28

 

 

A la misma hora, un hombre entraba en el hotel de cinco estrellas desde el que habían llamado a Ricardo. Detrás del mostrador observó a dos recepcionistas y a un empleado sin pelo en la coronilla. Se dirigió a los ascensores, seleccionó la planta cuatro y esperó. Tenía el típico aspecto de un hombre que ha sobrepasado la mitad del siglo de vida: cara redonda, gafas, más bien bajo de estatura, varios kilos de sobrepeso, cabello gris. Vestía un impecable traje hecho a medida.

Salió del ascensor y caminó por el pasillo de la cuarta planta hasta llegar frente a la puerta de la habitación 44. Llamó con suavidad a la puerta. Esta se abrió enseguida y al otro lado apareció una atractiva joven.

—¿Lili? —preguntó el hombre mirándola de arriba abajo sonriendo.

—Sí, encantada. Pasa, por favor —dijo Kala. Se dio la vuelta y caminó hacia el interior de la habitación exagerando un poco el movimiento de las caderas. El hombre la siguió con la mirada al mismo tiempo que entraba y cerraba la puerta tras él.

Kala cogió la botella y la descorchó, dirigiéndole una mirada sensual por encima del hombro. Llevaba el cabello rubio recogido en una coleta que le caía sobre el hombro izquierdo. No se notaba que se trataba de una peluca. El vestido rojo ajustado y los labios rojos completaban su disfraz. Llenó las copas. Todos y cada uno de los movimientos de Kala eran sensuales, provocativos algunos. El hombre se comía el cuerpo de la mujer con la mirada sonriendo complacido. Ella vació, con una habilidad asombrosa que solo se obtiene tras mucha práctica, un pequeño frasco en la bebida del hombre, entregándole la copa después. Cogiéndole de la corbata, lo atrajo hacia ella y se la quitó. Retrocedió dos pasos y, tras bajar la cremallera de su vestido, lo dejó caer al suelo enmoquetado quedando en ropa interior. Arrastró al hombre al dormitorio desde la sala de estar y brindó con él junto a la cama.

—Bebe —pidió Kala.

El hombre tomó la mitad de su copa. Kala solo sorbió un poco.

—Termina si quieres y dame la copa —dijo la mujer.

El hombre apuró la bebida y Kala dejó ambas copas sobre la cómoda. Le quitó la chaqueta del traje y comenzó a desabrocharle la camisa, despacio, un botón tras otro. Él acabó de desvestirse quedando en ropa interior. Kala lo empujó sobre la cama. Se montó a horcajadas sobre él y se quitó el sujetador. Él comenzó a masajearle los senos. No pasó más de un minuto cuando los movimientos del hombre comenzaron a ser más lentos. Kala se tumbó junto al hombre y tiró de él para que se colocara encima de ella. El hombre reaccionaba con mayor lentitud a cada segundo transcurrido. Cerró los ojos y dejó que la chica le besara el cuello, le acariciara los pectorales. Luego los abrió, indicando que necesitaba ir al servicio. Se levantó de la cama con dificultad y se dirigió al servicio apoyándose en muebles y paredes y se lavó la cara. Volvió un minuto después y se tiró en la cama.

—¿Estás bien? —preguntó Kala con cara de preocupación.

—Sí, no es nada, solo necesito un segundo, creo que me ha dado un bajón de azúcar o algo parecido.

—¿Te pido un zumo de naranja o algo?

—No, estoy mejor.

—¿Has tomado algún fármaco antes de venir?

—No —aseguró el hombre dos segundos después. Tenía los ojos cerrados.

—Quédate aquí y relájate un minuto. Te pido un zumo de naranja mientras —dijo Kala dirigiéndose hacia la sala de estar.

Sacó una maleta de detrás de la cortina y la abrió sobre la pequeña mesa de escritorio. Extrajo de la maleta una pequeña impresora y un equipo portátiles, poniéndolos en marcha. Recogió el vestido del suelo y lo tiró a la maleta. Fue después al dormitorio y se acercó al hombre.

—¿Estás mejor? —preguntó, pero no obtuvo respuesta.

Se dirigió al armario donde tenía ropa preparada: vaqueros y una camiseta blanca, así como una peluca de cabello moreno y rizado. Sustituyó la peluca de cabello rubio por la de cabello moreno, que le llegaba hasta los hombros. Recogió de la cómoda lo que parecía la llave de un vehículo; después subió a la cama y despegó del techo un falso detector de humo. Tanto la llave como el detector de humo eran en realidad cámaras espía que ella había colocado allí previamente con el fin de grabar el encuentro, y que había comprado en una tienda de material de seguridad y vigilancia hacía quince días, cuando se le había ocurrido la idea de poner un anuncio en un periódico ofertando servicios escort con el que tuvo mucho éxito. La tarifa por el servicio la había establecido alta a propósito, para atraer a personas adineradas. Los citaba en hoteles de lujo, nunca en el mismo, y les administraba un potente somnífero que había comprado en Internet y que les dormía en cuestión de minutos. Durante las dos últimas semanas lo había hecho más de veinte veces. Ya era toda una experta.

Conectó una de las cámaras, la que se parecía a una llave de coche, al portátil. Se colocó unos guantes de látex. En la pantalla visionó las imágenes captadas por la cámara espía, congelando la imagen de vez en cuando y mandándola a la impresora. Continuó después con el segundo dispositivo, la otra cámara espía. Quince imágenes en total en las que se veía al hombre con ella. Tuvo cuidado de que su cara no apareciera en las fotografías. Buscó después el documento de identidad del hombre y lo fotocopió por ambas caras, dejando las fotocopias junto con las fotos. Luego sacó una carta impresa de su maleta que dejó junto a las fotos. Anotó los datos del documento de identidad en una libreta y recogió todos los aparatos dentro en la maleta.

Se acercó a la cama con las fotos comprometedoras en la mano, las fotocopias del documento de identidad del hombre y una breve carta en la que le aconsejaba ingresar diez mil euros en las próximas veinticuatro horas en su cuenta corriente que se indicaba abajo en la carta. Si no lo hacía, enviaría algunas de esas fotos por mensajero a su esposa y a algún compañero de trabajo. La mayoría de sus víctimas habían ingresado o transferido la suma que se les había solicitado, siempre entre cinco y diez mil euros. Diez mil euros era una cantidad pequeña para aquellos hombres adinerados a cambio de mantener su reputación intacta.

Dejó las fotos, la carta y las fotocopias sobre la cama junto al hombre y se preparó para marcharse.

Ladrones de vidas
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