31

 

 

Aquella tarde Kala acudió a un centro comercial. Paul la había citado allí. Decidió ir una hora antes porque necesitaba comprar una cámara de fotos. Escogió una cámara réflex con un buen objetivo, aunque no demasiado grande, para lograr obtener fotografías de calidad óptima de cerca o de lejos pero sin tener que cargar con un objetivo de medio metro de longitud. Llegó a la zona de restauración, donde el hacker la había citado, cinco minutos tarde. Paul se encontraba apoyado en la barandilla justo encima de ella y al verla llegar, se dirigió al mostrador de un restaurante de comida rápida cercano mientras Kala ascendía las escaleras mecánicas.

—Estás muy guapa —dijo Paul mirándola a los ojos. La empleada acababa de entregarle un helado de cono—. Toma. Es para ti —dijo entregándoselo.

—Gracias. ¿Has averiguado algo?

—Desde luego.

La empleada del restaurante le entregó otro helado.

—Gracias a Dios.

—Gracias a la base de datos del Ayuntamiento. Si me pillan, me encierran.

—Pero no te pillarán, ¿verdad?

—No —contestó Paul sonriendo.

—Eres bueno. Eres muy bueno, Paul.

—Lo sé —dijo Paul sin pizca de modestia.

Kala introdujo la mano en su bolso y le tendió un sobre.

—Lo acordado. Ahora enséñame lo que has encontrado.

—No tan deprisa. Guarda tu dinero. No voy a cobrarte nada. Ya te dije que no lo hago por el dinero.

—No sé por qué lo has hecho, pero no tengo tiempo para pedir explicaciones. Dame lo que has encontrado, por favor.

—He aceptado el trabajo para fastidiar a mi novia, o lo que sea —comenzó él, haciéndole caso omiso—. Nos acostamos dos veces y ya no se despega de mí. Me prohíbe hablar con otras mujeres, no puedo hacer nada solo. No me gustan las mujeres celosas. ¿Viste cómo se puso cuando fui a hablar contigo a solas en la cafetería?

—Haberme dejado las cosas claras desde el principio: que aceptas el trabajo para fastidiar a tu novia. ¿Me das la dirección?

—No la tengo aquí.

—¿Cómo que no la tienes aquí? —pregunto Kala molesta.

—Lo siento. Si quieres que te entregue la información, debes echarme una mano.

—¿Con qué?

—Acompáñame y verás —contestó Paul echando a andar hacia la escalera mecánica, chupando el helado.

—Paul, no tengo tiempo para estas cosas.

—Se te va a derretir el helado. Acompáñame; solo serán unos minutos. Es el pago que exijo por el trabajo. Luego te daré la información que he robado para ti —dijo alejándose.

Kala hizo una mueca de disgusto y siguió a Paul. Tenía buen físico. No era ni delgado ni excesivamente musculoso. Atlético sería la palabra adecuada. Caminaron hasta una tienda de ropa.

—¿Por qué quieres entrar aquí? No entiendo nada —dijo Kala.

—Necesito que me ayudes a elegir un polo. Necesito un polo nuevo…

—¿Me estás tomando el pelo? No tengo tiempo para estas tonterías.

—… Y yo necesito la opinión de una mujer —continuó Paul, imperturbable—. Si quieres obtener la dirección de Bruno, ayúdame. No tardamos nada.

—No puedes hablar en serio. Te he pagado mucho dinero por esa información.

—Te lo devolveré. Ya te dije que no quiero tu dinero.

—¿Entonces por qué lo haces?

—Porque necesito la opinión de una mujer. Soy un desastre para elegir la ropa —bromeó.

—Haber traído a tu novia.

—No me has escuchado cuando te dije que quiero librarme de ella. Eso es lo último que haría. —Paul sacó el teléfono del bolsillo. Tenía un aviso. Miró el aviso, abrió después un mapa en la pantalla en la que aparecía un punto rojo.

Durante cinco o diez minutos eligieron varios polos que Paul insistió en probarse. En el probador hizo todo tipo de tonterías, poniéndose todos los polos uno sobre otro, dejando un brazo fuera en otra ocasión, al estilo romano, lo que logró sacarle varias sonrisas a Kala. Acabó comprando dos polos y salieron de la tienda.

—¿Hemos acabado? —preguntó Kala impaciente.

