33
Después de dejar a Paul, se dirigió a la casa de Bruno para vigilarle. Ahora que la esperanza de lograr acercarse al club con ayuda del informático se había desvanecido, debía volver a su antiguo plan, y para ello debía localizar al guardia y actuar en el momento adecuado.
Aparcó cerca de la casa de Bruno y se dirigió andando a la cervecería donde él solía acudir en sus tardes libres. Por suerte estaba dentro. Vigiló la salida desde una parada de autobús a unos cincuenta metros del local y le vio regresar a casa como de costumbre. Estaba decidida a actuar a la noche siguiente.
Kala se dirigió a su casa y lo preparó todo. Volvió a repasar el plan paso por paso. Colocó la página del periódico que contenía la foto de Hugo en el centro de la pared. Buscó en el portátil la foto con la matrícula que coincidía con una de las que Paul le había entregado, la imprimió y la colocó en la pared, a su lado. Así mismo, añadió algunas fotos de Alicia y de las otras dos mujeres con las que había estado. Anotó en un post-it la dirección de la casa en la que habían estado reunidas, pegándolo sobre la foto de la mujer que la había secuestrado y que seguramente era la hermana de Alicia. Lo que Kala no sabía aún era quién era la chica con la que Alicia se había citado en la cafetería, pero estaba convencida de que era una de sus próximas víctimas, carne fresca para Coliseum.
Al día siguiente temprano adquirió algunas herramientas en una gran superficie y en una ferretería, volvió a la cabaña y preparó el sótano para poder alojar a varios «huéspedes especiales». Se dirigió después a la casa de Bruno para vigilarla. Sabía que Bruno era fiel a su rutina y que no le vería abandonar la casa hasta la tarde, cuando se dirigiría a su bar habitual a ver a los amigos, a menos que aquel día tuviera turno en la mansión. Sin embargo, no mucho tiempo después de aparcar cerca de su portal le vio salir y tomar un taxi. Lo siguió en su coche hasta el centro de la ciudad, donde le vio entrar en una cafetería. Aparcó el vehículo y, acercándose con precaución, se asomó a través de los ventanales del local. Bruno estaba sentado a una mesa, esperando. Cruzó la calle para vigilar la puerta del local sin ser detectada.
Minutos después, el corazón se le subió a la garganta al ver una cara conocida que se acercaba caminando a grandes zancadas por la acera de enfrente. Dio un paso atrás y se escondió tras la esquina por simple reflejo. Era el mismo que estuvo a punto de dar con ella en aquel hotel de Barcelona. El hombre entró a la cafetería.
Kala se preguntó si los dos hombres trabajaban juntos o era solo una coincidencia. Era muy difícil que lo fuera, pero debía asegurarse. Se colocó mejor las enormes gafas de sol y se colgó del cuello la cámara de fotos para parecer una turista. Fingió hablar por teléfono para poder ocultar su cara con la mano en caso necesario y evitar que la reconocieran. No había dudas. Nada más cruzar la calle y mirar por el ventanal de la cafetería, pudo ver que los dos hombres estaban reunidos con una cerveza delante en una de las mesas del local.
Volvió a cruzar la calle y se colocó de nuevo en la esquina. Buscó un número en la agenda del móvil y se quedó unos segundos mirando la pantalla, sin llegar a marcar. Finalmente llamó, pero medio segundo después, antes de dar el primer tono, colgó y volvió a guardar el teléfono en el bolsillo. Diez segundos después volvió a sacar el móvil del bolsillo maldiciendo y llamó al mismo número. Esta vez decidió tragarse su orgullo. No tenía otra opción.
—¿Sí? —contestó la voz del otro lado del teléfono.
—Siento mi comportamiento de anoche —se disculpó—. Me enfadé contigo por haber descubierto mi secreto.
—Soy yo el que debe pedir disculpas, Kala.
—Llámame Lili, por favor.
—Perdón.
—Debía haberte llamado antes, pero soy muy orgullosa. Me cuesta pedir disculpas.
—Tonterías. Yo metí la pata investigándote.
—¿Puedo pedirte otro favor?
—¡Ajá! Por eso me llamas, porque me necesitas —bromeó.
—También por eso.
—Okey, cuéntame.
—¿Si te envío la foto de un hombre puedes averiguar quién es? Intentó matarme en Barcelona y escapé de milagro.
—Me preocupa escuchar eso.
