de libertad y se buscó la salida más a propósito, que se le va a expresar a continuación y que consiste en la prórroga por unos meses del cumplimiento de su obligación en la militarización propiamente dicha, desdoblando la labor de la jornada, en dos partes, la civil por la mañana en el cementerio y la puramente castrense, que iniciará después de la hora de comer. Castigo ejemplar que los habitantes del lugar tomarían en consideración, aunque según el secretario eso llevase consigo desventajas (Tomás Terrén tomaba la palabra). Las horas de trabajo de Ventura Méndez quedarían reducidas a la mitad. Alejo Guarga le daba la razón pero lo que importaba no era ya el tiempo que contabilizara en la jornada laboral correspondiente, eso podía ser considerado como secundario al lado de la cuestión de la justicia estricta.
Siempre se hace a alguien culpable y Ventura Méndez lo era. De ese modo la Comunidad aparecía en su estado de inocencia pura, con sus instituciones, su ordenamiento legal. La virtud resplandecía en cada uno de sus habitantes, mientras que él absorbía la culpa originaria, como el macho cabrío liberaba al pueblo de Israel. Allí estaba, fuera del mundo, tranquilo, cotidiano, fuera de la ortodoxia del orden familiar y religioso, simbolizando la lujuria, la deshonestidad completa, sin medios ni recursos económicos, teniendo por amigos a la tierra, a Damián Albolote y a Rosa Antillón, a Ramiro Pertusa y algún otro más, además de los muertos.
El comisario Ubieto había expuesto las últimas consideraciones, sea razonable, compórtese, comprenda que la sanción que se le impone no procede de ningún resentimiento ni malentendido, es usted el que hace que el peso de la ley recaiga sobre su persona. Nadie le quiere mal. Roberto usted a lo suyo, y tome asiento donde pueda. ¿Quiere cerrar la puerta? Bien, ahora vamos directamente como dicen los franceses al affaire, ¿qué hace usted, Ventura, que no se sienta? Mire, aquí, como le digo, no parece que haya existido enemistad alguna, pero usted lo ha querido... ahora intente cambiar, continúe realizando su trabajo y al mismo tiempo póngase a las órdenes del cabo Severo Obarra, hágalo sin rebeldías, mostrando una entera conformidad, corríjase para que en el futuro todo el mundo trate de olvidar... Se le dará el sueldo del Ayuntamiento en función del horario que queda reducido... pero no nos diga que va a prescindir del sueldo y del trabajo, entonces se emplearían otros procedimientos más eficaces, con lo que usted no ganaría nada, así que ya ve, la vida no da para más, ¿qué es lo que piensa?, ¿qué cree usted?, ¿que no se hacen las cosas bien?, ¿y los motivos no son suficientes? Lo único que pasa, y esto le favorece, es que no se ha hecho la denuncia formalmente por las razones que son fáciles de comprender, pero pruebas sí hay, ¿que no constan? Miraba a Roberto Aragües. Algunos señores y yo mismo hemos hecho las comprobaciones oportunas en distintas ocasiones, ellos mismos le dirán y si lo quiere saber, al otro lado de la tapia había un observatorio natural desde donde se podía ver lo que usted hacía que no era siempre trabajar.
Todo va bien hasta que se recibe una notificación, en un sobre azul en la que se expresa que hay una obligación de incorporarse a filas. Se firma el acuse de recibo personalmente. Rosa Antillón siempre firmaba ella en nombre de los residentes en el cementerio, pero eso era en otros casos, porque como había dicho el cabo Severo Obarra es más importante de lo que cree, se trata de una notificación de incorporación a filas a nombre de la persona que figura en ella, es decir de Ventura Méndez, y no se refiere al envío por ejemplo de una revista ilustrada.
Así que aquí tenemos al nuevo que viene a redimir el castigo, no se sabe por ahora si será para bien o para mal. A ver Ventura Méndez hablo con usted, ¿qué compostura es esa?, y no ponga esa expresión de mandria, de badulaque, que le parto el corazón, pues aquí le tienen al señor que festejaba en lugar sagrado, a cielo abierto, lo que se dice con una mujer cualquiera de todos conocida, ¿qué les parece el pendenciero?, ¿y usted qué dice?, pero no hable hasta que no se le pregunte... ahora empieza su estancia aquí y se le da la bienvenida, que no se diga después que tiene queja el primer día. Voy a contarle una cosa que puede ser de su interés y es que se le ha acabado la buena vida, hala, póngase firme cuando se le habla y no se me indiscipline que le doy un golpe, un forigazo, que se acuerda en algunos días. Y si tiene estudios es igual ¡para lo que le van a servir aquí!, aunque se diga que la vida militar y el estudio de las letras tienen alguna relación, así que ya lo sabe usted, no se me altere, hijo de mierda quiero decir de puta, que eso puede ser peor y no se olvide que sólo va a hablar cuando se le diga, porque quien manda, manda. Puede romper filas hasta que se le llame, pero no me remolonee y esté atento al primer aviso.