—Solo una cosa más —dijo Paul entregándole una hoja con los datos que había conseguido para ella—. Hazme compañía dos minutos más y ya está. A cambio estaré a tu disposición si vuelves a necesitarme. —Paul miró de nuevo el mapa en su teléfono—. Utilizo esta aplicación que me avisa si Susana está cerca. Así la puedo evitar —anunció sonriendo—, pero esta vez… —indicó Paul entrando a otra tienda de ropa al mismo tiempo que parecía guiarse en el mapa de su teléfono. Kala le siguió y atravesaron la enorme tienda. Tras una columna, Paul encontró a Susana que, acompañada por otra chica, removía la ropa de un cesto con cosas en oferta.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Susana al recuperarse de la sorpresa—. ¿Y qué hace ella contigo? —preguntó con el ceño fruncido.

—Estábamos hablando de negocios —se justificó Paul.

Kala los miró sorprendida.

—Eres un mentiroso y un imbécil —gritó Susana—. ¿Ya me has puesto los cuernos, pedazo de cabrón?

—No es lo que crees —contestó Paul para no parecer grosero.

—¡Lárgate de aquí! ¡Vete! —gritó la chica llorando, comenzando a tirarle ropa.

—Con mucho gusto —dijo Paul en voz baja dándose la vuelta. Cogió a Kala del brazo indicándole que debían marcharse.

—No me toques —dijo Kala soltándose—. Me has utilizado para forzar a tu novia a romper contigo.

—No tenía ni idea de que estaría aquí. He recibido un aviso y he pensado que…

—Eres un mentiroso —interrumpió Kala—. Sé sumar dos más dos desde los dos años. Has accedido a la aplicación de localización de terminales y has localizado el móvil de tu novia. Gracias por la información encontrada para mí, y adiós.

—Espera, Lili —pidió Paul caminando tras ella—. Lo siento, ¿vale? Ha sido una mala idea, pero no quería usarte para hacerlo. Fue una coincidencia. Me llegó un aviso de que estaba cerca y he pensado que… Ya sé que fue una estupidez… —Paul la alcanzó y se puso delante—. Espera un segundo, por favor.

—Tienes un segundo —anunció Kala.

—Verás, te he citado aquí porque me gustas. Quería pasar tiempo contigo —se sinceró Paul—. He sido un estúpido al llevarte a la tienda donde estaba Susana.

—Yo no tengo tiempo para bromas y tonteos estúpidos. No busco novio, solo un hacker. ¡Qué poco profesional! —exclamó Kala alejándose en dirección al parking.

—Cuenta conmigo cuando lo necesites —gritó Paul.

—Ni loca —aseguró Kala sin volver la vista atrás.

Llegó al furgón, se encerró dentro y estudió la hoja que le había entregado Paul con la dirección y algunos otros datos de Bruno. Introdujo la dirección en el navegador y se dirigió a la casa del guardia. Se trataba de un edificio de viviendas en la zona este de la capital, a un minuto de una autopista. Vigiló desde una distancia prudente el portal del edificio durante horas, pero Bruno no apareció. A medianoche, vencida por el cansancio, se tumbó sobre la banqueta trasera del vehículo y durmió algunas horas.

Al amanecer volvió a ocupar su puesto tras el volante, con la cámara réflex preparada. Durante tres horas vigiló el portal sin ver a Bruno. Pero justo cuando empezaba a preguntarse si de verdad viviría allí, apareció conduciendo su todoterreno amarillo limón y aparcó cerca del portal. Kala sacó varias fotografías del hombre hasta que este desapareció del objetivo dentro del portal.

Siguió realizando el duro y aburrido trabajo de investigador privado y durante horas esperó ver salir a su objetivo. Deseó tener compañía. Llevaba más de un año sintiéndose sola, necesitaba a alguien en su vida, pero aun así, no tenía tiempo ni ganas de ello.

El hombre pasó el día dentro de la casa. A última hora de la tarde salió y se encaminó a una cervecería cercana. Kala lo siguió a pie manteniendo una distancia más que prudente. Buscó un sitio en la calle lejos del establecimiento desde el que poder observarle sin ser vista. Bruno permaneció en el local hasta la hora del cierre y regresó después a su casa. Segura de que el hombre se iría a dormir, se marchó a la suya a asearse y descansar un poco.

Al día siguiente temprano, volvió a hacer guardia frente al domicilio.