—Tranquilo, sé cuidar de mí misma.
—Si puedes mandarme una foto con la cara bien visible, puedo buscarle.
—Gracias, Paul. Intentaré conseguir la foto y enviártela.
—Ten mucho cuidado —pidió Paul.
—Descuida, lo tendré —contestó Kala.
Con la cámara preparada, aguardó hasta que ambos hombres salieron por la puerta del local veinte minutos después. Kala sacó varias fotografías. Ninguno parecía muy contento. Bruno paró uno de los taxis que pasaban por la calle y se marchó. El otro hombre se alejó andando. Comenzó a seguirle. Debía mandarle algunas de las fotos sacadas a Paul lo antes posible, pero también debía intentar tener localizado a aquel hombre.
Unas calles más allá el hombre entró a otro local. Se trataba de una cervecería pequeña, un local sucio y oscuro, por lo que pudo apreciar desde fuera. Se sentó en un banco cercano, copió las fotografías al teléfono y envió cuatro por correo electrónico a Paul, que la llamó quince minutos después:
—El hombre se llama Ricardo González. Está en busca y captura acusado de asesinato, falsificación y otros cargos. Más te vale alejarte de él. Es muy peligroso.
—Tranquilo, no puede verme.
—Tengo un amigo policía al que debo muchos favores. Muy buen policía. Le avisaré para que sea él quien se encargue de denunciar y detener a Ricardo. Eso le dará el ascenso a inspector que está buscando, y además, nos libramos de tu amiguito en la misma jugada, ¿te parece bien?
—Sí, me parece muy bien.
—¿Estás cerca de él ahora mismo?
—Lo tengo a la vista. Ha entrado en una cervecería de la calle… espera, déjame mirar…
—No hace falta. Acabo de localizar tu móvil.
—¡Paul! —exclamó Kala disgustada.
—Lo siento, Lili —contestó riendo nervioso—, es cuestión de vida o muerte… esta vez me darás la razón.
—No aprendes, ¿eh? —le regañó Kala pero sin rastro de enfado en su voz—. Está al otro lado de la calle dentro de la cervecería. Parece que le conocen muy bien porque está rodeado de gente. Diría que es una especie de cuartel general de unos delincuentes.
—Hablaré enseguida con mi amigo. Te llamo después. ¡Ten cuidado!
No habían pasado ni cinco minutos cuando Paul llamó a Kala para informarle de que su amigo iba a reunirse con ella. El policía, vestido de paisano, llegó veinte minutos después.
—¿Eres Lili? —preguntó al verla.
—Sí. ¿Marcos?
—Sí, encantado. Paul me ha dicho que tienes localizado a un sospechoso de asesinato.
—Así es. Está en la cervecería de enfrente.
—Perfecto. Entraré para tomar algo. Estudiaré la situación y saldré a avisar a mis superiores fingiendo que quiero fumar. Después volveré a entrar y esperaré dentro la llegada de mis compañeros. Visto que es un sitio discreto, no podrán entrar más de dos o tres secretas a la vez sin levantar sospechas. Yo me quedaré dentro para ayudar con la detención, así que márchate de aquí en cuanto me veas salir a fumar. ¿Entendido? Podría haber disparos.
—Está bien —dijo Kala—. ¿Tienes su foto? ¿Podrás reconocerlo?
—Sí, Paul me la envió al móvil.
—Suerte —le deseó.
Kala se quedó observando en la acera de enfrente hasta que le vio salir a fumar. El policía hizo la llamada y entró de nuevo al local fingiendo hablar con alguien por teléfono. En contra de las indicaciones de Marcos, permaneció allí, a cierta distancia del local, como espectadora. Paul volvió a telefonearla para pedirle que se largara de allí, pero ella no le hizo caso. Necesitaba ver a Ricardo preso para estar tranquila. Ese hombre había estado a punto de encontrarla, y de haberlo hecho, ahora estaría muerta. Quería verle esposado.
Los alrededores no tardaron en llenarse de policías secretas y agentes, que rodearon enseguida la manzana en la que se encontraba la cervecería, pararon el tráfico y desalojaron a los peatones. A una señal, irrumpieron en el local un policía tras otro. Dentro ya había varios policías secretas. El ruido de gritos era ensordecedor pero, por suerte, no hubo disparos durante la detención.
La Policía identificó a todos los presentes en la cervecería y se llevaron a la mayoría de ellos. Al ver llevarse a Ricardo detenido, Kala llamó al informático.
