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El avión inició las maniobras de despegue y Caterina se vio obligada a apagar su i-Pod.

—¿Cómo es que conoces a Mike Patton?

—¿Por qué te extraña? ¿Es información reservada?

—Venga, sabes de sobra lo que quiero decir...

—¿Quieres decir que soy demasiado viejo como para conocer ese tipo de música?

—Hombre, dicho así..., lo que pasa es que, bueno, no es lo que escucha la gente de tu edad. Es hip-hop, y del potente. Mis padres escuchan a los Pooh y a Claudio Baglioni.

—¿Cuántos años tiene tu padre?

—Cincuenta y dos. Mi madre tiene cuarenta y nueve.

—¿Tienes hermanos?

—Un hermano pequeño, de diecisiete años.

La información me suscitó una serie de desagradables pensamientos, de diversa índole, que reprimí rápidamente.

—¿Qué les has dicho a tus padres?

—¿Sobre qué?

—Sobre este viaje.

—Les he dicho que iba a Roma porque esta noche hay una fiesta. A veces voy a Roma por cosas así. He pensado que sería un poco complicado explicárselo todo, además, mejor evitar un exceso de preguntas. ¿He hecho bien?

Ignoré la pregunta.

—Háblame de Nicoletta. ¿Qué tipo de persona es?

—Es una chica muy nerviosa, muy insegura. Es muy guapa, ya te lo dije, pero eso no le da seguridad. Es incapaz de tomar una decisión, da igual que sea algo importante o una chorrada.

—No se parece a ti.

Estaba a punto de decir algo pero cambió de idea, estoy seguro, y dijo otra cosa.

—¿Por qué me pediste ayer una foto de Michele?

—¿Has encontrado alguna?

—He encontrado algunas fotos de grupo, pero todas están tomadas desde lejos. No se ven bien las caras. ¿Para qué necesitas una foto de Michele?

Dudé unos segundos, luego comprendí que no podía no decírselo.

—He hablado con un cliente, un traficante de coca que surte a la denominada gente bien de Bari. Le he preguntado si en el ambiente se conocía a un tal Michele. Él no lo conocía, pero ha estado haciendo preguntas por ahí, y ha encontrado a un camello de poca monta que cree conocerlo; para estar seguros, hace falta enseñarle una foto.

—¿Y quiénes son esos dos camellos?

—¿Qué importancia tiene eso? Además, sus nombres no te dirían nada. Lo que cuenta es la información que pueden darnos, siempre y cuando el asunto de la droga tenga alguna relación con la desaparición de Manuela, claro está.

Me di cuenta de que le había contestado de una forma muy brusca, con un tono de voz ligeramente molesto; más o menos, igual que contesta un policía cuando alguien —un fiscal, un abogado, un juez— intenta obligarle a que revele el nombre de uno de sus confidentes. Eso es algo que no se hace. Caterina me miró con una expresión algo asombrada, también algo ofendida.

—¿Por qué te enfadas?

—No me enfado, es que no existe ninguna razón por la que tú debas saber el nombre de unos delincuentes profesionales. Entre otras cosas, yo soy abogado y, a las malas, siempre puedo acogerme al secreto profesional, pero tú no tienes esa posibilidad.

—¿Qué quieres decir?

—Quiero decir que, si por algún motivo, por algo que ahora no podemos siquiera imaginarnos, nos interrogase la policía, o los carabinieri, o el fiscal, yo podría negarme a hablar acogiéndome al secreto profesional. Tú, en cambio, te verías obligada a decir la verdad y a contar todo lo que sabes sobre determinados delitos y sobre sus autores. Hazme caso, cuanto menos sepas, mejor para ti.

Hice una breve pausa y concluí:

—Y perdona si he sido brusco.

Ella pareció a punto de decir algo, pero se lo pensó mejor y se limitó a encogerse de hombros.

Poco tiempo después, el avión inició el descenso sobre el aeropuerto de Roma.

Cogimos un taxi, después de hacer una cola bastante larga; mientras esperábamos Caterina volvió a hablar, después de haber estado un buen rato callada, supongo que para dejarme muy claro que estaba enfadada. Si su intención era que me sintiera culpable por lo que le había dicho en el avión, lo logró de todas maneras.

En aquel taxi no había libros. A cambio, había pegatinas con la doble hacha fascista y con el retrato del Duce [Mussolini]. El taxista era un niñato con perilla, el pelo cortado al cero, un águila tatuada en el cuello y el labio inferior colgante. Sentí un intensísimo deseo de darle un par de buenos puñetazos en la cabeza y en la cara, para borrarle esa estúpida expresión de arrogancia.

Le hablé a Caterina del taxista que me había llevado la vez anterior y le conté su historia, que me parecía bellísima. Ella no pareció especialmente impresionada.

—A mí no me gusta mucho leer. Es raro que encuentre un libro que realmente me apasione.

—¿No has leído últimamente nada que te haya gustado?

—No, recientemente no, nada.

Estaba a punto de insistir y preguntarle por el último libro que había leído, aunque no fuera recientemente. Luego pensé que, casi con toda seguridad, su respuesta no iba a gustarme, y decidí olvidar el tema de la lectura.

—¿Qué haces en el tiempo libre?

—Me gusta oír música. La escucho de todas las formas posibles, muchas veces en internet. También me gusta ir a conciertos, cuando puedo, y al cine. E ir al gimnasio, salir con los amigos y..., ah, se me olvidaba lo más importante: me gusta muchísimo cocinar. Se me da muy bien, un día de éstos te invito y lo compruebas. Cocinar me relaja. Lo ideal es que alguien se encargue luego de limpiarlo todo. Pero yo no te he preguntado nada sobre ti. ¿Estás casado, tienes novia, una compañera?

—Podría ser gay y tener un novio o un compañero.

—Imposible.

—¿Qué te hace pensar eso?

—La forma en la que me miras.

La frase me llegó como una bofetada, rápida, de esas que no ves venir. Tuve que hacer un esfuerzo para tragar mientras intentaba encontrar una respuesta ingeniosa. Obviamente, no la encontré, así que fingí que no había pasado nada.

—No, no estoy casado. Lo estuve, pero la cosa se acabó hace ya bastantes años. Tampoco vivo ni salgo con nadie, desde hace un tiempo.

—Qué desperdicio. No tienes hijos, ¿no?

—No.

—Entonces hagamos una cosa. Una de estas tardes, cuando volvamos a Bari, me invitas a cenar a tu casa. Tú te encargas de la compra (yo te digo lo que tienes que comprar; el vino lo dejo a tu elección) y yo hago la cena, pero luego no recojo ni friego nada. ¿De acuerdo?

Le dije que sí, que por mí de acuerdo. Ella pareció satisfecha, se volvió a poner los auriculares y siguió escuchando música.