23
A las siete de la mañana, una llamada telefónica despertó a Ricardo. Miró parpadeando el número en la pantalla, se levantó de la cama y descolgó:
—Vaya horas de llamar —protestó Ricardo saliendo del dormitorio para poder hablar sin molestar más a su mujer.
—¿No querías estar informado a cualquier hora? —preguntó su amigo policía.
—¿Tienes algo? —preguntó Ricardo frotándose los ojos.
—Una patrulla ha localizado el coche en un polígono de Tarragona. Abandonado.
—¿Hay rastro de la chica?
—Me temo que no.
—Bueno, no pasa nada, ya aparecerá.
—¿Puedo hacer algo más por ti?
—Por ahora no. Solo avísame si la detienen. Luego hablamos.
Ricardo buscó un número en la agenda y llamó.
—¿Sí? —contestó alguien con voz soñolienta al otro lado del teléfono. El silencio de la casa a aquella hora de la mañana permitía escuchar al interlocutor de Ricardo con bastante claridad.
—Siento llamarte a estas horas pero me ha surgido un imprevisto. La persona que buscamos parece estar en Tarragona ahora y necesito que amplíes la búsqueda a Tarragona y Barcelona. ¿Puedes hacerlo?
—Lo siento, eso es muy complicado.
—Escucha, Raúl, te pagaré el triple.
—Está bien —dijo con resignación—. Llamaré a un conocido de Barcelona con el que estudié en el pasado, pero no te prometo nada.
—Llama, y por favor, dime algo lo antes posible.
Tras colgar, marcó el número de Bruno para informarle de las novedades.
Diez minutos después, Ricardo recibía una llamada telefónica de Raúl diciéndole que había logrado obtener la ayuda de su excompañero.
Ricardo estaba convencido de que Kala no tenía escapatoria. Alguna de las cámaras de videovigilancia urbana la acabaría localizando. Tarragona no era tan grande, por lo que no le sería muy difícil encontrarla allí.
Dicho y hecho. Una hora después, Raúl volvía a telefonearle con buenas noticias.
—Me ha llamado mi amigo. Ha localizado a la chica en una de las cámaras de la estación de trenes de Tarragona. Intentará visionar las demás cámaras de la estación para averiguar a dónde se dirige.
—¿Seguro que es ella?
—Seguro.
—¡Cojonudo! Salgo para Tarragona ya. Mantenme informado, Raúl.
—Lo haré.
Ricardo acababa de salir de la ducha. Desayunó unas magdalenas, tomó un café y salió de casa disparado. Una vez en el coche, conectó el manos libres y llamó a su cliente.
—Bruno, amigo, tengo noticias que seguro querrás oír —dijo Ricardo.
—¿Has encontrado a la puta?
—He encontrado tu coche en Tarragona…
—Eso ya me lo has dicho —interrumpió Bruno—. ¿Y qué hay de la puta?
—Si no me dejas hablar, no puedo decírtelo. La han visto en la estación de trenes de Tarragona. Ya estoy tras su pista.
—¡Por fin! Llámame cuando la hayas atrapado.
—Paciencia, amigo mío, paciencia. Todo a su tiempo.