—Me alegro mucho que todo haya salido bien —dijo Paul.
—Y yo. Gracias por la ayuda.
—Tenemos que celebrarlo. Te invito al cine.
—Ya veo que nunca te rindes —dijo Kala sonriendo.
—Nunca —contestó Paul orgulloso.
—Hoy no puedo. Tengo que hacer una cosa. Prométeme que no me seguirás.
—No me hagas eso…
—Paul… —dijo Kala fingiendo enfado.
—Vale, lo que tú digas. Pero prométeme que aceptarás una invitación al cine o a cenar esta semana. Estamos a jueves. No me digas que en tres días no tienes un par de horas libres.
—Prometido.
—Cuéntame qué vas a hacer.
—Algo que tenía que haber hecho hace tiempo.
—¿Puedo ayudarte?
—Esta vez no, pero gracias de todos modos —dijo la chica antes de colgar.
Se dirigió al barrio de Bruno y aparcó el furgón en un callejón muy cerca de la cervecería que él solía frecuentar. A última hora de la tarde, le vio aparecer por el local. Sacó la pistola de debajo del asiento del copiloto, comprobó que estaba cargada y se la guardó debajo de la ropa. Mientras esperaba a que Bruno volviera a casa, llamó a Paul.
—Hombre, Lili, ¿me echabas de menos?
—No te lo creas demasiado… —dijo sonriendo—. Te llamo para pedirte por favor que compruebes una cosa, si puedes.
—Claro, ¿qué es?
—Te mando la dirección de un chalé. Necesito que averigües quién vive allí y compruebes si tiene alguna relación con una chica llamada Alicia Rus.
—A sus órdenes —dijo Paul.
—Cómo eres… —se despidió Kala.
Siguió vigilando la cervecería hasta poco antes de la hora del cierre. Cuando solo quedaban dentro de la cervecería Bruno y el barman, entró al local.
—¿Vende tabaco? —preguntó al barman, un hombre flaco bastante mayor.
—Ya está activada —contestó el hombre indicando con la cabeza en dirección a la máquina de tabaco.
La mirada de Bruno se encontró con la de la chica, quien fingió sorprenderse de verle allí. Bruno sí que se llevó una gran sorpresa. Se levantó de la silla tan deprisa como el alcohol se lo permitía y se abalanzó sobre ella, pero Kala estaba prevenida y salió corriendo por la puerta. Bruno la siguió fuera del local y corrió torpemente detrás de ella gritando que parara, pero Kala siguió alejándose a paso rápido. Nada más doblar la esquina del callejón, sacó el arma y se dio la vuelta para esperar al hombre, que no tardó en aparecer.
—No te muevas o disparo —gritó Kala cuando lo tuvo frente a ella.
—¡Mierda! —exclamó el hombre parándose en seco, respirando con dificultad.
—Si quieres salir con vida de esta, más vale que no hagas estupideces —advirtió Kala.
—¿Qué coño quieres? —preguntó Bruno arrastrando las palabras.
—Sube a la furgoneta —ordenó la chica.
Bruno se resistió a obedecer.
—Dame la pistola —dijo tendiendo la mano.
—No me obligues a pegarte un tiro.
—Venga, tú no eres así. Dame la pistola —repitió acercándose peligrosamente.
Kala dio dos pasos atrás y disparó al aire.
—Haz lo que te digo o te hago un puto agujero en la frente. ¡Sube a la furgoneta! ¡Ya! —exigió la chica.
Parece que esta vez sonó convincente, porque Bruno obedeció y tomó asiento secándose con la mano la frente inundada de sudor. Kala dio varios pasos atrás y echó una ojeada rápida en dirección a la cervecería. El barman había salido con el alboroto y se acercaba al callejón caminando precavido.
—¡Vuelve a entrar! ¡Esto es un negocio entre él y yo! —gritó Kala. Regresó rápidamente al furgón, cerró la puerta y le tiró unas esposas—. Póntelas.
El hombre renegó por lo bajo y, tras varios intentos torpes, las terminó de cerrar alrededor de sus muñecas.
—Si me haces algo, estás muerta —amenazó Bruno.
—Si no haces lo que te digo, tú sí que estás muerto. Ahora coloca las manos bajo las piernas.