Igual que el día anterior, Bruno no salió hasta por la tarde —probablemente había dormido todo el día— y fue a la misma cervecería donde permaneció hasta la hora del cierre. Probó suerte en una de las máquinas tragaperras, bebió mucho vino y charló con muchos de los clientes del bar, que parecían conocerle muy bien.

El tercer día Bruno salió de su casa a las ocho de la mañana y subió a su coche. Kala arrancó el motor. El hombre condujo durante media hora por varias autopistas. Tomó una salida y continuó por una carretera secundaria. En un punto la carretera ascendía hasta la mitad de una colina, curvándose como una serpiente, para después descender por el lado contrario. Poco después de dejar atrás la colina, Bruno detuvo el coche ante la verja metálica de lo que parecía ser un club deportivo, o al menos eso es lo que anunciaba un letrero en la entrada. La sólida verja comenzó a abrirse segundos después. Mientras pasaba despacio frente a la entrada, Kala pudo ver la garita con dos guardias. La finca estaba rodeada de una cerca de alambre cubierto de arbustos entrelazados de unos tres metros de altura. Cada cien metros aproximadamente había cámaras de vigilancia que enfocaban a la valla. Kala condujo el vehículo hasta la primera curva y paró en el lado opuesto para que los guardias de la garita no vieran su vehículo por los monitores y sospecharan algo. La distancia entre la puerta de acceso y la curva era de no más de doscientos metros.

Permaneció con el vehículo en aquel punto, preparada para fotografiar los coches que pudieran salir o entrar. Buscó con el teléfono información acerca de aquel club deportivo y solo encontró una página web con información mínima. Llamó al teléfono de contacto, pero saltaba un buzón de voz constantemente. Media hora después, salieron dos vehículos, uno detrás de otro. A lo largo de la mañana salieron por la puerta del club cinco coches más. Durante la tarde accedieron varios vehículos y solo volvió a salir uno de ellos. Cuando la luz del día ya era débil, tres coches más accedieron al club. Kala decidió abandonar la tarea por aquel día y regresó por la carretera secundaria, pero una vez en ella, decidió ascender hasta lo alto de la colina para intentar ver algo desde allí. Condujo hasta pasar al otro lado de la cuesta y lo aparcó apartado del camino para no llamar la atención. Con la cámara de fotos colgada al cuello, ascendió a pie la colina hasta la cima.

Desde el punto más alto vio a lo lejos una casa enorme. Las luces acababan de ser encendidas. No cabía duda de que se trataba de la misma en la que ella había estado secuestrada. Al lado había un pequeño campo de golf. Intentó encontrar la manera de entrar pero no fue capaz. Había multitud de cámaras de videovigilancia en el perímetro exterior.

Recibió una llamada telefónica de Paul y, tras dudar unos instantes, decidió contestar. Quizás tenía más información acerca de Bruno.

—Te llamo para invitarte a cenar —dijo Paul—. Como es lunes, estoy seguro de que has estado liada y sin tiempo para preparar una cena en condiciones, por lo que te invito a mi casa a cenar.

—Paul, te lo agradezco, pero por favor, no vuelvas a llamarme —pidió Kala, y colgó. El chico le caía simpático, pero ella no podía desviarse de su objetivo.

Regresó al coche con intención de ir directa a la casa. Había una gasolinera junto al acceso a la autopista. Decidió entrar a la cafetería a cenar algo. Estaba hambrienta. Tomó un café, temerosa de quedarse dormida en el largo trayecto hasta su casa, pues las últimas dos noches había dormido muy pocas horas.

Una vez en casa, abrió una botella de vino tinto y, sentada en el sofá con el portátil sobre las piernas, observó con atención las fotos del día. Imprimió algunas de ellas y las llevó a uno de los dormitorios vacíos. Comenzó a colocarlas en una de las paredes. Debía llenar aquella pared. Investigar bien antes de intentar nada. Las piezas empezarían a encajar pronto, y antes o después se le ocurriría la mejor manera de obtener pruebas.

A la mañana siguiente condujo hasta la gasolinera de la tarde anterior y entró a la cafetería. Pidió un café solo bien cargado y un croissant mientras alargaba la mano para coger uno de los periódicos disponibles para los clientes. El camarero preparó el café como un autómata que ha realizado la misma tarea miles de veces. Las llaves que llevaba colgadas del cinturón chocaban entre sí a cada paso que daba. Lo observó por un segundo. Parecía estar casi en edad de jubilación. Pálido, ojos apagados… un hombre que parecía llevar muerto una década.

