55

 

 

Cuando ya había anochecido, Paul recibió una llamada de casa del periodista.

—¡Juan! ¡Gracias a Dios! Nos tenías muy preocupados.

—Necesito verte —indicó Juan.

—¿Qué ha pasado en la finca? ¿Cómo se te ocurre meterte en la boca del lobo?

—¿Cómo lo sabes? —preguntó el periodista extrañado.

—Ya te lo explicaré. Pero ¿estás bien?

—Sí. Estoy vivo, y eso es lo único que importa. Temí no salir con vida de allí. He logrado engañarles y me han soltado —Paul ya sabía lo que Juan les había dicho—. Necesito pedirte un favor: que alquiles mi piso por mí —mintió Juan—. Me voy de la ciudad. Me marcho mañana o pasado, y no tengo tiempo de encargarme de ello. ¿Puedes venir a mi casa ahora, por favor?

—Claro… —dijo Paul—. Ahora mismo voy. Lili vendrá conmigo.

Paul llevó a Kala con él y condujo lo más rápido posible hasta la casa de Juan. Dejó el vehículo mal aparcado en un vado y llamaron al interfono. Subieron a la planta de Juan, quien les abrió la puerta mirándolos a los dos avergonzado.

Kala casi no pudo reconocerle. Se había puesto unas gafas de sol para ocultar los cardenales, aunque no servía de mucho porque tenía buena parte de la cara amoratada.

—Juan… Dios mío… Cuánto lo siento —dijo Kala con el corazón en un puño.

—Encontré la forma de entrar en la finca, pero me cogieron —reveló Juan, encogiéndose de hombros.

Les invitó a pasar y se sentaron todos en el sofá. El piso de Juan era pequeño pero decorado con gusto, y estaba abarrotado de libros, revistas y periódicos antiguos amontonados en los muebles y en el suelo.

—Sabemos que te torturaron para que confesaras tu fuente y que les has dicho que es Ignacio López.

—¿Cómo? —preguntó Juan incrédulo.

—Tenemos micros y cámaras ocultas en el despacho de Elisabeth. Hemos escuchado varias conversaciones acerca de tu temeridad de colarte en la finca.

—Un hombre calvo me obligó a hablar.

—Ese calvo era Antón, el encargado de la mansión —explicó Kala.

—Algo tenía que decir. Por suerte, se tragó lo de que Ignacio López era mi fuente. Dios, he intentado avisarle, pero no lo consigo. Quizás sea demasiado tarde —comunicó Juan, angustiado.

—No te alarmes. Nosotros le hemos avisado. Debe de haberse escondido ya.

—¿De verdad? Me quitáis un peso del alma —Juan exhaló un suspiro.

—¿Cómo se te ocurre entrar allí, Juan? —preguntó Paul en tono reprobatorio.

—Quería intentar sacar algunas fotos, ver que encontraba… no sé.

—¿Fue Antón quien te hizo esto? —preguntó Kala mirando sus moratones.

—No, no, fueron dos hombres, pero no eran guardias, no sé quiénes eran. Antón ya se había ido.

Kala y Paul intercambiaron una mirada.

—¿Has ido al hospital? —preguntó Kala preocupada por su estado de salud.

—No estoy tan mal.

—Debería verte un médico —insistió Paul.

—Escuchad, siento deciros que ya no podéis contar conmigo. Necesito reconsiderarlo —indicó el periodista, avergonzado.

—Siento que te hayamos metido en esto. Todo es culpa mía —se disculpó Kala.

—No, no, en absoluto —se apresuró a decir Juan—. Tú solo me has dado una exclusiva. Ellos tienen la culpa. Me gustaría que pudierais destapar sus crímenes tanto como a vosotros, aunque yo os recomiendo que abandonéis el plan. Es muy peligroso. Siento ser tan franco, pero podríais acabar mucho peor que yo.

—Juan tiene razón —aseguró Kala mirando a Paul—, esto es cosa mía. Tú deberías volver a tu vida normal y olvidarte de todo.

—Yo nunca te dejaría sola en esto —contestó Paul convencido—. No pienso abandonar lo que he empezado. De momento, no hay peligro. Nadie sabe que somos nosotros quienes estamos detrás de todo.

—Pero tarde o temprano lo averiguarán e irán a por ti. A mí no me tienen localizada, no saben dónde vivo, pero a ti te podrían localizar con facilidad.

El periodista decidió intervenir.

—Si no queréis abandonarlo todo tenéis que ir a la Policía con todas las pruebas que habéis logrado reunir hasta ahora y denunciar la existencia del club y sus actividades.

—Sí, creo que Juan tiene razón —opinó Paul—. Tenemos fotografías de los coches y las matrículas de sus miembros, grabaciones de conversaciones telefónicas de Elizabeth admitiendo la existencia del club y en las que ordena varios asesinatos, datos financieros… Vayamos a la Policía a entregarles toda la información que hemos reunido y dejemos que los profesionales hagan su trabajo.

—No sé si es buena idea —indicó Kala—. Creo que deberíamos reunir más pruebas. Tienen amigos muy influyentes, y podrían salir impunes si la Policía piensa que no hay pruebas claras y suficientes contra ellos.

—¿Qué dices? No admitirán las grabaciones como prueba en un juicio, pero después de oírlas, cualquier juez autorizará el registro de la mansión y de la casa de Elizabeth. Y cuando encuentren a decenas de chicas secuestradas, esa será una prueba más que suficiente para acabar con ellos —afirmó Paul.

—Pero imagínate que damos con un policía corrupto y hace desaparecer las pruebas —dijo Kala—. Tiraría por tierra todo nuestro trabajo.

—Esta noche prepararé dos pen drives idénticos con toda la información que hemos reunido acerca de Coliseum, y mañana por la mañana los entregaremos en dos comisarías distintas. Al menos una de ellas comenzará a investigar… —dijo Paul.

—… O aumentamos al doble las probabilidades de que la información llegue a manos de un policía corrupto. Imagina qué pasaría si no diéramos con la persona adecuada. Pondría sobre aviso al club de lo que se les viene encima antes de que se procediera a hacer un registro, y cuando la Policía llegara a la mansión, lo único que encontrarían sería a unos cuantos socios jugando al golf y ninguna chica secuestrada en la casa —dijo Kala.

—Sí, también es posible —admitió Paul—. Por eso acudiremos a Marcos.

—Eso está muy bien, pero son sus superiores los que deberán autorizar la investigación y son los que deciden qué hacer con la información que nosotros proporcionemos.

—Hablaré ahora mismo con él. Le preguntaré si el comisario es hombre de fiar.

Paul llamó su amigo. Él le aseguró que no conocía hombre más íntegro y honesto, por lo que resolvieron acudir a Marcos y entregar en su comisaria las pruebas de las que disponían. Marcos acababa de llegar a Madrid de un viaje y les indicó que tenía turno al día siguiente, por lo que Paul y Kala quedaron con él en que irían a verle a la comisaría a primera hora.

Ladrones de vidas
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