En aquel momento el hombre se levantó bruscamente y empujó a Kala con el hombro, haciéndola chocar contra la pared de separación del habitáculo delantero. Por suerte no se le escapó la pistola de la mano, y cuando el hombre se tiró sobre ella, logró ponerle la pistola en la cabeza. El hombre se quedó quieto al instante, como si la mirada de la mujer le hubiera transformado en piedra.
—¡Despídete de la vida, maldito estúpido! —gritó Kala introduciendo la pistola en la boca del hombre con intención de matarle. Sin embargo, no pudo apretar el gatillo. No fue capaz—. Siéntate y pon las manos debajo de las piernas —le ordenó segundos después, furiosa consigo misma.
Bruno volvió a sentarse empapado en sudor, con la respiración entrecortada. Levantó las piernas y pasó las manos por debajo, llevándolas hasta las corvas.
Kala salió, tomó un pañuelo y un recipiente de cristal de la guantera e impregnó la tela con el líquido. Luego subió de nuevo y le tapó la boca y la nariz con el pañuelo. El hombre se resistió bastante y tuvo que forcejear con él, pero finalmente cayó dormido.
Abandonó el callejón con las luces apagadas. Cinco calles más adelante se detuvo para quitar la tela que tapaba las matrículas del vehículo, encendió las luces y se dirigió a la casa rural.
Accedió al sótano con el furgón. Era un espacio amplio y diáfano, a excepción de los seis pilares de cemento en el centro de la estancia que servían para sostener la casa, junto con los muros de carga laterales. Kala pensó que aquel sótano podría haber almacenado muchas cosas en el pasado. Esta vez sería la cárcel de Bruno.
Todo estaba preparado. Había cadenas alrededor de varias de aquellos pilares. Arrastró a Bruno con gran dificultad hasta el más cercano, le ató uniendo los extremos de la cadena con las esposas y esperó paciente a que despertara.
Media hora después, el hombre abrió los ojos con dificultad y observó el lugar donde se encontraba. Tiró de la cadena varias veces para liberarse, pero cesó al comprender que no podía hacer nada para escapar.
Kala se dirigió al único mueble que había en la estancia, una pequeña cómoda de apenas un metro de altura sobre la que había un taser de mano, unas tijeras y algunas herramientas más. Cogió el taser y se acercó con paso lento al hombre, que comenzó a sudar.
—Tú eres muy aficionado a este juego, ¿verdad?
—¡Que te jodan!
En respuesta, Kala le aplicó una corta descarga en un brazo. Bruno gritó apretando con fuerza los párpados.
—Tengo curiosidad por saber si un hombre resiste más o menos descargas que una mujer antes de desmayarse. ¿Te acuerdas de cuántas veces hiciste que me desmayara de dolor?
—Si piensas que vas a hacerme hablar, estás muy equivocada. Yo no sé nada.
—Eso ya lo veremos —dijo Kala al mismo tiempo que le aplicaba otra descarga, esta vez mucho más prolongada que la anterior, en la voluminosa barriga, descarga que hizo que el hombre retrocediera dando saltos hasta chocar con el pilar.
—¡Aaaaaah! ¡Maldita zorra! Vas a pagar por esto —gruñó Bruno. Parecía que los efectos del alcohol habían desaparecido de golpe.
—¿Tú crees? Por suerte, todos me dan por muerta. Nadie sabe que estoy viva excepto tú, y no veo cómo vas a hacerme pagar por lo que te estoy haciendo mientras sigas atado a esa columna.
—Eso no te servirá de nada. Harán preguntas en mi barrio, en el bar al que acudo, y acabarán encontrándote, maldita puta.
—No soy una puta. Vuelve a llamarme puta y lo lamentarás —advirtió Kala.
—Sí, sí que lo eres. ¡Eres una puta asquerosa!
Kala le aplicó enojada varias descargas seguidas, hasta que el hombre se derrumbó en el suelo. Mientras dejaba que se recuperara, fue al furgón a buscar la cámara de fotos.
—¿Es este tu amigo? —dijo enseñándole una foto de Ricardo arrestado por la Policía. La cara de Bruno contestó por él—. ¿Colaborarás ahora? —preguntó Kala.
Bruno la miró con odio.
—Jodida estúpida… ¿Es que no te das cuenta? Los dos estamos muertos a menos que yo vaya mañana a trabajar. Tienes que soltarme.
—Si quieres que te libere, debes contestarme a algunas preguntas. ¿Quién dirige el club?