—Muchas gracias —agradeció Kala con una sonrisa amable cuando le entregó el pedido.

Lo llevó a una de las mesas, y desayunó al mismo tiempo que pasaba las páginas del periódico con desgana leyendo los titulares, deteniéndose en algún subtítulo, saltando de un lado a otro, deteniéndose a veces en algún que otro artículo que le llamaba la atención. Se preguntaba cuántos de los hombres a los que tanto se alababa en aquellas páginas tenían dos caras, cuántos de ellos eran socios del Club Coliseum.

Terminó de desayunar y condujo en dirección a la finca Coliseum. Había un punto antes de comenzar la ascensión de la colina que era perfecto para esconder el vehículo, pues quedaba medio oculto entre unos árboles de generosas copas caídas. Se acercó caminando hacia la finca y escogió un sitio junto a un árbol de grueso tronco rodeado de vegetación desde donde podía vigilar perfectamente tanto la entrada a la finca como una parte de la carretera sin ser descubierta. Se sentó sobre una piedra al lado del tronco y esperó. La distancia hasta la carretera era de menos de treinta metros, y la distancia hasta la puerta de acceso, de unos doscientos.

No era una carretera muy transitada. Fotografió todos los vehículos que pasaron por la carretera, borrando las de aquellos que no se detenían en la puerta de entrada. Tomó una libreta y, ampliando imagen por imagen, anotó las matrículas de los vehículos fotografiados entrando o saliendo de la finca.

Las horas pasaban lentas y casi le daban ganas de dormir una siesta entre un coche y otro. A primera hora de la tarde recibió un mensaje de texto de Paul invitándola al cine. Kala ignoró el mensaje aunque se dijo que una buena película no sería mala opción para relajarse un poco y desconectar.

Al llegar a casa aquella noche subió al dormitorio donde la noche anterior había comenzado a pegar fotografías en una de las paredes y añadió algunas de aquel día. Se alejó unos pasos de la pared para observarlas mejor. Había fotografías de vehículos de lujo, fotografías de la garita, algunas de la valla que rodeaba la finca y también fotografías de Bruno. Con las matrículas de todos aquellos vehículos seguro que podía dar con los propietarios y confeccionar así una lista de miembros. Después debía vigilar a cada uno de ellos y buscar sus puntos débiles. Quizás encontraría a uno dispuesto a hablar si le presionaba un poco, o de ayudarla a entrar y grabar lo que ocurría allí.

A la mañana siguiente retomó su rutina. Pasó primero por la cafetería de la gasolinera para cargar las pilas con un desayuno consistente antes de tomar posiciones para vigilar la finca. Se sentó a una mesa con el periódico y probó su café; estaba demasiado caliente. Sosteniendo la taza con una mano, empezó a pasar páginas del periódico, dando un nuevo sorbo a su café de vez en cuando.

Pasó otra página más y por un segundo sus pupilas fueron atraídas como por un imán a la imagen de un hombre. Dio un salto para atrás y soltó la taza, espantada. Su silla se cayó al suelo y el café se derramó sobre el periódico, salpicándole también los pantalones. Los demás clientes desviaron la mirada hacia ella. Kala tenía la cara descompuesta, los ojos clavados en la fotografía del periódico manchada de café, las manos le temblaban. En ese momento fue consciente de que todos los presentes la estaban mirando sin comprender nada. La mirada de Kala se topó con la del camarero.

—Perdón, lo siento mucho…

—¿Se encuentra bien? —preguntó el camarero, que ya venía hacia ella con una bayeta en la mano, anunciado por el tintineo de las llaves colgadas de su cinturón.

Kala no contestó de inmediato. Volvió a mirar la foto del periódico, lo cerró y comenzó a limpiarse los pantalones con la palma de la mano.

—Sí, he cogido mal la taza y me he quemado —mintió Kala intentando explicar lo ocurrido.

—¿Se ha hecho daño? —preguntó el camarero preocupado.

—No, no es nada. Pagaré el periódico.

—Tranquila, no importa.

—Voy a limpiar las manchas de los pantalones —dijo Kala dirigiéndose al servicio. Una vez allí, se miró en el espejo y respiró profundamente intentando tranquilizarse. Después trató de limpiar las manchas de café de los pantalones lo mejor que pudo y regresó a la cafetería.

