17
Tras la marcha de Elizabeth, Antón se quedó en el sótano examinando el cadáver de su compañero. Uno de los bolsillos del pantalón estaba fuera, y junto a él había una cajetilla empezada de tabaco y una cartera empapadas en sangre. No había mechero. Tampoco encontró las llaves y la tarjeta del hombre. Supuso que habían salido utilizando sus llaves para abrir el candado de la celda y su tarjeta para las puertas de la mansión. Tomó nota mental para sustituir el candado, que podía cerrarse sin necesidad de utilizar llaves, por una cerradura en la que fuera necesario girar la llave para dejarla cerrada. De ese modo, sería imposible no darse cuenta de que se ha salido de la celda sin llaves.
A continuación fue a inspeccionar la celda. Entró y la examinó detenidamente en busca de manchas de sangre o cualquier otro indicio de lucha. Las sábanas de una de las literas estaban en el suelo, en una esquina. Signo de lucha, indudablemente. Se acercó y tomó en las manos el candado. Estaba abierto. Al intentar cerrarlo, vio que no podía hacerlo. Dentro había una pequeña piedra que impedía el arco bajara y se cerrara. Así era como habían engañado al chef: provocaron revuelo y colocaron una piedrecita en el candado sin que él se diera cuenta.
Subió a la planta baja y se dirigió al centro de control.
—¿Alguna novedad? —preguntó.
—Están volviendo —indicó Rafa viendo el todoterreno aparecer en las pantallas.
Antón se acercó a la puerta de entrada y vio que del vehículo solo bajaba Pedro.
—¿Dónde está Bruno?
—Ha dicho que venía andando —contestó el guardia de la entrada encogiéndose de hombros.
—¿Por qué?
—Creo que lo de esta noche le ha superado. He traído de vuelta las herramientas.
—Bien, ayúdame a llevarlas al almacén. Después puedes volver a tu puesto.
—Vale.
—¿Hace falta que te diga que no puedes contar a nadie nada de lo que ha pasado esta noche? Ni siquiera a tus compañeros, no hablemos ya de gente del exterior.
—Créeme, no voy a hacerlo. Quiero olvidar esto lo antes posible.
—Voy a ver qué hace ese imbécil —anunció Antón tomando su walkie-talkie—. Bruno, ¿me recibes? Cambio —preguntó presionando el botón. Nadie contestó—. Bruno, ¿me recibes? Cambio —preguntó de nuevo un poco más alto.
—Adelante. Cambio —contestó Bruno instantes después con la respiración acelerada.
—¿Qué estás haciendo? Cambio.
—Caminando de regreso a la mansión. Cambio.
—Mueve el culo rápido. Tenemos mucho trabajo esta noche. Cambio.
—Recibido. Cambio y corto.