—No lo sé.
—Mala respuesta. —Le aplicó una nueva descarga. El hombre se retorció de dolor—. ¿Quién dirige el club Coliseum? —volvió a preguntar.
—¡No lo sé, y aunque lo supiera, nunca te lo diría! ¡Me cortarían el cuello! Esa gente es muy peligrosa.
Kala siguió aplicándole una descarga tras otra, implacable, hasta que le vio derrumbarse como una masa de carne sin huesos.
—Escúchame bien —indicó Kala con cara de pocos amigos—. Vas a decirme lo que sabes, y vas a ayudarme a liberar a las chicas secuestradas, porque si no lo haces, la que te matará voy a ser yo. Y te juro que encontraré la forma de morir más dolorosa y más horrible del mundo para un gordo estúpido como tú. Desearás tanto la muerte que me suplicarás que termine contigo de una jodida vez. ¿Me has entendido? —preguntó Kala activando el taser delante de Bruno. El aparato produjo un sonido parecido a una serie muy rápida de clics de ratón, un sonido que podía volverse espantoso para el que sufría las descargas.
—Sí —contestó él con dificultad.
—¿Quién dirige el club?
—Te juro que no sé quién es. Solo que la mansión de Madrid la lleva una mujer.
—¿Hay casas en otras ciudades como la que yo he conocido?
—Creo que sí, pero no estoy seguro —dijo el hombre buscando con los ojos el arma de electrochoque.
—¿Y quién dirige entonces la organización?
—Solo conozco a la que dirige la mansión de Madrid, pero no sé cómo se llama.
—¿Cómo puedo entrar? —preguntó Kala impaciente.
—¿Entrar? —Al hombre se le dibujó una sonrisa triste en la cara—. De ninguna manera. El perímetro de la finca está rodeado de cámaras de vigilancia, y es imposible que alguien pueda entrar si no tiene autorización.
—Usaré tu tarjeta electrónica.
—Sin el visto bueno de los guardias de la entrada no podrás pasar ni siquiera el primer nivel de seguridad y, aunque lo hicieras, hay otras dos puertas que se abren con la huella digital y por detección de voz. Hay cámaras con sensor de movimiento por toda la finca que avisarán a los guardias, igual que la noche en la que conseguiste escapar; te abatirían a tiros antes de que te acercases siquiera a la mansión. Y en el improbable caso de que lo consiguieses, no hay forma de abrir las puertas de las habitaciones sin la llave maestra.
—Me sacaste de la mansión en el maletero una vez, puedes introducirme de igual manera. Después, me consigues la llave maestra y libero a las chicas.
—Te digo que es imposible. Hay cámaras de vigilancia por todas partes, en el hall, en los pasillos, en los garajes…
—Seguro que hay alguna forma de entrar.
—Yo puedo ayudarte desde dentro si me liberas.
—No me fío de nadie, y menos de un rehén que haría cualquier cosa para liberarse.
—La única forma es que alguien de dentro deje fuera de juego a los guardias de la mansión, y después habría que sustituir a los guardias de la garita…
—… Y una vez que tengamos el control de las puertas de acceso, podríamos mandar a la Policía. Sí, no es una mala idea. Nadie podría impedir que liberaran a las chicas cuando estuvieran dentro de la finca.
—Créeme, es una mala idea. He escuchado que tienen medios para evitar a la Policía. Esos cabrones son capaces de quemarla o volarla por los aires antes que permitir que un policía ponga un pie en la mansión. De todas formas, aunque nos deshiciésemos de los guardias, aún quedaría por resolver el problema de los clientes.
—¿Qué problema?
—Si un cliente ve u oye cosas raras en la casa, llamará a quien corresponda para quejarse o preguntar qué está pasando. Una sola llamada puede acabar con el plan, así que habrá que liberar a las chicas por turnos, esperar a que se vayan sus «amos» para poder sacarlas de sus habitaciones.
—Demasiado complejo. Creo que buscaré otra forma.
Kala dio por concluido el interrogatorio por aquel día.
Se dirigió a la casa de Bruno para registrarla, pensando que tal vez pudiera tener algo que le fuera de utilidad. Y lo hizo. En medio de aquella casa desordenada y que necesitaba una limpieza urgente, encontró una tarjeta electrónica en el salón y dos pistolas, una en el cajón superior de la mesita de noche y otra entre los cojines del sofá.