Pagó el desayuno y le pidió al camarero que le cobrara también el periódico, pero este se negó diciendo que había sido un accidente. Tras dejar una buena propina abandonó la cafetería. Una vez en el coche intentó decidir su modo de actuar a continuación.

Arrancó el motor y conectó el móvil al aparato de manos libres del vehículo. Buscó en la agenda un número de teléfono y llamó.

—Hola, Lili —dijo la voz.

—Buenos días.

—Me alegro que por fin hayas decidido llamarme. No apareciste…

—Necesito tu ayuda —interrumpió Kala—. ¿Podemos tener una relación profesional, sin nada personal en ella?

—No lo sé. Creo que me sería difícil trabajar contigo sin que seamos amigos. Necesito conocer a las personas con las que trabajo, y necesito confiar en ellas.

—¿Diez mil euros por la información que necesito no es suficiente motivación para ti?

—Verás, Lili, hay muchas formas de conseguir dinero para alguien como yo. No necesito más del que ya tengo.

—¿Cómo puedo convencerte para que me ayudes?

—Muy fácil. Necesito que me cuentes qué te traes entre manos, debo saber dónde me meto, y tienes que aceptar una invitación al cine conmigo estos días.

Kala sabía que aquel trabajo podría ser peligroso, pero no podía decirle nada en aquel momento.

—Te daré más detalles, pero no por teléfono. Y en cuanto a lo del cine, ya hablaremos… —dijo la mujer sonriendo sin advertirlo.

—¿Qué necesitas?

—Necesito que encuentres la dirección de la vivienda de una persona y que busques sus trapos sucios. Se llama Hugo Harris.

—Me suena.

—Es el director de la compañía de inversión Hugo Harris. Sale en uno de los periódicos de hoy. ¿Podrás hacerlo?

—Claro. Hoy llegaré a casa tarde. Si te pasas sobre las siete o así, seguro que ya lo tengo. Te invito a cenar en mi casa a las ocho.

—No sé si puedo aceptar, Paul —dijo Kala.

—Tú verás, Lili. Si quieres obtener la información, lo menos que puedes hacer es venir a por ella.

—De acuerdo, nos vemos a las ocho. ¿Dónde vives?

—Te enviaré la dirección al móvil. Hasta la tarde —dijo Paul colgando. Diez segundos después recibió un mensaje con la dirección.

Kala entró en la tienda de la gasolinera para comprar un periódico y arrancó la página en la que aparecía Hugo Harris. El artículo alababa su gestión frente a la compañía y anunciaba la adquisición de una empresa que le permitiría extender el negocio al otro lado del Atlántico. Después se dirigió de nuevo al mismo lugar del día anterior para seguir vigilando el acceso a la finca. Tras varias horas en las que apenas habían pasado diez o doce vehículos, se dio cuenta de que poca información útil podría reunir ya en aquel punto, por lo que decidió acercarse a vigilar la casa de su antigua amiga Alicia. También debía convencer a Paul de ayudarla para averiguar quiénes eran los propietarios de los vehículos que había fotografiado. Ya había reunido bastantes, con eso se podía comenzar.

Llegó frente a la casa de Alicia al mediodía. Por suerte, no tardó mucho en verla salir del portal de su casa. Durante la ausencia de Kala, su amiga se había sacado el carné de conducir y se había comprado un coche pequeño cuya marca a primera vista no supo identificar, aunque parecía caro.

Alicia condujo hasta el centro de la ciudad y aparcó en un parking público subterráneo. Kala estacionó el furgón y la siguió desde una distancia prudente. La vio entrar a una cafetería cercana, donde ya la estaba esperando una muchacha, que no parecía tener más de quince o dieciséis años. Charlaron durante más de media hora mientras Alicia tomaba un café y la otra chica, un batido, y salieron juntas del local. Para sorpresa de Kala, ambas subieron al coche de Alicia.

Volvió a seguirlas y la llevaron hasta una urbanización de chalés en la zona este de la capital. Aparcaron en una de las calles y entraron en uno de ellos. Pasaron dos horas antes de ver salir a Alicia y su joven acompañante saliendo de la casa conducidas por otra mujer, más mayor, que se despidió de ellas junto al coche y volvió a entrar.

Era la misma mujer que se presentó como policía aquella noche y que la raptó. La misma que le regaló la entrada al concierto. Una de las culpables de su desgracia.

Ladrones de vidas
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