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Al día siguiente por la mañana, Kala comenzó su aprendizaje como empleada doméstica en la casa de Elizabeth. Una casa de casi mil metros cuadrados distribuida en dos plantas y sótano, muy luminosa y decorada con un mobiliario cuidadosamente escogido y combinado con buen gusto. La mansión estaba construida un una parcela de cinco mil metros cuadrados bien cuidada donde crecían desde magníficos rosales a varios tipos de plantas trepadoras y coloridas plantas perennes.

Sus funciones eran apoyar a Evelyn en la limpieza. Tras una breve charla en la que le explicó las normas básicas de la casa —entre las que se encontraba la de utilizar guantes de látex en todo momento y cambiarlos tras la limpieza en cada cuarto, y la norma de no mirar a los ojos a Elizabeth—, comenzaron la tarea. Evelyn empezó por limpiar el despacho de Elizabeth mientras esta hacia sus ejercicios de gimnasia diarios; debían terminarlo lo antes posible, por si Elizabeth necesitaba trabajar. Mientras pasaba el paño de quitar el polvo, Kala logró colocar uno de los bolígrafos espía en un bote metálico lleno de lápices y bolígrafos de todas las formas y colores que había sobre su escritorio, y colocó así mismo el otro bolígrafo en una estantería, enfocando la punta al despacho de la mujer.

Alguien llamó al timbre.

—Deben de ser los que traen la compra de la señora —indicó Evelyn—. Abre la puerta, por favor. Ahora voy.

Kala obedeció. Dos hombres entraron con dos cestas a rebosar de frutas y verduras ecológicas que inundaron la cocina de un agradable aroma.

—¡Qué hambre me ha entrado! —dijo Kala cuando Evelyn vino a ayudarla.

—Hay que ponerlos en la nevera en cajones separados —indicó la interna tras despedir a los hombres—. La señora se enfada si mezclamos frutas con verduras. Cuida mucho su alimentación.

—Yo también lo haría si tuviera su dinero, el tiempo y a alguien que me lo hiciera todo.

—Ya…

—Tengo que ir un segundo al baño —indicó Kala.

—¿Sabes llegar?

—Sí, no te preocupes.

Kala bajó al servicio del sótano, donde sacó algo envuelto en un trapo de su bolso. Subió rápido al salón, tomó un plumero en la mano para disimular y, aprovechando que no había nadie y que Evelyn estaba ocupada, escondió el objeto en la parte de atrás del sofá, debajo, rajando un poco la tela inferior con una pequeña navaja. Volvió a dejar el plumero donde estaba y regresó a la cocina.

Ladrones de vidas
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